Jaume Renyer

Luis Martínez Garate ha traduït al castellà aqueix apunt:

Anotaciones sobre el nacionalismo de liberación frente a los totalitarismos emergentes en las sociedades abiertas occidentales

En Cataluña se ha podido vivir entre 2012 y 2017 la apariencia institucional de un proceso independentista (1), que efectivamente era vivido como real por buena parte de la sociedad catalana, tanto la que estaba a favor (2) como la que reaccionó en su contra, fueron conscientes del carácter represivo del régimen de dominación política y expoliación económica que el orden estatal español impone al conjunto de los Països Catalans.

Pese al éxito histórico del referéndum de autodeterminación del 1 de Octubre el restablecimiento autonómico posterior al acatamiento a la aplicación del artículo 155 CE se ha impuesto por la acción combinada de los distintos poderes del Estado español, pero también con la connivencia de los partidos que han divulgado el relato de la “extraña derrota” (3). Los mismos partidos (PDECat/Junts, ERC y CUP) que habían capitalizado políticamente la deslegitimación del autonomismo a raíz de la sentencia del Tribunal Constitucional 31/2010, liquidando la reforma estatutaria de 2006, protagonizaban el caso de retractación único en Europa entre las naciones sin Estado propio que han puesto en marcha cambios institucionales en su estatus de autogobierno.

Un indicador de las causas de esta frustración autoinflingida es la artificiosidad discursiva del relato político de quienes eran sus dirigentes, que encubría la falta de un proyecto político protoestatal que debía ser su concreción histórica. En los últimos años se han publicado muchos libros -de contenido efímero- siguiendo el curso de los eventos, pero ha habido pocas reflexiones bien ponderadas sobre el nacionalismo catalán (4), con propuestas estratégicas sólidamente argumentadas (5) aportando formas de actuación, debates ideológicos y modelos sociales destinados a cohesionar el abanico social que se autoafirma como pueblo en contraposición al orden estatal español (y francés).

Esto ha sido así porque la hegemonía ideológica y política desde la década de los sesenta del siglo pasado lo ostenta el progresismo abstracto refractario a la identidad catalana y de raíces totalitarias (6), básicamente de inspiración marxista, que ha desplazado al catalanismo liberal y marginado al republicanismo nacional catalán. Se impuso paulatinamente una interpretación reduccionista de la historia, explicable sólo a partir de la realidad económica, descartando los aspectos culturales y morales de las mentalidades colectivas. Y, sobre todo, inculcó una aversión preventiva a la identidad nacional, a la catalanidad, a su potencialidad transformadora, a su vocación de crear un modelo de sociedad concreto susceptible de ser contrapuesto a la abstracción inoperante de causas ajenas y lejanas. De este proceso de sustitución ideológica y cultural los resultados habidos han sido estériles y las transformaciones sociales y políticas experimentadas han sido las marcadas por las políticas estatales y las dinámicas de mercado, sin que los factores endógenos hayan sido determinantes.

Los líderes de los partidos que participaron de la transición de la dictadura a la monarquía constitucional se han acabado convirtiendo en los garantes del orden estatal español en Cataluña, políticamente vía el PSC(PSC-PSOE) y PSUC/ICV, y culturalmente vía el corte corporativo mediático y universitario surgido de ese mismo sector ideológico. De la concepción leninista de la cuestión nacional (Rafael Ribó, entre otros) pasaron a una modulación terminológica compatible con el régimen constitucional de 1978 (Jordi Solé-Tura) con unas curvas dialécticas difícilmente homologables con el rigor académico que la materia requería. Por eso el debate sobre el nacionalismo catalán ha sido el gran ausente en el ámbito universitario, una omisión consciente que ha permitido la llegada, ya a principios del siglo XXI, de un nuevo argumentario que encajó con los prejuicios adversos precedentes hacia el fenómeno nacional.

Aprovechando que politólogos y sociólogos del ámbito cultural occidental genéricamente identificado como progresista predicaban una contra-ideología post-nacionalista consistente en la sustitución de los referentes esenciales de las identidades nacionales por modelos multiculturales de vertebración social al que ‘nuestros’ no ‘nacionalistas’ se añadieron. Así pues, el espacio cultural y comunicativo catalán está influenciado de manera hegemónica por opinadores que contraponen nacionalismo y progresismo cogiendo al vuelo (y sin mucha elaboración propia) corrientes ideológicas en boga, como el desconstructivismo sociológico (7) que creen (erróneamente) que con el siglo XXI hemos entrado en la época del postnacionalismo, sin que acierten en definir en qué consiste ni aporten la referencia de ningún país donde se haya materializado.

EL CORTO VUELO DEL POST-NACIONALISMO

La noción de post-nacionalismo no tiene una autoría concreta sino que es una fórmula convencional a la que se hace referencia al tratar dos cuestiones diferentes, si bien interrelacionadas: la superación de los estados-nación por parte de los organismos supraestatales y la sumersión de las identidades nacionales homogéneas por la ola de los cambios demográficos multiculturales. Entre nosotros, el erudito y polifacético intelectual Joan Ramon Resina escribió hace ya unos años un breve pero sustancioso ensayo titulado precisamente “El post-nacionalismo en el mapa global” (8), donde hace una síntesis de los debates sobre la cuestión nacional cruzadas entre las diversas corrientes de pensamiento político contemporáneo (nacionalismo cultural, cívico, étnico, jurídico) en el contexto europeo y estadounidense. El núcleo de la obra consiste en reivindicar la vigencia del fenómeno nacional y desmentir las tesis de que, desaparecido el sistema soviético, sin alternativa a la economía de mercado global, también los nacionalismos quedaban desfasados.

