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jordimartifont

4 d'abril de 2020
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#llibrenegre 1899, “Catalanisme i socialisme”, article de Jaume Brossa a ‘La Revista Blanca’

1 de desembre de 1899, Jaume Brossa, article a La Revista Blanca

Catalanismo y socialismo

Es innegable que el ambiente está saturado de catalanismo y que el odio al poder central, a la política madrileña, a la mentira triunfante en todos los organismos, ha venido a fortalecer el movimiento antes puramente sentimental del regionalismo. Hasta ahora, el catalanismo había consistido en algo así como un partido de estufa, que no podía sufrir contacto con la realidad ambiente, y si por fin ha salido al aire libre, débese, en parte, a los desplantes patrioteros de Romeros y del inconmensurable Imparcial.

Sí; los catalanistas deben estar profundamente agradecidos a los catalanófobos de Madrid, así como lo han de estar a Dewey y Sampson, quienes, en el terreno de la acción, que es el más importante en estos tiempos de excesiva cordura, han hecho más por Cataluña que cualquier segador platónico.

El catalanismo, ideológicamente, es subversivo, pero en la práctica, es el partido menos revolucionario que hay en España. Si el catalanismo hubiese tenido sólo una pequeña parte del instinto revolucionario del carlismo, hubiera dado serios disgustos al poder central.

Mientras existiera en auge algún partido español, el catalanismo no podía tener vitalidad política, pues los catalanes españolistas habían de ser el principal obstáculo a una política esencialmente catalana.

Afortunadamente para los catalanistas, todos los partidos españoles han fracasado, y habiendo coincidido este fracaso con el de la nación en la reciente contienda, de ahí que la gente reflexiva comprenda que la regeneración de España no puede ser llevada a cabo por ningún partido político de los que ahora existen. Este factor es el que da fuerza al actual regionalismo económico, siendo lógico y natural que un país metalizado como Cataluña, sólo hubiera de manifestarse compactamente y con vigor en la defensa del Libro de Caja.

Del regionalismo de flors i violes de los certámenes literarios, se ha pasado bruscamente al regionalismo del tancament de caixes. Indudablemente esto es hacer política catalana, pero política fragmentaria al fin.

Actualmente esta política, esencialmente catalana, tiene gran valor, por dos conceptos, el aunar los esfuerzos de todos los catalanes hacia el ideal autonomista, y segundo, porque protestando contra la malversación y la inmoralidad administrativa, se va en camino de sanear los actuales organismos oficiales. Pero ahondando algo más, es decir, huyendo de la superficialidad de los números, se puede decir que, después de obtenidas esas reformas positivas, Cataluña permanecerá tan española, tan atrasada y tan salvaje como antes.

Un país no se regenera solamente con la nivelación de presupuestos, no con conciertos económicos, sino con una constante labor para elevar la cultura individual, y constante esfuerzo para hacer asequibles a todas las clases los mayores e intensos goces de la vida toda.

Para la personalidad intelectual de Cataluña, tiene mayor transcendencia la autonomía universitaria que las demás reformas pedidas por los catalanistas oportunistas.
Mientras no se reforme totalmente la enseñanza, no hay que creer en la regeneración de Cataluña.

Se ha de suprimir la libertad de enseñanza, si se quiere que desaparezca la educación confesional jesuítica, que es la causa primordial de nuestro atraso. De los beneficions de la supuesta libertad de enseñanza, sólo se han aprovechado las órdenes religiosas, haciendo que en España el medievalismo triunfara en todas las fases de la vida social.

En este punto, los catalanistas históricos son tan nefastos como los demás reaccionarios españoles, pues no han hecho nada para contrarrestar el triunfo del poder eclesiástico. Muy al contrario, el catalanismo oportunista es feudatario del clericalismo, y por este motivo los catalanistas arqueológicos tendrán siempre en frente a los que posponen toda reforma económica a los derechos del hombre. ¿Qué ha de importarle al catalán moderno que Cataluña sea autónoma si él no puede serlo? ¿Qué vale un home rule cualquiera, si la conciencia está aprisionada, si se han de perseguir aún los delitos de opinión?

El patriotismo no ha de ser absoluto e incondicional, pues lo absoluto no existe. El catalán moderno quiere, ante todo, libertad, derecho al examen y a la crítica, a la investigación; pues sólo con la investigación se podrá superiorizar nuestro intelecto.

Mientras Cataluña no busque su autonomía fuera de los moldes históricos, no es posible que alcance el triunfo de sus aspiraciones. O será moderna o no existirá, es decir, seguirá atada al enfermo de accidente.

Para modernizarla se han de racionalizar todas las fases de la vida social, siendo una de las principales la emancipación de la tutela religiosa.

Cataluña autónoma ha de hacer soberanos esfuerzos para obtener la separación de la Iglesia y del Estado, así como para salvarse del peligro militarista que está corrompiendo a las naciones europeas.

