Queda demostrado, a mi modo de ver, que Catalunya y España siguen formando, políticamente, una unidad dialéctica. Catalunya tiene un espacio político nacional perfectamente definido después de más de ciento y pico años de brega. Un espacio político propio, con la sociedad catalana conectada a lo que ocurre en el resto de España. Mientras la enfermera Teresa Romero luchaba entre la vida y la muerte en el hospital Carlos III de Madrid, en los tablones de anuncios del Hospital Germans Trias de Badalona (Barcelona) había un cartel que decía: “Tots som Teresa”. Poco importaba que los dos sistemas sanitarios fuesen orgánicamente independientes. La mayoría de la sociedad catalana no ha desconectado de España, contrariamente a lo que opinan algunos intelectuales del soberanismo, pero se ha alejado de la jerarquía española. No hay una clara mayoría independentista en Catalunya –de una independencia entendida como separación radical-, pero está cuajando una mayoría claramente favorable a un marco político soberano. Una autonomía fuerte y verdadera. Más capacidad de decisión en el interior del complejo entramado que hot forman las viejas soberanías nacionales y la potente superestructura europea.
El autonomismo del 78-80 mengua con la actual crisis y en muchos lugares de España ello no causa una intensa preocupación, siempre que el retroceso sea igual para todos. Una mayoría de catalanes se opone a este retroceso e identifica más soberanía con mejora social. La causa nacional catalana ha desplazado su eje hacia la izquierda. Esta es una de las novedades de estos últimos cinco años. Quienes siguen observando Catalunya con la mirada de los años setenta, hoy convertida en tópico –un lugar de botiguers nacionalistas y obreros socialistas- no logran entender lo que está pasando. No es fácil explicarlo. Catalunya es como la pasta de hojaldre: tiene muchas capas superpuestas. Es con toda seguridad una de las sociedades más complejas de la península. En estas 73 crónicas he intentado explicar alguna cosa al respecto.
En Barcelona, en Madrid, en Valencia, en Sevilla, en Bilbao, en Santiago y en todos los demás rincones de España hay en estos momentos un nuevo despertar del interés por la política, a la vez que se habla mal, muy mal, de la política. Es un despertar doloroso y bastante caótico después de casi veinte años de confianza en un bienestar material hipnotizante, que para mucha gente fue un auténtico baño hedonista. La política vuelve y su regreso atropella. Para mí esta es una de las principales lecciones del 11-9-11, una secuencia que comenzó con los preparativos de una gran manifestación y que acaba en los juzgados, como no podía ser de otra manera en la España de la Brigada Aranzadi.
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