Josep Lluís Carod-Rovira fue de nuestros primeros intelectuales en referirse ak¡l mismo, pero posteriormente matizó su acepción: “El nacionalismo tiene mala prensa en Europa y en el mundo y, sobre todo, crea un rechazo generalizado en países de más larga y profunda tradición democrática, ya que suele asociarse a experiencias históricas de totalitarismo, holocausto, genocidio, limpieza étnica, etc. …/…En noviembre de 2009, en La Pedrera, hice una conferencia titulada, a conciencia, “Adiós al nacionalismo, viva la nación”, donde alertaba de la necesidad de salir de la noria nacionalista, para adentrarnos en la nación y defendía la necesidad de construir un país no para los nacionalistas, una parte, sino para los nacionales, todos.

Se atribuye al nacionalismo, en muchos casos injustamente, una actitud de superioridad de la propia nación en relación a otros, otorgándole, pues, un carácter etnicista o, directamente, xenófobo. Joan Fuster aseguraba que un nacionalismo siempre se alzaba, necesariamente, frente a otro nacionalismo y distinguía entre el nacionalismo defensivo, de afirmación de la propia identidad frente a las imposiciones, frente a un nacionalismo agresivo que pretende imponer su identidad a otro pueblo. Durante muchos años, pues, ha habido un catalanismo nacionalista porque enfrente tenía un españolismo también nacionalista, defensivo el primero, agresivo el segundo. Sin embargo, en realidad este nacionalismo interactivo con dos únicos referentes corresponde ya a una etapa superada de la historia. Hoy el catalanismo, el patriotismo de los catalanes, ya no es nacionalista, sino nacional y no se plantea su existencia en relación sólo a un pueblo con un Estado concreto -el español-, sino en relación y en el contexto de todos los pueblos y todos los estados del mundo” (9).

Desgraciadamente, estas previsiones no se han cumplido en la medida en que el antiguo líder de ERC preveía. Al contrario, ha sido la deriva de Esquerra posterior a su abandono del partido la que ha conducido a la renuncia del patriotismo republicano que era su seña de identidad para abrazar un post-nacionalismo estéril y contraproducente. Una muestra de esa transfiguración es el ensayo de Enric Marín y Joan Manuel Tresserras, (con prólogo de Oriol Junqueras), “La apertura republicana. Cataluña después del nacionalismo” (10), convertida en doctrina oficial. Pero de la lectura de su contenido se constata que los autores no son capaces de concretar las virtudes superadoras del postnacionalismo que predican respecto a la cuestión clave que tiene planteada el independentismo catalán: ¿en qué valores y con qué estrategia se cohesiona el pueblo catalán por sostener el conflicto y alcanzar la ruptura respecto del orden estatal español dominante?

Este nuevo republicanismo postnacional, es realmente un relativismo favorable a la confusión de identidades que parte de la ficción de que todo es manipulable y disponible por todos y en cualquier momento con plena disposición sobre los referentes colectivos de los pueblos. Se percibe una reticencia a evitar los términos reales del conflicto entre el nacionalismo español, (el elemento cohesionador de los sectores que ejercen la hegemonía política y social amparada por el orden estatal) y el nacionalismo catalán (el que quiere reunir la población que no participa de esa hegemonía y que expresa unas reivindicaciones sociales, culturales, económicas e identitarias contradictorias con las prioridades impuestas desde el poder).

Sólo los adictos a las preocupaciones postnacionales se atreven a proponer vaguedades como las de Roger Torrent contraponiendo nacionalismo e independentismo (refutadas por Vicent Partal desde Vilaweb, “La absuda discusión con ERC sobre el nacionalismo”, 24 de abril de 2020) o estas otras: “Hará falta imaginación y prospectiva para entender qué nuevos ejes para la construcción de identidades colectivas emergerán durante este siglo y garantizar que Cataluña esté a la vanguardia” o “recomponer y aglutinar al país en torno a una nueva identidad compartida que tome el relevo al actual” (11). Como si las identidades nacionales fueran tan fácilmente gestadas o transmutadas.

Ciertamente, los estados euro-occidentales atraviesan por crisis de identidad nacional y conflictos intercomunitarios que no tienen perspectivas de solución a medio plazo, como los casos de la República francesa o el Reino de Bélgica, pero de estos procesos de deconstrucción no ha salido ninguna experiencia nacional que pueda servir de referencia para el caso catalán.