En este sentido, ¿han hecho algo los catalanistas? La contestación nos la da la conducta de la Barcelona catalanista enfrente del proceso de Montjuïc. Los que protestan de los procedimientos contra los contribuyentes, son los mismos que apoyaron al gobierno en aquella infame represión del anarquismo, olvidando que para que un país pueda considerarse completamente autónomo, ha de dejar sentar como principio emanente de la soberanía, la imposibilidad de atropellar el habeas corpus. En un país verdaderamente libre, la autoridad no puede suspender el ejercicio de los derechos individuales.

Como decía Goethe, un país puede considerarse libre cuando en todo momento histórico está dispuesto a defender su libertad.

***

La cuestión catalana en sus relaciones con la lucha por la libertad y la reforma social que nosotros deseamos, presenta un aspecto candente de un valor substantivo e inmediato. Esta es la actitud que los obreros catalanes deben adoptar ante el problema del autonomismo de Cataluña. Tengo la completa seguridad de que la mayoría de los obreros catalanes que piensan, sienten simpatía hacia todo movimiento que tienda a exaltar el principio autonomista, pues conseguida la independencia de Cataluña, la lucha de clases ha de ser después más fácil y con ventaja para el proletariado, quedando entonces descartado el apoyo del ejército español que, en la actual Constitución del Estado, es el matón de que dispone la Cataluña judía y sancho-pancista para la defensa de sus privilegios.

Al objeto de impulsar la revolución económico-social, los obreros deben apoyar a las reivindicaciones autonomistas; pero sin confundirse con los catalanistas, para poner su atención en un ideal más elevado y por encima de exclusivismos de nacionalidad y de clase.

Tal como está planteado el problema regionalista permite prever que estamos en el preludio de un vigoroso cantonalismo económico, más fuerte que el de Alcoi y Cartagena en 1873; pero con esperanzas de llegar felizmente a la realización de su objetivo; pues si los cantonalistas de marras eran unos descamisados, los de ahora llevan camisas de lo más superchic. El movimiento de entonces era idealista y romántico; el de ahora es de un gran materialismo práctico, ante el cual van a sucumbir todos los idealismos quijotescos de la vieja España. El desorden intelectual que entonces reinaba en Cataluña privó de que los federales de Barcelona proclamaran el Estado catalán, cuya circunstancia ante la reacción alfonsina posterior, hizo que esta región no se separara de España. Los viejos federales se arrepintieron de haber obedecido a su jefe Pi i Margall, quien les disuadió de que llevaran a cabo aquella proclamación; y si ahora se repitiera el mismo estado de cosas, los nuevos federales prescindirían de toda influencia ajena a este ambiente. Lo que antes era desunión, ahora es unanimidad, fenómeno que tal vez, desde la guerra de sucesión de 1710 no se ha repetido en la historia política de Cataluña. Hay que tener en cuenta, empero, que así como en la revolución de Septiembre el proletariado catalán no se dejó alucinar por la sirena que explotaba el partido progresista, sino que se identificó con los ideales -aunque vagos e indeterminados- de la Internacional, ahora, ante la próxima descomposición de España, se inhibirá cuando estén en lucha pasiva elementos como los que contienden con motivo de los presupuestos, cuestiones tributarias y descentralización; pero entrarán vigorosamente en la lucha cuando aquellos elementos choquen, para construir un nuevo estado de derecho. Y de esta inhibición inteligente, que tiene sus raíces en la malhadada represión de todo ideal humanitario, fructificada por los gobiernos de la Regencia, instigados cruelmente por una mesocracia estúpida e intelectualmente castrada, no saldrá tampoco, la clase obrera, porque venga un Sanz Escartín cualquiera a descubrir que los privilegios de esa clase son discutibles. El proletariado catalán hará muy bien en permanecer en actitud expectante enfrente de una contienda entre el fisco y la arbitrariedad de una parte, y de la otra, los intereses de contribuyentes, que no tienen otro ideal que el de una administración sin filtraciones; pero si algo gordo le hiciera salir de su retraimiento, sería sólo para ponerse enfrente de la autoridad y sus representantes. Luchando contra este principio, tan arbitrariamente aplicado, los proletarios han de ayudar a todos cuantos elementos trabajen para menoscabarlo.

Así lo han hecho los partidos socialista y libertario ante la cuestión Dreyfus. Sin la fuerza moral e intelectiva que los partidos revolucionarios aportaron a la agitación dreyfusiana, la revisión de este proceso no hubiese tenido lugar, y como la corrupción del Estado Mayor francés no se habría hecho patente, el ejército hubiese continuado gozando de la superstición chauvinista, imbuída en el pueblo, merced a la idea de la revanche.

España es una nación quebrada. En el ánimo de todo el mundo está que la inocente daga florentina de Silvela se convertirá en puntilla para rematar la unidad nacional.
Esta perspectiva ha de ser aplastante para los corazones que son sinceramente patriotas; pero los espíritus que se han hecho superiores a una idea rancia, que es un fuerte obstáculo al progreso y a la justicia, han de ver con gran placer cómo se descompone una nación que ha estado reñida siempre con las ideas madres de la civilización.
El patriotismo es la disciplina pasiva de los humildes; desapareciendo este sentimiento, la levadura para constituir el ejército desaparecerá también.

