LA LECCIÓN DE LA VISITA DEL PAPA

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(RAMÓN COTARELO, 08/11/10, Insurgente)
La visita de Benedicto XVI encierra una interesante lección para la izquierda. La de que no hay que dejarse llevar por los prejuicios. Partiendo de la idea generalmente admitida de que los españoles son católicos prácticamente todos y con la experiencia a cuestas de que, do quiera que vaya un Papa, allí se amontonan sus seguidores a cientos de miles, se dio por supuesto que la gente acudiría en riadas, en tromba a ver a éste, a escucharlo, a aplaudirlo a su paso en el papamóvil, a asistir a su misa. …

 

 Los datos de las encuestas debieran obligar a matizar tanta seguridad. Sin duda un 75 por ciento más o menos de los españoles se dice católico. Hay un bravo y nada desdeñable 18 por ciento que dice no ser creyente o ser ateo. Pero es que, de aquel 70 por ciento, algo así como un 56 por ciento dice no ser practicante. Un católico no practicante es un ser tan extraño como un unicornio porque, ¿cómo se va a ser católico si no se practica cuando la práctica es sacramental e inherente a la condición de católico? Quizá España no sea tan católica como todo el mundo asume. El embajador español ante la Santa Sede, el socialista Francisco Vázquez, hombre que parece un sacerdote seglar y seguramente aspira a la santidad, combate esta idea y dice que un domingo cualquiera hay en España entre dos y tres millones de personas en oficios divinos; mucho más de lo que reúne una competición deportiva. Es posible pero también lo es que “dos o tres millones” representan en torno a un 5,5 por ciento de la población lo que no parece una cifra lucida para una confesión que se dice católica, o sea universal.

Y efectivamente, así es. Eso del catolicismo esencial de los españoles es un camelo. La visita del Papa no ha levantado la asistencia que se esperaba ni de lejos. En Santiago se hablaba de 200.000 asistentes y se habían preparado 200 autobuses. Al final fueron unas cuantas decenas de miles y 50 autobuses. La visita de Benedicto a la ciudad del Apóstol lo fue a una sociedad acorazada por unas medidas de seguridad exageradas y semivacía. Los gallegos no esperaban a Benedicto. Los periódicos se hicieron en seguida cargo de este pinchazo en las expectativas. La televisión, al menos la TV1, lo omitió por entero y ofreció un reportaje al final de la visita en la que no se reflejó el hecho de que tampoco en Barcelona asistió la masa que se esperaba. Se había hablado de 400.000 y, al final se rebajó la cosa a 100.000, contando a los que estaban en las calles por las que pasó el papamóvil que, por cierto, lo hizo a toda velocidad porque las aceras estaban vacías. Según el locutor las prisas del automóvil se debían a que el Papa llegaba tarde a un acto. Un acto que sin él no podía comenzar.

 Es decir, descontados los policías, las autoridades de toda laya, los curas y las monjas así como los prebendados de la Iglesia por sus múltiples conceptos, la afluencia ha dejado mucho que desear. La gente ha pasado del Papa y lo ha hecho de modo espontáneo, coordinándose a través de internet y las redes sociales, porque, que yo sepa, no ha habido campañas organizadas de izquierdas para oponerse a la visita del sucesor de San Pedro. Han sido los ciudadanos por su cuenta, los de las campañas de “Yo no te espero”, los gays y lesbianas, los así llamados “antisistema”, los que se han encargado de demostrar que los españoles no son el rebaño ovino que creen los curas y sus amigos y en buena medida, la izquierda.

Seguramente esta amarga comprobación ha incendiado al orgulloso Ratzinger que venía a España a que la gente se le prosternara humildemente y lo ha puesto a lanzar venablos contra la laicidad “agresiva” de los españoles, contra la permisividad y la licencia de sus costumbres, contra el aborto, los matrimonios homosexuales, la eutanasia y cualquier cosa que huela a libertad, igualdad, justicia y caridad en el sentido original del término. Estaba furioso y puso a temblar a un Gobierno pusilánime que no ha sido capaz de denunciar el Concordato de 1953 ni de abolir los inicuos Acuerdos de 1979, que ha paralizado la Ley de Libertad Religiosa y que sigue financiando a la Iglesia con miles de millones del erario público. Sólo al final y con un hilo de voz se atrevió Zapatero a recordar al sumo sacerdote que el Estado español es aconfesional y, aunque tampoco eso es estrictamente cierto (y la prueba es que los miembros del Gobierno y los Reyes fueron a las misas como feligreses de la parroquia Hispania), bastó para terminar de enfurecer al viejo cascarrabias que se fue dando un portazo y refunfuñando que hay que “reevangelizar” España.

La lección de todo esto es clara: hay que confiar más en la gente que es menos tonta y manipulable de lo que muchos que pecan de soberbia creen. Una creencia falsa que desmoviliza y explica porqué no ha habido campañas coordinadas de la izquierda con esa reacción espontánea de la gente que parece harta de la continua injerencia del clero en la vida cotidiana y de que el jefe de una jerarquía en la que abunda la pederastia venga a decirle lo que tiene que hacer, decir, creer y pensar.

Aquesta entrada s'ha publicat en Sense categoria el 8 de novembre de 2010 per Josep Arasa

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