Las experiencias de los nacionalismos emergentes en toda Europa no van en la dirección querida por los post-nacionalistas, tanto en el caso del expansionismo panruso (12), como en el nacionalismo defensivo y democrático del pueblo ucraniano (13). Los casos de pueblos amenazados de asimilación forzada (como el corso) o de destrucción (como el judío) desmienten las opiniones superficiales de los adictos al post-nacionalismo y son dos ejemplos contundentes de la vitalidad de los nacionalismos identitarios. Córcega e Israel, dos países en los que no han prosperado las tesis post-nacionales y que tienen en común la necesidad de priorizar los factores de supervivencia de las respectivas identidades nacionales, no entran en el campo visual del independentismo catalán.

Soy del parecer que el postnacionalismo será un fenómeno efímero por inconsistente el terreno teórico y también en el político, por el contrario la renovación del pensamiento nacionalista es algo que lo demuestran los trabajos de dos jóvenes intelectuales judíos: uno de nacionalidad norteamericana, Yascha Mounk, de tendencia liberal/socialdemócrata, que propugna un nacionalismo inclusivo (14) y el otro israelí, Yoram Hazony, de carácter conservador, que propugna las virtudes del nacionalismo como comunidad en la que se hacen posibles las libertades individuales y colectivas diferenciándolo por completo del imperialismo que busca negarlas a otros pueblos en beneficio de los conquistadores (15).

LOS PARTIDOS POPULISTAS EXPRESAN EL INSTINTO DE SUPERVIVENCIA DE LOS PUEBLOS

Pierre-André Taguieff es un filósofo francés especializado en la historia de las ideas políticas contemporáneas, una materia a la que ha dedicado una treintena larga de obras, entre las que destaca “La revanche du nationalisme” (16). Si bien sus análisis se centran prioritariamente sobre la realidad francesa, muchas de sus observaciones son extrapolables por toda Europa, y evidentemente también a nuestro país.

En opinión del autor los movimientos emergentes de carácter nacionalista no son necesariamente clasificables como populistas y menos aún como exponentes del retorno del fascismo, sino como un nuevo tipo de contestación en el seno de las democracias representativas y pluralistas. Cabe decir que Taguieff, como la mayoría de los intelectuales franceses, cuando habla de nacionalismo piensa exclusivamente en los estados-nación, no en las naciones sin Estado propio que se esfuerzan por alcanzarlo.

Taguieff sufre del hecho cierto que en la cultura política francesa -y europa- existe una “desconocimiento del nacionalismo” cuando paradójicamente “líderes políticos cuyas actitudes, discursos y comportamientos sólo pueden describirse como nacionalistas cantan públicamente el estribillo antinacionalista” (página 20). Preciso: “Los pacifistas, los internacionalistas revolucionarios (comunistas y anarquistas), los cosmopolitas liberales, los progresistas favorables a la globalización, los partidarios incondicionales de la integración europea (“europeístas”) comparten dos argumentos principales contra el nacionalismo tal como lo imaginan, es decir, como la mismo encarnación del mal político, comparable en este sentido al fascismo, al nazismo y a cualquier forma de totalitarismo” (página 16).

Contra tantos adversarios que han trabajado para anunciar su fin: “La realidad histórica es bastante diferente: los imperios multinacionales se han derrumbado, las naciones permanecen” (página 23).

El autor adopta una perspectiva analítica que enlaza con el pensamiento de Karl R. Popper y su teoría de las sociedades abiertas cuando sin emplear explícitamente este término dedica atención a estudiar “la democracia y sus enemigos” (páginas 55 a 59), un hecho excepcional en un politólogo francés, generalmente refractarios al pensador judeo-austríaco.

La tesis central del ensayo radica en la percepción de que los nacionalismos populistas se han radicalizado por el efecto combinado del rechazo frontal a una construcción europea cuyos beneficios no perciben, la creciente demonización de la inmigración y la animadversión específica al islam. El núcleo aglutinador de esos sentimientos es la defensa de una identidad colectiva, de una forma de vida, que se teme amenazada. “Esta ola nacional-populista, antiinmigración y eurófoba no forma parte de la posteridad del “fascismo clásico” y, en particular, no retoma en modo alguno el legado del nazismo” (página 221). Según Taguieff, “la gran pregunta es si el apego de los ciudadanos al patrimonio inmaterial que constituye su “identidad” colectiva puede conciliarse con las exigencias de la globalización, que, al no estar por encima de toda sospecha, no deben transformarse en imperativos categóricos, sino en objetos de reflexión crítica y, si es posible, en incentivos para imaginar nuevas formas democráticas. Todavía no debemos abandonar de paso la nación en manos de nacionalistas xenófobos” (pàgina 236).

La emergencia de partidos y movimientos en toda Europa que no encajan en el esquema derecha/izquierda y que no tienen una denominación específica (populistas, identitarios, euro-escépticos.. son algunas de las propuestas pero que no acaban de acertar a la hora de captar un fenómeno multiforme y pluridimensional) comienza el debate sobre el contenido de sus propuestas. Las apelaciones neo-fascistas o de extrema derecha que emplean los medios adictos al progresismo abstracto y banal decadente tampoco corresponden a los movimientos en curso en toda Europa.