Concretando este problema a Cataluña, se observa que, siendo el catalanismo el despertar de una patria enfrente de otra superpuesta, los proletarios catalanes no se han de dejar arrastrar a una patriotería sentimental, por cuanto, desde el momento en que el catalanismo es una doctrina esencialmente mesocrática, ellos han de atender en primer término a sus intereses de clase.

Ahora bien; si el triunfo del autonomismo ha de traer la abolición de las quintas, la supresión inmediata de impuestos que, como el de consumos, perjudican más al pobre que al acomodado; el respeto a todos los derechos individuales, siendo inalienable la expresión y expansión de todas las ideas; una política antiproteccionista que permita la entrada de los víveres sin derechos arancelarios; una garantía para los obreros, de que serán respetadas todas sus asociaciones y organizaciones, entonces el proletariado podría aceptar el nuevo estado de derecho como un paréntesis que le permitiera reorganizarse capacitándose para la lucha que, tarde o temprano, ha de sobrevenir.

Si, como todo hace suponer, el triunfo del catalanismo, hubiera de representar la continuación de un estado de fuerza en lugar de la creación de un nuevo estado de derecho, los proletarios deberían trabajar con toda su fuerza por la caída de un régimen que consistiría solamente en moralizar la Administración para subyugar más a las clases populares.

Así está el problema. Bajo este prisma deben verlo también los pensadores catalanes que se preocupan de la cuestión social. Lo notable es que en Cataluña, región tenida por egoísta y considerada generalmente como faltada de espíritu colectivo, haya ahora plétora de organización, de lo que se llama fuerzas vivas, mientras que es descuidada por los que más tendrán que confiar en ella, esto es, los proletarios.

Hay que rehacer el espíritu social en las masas, procurando que no se empleen todas las energías en el cooperatismo, que parece ser lo que actualmente atrae más a las clases obreras de Cataluña.

A la regeneración mesocrática hay que oponer la regeneración proletaria; hay que organizar la dualidad de los trabajadores industriales y los agrícolas; hay que difundir la instrucción, y por encima de todo, hay que combatir la tendencia al integrismo que se observa en los partidos políticos y que en los socialistas produciría peores daños.

Nos hallamos en vísperas de honda transformación política, y si los hechos no se producen bajo una orientación social determinada, será debido a la falta de preparación del proletariado.

Advertido éste, es como puede esperar ventajosamente el resultado de los acontecimientos y como ocupar el puesto que indisputablemente le corresponde en el nuevo estado de derecho.

La Revista Blanca, any II, 1 de desembre de 1899, Barcelona, pàgines de 284 a 288.

Jaume Brossa, modernisme anarquista

Jaume Brossa i Roger (1875-1919) entrà el setembre de 1892 a la redacció de L’Avenç i en un any esdevingué el seu redactor més influent i destacat, al costat d’Alexandre Cortada. D’ell, Xosé Aviñoa en diu que era «d’ideologia anarquista intel·lectualitzada, partidari de Nietzsche, Ibsen, nacionalista radical que veia en Wagner un risc de despersonalització». Junt amb Pere Coromines és qui més seguí els camins d’apropament al moviment anarquista que les seves postures estètiques modernistes apuntaven a l’hora de rebutjar un món decadent que ells, com a joves creadors, somiaven afonar per tal que n’emergís un altre basat en els principis universals de la igualtat, la llibertat i la solidaritat, el futur com a objectiu i l’art com a motor, en definitiva la regeneració de la societat on vivien de dalt a baix. Brossa ho defensava des de les pàgines de L’Avenç, la revista modernista que insistia en la renovació absoluta de la cultura catalana mirant cap a l’Europa més avançada del moment i deixant enrere l’Edat Mitjana mitificada per la Renaixença. Al costat de Coromines, Brossa escrivia a Ciencia Social i La Revista Blanca, en la qual va ser publicat l’article Catalanismo y socialismo reproduït aquí. En aquest article, Brossa, després de constatar el pas del catalanisme de les «flors i violes» a l’interès per les reivindicacions econòmiques, expressa la necessitat de fer fora l’Església, sobretot els jesuïtes, del control de l’ensenyament i demana que la llibertat, aconseguida a partir de la crítica i l’autocrítica, esdevingui el centre d’interès del catalanisme: «El patriotismo no ha de ser absoluto e incondicional, pues lo absoluto no existe. El catalán moderno quiere, ante todo, libertad, derecho al examen y a la crítica, a la investigación; pues sólo con la investigación se podrá superiorizar nuestro intelecto.» Segons ell, Catalunya ha de deixar enrere els motlles històrics i ha de situar-se a l’avançada: «O será moderna o no existirá, es decir, seguirá atada al enfermo de accidente.» Si el catalanisme segueix aquesta camí, Brossa diu que té «la completa seguridad de que la mayoría de los obreros catalanes que piensan, sienten simpatía hacia todo movimiento que tienda a exaltar el principio autonomista, pues conseguida la independencia de Cataluña, la lucha de clases ha de ser después más fácil y con ventaja para el proletariado.»

(Valentí, 1973; Aviñoa, 1983: 83; Castellanos, 1988; Brossa, 1985; Soler, 2009)

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