Els Papers de Santa Maria de Nassiu

EDUQUEU ELS XIQUETS I NO HAUREU DE CASTIGAR ELS HOMES (PITÀGORES)

18 de gener de 2024
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Espiado en casa, CARLES SENSO LEVANTE-EMV, 12/01/2024

Me sentí acompañado al despertar. Miré al costado, buscándola, pero ese lado de la cama ya estaba frío. El teléfono móvil marcaba las 8:31. Hacía más de dos horas que ella se había levantado para evitar atascos y multiplicar su eficiencia desde antes que saliese el sol. Aún así, alguien había, o incluso algo, acompañándome. No era yo persona de miedo. Tampoco lo alimentaba, pues nunca en mi vida había visto o leído cultura del terror. Volví a mirar el móvil. Mi post de la noche anterior, publicado estratégicamente a la hora de mayor tráfico digital, había obtenido un 13 % más de audiencia que de costumbre. Bien. No es fácil triunfar en Instagram, donde se publican 95 millones de fotos al día. Tampoco en Youtube, al que se suben 300 horas de video cada minuto.

El pulgar empezó con su rutina diaria pero me cansé rápido y active la APP de la radio. Cadena Ser, Àngels Barceló. Ni la compañía de la radio, en una costumbre heredada de mamá, disipó mi sensación extraña. Ojeé los titulares de un par de periódicos. Pensé: ojear viene de ojo porque si fuese de hoja llevaría h y ya no tendría sentido, ya que los periódicos mayormente son consumidos en la etérea nube. Después busqué hojear y vi que también existe. Pensamientos existenciales matutinos.

No me vestí con ropa de calle. Pantuflas y a mear. Al salir del baño, caminé el largo pasillo consultando la razón de aquella gélida atmósfera que se había adueñado del piso. 3 grados en el exterior, dijo Alexa. La aplicación me desveló que las máximas no remontarían de 9 en toda la jornada. Alguien me vigilaba, incluso me pareció escuchar pasos. Miré atrás pero nadie me seguía. Aceleré. Llamé para preguntar sobre una sensación similar, sobre algo extraño en casa pero ella no me contestó y me sentí un poco más solo a pesar de estar acompañado.

Recordé a mi viejo perro Canon, cuando silente, cuasi moribundo, me seguía por casa, ofreciéndome siempre su desahogo, su compañía empática. Hablaba, me decía sin palabras lo que necesitaba oír. Cuando murió perdí dos años de vida. Hoy parecía estar allí. Alguien (o algo, repito) me hostigaba, me escuchaba, me escrutaba, me conocía y me charlaba. Alguien (o algo) había.

Para no pensar, abrí de nuevo Instagram y miré los últimos 30 o 35 Stories. Coloqué uno en destacados, exactamente en la carpeta de “Mis días”. Mi álbum. 1.297 fotos. Mi vida. Mis viajes a Finlandia, Islandia y Malta. Mi estancia en Milán. El principio de mi relación. Mis inicios y despedidas laborales. Mis chicos, mis innegociables. Y todas mis carreras, incluyendo la Maratón de Sevilla. Aquel video es una gozada. Las señales horarias me despertaron del viaje. Las 9 y todavía sin llevarme nada a la boca.

Imbuido en las redes sociales, había olvidado por momentos aquella presencia pero rápidamente me sentí igual. Cogí cualquier procesado (creo que ni miré en el interior de la caja para elegir) y levanté la tapa del ordenador, que seguía encendido desde la noche anterior, cuando tuve que conectarme un ratito a adelantar. Las pestañas también seguían abiertas. Cerré Google, Youtube (donde subo mis partidas de LOL), Linkedin (actualicé ayer mi CV), Instagram, dos periódicos, Facebook y Twitter (me niego a decir X porque aborrezco al fascista de Musk pero no voy a abandonar a mi comunidad de 27.413 seguidores). Dejé WhatsApp Web y Telegram y me puse a modificar un documento en línea sobre agricultura ecológica en el Drive. Para no parecer redundante busqué varios sinónimos en ChatGPT. Me encanta.

Aquella sensación de compañía no remitió a lo largo de la mañana, sentado ante el ordenador. Al contrario, se amplió. Pensé en mi madre y en mi tía. Cuando se fueron, permanecieron algunos días por casa. Intenté recordar si se “celebraba” aquel día alguna efeméride que me hiciese respirar su inconsciente recuerdo. No, nada. Pero yo me sentía espiado, alguien tomaba notas, y eso me sometía, me enjuiciaba, me encarcelaba, me dirigía. No era libre. Estaba desnudo, inquietamente y vergonzosamente desnudo. La presencia estaba por todas partes y recordé un poco al Castillo de Kafka y cuan invadido se sentía K, incluso observado en sus momentos de intimidad sexual.

Risas, cotilleos, examen social continuado. Alguien lo sabía todo, jugaba con él y juega conmigo. No había límites en la exposición, no había intimidad, no hay silente soledad. No había pestillo en casa. Y, ante las miradas, cambiamos, actuamos. De aquel pensamiento me rescató el aviso sonoro del Iphone. La pantalla del móvil se encendía también con cada mensaje recibido. Pensé, mis ojos se ladearon, a la izquierda, a la derecha, y el ceño se me frunció a cámara lenta.


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