Els Papers de Santa Maria de Nassiu

EDUQUEU ELS XIQUETS I NO HAUREU DE CASTIGAR ELS HOMES (PITÀGORES)

26 de novembre de 2007
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Dilluns de novembre

Avui ha estat un dia de cada dia "normalet". He fet les classes que tinc assignades a l’horari de dilluns. He pogut aguntar bastant bé el dolor del genoll esquerre (menisc). I després d’això, he tornat a casa: avui tocava "dutxa" de Kira. Entre la meua dificultat de mobilitat (pel genoll) i la rapidesa de Kira d’escapolir-se, la dutxa ha anat d’aquella manera. La pròxima vegada ho farem millor. Kira ho ha entés (crec). Per als i  les que lligen aquest bloc per primera vegada, us haig de dir que Kira és el nom de la meua gosseta. I finalment, he llegit alguna coseta de premsa.
Us haig de comunicar que divendres, mentre feia temps al traumatòleg, vaig començar el llibre d’Elvira Cambrils, Estima’m, Amor, Editorial Bromera. És un recull de contes que t’enganxen des de la primera línia del primer conte. Quan l’acabe, us en faré cinc cèntims.
I avui per acabar el post, us vull deixar uns articles sobre la beatificació dels 498 màrtirs del passat octubre. I crec que aquests seran els últims que us penjaré. També teniu El Valle de Franco, de Julián Casanova. Bona vesprada.

Beatificación
de víctimas de la Guerra
Civil

Negacionismo episcopal

Juan G. Bedoya

EL PAÍS – Sociedad –
29-10-2007

El papa Benedicto XVI pidió
ayer, en el corazón de la cristiandad romana, "reconciliación,
misericordia y convivencia pacífica". Son palabras que deberían hacer
reflexionar a los cardenales y obispos españoles. Siempre se negaron a pedir
perdón -y a perdonar- por la actitud de gran parte de sus predecesores durante
la espantosa guerra incivil que asoló España tras el golpe militar del 18 de
julio de 1936 y durante la larga cruzada nacionalcatólica del caudillo
Franco.

La jerarquía española es
la única de las mezcladas en guerras fratricidas el siglo pasado que no lo ha
hecho. Sí se han manifestado arrepentidos los obispos argentinos y chilenos,
los austriacos, también los franceses por colaboracionismo con el régimen
filonazi del mariscal Pétain. Y pidió disculpas, sobre todo, el papa Juan Pablo
II, nada menos que en 90 ocasiones, por los suplicios inquisitoriales a
Galileo, Jan Hus y tantos otros, pero también por no haber sido "testigos
de reconciliación".

Los obispos tienen todo
el derecho a elevar a los altares de la memoria a miles de sus víctimas en
aquel terrible conflicto. Demuestran poco espíritu misericordioso, en cambio,
reprochando que otros -partidos, sindicatos u otras religiones, pero sobre todo
familiares de otras víctimas, muchas también católicas como los sacerdotes
fusilados por las tropas de Franco en el País Vasco- quieran hacer lo mismo,
mucho más si, demasiadas veces, sólo se trata de buscar los restos de decenas
de miles de los asesinados, tirados aún, sin piedad, como perros, en las
cunetas de España. Es sobremanera indecente afirmar que la recuperación de esos
restos y su entierro en un cementerio civil o eclesiástico suponga revanchismo
y afán de reabrir heridas de la Guerra Civil. Lo han escrito los obispos en su Instrucción
Pastoral
del 23 de noviembre de 2006.

"Convivencia",
aconseja el Papa. No predica lo mismo quien, desde la columna primada de
Toledo, dice que hay en España ahora "un proyecto para eliminar a la Iglesia". Asusta que
el cardenal Cañizares tenga una percepción semejante, pese al comportamiento
del Gobierno socialista, pródigo en la financiación de la Iglesia y generoso
enviando ayer al Vaticano una nutrida y ministerial delegación. Menos mal que
el presidente de la
Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez, pone siempre sentido
de la realidad. Ayer lo volvió a hacer, en plural. "Comprendemos que otros
quieran hacer por el estilo de lo que nosotros hacemos", dijo en alusión a
la Ley de Memoria
Histórica.

