Más tarde puso un circo, claro, el “Wild West Show”, que cuando reventó la caja en su país, se lo llevó a la vieja Europa en una gira que actuó ante la Reina Victoria y el rey de Sajonia, ante el millonario Rothschild y el Káiser Guillermo.
Después de llenar en la Exposición Universal de París de 1889, en donde les fue a ver el Shah de Persia y el príncipe Rolando Bonaparte, se fueron a Barcelona, en donde todo salió al revés. Era improbable que un espectáculo con animales en el que al final no se matara a un toro tuviese predicamento en España y la parada fue un desastre desde el principio.
En el puerto de Barcelona, Búfalo Bill, al ver la estatua de Colón, les dijo a los periodistas que estaba orgulloso de representar su circo en el puerto desde el que partió el Almirante, y los periodistas se murieron de risa. Esta vez no hubo marquesas en el público sino un ejército de menesterosos que acudían a las tiendas de los indios mendigando comida y llevando consigo la viruela.
A pesar de que rebajaron el precio de las entradas a la mitad, las sillas se quedaban vacías y toda la compañía se puso enferma. La navidad de 1889 murieron tres peones de viruela, diez sioux de gripe y el jefe de pista Frank Richmond. Sanidad les puso un mes de cuarentena y cuando la cumplieron pusieron un mar de por medio y se fueron con los bártulos a Italia, en donde actuaron para el Papa León XIII en el Coliseo de Ben-Hur.
Los diez sioux feroces, los que vencieron a Custer pero sucumbieron a la miseria española, fueron enterrados en el cementerio de Montjuic, a cuyas faldas se levanta el Poble Sec de Silver Kane, camino del puerto y del barrio del Raval.
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