Desgraciadamente, el rigor histórico y político no predomina en nuestro mundo mediático, donde el calificativo de extrema derecha es una noción brumosa (que contrasta con la sorprendente ausencia en el lenguaje mediático de toda referencia a la “extrema izquierda”) empleada a conveniencia para desacreditar a adversarios políticos que no encajan en los parámetros de lo políticamente correcto según el progresismo hegemónico en aquellos Medios. Personalmente encuentro adecuado denominarlos partidos civilizacionales y más cuando, a diferencia de los partidos totalitarios, no ponen en cuestión el sistema parlamentario, ni la división de poderes, ni los valores de las sociedades abiertas occidentales. El historiador judío norteamericano Daniel Pipes apuesta por denominarlos civilizacionales: Por ello, es preferible llamarlos “civilizacionistas” ya que, profundamente frustrados al ver desaparecer su modo de vida, se centran en su prioridad cultural. Aprecian la cultura tradicional europea y occidental y quieren defenderla contra los ataques de los inmigrantes ayudados por la izquierda. El término civilizacionista tiene otra ventaja que es la de excluir de esta categoría a partidos como el partido neonazi griego Amanecer Dorado, que odian la civilización occidental. Los partidos civilizacionistas son populistas y se oponen a la inmigración y la islamización. Populistas significa que tienen quejas contra el sistema y sospechan de las elites que ignoran o denigran estas preocupaciones. Esta élite son las 6P: policías, políticos, prensa, sacerdotes (‘pastores’), profesores y fiscales (‘procuradores’)” (17).

La campaña mediática persistente contra la “extrema derecha” llevada a cabo por personajes nefastos como Edwy Plenel (18), y con resultados desastrosos por la izquierda que dicen defender, es incapaz de explicar la emergencia electoral de partidos civilizacionales en toda Europa (en Suecia, Holanda, Portugal, Italia). También hay movimientos de ese cariz emergentes en países sin Estado propio como Córcega, Flandes o Quebec. Acusarlos de reaccionarios, xenófobos, racistas, islamófobos, fascistas es la única respuesta a un proceso histórico a escala continental que no comprenden. Como dijo Caroline Galácteros: “el populismo expresa el instinto de supervivencia de los pueblos” (19).

RECUPERAR LA ESTIMA POR LA IDENTIDAD NACIONAL Y LA DEFENSA DE LAS SOCIEDADES ABIERTAS OCCIDENTALES FRENTE A LOS TOTALITARIOS QUE QUIEREN ANiQUILARLAS

Pero la realidad es que los propagandistas del progresismo abstracto de raíces totalitarias insisten en rugir sin distinción contra la “extrema derecha”, incapaces de reflexionar por qué la izquierda europea ha llegado a la incapacidad transformadora y al vacío intelectual actual. El wokismo, el islamo-gauchismo (20), el neofeminismo antisemita (21), el antisionismo loco (22) el palestinismo mítico (23), son contravalores que sólo contribuyen a la autodestrucción de Occidente (del capitalismo, según los tontos útiles cómplices de todos los totalitarismos). El apoyo de buena parte de la izquierda europea y americana al yihadismo antiisraelí es la señal de su autodestrucción como ha alertado Yascha Mounk (24).

El orden internacional surgido después de la Segunda Guerra Mundial plasmado con la fundación de las Naciones Unidas en 1945 fue posible por la hegemonía política y militar de Occidente que quiso universalizar sus valores imponiéndolos a otras civilizaciones que no los aceptan como propios. Cuatro totalitarismos: el tardo-comunismo chino, el régimen post-soviético ruso, el islamismo (en sus diversas variantes, iraní, otomano, yihadismo tipo ISIS, Al Qaeda…) y el ‘wokismo’ surgido del seno de las sociedades abiertas occidentales con el objetivo de abatirlas atizando corrientes como el neo-antiracismo o el post-colonialismo, pugnan por un mundo descuartizado en bloques impermeables.

Ninguno de los cuatro tiene una propuesta susceptible de ser aceptada globalmente para desplazar el modelo occidental, (al que algunos copian apelándose “democráticos” y organizando farsas electorales), rusos y chinos confían en su fuerza militar y/o económica por doblegar a los estados occidentales. Ambos, a la vez que instrumentalizan el islamismo contra Occidente, lo reprimen sin contemplaciones en el interior de sus fronteras. El expansionismo musulmán sólo avanza en los territorios animistas y cristianos de África mediante el terror y en Occidente a través de la implantación de las formas de vida islámicas como subsistema de las sociedades abiertas que aspiran a abolir en caso de llegar a ser mayoritarios. Como alerta la antropóloga Florence Bergeaud-Blackler: ”Defino la Hermandad (“Hermanos musulmanes”) como una forma particular de islamismo nacida a partir de los años 1960 en las democracias liberales. Su objetivo es la transformación de la sociedad menos a través de la política que a través de la cultura, la economía y los aspectos sociales. La Hermandad no es una corriente teológica, ni una escuela jurídica, es un movimiento cuya misión es organizar y liderar la marcha de todos los musulmanes del mundo hacia un mismo objetivo: el califato, o en términos modernos: la sociedad islámica globalizada. Sólo compensó la penetración del islamismo en las sociedades seculares: “El impacto del ascenso del fundamentalismo musulmán no se limita a la población musulmana, ha modificado nuestro comportamiento, nuestra forma de pensar, al condicionar nuestra expresión” (25).