Beatificación
y memoria histórica

La memoria de los ‘otros’

JUAN G. BEDOYA
– Madrid

EL
PAÍS – Sociedad – 25-10-2007

Los
obispos se están volcando en explicar a sus fieles, mediante cartas pastorales,
los motivos de la masiva beatificación de mártires de la II República y de la Guerra Civil
provocada en 1936 por el golpe militar fascista. "El recuerdo busca el
reconocimiento que nos abre a la gratitud y la reconciliación", escribe
Jesús Sanz Montes, prelado de Huesca y Jaca. "No ofendieron a nadie ni
impusieron a nadie sus creencias", dice Manuel Sánchez Monge, obispo de
Ferrol.

El primero subraya que, en el momento de morir, a
los futuros beatos -frailes, sacerdotes, monjas, seminaristas y seglares-
"no se les encontró en sus hábitos y ropas un carné de partido, ni armas,
ni odio en sus miradas, ni siquiera una resistencia legítima".

La tesis de los obispos -la beatificación no nace
del resentimiento sino de la reconciliación- contrasta con su empeño en
reprobar al Gobierno socialista la aprobación de la llamada Ley de Memoria
Histórica para recordar a todas las víctimas de aquella guerra incivil, que la
jerarquía católica bendijo como cruzada. Es decir, honrar también a los
asesinados en el otro bando: autoridades republicanas por no
unirse al golpe militar, maestros, alcaldes y concejales, militantes de
partidos de izquierda, curas vascos, etcétera.

En la caza de esos inocentes, tan desarmados como
los frailes que Roma beatifica el domingo, participaron a veces clérigos con
pistolas y hasta seminaristas enviados por sus prelados, como ocurrió en los
primeros días de la cruzada en Navarra. Los cuerpos de miles de esas
víctimas siguen perdidos en fosas en las cunetas de España. El Ejecutivo quiere
facilitar con la nueva ley la recuperación de esos restos.

"No es el momento"
Pero la
Conferencia Episcopal insiste en que las intenciones de los
socialistas conducen a "reabrir heridas de la Guerra Civil".
Lo acaba de reiterar el arzobispo de Barcelona, Lluís Martínez Sistach. No es
un prelado cualquiera: el Papa lo acaba de hacer cardenal y ocupa un cargo
sobresaliente en el ejecutivo episcopal.

La idea del cardenal es que "no es el momento
de aprobar la Ley
de Memoria Histórica porque las guerras entre un Estado y otro se olvidan más
fácilmente, pero una guerra que ha vivido un país cuesta mucho más
olvidar". Lo dijo en una entrevista a Cataluña Radio, recogida por Europa
Press. "Se tiene que ver la conveniencia de ir recordando o de no recordar
tanto", añadió tras citar lo que decía Napoleón sobre que "para
olvidar una guerra civil se necesitan cinco generaciones".

LA CUARTA PÁGINA
El Valle de Franco

Ideado por el dictador para inmortalizar su victoria en la Guerra Civil y honrar
a los muertos de su bando, el Valle de los Caídos debe convertirse, a medio
siglo de su inauguración, en lugar de la memoria de todos

JULIÁN CASANOVA

EL
PAÍS – Opinión – 20-11-2007

El
1 de abril de 1940, el general Francisco Franco presidió en Madrid el desfile
de la Victoria
que celebraba el primer aniversario de su triunfo en la Guerra de Liberación
Nacional. Después de un almuerzo de gala en el Palacio de Oriente, el Caudillo
llevó a un selecto grupo de invitados a una finca situada en la vertiente de la Sierra del Guadarrama,
conocida con el nombre de Cuelgamuros, en el término de El Escorial. En la
comitiva figuraban, entre otras autoridades, los embajadores de la Alemania nazi y de la Italia fascista, los
generales Varela, Moscardó y Millán Astray, los falangistas Sánchez Mazas y
Serrano Suñer y Pedro Muguruza, director general de Arquitectura. Franco les
explicó allí su proyecto de construir un monumento, "el templo grandioso
de nuestros muertos, en que por los siglos se ruegue por los que cayeron en el camino
de Dios y de la Patria".
Así comenzó la historia del Valle de los Caídos.

