Una de las anomalías más flagrantes del modelo conservador del PP valenciano en los años noventa fue su decidida apuesta por los grandes eventos/equipamientos culturales. Significaron unos felices años noventa a mayor gloria y diversión de Consuelo Ciscar, que consiguió, por intrincadas jugadas de las relaciones de poder, una extraña autonomía, política y financiera Así, en el año 2000, la Comunidad Valenciana era la segunda autonomía que más gastó en cultura -sólo por detrás de Cataluña, en términos absolutos, y sólo por detrás de Navarra en términos de euros por habitante-. A partir del año 2001, con Zaplana pensando ya en Madrid, la situación varió y dado que ni Rita ni Alperi ni Giner ni Fabra se encontraban especialmente cómodos en jornadas de pensamiento mundial, ni en vernissages de arte contemporáneo ni en muestras de teatro, y que, al margen de la propia Ciscar, nadie supo o pudo rentabilizar de manera provechosa la incontinencia cultural, poco a poco se fue cuestionando la pertinencia del maná que finalmente aprovechaba algún que otro cultureta rojo catalanista y chaquetero.
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