Incluso una coalición heterogénea de estados denominada Sur Global nace con con propósito declarado de resquebrajar el predominio occidental (26). La acción combinada, pero desigual (ya que no es lo mismo el ISIS que las estériles izquierdas latinoamericanas), ha situado a los estados occidentales a la defensiva y sin ideas claras de cómo responder a esa nueva realidad. Especialmente desgarradora es la desorientación estratégica y moral de los estados europeos. La debilidad de las instituciones comunitarias europeas autocentradas en cuestiones técnicas y administrativas para eludir los debates sobre sus tomas de decisión (inmigracionistas, librecambistas y refractarias al proteccionismo de los sectores productivos autóctonos) más que cohesionar socialmente a la ciudadanía le está alejando de los ideales fundacionales de la UE.

Alexandre del Valle hace un ensayo prospectivo sobre el futuro de la Unión Europea: ““De la Hungría “antiliberal” a las negociaciones del Brexit, de las sanciones contra Italia (cuestión del déficit presupuestario) a las condenas a Polonia (justicia-democracia), del “pacto sobre la inmigración” rechazado por varios países europeos. valores identitarios de las naciones europeas, la Unión Europea está cada vez más desconectada de las preocupaciones de los pueblos y cada vez más en contradicción con los intereses de las naciones celosas de su soberanía. Se percibe cada vez más no como el defensor de la civilización cristiano-occidental sino como un laboratorio de un proyecto globalista de aculturación hostil a las naciones y pueblos soberanos llamados progresivamente a fusionarse en un “imperio normativo” (Marie-France Garaut) sin identidad, por lo tanto donde el derecho y los derechos humanos sustituirían la identidad de conformidad con la idea de “patriotismo jurídico-constitucional” de la filosofía posmarxista de Jurgen Habermas, referente supremo de la Comisión Europea (27).

Convendría que apareciera un supranacionalismo europeo alternativo al modelo fallido que actualmente dirige la Unión Europea, en buena parte porque las sociedades abiertas europeas deben hacer frente a la presión de los modelos totalitarios que exportan Rusia, China, los estados integristas islámicos. Desgraciadamente, no será inmediato, pero el nacionalismo catalán deberá estar a la hora de la Europa de los pueblos, si antes sale de la falsa ruta del postnacionalismo y todos sus derivados (antirracismo, anticolonialismo, retrología histórica anti-occidental ) y evita todo tipo de connivencia con las maniobras rusas y chinas contra Europa. De momento, Cataluña es el parque temático del ‘wokismo’ convertido en ideología oficial del último Govern de la Generalitat presidido por Pere Aragonès e integrado exclusivamente por miembros de ERC.

Uno de los fenómenos sorprendentes -por el aparente éxito fulgurante que esa corriente de pensamiento ha alcanzado en el mundo académico, mediático y político eurooccidental- es el denominado ‘wokismo’ (acogido acríticamente entre nuestro progresismo abstracto, siempre dispuesto a sumarse a cualquier propuesta menos a la defensa de la catalanidad). Pierre Valentin acaba de publicar un ensayo donde incluye esta definición: “El wokismo es una ideología que percibe a las sociedades occidentales como gobernadas fundamentalmente por estructuras de poder, jerarquías de dominación, sistemas de opresión que tienen el objetivo, o al menos el efecto, de inferiorizar al Otro, es decir, la figura de la minoría en la sociedad. todas sus formas (sexuales, religiosas, étnicas, etc.), por medios a menudo invisibles. El ‘woke’ es aquel que está despierto a esta dañina realidad y que tiene como misión concienciar a los demás” (28).

Librepensadores como Evelyne Gougenheim (29) o Shmuel Trigano (30) han criticado sus fundamentos. Entre los intelectuales catalanes, Xavier Diez (31) es de los que más lúcidamente ha denunciado su aceptación banal en Cataluña. El wokismo es incompatible con el nacionalismo porque en lugar de tejer los lazos que cohesionan a una comunidad nacional los deshilacha en colectivos (auto)marginados de todo proyecto compartido. Se ataca la noción misma de identidad nacional para sustituirla por un conglomerado de comunidades vinculadas sólo por una ciudadanía abstracta.

El anticatalanismo pseudoliberal y el cosmopolitismo apátrida tienen en común la animadversión manifiesta hacia todo proyecto de construcción social basado en la catalanidad han abrazado el wokismo blandiendo un deslumbramiento por las identidades difundidas basadas en el intercambio permanente y la creación de realidades virtuales. Nuestra izquierda independentista se ha injertado inconscientemente de este tipo de planteamientos y se declara abiertamente contra-identitaria, cuando la conciencia de identidad es el componente esencial de la libertad nacional con la catalanidad como elemento cohesionador

Natán Sharansky, que fue uno de los referentes de la disidencia judía en la Rusia soviética escribió hace ya varios años que la gran victoria del Mundo Libre conseguida en la Guerra Fría había dado paso a un período que daba toda la impresión que éste «quería desarmarse del arma más poderosa de su arsenal: la propia libertad». Su libro “The case for Democracy” (2004), era un llamamiento a todos los líderes políticos democráticos para que se dieran cuenta y apreciaran el poder de la libertad. Posteriormente amplió ese parecer: “Mientras el Mundo Libre tiene a su alcance una capacidad superior para movilizar el talento y las aptitudes de los ciudadanos, de todo lo que resultan unos recursos materiales muy superiores, el enemigo es poseedor de una voluntad ferrea. La voluntad del enemigo es fuerte, porque su identidad es fuerte. Nosotros debemos combatir la fuerza de su propósito con la fortaleza de nuestras propias identidades. La gran mayoría de los pueblos de Occidente no asocian la identidad como amiga de la libertad. Al contrario, un número creciente de intelectuales y personajes públicos consideran la identidad como una antagonista de la libertad, como una fuente de conflictos y de amenaza para la paz.

