Cucarella

Toni Cucarella en roba de batalla

5 d'agost de 2006
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9 comentaris

Levante, periòdic de dretes

El periòdic Levante de València és considerat com un mitjà de comunicació diguem-ne "progressista". Almenys això pensa molta gent que el compra i el llegeix, potser la simple raó que li fa la competència a Las Provincias. Però Levante és un periòdic que coneix el rei per la modeda. Si l’ultradretà Sentandreu -o millor dit, els seus empresaris espònsors-, paga la tarifa publicitària eixirà tots els dies en les seues pàgines encara que el seu siga un partit feixista i tota la seua militància càpiga en un autobús del Imserso.

Darrerament, hem vist publicades grans pàgines a tot color pagades per importants empresaris de l’especulació urbanística. Així, no és gens difícil d’entendre que els moviments ciutadans contra la destrucció del territori no hi tinguen gaire presència ni notícies de més d’una columna.

Per si no quedava clara l’adscripció de Levante (capçalera adquirida en subhasta després que van desmantellar l’antiga Prensa del Movimiento) a la dreta ideològica, l’editorial d’avui sobre els fets del Prat transpua el discurs de la dreta més vulgar i reaccionària, tot demanant-hi mà dura contra els treballadors, als quals considera l’editorialista poca cosa més que uns esclaus al servei incontestable de l’amo de torn.

La lletra i la ideologia que impregna aquest editorial la trobaríeu idèntica, paraula per paraula, en quaselvol editorial dels periòdics d’ordre i autoritat del segle XIX, aquell segle en què els treballadors en vaga podien ser cremats dins les seues fàbriques amb total impunitat. Aquesta modernitat de què sovint parlen alguns s’assembla molt a la vella ideologia del "jo sóc l’amo i tu no vals una merda". I aquesta llei la posaven en lletra d’impremta els periòdics al servei d’aquella modernidat i els d’ara.

A l’editorial del Levante només li ha faltat demanar que afusellaren els treballadors com a mesura exemplaritzant per a futurs vaguistes.

Aquest és l’editorial:

Frente a la huelga salvaje, autoridad

Más de cien mil personas en el aeropuerto de Barcelona, y miles más en
los del resto de España y Europa, se vieron afectados, en un día clave
de las vacaciones, por un conflicto inaudito, impropio de un país
moderno. Fueron literalmente utilizadas como rehenes por un grupo de
trabajadores de Iberia para la defensa de sus intereses laborales. Todo
ello, ante la pereza de la Administración y de los responsables de la
compañía aérea para ejercer su autoridad y zanjar el conflicto. Ni en
una república bananera se recuerda espectáculo tan bochornoso.


Los trabajadores de Iberia en El Prat barcelonés se enteraron
en la mañana del viernes, 28 de julio de que Aena, la empresa que
gestiona los aeropuertos españoles, no había renovado a su compañía las
tareas de carga y descarga de equipajes y el transporte de pasajeros
entre aviones, adjudicando dichos trabajos a otro grupo empresarial que
presentó mejor oferta. Los trabajadores, temiendo por sus puestos, se
amotinaron en las pistas. Exigían garantías totales para el
mantenimiento de sus tareas y de sus salarios. Hubo graves actos de
sabotaje deliberados, en los que hasta se dañó el ala de un avión. Los
pasajeros que al inicio de los incidentes estaban embarcados pasaron
más de tres horas atrapados en los aparatos, sin poder retornar a la
terminal. Las decenas de aviones que sobrevolaban el aeropuerto a la
espera de un lugar de aterrizaje supusieron un importante peligro para
la seguridad aérea.


Ha comenzado la búsqueda de los causantes del caos. Los hay,
están claros, deben señalarse y sancionarse, pero un escándalo de
semejantes proporciones no debiera cerrarse ahí. El conflicto tiene
muchas lecturas, más que las de un simple incidente provocado por unos
exaltados. Lo más inquietante es que se repita, en un aeropuerto o en
cualquier otra empresa con problemas laborales cuyos trabajadores
puedan ejercer, por su actividad, una coacción semejante.


