Els Papers de Santa Maria de Nassiu

EDUQUEU ELS XIQUETS I NO HAUREU DE CASTIGAR ELS HOMES (PITÀGORES)

4 de juny de 2007
6 comentaris

AVUI I A CLASSE

Durant l’hora de classe al grup C de 1r de batxillerat, hem estat parlant d’actituds i prejudicis lingüístics. I els he dit una frase -no sé si és d’algun homenot- que solc fer servir alguna vegada al llarg del curs: "Una llengua no es perd si els seus parlants no la deixen de parla". Sé que no és tan fàcil com l’enunciat de la frase la supervivència d’una llengua i tot el que hi ha al voltant de la sociolingüística -aplicada a la situació lingüística al PPCC-. Però, com que ja duc diversos dies cercant una explicació al que ha passat al PV a les eleccions de diumenge, i cap de les explicacions que he llegit em satisfà completament, cosa normal per altra banda, he arribat a la conclusió que ens ha passat com el que diu la frase anterior: hem perdut les eleccions perquè ens han deixat de votar els "possibles" votants. I ja està. No sé. Tampoc no m’acaba de fer el pes aquesta explicació. Però molta part de raó sí que té.

Us deixe l’article d’en Julio Llamazares, Descripción de la mentira, publicat a EL PAÍS del dia 25 de maig d’enguany.


Descripción de la mentira


JULIO LLAMAZARES


EL PAÍS
 – 
Opinión – 25-05-2007


En 1977, cuando el hoy premio Cervantes Antonio Gamoneda era un
perfecto desconocido, publicó un libro de poesía que a muchos nos
conmocionó. Se llamaba -se llama- Descripción de la mentira.


Cuando apareció ese libro, Antonio Gamoneda llevaba 17 años sin
publicar. Así que, para los jóvenes como yo era, como para la mayoría
de los que lo leyeron, Descripción de la mentira
supuso todo un descubrimiento. Se trataba de una poesía distinta,
hermética, pero bellísima, y, sobre todo, llena de interpretaciones. No
hace falta que yo diga que para mí aquel libro sería fundamental.


Sé que a Antonio Gamoneda, tan poco amigo de las simplificaciones, la
lectura que algunos hicimos entonces de su libro no le agradaría mucho,
aunque, con su buen estilo, nunca dijo nada en contra. Me refiero a esa
lectura que identificaba un tanto simplistamente (era la época y era
también nuestra ingenuidad) la mentira del título de su libro con la
que este país había vivido durante años. A través de ella, versos como
el que abre el texto -"El óxido se posó sobre mi lengua como el sabor
de una desaparición / El olvido entró en mi lengua y no tuve otra
conducta que el olvido / y no acepté otro valor que la imposibilidad"-
cobraban a nuestros ojos un sentido muy directo, tan directo quizá como
distinto al que el poeta había querido darles. Y no digamos aquellos
otros que expresamente apuntaban: "Los que sabían gemir fueron
amordazados por los que resistían la verdad, pero la verdad conducía a
la traición / Algunos aprendieron a viajar con su mordaza y éstos
fueron más hábiles y adivinaron un país donde la traición no es
necesaria: un país sin verdad". Esto, para mí y para mis amigos, en
aquel año de 1977, era toda una declaración.


Recordaba todo eso mientras Antonio Gamoneda, con su educación antigua,
leía su discurso sobre la poesía y la pobreza delante de un auditorio
-el de los premios Cervantes, en Alcalá de Henares- la mayoría del cual
seguramente no sabía quién era hasta esa mañana y me venía a la cabeza
aquella lejana época en la que yo pensaba que la mentira era algo del
pasado, algo que afortunadamente se terminaba por fin en este país.
¡Qué ingenuos éramos todos! ¡Qué infelices creyendo que aquel libro que
leíamos como si fuera una revelación no era una visión del mundo, sino
el epitafio de una época concreta!