Las identidades robustas no sólo son de importancia primordial para los individuos que pretenden llevar una vida con propósitos, sino también son esenciales por la capacidad de toda nación democrática de defender sus preciadas libertades. Lejos de ser enemigas, la libertad y la identidad son aliados firmes y ferreos en la lucha contra el mal.

Europa ha perdido la confianza en la propia identidad, en parte como reacción a su propia historia de guerra y colonialismo. La voluntad de repudiar y desechar su historia ha dado luz a una visión de una democracia pura, liberada de vínculos particulares que se consideran el latido primigenio y primordial del conflicto y de la guerra. Por otro lado, la enorme afluencia de inmigrantes se ha convertido en la fuerza de trabajo de una Europa envejecida. Sin embargo, esta inmigración tiene una fuerte identidad, ya sea nacional, étnica y, cada vez más, religiosa. Los valores de estas identidades parecen ajenos, incluso incompatibles, con las tradiciones democráticas europeas. El choque entre estas identidades fuertes y la democracia pura, que señorea en determinadas corrientes intelectuales y que priva de raíces a los valores europeos, ha abierto un conflicto amargo en el alma europea y la destruye: una parte de Europa se adelanta por una democracia sin arraigo identitario y la otra parte se adelanta por una identidad sin democracia. El conflicto entre democracia e identidad se extiende a Europa.

Este malquerer europeo entre democracia e identidad es desacertado por completo y temerario en grado extremo. La identidad sin democracia es totalitarismo; la democracia sin identidad se autotraiciona, se convierte en porcelana y se marchita. En lugar de ser implacables oponentes, la democracia y la identidad se exigen mutuamente.

El rechazo a la identidad del mundo democrático tiene una larga historia. El sueño es viejo: superación de las diferencias entre las personas; eliminación de todo tipo de fronteras; franqueo de todo tipo de divisiones que se consideran como la semilla de todo conflicto y de toda guerra… A pesar de tratarse de un sueño envejecido, ha reavivado con vitalidad y con empuje.

La identidad como causa de hostilidad entre los pueblos ha sufrido dos grandes ataques ideológicos. El primero es sin duda el marxismo que data de mediados del siglo XIX. El segundo asalto ideológico contra la identidad proviene de la retahíla «post», post-identidad, post-nacionalismo, post-modernismo, con la adenda del multiculturalismo. Este asalto surgió como reacción en las dos guerras mundiales de la primera mitad del siglo XX.

Los dos movimientos anti-identitarios, a pesar de ser muy diferentes y pueden llegar a parecer casi opuestos en muchos aspectos de sus principios doctrinarios, convergen en el ataque contra la identidad. La oferta del marxismo es la de una concepción universal absolutista de su doctrina política vinculada al logro de un objetivo específico que es la de una sociedad sin clases. De lo contrario, la retahíla de la post-identidad transita por encima de una profunda doctrina relativista. El marxismo es político; la post-identidad es cultural” (32).

Es necesario recuperar el vínculo entre identidad, nación y libertad. La nación es esencialmente el resultado de un proceso histórico que va amasando la mentalidad singular que crea un sistema jurídico y una lengua propia sobre las que se construyen las identidades respectivas de los grupos humanos que logran la conciencia colectiva de sentirse pueblo. No es por casualidad que un historiador eminente como Josep Fontana, pero nada vinculado al independentismo, dejó escrito un magnífico trabajo titulado precisamente “La formación de una identidad. Una historia de Cataluña” (Eumo, 2014). Las naciones son, pues, realidades anteriores y subyacentes, siendo el nacionalismo la proyección de esa voluntad respecto del poder político, ya sea para conseguir la soberanía estatal, o mantenerla, ya sea por expandirla sobre otros pueblos.

Los nacionalismos modernos surgen a partir de la revolución inglesa del siglo XVII y la francesa del XVIII, expandiendo sus respectivos modelos en todo el mundo en los siglos posteriores. El Estado se convierte en el centro sobre el que pivotan los distintos nacionalismos que van emergiendo (cívico, cultural, étnico…) según las condiciones de cada pueblo. Por eso el nacionalismo es una ideología de Estado, del inexistente y reivindicado o del existente e impuesto, por eso se puede diferenciar el nacionalismo de liberación del de dominación.

La categoría nacionalismo de liberación va más allá de los denominados movimientos de liberación nacional que durante la segunda mitad del siglo XX vinculaban ese objetivo a la consecución de un Estado socialista. En el primer tercio del siglo XXI, esta denominación puede englobar a todos los pueblos que luchan por remover las condiciones de dominación a las que están sometidos, ya sea por procedimientos democráticos en el mundo occidental, ya sea mediante la lucha armada cuando se trata de sobrevivir a estados totalitarios, como es el caso de los baluchis contra Irán o de los kurdos contra Turquía.