Dos días después, Pedro Muguruza, la persona
encargada de poner en marcha el proyecto, declaró que Franco tenía
"vehementes deseos" de que las obras de la cripta estuvieran acabadas
en un año y el resto de las edificaciones en el transcurso de cinco. En
realidad, el sueño del invicto Caudillo, convertido en pesadilla de muchos,
tardó diecinueve años en realizarse. El Valle de los Caídos fue inaugurado el 1
de abril de 1959, vigésimo aniversario de la Victoria. En esas
casi dos décadas de construcción, trabajaron en total unos veinte mil hombres,
muchos de ellos, sobre todo hasta 1950, "rojos" cautivos de guerra y
prisioneros políticos, explotados por las empresas que obtuvieron las diferentes
contratas de construcción, Banús, Agromán y Huarte. Pero poco importaba eso.
Aquel era un lugar grandioso, para desafiar "al tiempo y al olvido",
homenaje al sacrificio de "los héroes y mártires de la Cruzada".

El primer héroe y mártir al que trasladaron allí
fue José Antonio Primo de Rivera, el más insigne de los fusilados por los
"rojos". Sus restos reposaban en el monasterio del Escorial desde
finales de noviembre de 1939, cuando un cortejo de falangistas los trasladaron
a pie desde Alicante. Allí estuvo el dirigente fascista dos décadas, tratado
con los honores de rey, inextricablemente unido al glorioso pasado imperial
español.

El 7 de marzo de 1959, a punto ya de
inaugurarse el Valle de los Caídos, Franco escribió a Pilar y Miguel Primo de
Rivera para ofrecerles la nueva basílica "como el lugar más adecuado para
que en ella reciban sepultura los restos de vuestro hermano José Antonio, en el
lugar preferente que le corresponde entre nuestros gloriosos Caídos". En
la mañana del 30 de marzo, miembros de la Vieja Guardia de
Falange y de la Guardia
de Franco se turnaron en el traslado del féretro desde El Escorial al Valle de
los Caídos. Lo depositaron al pie del altar mayor de la cripta, bajo una losa
de granito con la inscripción "José Antonio". Era el lugar para su
"eterno reposo", como lo tituló el reportaje del No-Do.

Ha pasado casi medio siglo desde la inauguración
oficial de ese monumento y la historia de la Guerra Civil y de la
dictadura de Franco continúa persiguiendo nuestro presente. Estamos en tiempos
de recuerdo y de reinterpretaciones, opiniones infundadas y discusión pública.
Qué hacer con el Valle de los Caídos, se preguntan muchos. Tras realizar una
minuciosa investigación sobre esa historia, visité hace unos días la Santa Cruz del Valle de
los Caídos, en una mañana fría y soleada, para contrastar mi información con la
que allí podía obtener.

Lo primero que constaté es que, efectivamente, el
monumento ha desafiado al tiempo y al olvido. En la información que se ofrece
al turista a la entrada puede leerse que fue construido "por iniciativa
del anterior jefe del Estado, Francisco Franco, como símbolo de paz y como
última morada de las miles de víctimas de la Guerra Civil Española
(1936-1939)". En la guía que adquirí en la tienda de recuerdos, publicada
por el Patrimonio Nacional en 2007, se insiste en esa idea: es un Monumento
Nacional a los Caídos durante la Guerra Civil y a Franco se le presenta siempre
como "el anterior jefe del Estado".