Hay líneas que, por muy legítimas que sean las razones que a
cualquier colectivo le asistan, nunca deben traspasarse y actitudes
que, por doloroso e impopular que resulte, es necesario cortar de raíz.
El derecho de huelga, perfectamente legislado, no es ilimitado y tiene
que conciliarse con el de los ciudadanos a recibir un buen servicio
público. Esto, que es una obviedad, no parecen tenerlo claro nuestros
gobernantes. El Gobierno fue débil en su momento con los pilotos al
ceder a sus presiones e intervenir en la solución de un conflicto de
una empresa privada: el que se originó por la intención de Iberia de
crear una compañía de vuelos baratos. De esos polvos vienen estos
lodos. El Gobierno ha vuelto a ser débil, al faltarle autoridad y
reflejos para evitar el caprichoso bloqueo durante doce horas de uno de
los aeropuertos más importantes de Europa.


Los sindicatos deberían reflexionar profundamente. Su actitud
de resistencia, de incitación sistemática, su escasa flexibilidad para
modernizar planteamientos y su disminuida credibilidad entre la clase
obrera desemboca en situaciones que se les escapan de las manos. A los
empleados barceloneses de Iberia, que tienen toda la legitimidad para
pelear por sus puestos de trabajo, la coacción salvaje les priva de
cualquier razón. Pretender, en una sociedad liberal, que una empresa
privada les garantice un salario de por vida es tan absurdo como
delirante. ¿Dónde está el derecho de los empresarios a tener empresas
competitivas? ¿Qué sucedería si todos los empleados de todas las
empresas se pusieran en huelga para garantizar de por vida sus puestos
de trabajo?


Una semana después, resulta descorazonador que la única
preocupación de las compañías aéreas sea demostrar que todo fue una
situación de «fuerza mayor» para evitar así el pago de compensaciones.
El viernes negro y la mala imagen para España ya son inevitables. Si
entonces nadie dio la talla, ahora, en la resolución de la crisis,
tienen la oportunidad de resarcirse. Los verdaderos damnificados no
estaban ni en las pistas ni en los despachos. Estaban secuestrados en
una terminal o en un avión, perdiendo su tiempo, su dinero y su
paciencia, ajenos a la irresponsabilidad de los unos y a la
incompetencia de los otros. No pueden admitir cualquier componenda para
pasar página.

Levante, periòdic

  1. Los sindicatos deberían reflexionar profundamente. Su actitud de resistencia, de incitación sistemática, su escasa flexibilidad para modernizar planteamientos y su disminuida credibilidad entre la clase obrera desemboca en situaciones que se les escapan de las manos.
    Llavors els sindicats per a què serveixen? Per a garantir l’ordre i controlar la situació?

  2. La majoria dels discursos informatius i valoratius del Levante-EMV es corresponen exactament amb l’estratègia de l’Estat Espanyol al País Valencià. I així ens va: fent-nos creure que són "progressistes" uns mitjans que aspiren a la dominació hegemònica de la nostra identitat cultural.

  3. El nom del periòdic ho diu tot.

    Fa molt de temps que no compre cap diari. Els suposats mitjans d’informació només són que mitjans de propaganda al servei de l’oligarquia.
    Esgarrem uns quants fulls:

    Lleveu-li la "publicitat" comercial, lleveu-li els esports que serveixen per atontar els més tontos, lleveu-li els successos i "succeïts" (saber que ha descarrilat un tren a l’Índia, segons ells, es estar ben informat), lleveu-li la propaganda política i l’autobombo… Què us quedarà? No res.

    Avui en dia hi ha coses més addients per a netejar els cristalls, embolicar l’entrepà o netejar-se el cul.

    Una ciutat els diaris de la qual s’anomenen Levante i Las Provincias no pot ser més que una de les colònies més saquejades del món. No compreu diaris, que la propaganda dels amos ja els financia ben bé els cigrons.

    La independència comença pel quiosc.

  4. però algú s’ha pensat que un empresari (i mentre no es demostre el contrari els "amos" de la premsa escrita ho són) pot ser d’esquerres? Mai de la vida… i, si no és així, digueu-me noms.

  5. L’editorialista s’esmussa: «¿Qué sucedería si todos los empleados de todas las empresas se pusieran en huelga para garantizar de por vida sus puestos de trabajo?». Segle XIX, efectivament. 

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