El nacionalismo catalán debe repensarse partiendo de la base de que los nacionalismos identitarios pueden ser también liberales y hacer suyos los derechos humanos universales. Nuestro pueblo es, seguramente en estos momentos, el menos nacionalista de Europa, ya sea por enajenación o por convicción, pero no puede escapar a la realidad de todo conflicto nacional donde siempre hay una pugna ineludible entre dos naciones, la nación emergente y la dominante, que reúnen bloques sociales con intereses contrapuestos, el mantenimiento de la dominación o la liberación.

El tronco del patriotismo republicano como sistema de valores que habían caracterizado históricamente desde el siglo XIX el catalanismo da como resultado la actual falta de la conciencia y la voluntad necesarias para dar la vuelta a la aversión hacia la catalanidad y a todos los referentes que la representan -la lengua en primer lugar- en nombre de un multiculturalismo que encubre la claudicación de un verdadero proyecto de reconstrucción nacional catalán. Resulta desgarrador que fuera precisamente ERC, y después el resto de partidos y entidades soberanistas, quien encabezara precisamente al comienzo de dicho “proceso independentista” la banalización de la lengua como seña de identidad y la asunción del bilingüismo, con los efectos nefastos que esas actitudes han tenido. Parece como si el compromiso adquirido con la causa de la independencia y demostrado en el referéndum de autodeterminación del Primero de Octubre de 2017 les resultase fastidioso y en vez de analizar la situación de una manera abierta y honesta ponen en circulación la canción de que no volveremos a hacerlo, que el Estado español es demasiado fuerte y que es necesario negociar la desactivación del conflicto a pesar de la represión persistente.

Además de los cambios en la hegemonía ideológica, ha habido también cambios sustanciales en la composición sociológica de los habitantes de Cataluña. El psiquiatra Delfí Abella escribió en 1961 un breve ensayo titulado «Nuestro carácter», hoy no podría realizarse un estudio de estas características, que partía de una base poblacional mayoritaria culturalmente homogénea porque la composición identitaria de Cataluña ha cambiado esencialmente. En el territorio históricamente catalanoparlante conviven actualmente, a raíz de sucesivas oleadas de inmigración masiva, en relación desigual, además de la población con conciencia nacional catalana, colectivos que se autodefinen exclusivamente como nacionales españoles, ciudadanos de los diferentes estados de la UE y grupos de extracomunitarios con identidades diferenciadas e incluso formas de civilización diversa.

Ante esta realidad se ha convenido una fórmula políticamente correcta de circunstancias: «Es catalán quien vive y trabaja en Cataluña». Esta definición hace referencia a que todos deben tener los mismos derechos ciudadanos, pero no es válida desde el punto de vista que el vínculo de pertenencia a un pueblo es de carácter sociológico-afectivo. Por tanto, cuando en el espacio catalán se pide el reconocimiento de la multiculturalidad no se puede pasar por alto el paso previo del reconocimiento del pueblo catalán como sujeto colectivo para hacer compatible nuestro derecho de autodeterminación con el ejercicio de derechos políticos de ciudadanos españoles, comunitarios y extracomunitarios. Siguiendo este criterio, el pueblo catalán estaría integrado hoy por un número a día de hoy indeterminado de personas que tienen en común un conjunto variable y evolutivo de elementos de identidad compartidos (lengua, tradiciones, unos valores específicos en el mundo del trabajo y de la cultura…) y que reivindican la condición y el reconocimiento de nación.

A partir de ese fundamento se puede construir el proyecto de estado-nación del pueblo catalán, el único titular del derecho de autodeterminación en el ejercicio del cual deben poder participar todos los ciudadanos residentes legalmente en Cataluña. Sin embargo, este derecho no puede ser alegado por otras minorías nacionales que se han establecido, sí por los otros componentes de la comunidad nacional catalanoparlante que se quieran incorporar. Esto comporta políticamente otorgar la prioridad al eje del conflicto nacional Cataluña/España, ya que incorpora el eje social más efectivamente que el abstracto del eje derecho/izquierda. En nuestro desdichado país, la estulticia progresista se abalanza contra una noción que abomina: la concepción de la liberación nacional como un proyecto interclasista e ideológicamente plural que prioriza la supervivencia de la identidad catalana por delante de las pretensiones particulares de los partidos que se dicen independentistas. El binomio independencia y socialismo ya no es creíble, pero se persiste en rechazar el patriotismo catalán que no se autoidentifica de izquierda, como si ser liberal, conservador, tradicionalista, republicano o simplemente demócrata no fuera suficientemente mérito para contribuir a la causa nacional catalana.