Aquel país ha cambiado mucho, pero los versos de Gamoneda siguen
vigentes, por desgracia para nosotros. Y continuarán estándolo, me
temo, habida cuenta de hasta qué punto la mentira ha arraigado en
nuestros comportamientos, sobre todo en los de la vida pública. Basta
leer los periódicos, mirar las televisiones, escuchar los discursos de
nuestros dirigentes o los debates de los opinadores para ver cómo esa
palabra, la mentira, es la más utilizada por todos ellos, eso sí,
atribuyéndosela siempre al otro. Y lo peor es que esas acusaciones ni
siquiera se toman en serio, al menos no como para denunciarlas (en el
caso, claro está, de que fueran infundadas), como si la acusación de
mentir fuera algo natural, tan natural como la mentira en sí. Al fin y
al cabo, se justifica, éste es el país de la picaresca.


Desde hace tiempo, esa situación se ha acentuado hasta el punto de que
continuamente nuestros políticos se acusan mutuamente de mentir, cuando
no mienten abiertamente, como ocurrió con el 11-M. Que alguien lo haga
es ya grave en sí, pero más grave es la impunidad con la que tal
comportamiento es tomado por el resto, impunidad que lleva a algunas
personas (el ex presidente Aznar, a propósito de los motivos para la
invasión de Irak, por ejemplo) a reconocer que mintieron o que no
dijeron la verdad completa sin dimitir a continuación ni pedir perdón a
los ciudadanos, como si el solo reconocimiento de la mentira bastase
para borrarla de sus currículos y sus efectos de la vida de la
comunidad. Eso cuando no se da un salto adelante y se pretende borrar
la mentira con otra nueva, como ahora hacen quienes nos niegan que
durante varios años han sostenido, incluso contra las pruebas, que los
autores de la matanza del 11-M la ejecutaron en colaboración con ETA.
Doble mentira que ofende aún más, por cuanto la primera se agranda con
la segunda, como ocurre con esos errores que se pretenden subsanar con
otros.


Seguimos, pues, nadando en el mismo fango que el poeta Gamoneda
describía hace tres décadas ("El silencio y sus círculos, el ácido que
depositas sobre mi salud / la suciedad obligatoria de mi alma: éste es
el precio de la paz"), sólo que ahora sabiendo que eso es así. Ahora no
hay velos que disimulen la mentira y el engaño, como antes, pese a lo
cual ambos continúan vigentes. Y continúan vigentes por lo que he
dicho: porque nos hemos acostumbrado a mentir y a que nos mientan,
porque la mentira aquí no tiene el rechazo que en otras partes, porque
en la patria de la picaresca no está mal visto -al revés- engañar al
oponente, siempre y cuando se haga con gran cinismo, porque la mentira,
en fin, forma parte de nuestra idiosincrasia, especialmente de la de
aquellos que aprendieron a mentir en los tenebrosos años en los que
"los que sabían gemir fueron amordazados por los que resistían la
verdad".


Dicen los historiadores que los efectos de una dictadura tardan décadas
en desaparecer y el ejemplo quizá sea España. Aunque mucha gente
sostenga que estamos homologados con los países de nuestro entorno,
aunque nuestra economía crezca pujante, por delante incluso de las de
aquéllos, aunque, desde hace ya tiempo, el ejercicio de la política se
atenga a las normas de la democracia, todavía arrastramos un déficit de
normalidad que hace que sobrevivan entre nosotros comportamientos
pertenecientes a otros sistemas y que ello se contemple con cierta
indiferencia por la gente. Debe de ser la costumbre. Vuelvo a los
versos de Gamoneda, aquellos que yo leía a finales de los setenta como
si fueran una revelación: "De la verdad no ha quedado más que una
fetidez de notarios / una liendre lasciva, lágrimas, orinales / y la
liturgia de la traición (…) / ¿Qué lugar es éste, qué lugar es éste?".



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  1. Si el poble valencià es guarda amb amor la seua pròpia identitat, manté la llengua i n’incrementa el seu ús com a llengua de comunicació, la pervivència del valencià quedarà assegurada”. (Enric Valor)

    Aquestes paraules inauguraren les trobades d’escoles en valencià fa uns anys. Tinc la frase apuntada des de llavors.

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