Los restos de esos miles de víctimas de la Guerra Civil están
depositados, según puede leerse, tras los muros de las seis capillas situadas
en la gran nave de la cripta y en las dos capillas que se encuentran en los
brazos laterales del crucero. La inscripción que consta en una de estas dos
últimas, en la capilla del Sepulcro, resulta menos ambigua: "Caídos por
Dios y por España 1936-1939. RIP".

Durante los últimos meses de 1958 y los primeros de
1959 llegaron al Valle de los Caídos los huesos de miles de personas enterradas
en los cementerios madrileños de Carabanchel y de la Almudena y en fosas
comunes de otros cementerios de provincias. Los monjes benedictinos, a quienes
se les había otorgado el cuidado de la abadía, recibían las arcas con los
huesos y anotaban las referencias que constaban de esos muertos. Su número
exacto e identidad es un secreto. Daniel Sueiro, en la investigación más
detallada que existe sobre la historia del Valle de los Caídos, publicada en
diciembre de 1976, escribe que a comienzos de 1959 habían sido enterrados bajo
esa cripta "unos veinte mil fallecidos en la pasada guerra", que
pudieron llegar a setenta mil a finales de la dictadura.

Quise ver esos libros de registro de entrada de los
"caídos" y me dirigí a la biblioteca del Centro de Estudios Sociales,
situada en la Hospedería,
en la explanada posterior del monumento. Un conserje me indicó que no había
allí ninguna biblioteca y, como insistí y le recordé que estábamos en un
recinto custodiado por el Patrimonio Nacional, me dijo que tenía que ir a
hablar con los monjes benedictinos. Pregunté en la abadía por el bibliotecario,
quien, tras una breve conversación sobre los fondos disponibles, me acompañó a la Hospedería y le pidió
la llave de la biblioteca al conserje. La biblioteca, que contiene miles de
libros de historia y sociología, huele a cerrado y abandono. Pregunté por los
libros de registro y el bibliotecario, señalándome el armario, me dijo que
estaba cerrado, que no tenía la llave, que no se sabía el número exacto de
inscritos porque nadie había hecho el recuento, que muchos de los registrados
aparecían sin identidad y que, en cualquier caso, había otros libros, que él
tampoco sabía dónde estaban, que podrían arrojar luz a la investigación.
"Debería usted hablar con el abad, pero no se encuentra hoy en la
abadía", dijo.

Abandoné el recinto y de regreso a Madrid, con la
cruz todavía visible en lo alto del risco de la Nava, pensé en qué hacer con el Valle de los
Caídos. Dejarlo como un lugar de memoria y enseñarles a quienes lo quieran oír
o leer que los restos del general que lo mandó construir reposan allí desde el
23 de noviembre de 1975, como él había previsto y soñado, bajo una losa de
granito, detrás del altar mayor de la cripta, enfrente de la tumba de José
Antonio. Franco ideó el monumento, y así se hizo, para inmortalizar su victoria
en la Guerra Civil
y honrar sólo a los muertos de su bando, aunque se montara después la farsa de
trasladar también allí los restos de algunos "rojos" muertos o
asesinados durante esa guerra.

También les enseñaría que, acabada ya la guerra, mientras
se construyó ese monumento, "símbolo de paz", Franco presidió una
dictadura que ejecutó a no menos de cincuenta mil personas y dejó morir en las
cárceles a varios miles más de hambre y enfermedad, convirtiendo a la violencia
en una parte integral de la formación de su Estado. Y recordaría, en el recinto
ideal para recordarlo, que la Iglesia Católica, recuperados sus privilegios y
su monopolio religioso tras la guerra, se mostró gozosa, inquisitorial,
omnipresente y todopoderosa al lado de su Caudillo. Eso representa el Valle de
los Caídos, la espada y la cruz unidas por el pacto de sangre forjado en la
guerra y consolidado por los largos años de victoria.


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