NOTAS

(1) Abel Río, “El proceso simulado”, El Tiempo, 29 de noviembre de 2022.
(2) Josep Lluís Carod-Rovira, describió las energías latantes que emergieron en los momentos culminantes del proceso en el artículo “Homenaje a Cataluña”, Nació Digital, 4 de otubre de 2017. “ Pero lo que pasa estos días, en Cataluña, supera todas las mejores muestras de patriotismo popular, democrático y pacífico que se hayan producido en muchas, muchas décadas, en todo el mundo . No ocurre muy a menudo que alguien esté orgulloso de su país, de su gente, de su presidente, de su gobierno y de tantos y tantos alcaldes, todos a la vez. Tenemos un pueblo movilizado, con las ideas claras y unos objetivos que nadie engañan. Un pueblo que quiere ser independiente y que ha demostrado una capacidad de organización sin precedentes históricos.”
(3) Jaume Renyer Alimbau, “La extraña desfiesta”, apunte en el bloque “Por la izquierda de la libertad”, 14 de agosto de 2021.
(4) Pau Bossacoma y Busquets , “Justicia y legalidad de la secesión. Una teoría de la autodeterminación nacional desde Cataluña”, Instituto de Estudios Autonómicos, Barcelona, 2015.
(5) “Internacionalización de la consulta y del proceso de autodeterminación”, Informe número 4 del Consejo Asesor para la Transición Nacional, 20 de febrero de 2013.
(6) Jaume Renyer Alimbau, “Las raíces totalitarias del progresismo catalán contemporáneo, apunto en el blog “Por la izquierda de la libertad”, 23 junio 2011.
(7) Las ponencias presentadas en el coloquio celebrado en la Universidad de París-Sorbonne, el 7 de enero de 2022 con el lema, « Aprendido la deconstrucción : reconstruire las sciences et la culture », organizado por el Collège de Philosophie le soutien du Comité Laicidad République), han sido publicadas por la editorial Odile Jacob (2023) con el título, “Aprendido la deconstrucción. La Université au desafie idéologías”.
(8) Joan Ramon Resina, “El postnacionalismo en el maoa global”, Ángulo Editorial y Centro de Estudios de Temas Contemporáneos, Barcelona, 2005.
(9) Josep Lluís Carod-Rovira, “Postnacionalismo”, Nación Digital, 27 de noviembre de 2014.
(10) Joan Manuel Tresserras y Enric Marín, ‘ Apertura republicana ‘ (Pòrtic, 2019),
(11) Bernat Tresserras, “Mundo postnacional u oportunidad para econstruir identidades”, Racó Català, 7 de agosto de 2023.
(12) Galia Ackerman y Stéphane Courtois, “Le libre noir de Vladimir Poutine”, Éditions Robert Laffont, 2023.
(13) Olivier Weber, “Naissance de una nación européenne”, Éditions de Aube, 2022.
(14) Yascha Mounk, “Le peuple peuple contra la democratie”, Éditions de L’Observatoire, 2018.
(15) Yoram Hazony, “The Virtue of Nationalism”, Basic Books, 2018.
(16) Pierre-André Taguieff, “La revanche du nationalisme”, Prisas Universitarias de France, 2015.
(17) Daniel Pipes, Europe’s Civilizationist Parties. Don’t shun the populists of Europe; work with and learn from them, Middle East Forum, noviembre de 2018
(18) Edwy Plenel, “Appel à la vigilance. Face en el extremo droite”, Éditions La Decouverte, 2023.
(19) Caroline Galácteros, Le Figaro, 2 de noviembre de 2018.
(20) Jacques Julliard: “¿Qué está el islamo-gauchismo?”, Le Figaro, 27 de agosto de 2016.
(21) Jaume Renyer Alimbau, “El neofeminismo antisemita, ignominioso componente del wokismo”, apunto en el blog “Por la izquierda de la libertad”, 25 de diciembre de 2023.
(22) Pierre-André Taguieff, “De la islamización palestinista al complotismo antisionista”, ResilienceTV, 16 de octubre de 2016.
(23) Pierre-André Taguieff: “Las trois sources del islamo-palestinismo yihadista (Haj Amin al-Husseini, Hassan al-Banna, Sayyid Qutb) et le masacre du 7 octobre”, Tribune Juive, 12 de abril del 2024.
(24) Yascha Mounk: “Deep Roots of the Left’s Deafening Silence on Hamas”, Persuasion, 16 de octubre de 2023.
(25) “Le Frérisme et ses réseaux”, Florence Bergeaud-Blackler, (Odile Jacob, París, 2023).
(26) Gilles Kepel: “Le “Sur global” est une grande imposture ideologico te une aberration géopolitique”, Le Figaro, 5 de abril de 2024.
(27) Alexandre del Valle: “Le modéle post-démocratique europeo o el triunfo del empire normativo y alterliberal que está deveniendo la Unión Europea”, Atlantico, 23 de noviembre de 2018.
(28) Pierre Valentin, “Comprender la Révolution Woke”, (Gallimard, 2023), página 25.
(29) Evelyne Gougenheim: “Wokismo, islamismo et les juifs”, Jewish Forum, 7 de febrero de 2022.
(30) Shmuel Trigano , “La nouvelle idéologie dominante. Le post-modernismo”, Éditions Hermann, París, 2012.
(31) Xavier Diez, “Tripartito 2.0”, Espejo, 27 de febrero de 2024.
(32) Natan Sharansky, “Defending Identity. Its Indispensable Role in Protecting Democracy”, Public Affairs, (2008), traducción de Ignasi Carnicer Barrufet.