Jaume Renyer

per l'esquerra de la llibertat

14 de maig de 2014
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Rellegint Daniel Vainstub tot reflexionant sobre el seixanta-sisè aniversari de la proclamació de l’Estat d’Israel

Daniel Vainstub, professor d’arqueològia de la Universitat Ben Gurion, el 15 d’abril de l’any passat publicava a Aurora Digital una interessant reflexió sobre l’èxit històric de l’estat hebreu que és encara vàlida tot i els trascendentals esdeveniments d’enguany: l’estancament de les negociacions de pau entre Israel i l’ANP o l’eclosió d’un racisme jueu denunciat per Amos Oz com a equiparable als neonazis que campen arreu d’Europa,per exemple.  O encara més, la condemna a sis anys de presó per suborn de l’antic primer ministre Ehud Olmert, són fets rellevants que afloren en una societat vigorosament democràtica, autocrítica i republicana, que excel·leix en tots els camps de la creativitat i el desenvolupament humà malgrat les circumstàncies adverses que l’envolten.

 

“El Yom Ha’atzmaut (Día de la Independencia) que celebraremos éste año, será diferente de todos los anteriores, e incluso de todos los que vendrán después de él. No por él mismo, sino porque sucederá en un año en el que muy probablemente están aconteciendo transformaciones transcendentales en la historia del pueblo judío. De esas que suceden una vez en miles de años, o una sola vez en la vida de un pueblo. Solo que contrariamente a los cambios distinguibles a simple vista que se nos graban en la memoria por precipitarsenos a través de los medios, como guerras o revoluciones, ésta transformación es una transformación de proceso, de gestación. Por eso no se advierte su devenir. Cómo la madurez de los seres que nos rodean diariamente.

La mayoría del pueblo en su tierra: Muy probablemente en éstos mismos días se está gestando una situación en la cual la mayoría de los judíos del mundo vivirán en Israel. Es imposible determinar el punto exacto en el tiempo en el cual esto ocurrirá, por ser imposible calcular el número exacto de judíos en el mundo; pero aún así, según la mayoría de las opiniones, y tomando todas las medidas de precaución, su número es hoy en día de unos doce millones, de los cuales la mitad o tal vez un poco más, ya habitan en Israel. Hecho para nada minúsculo: la última vez que esto sucedió fué antes de la destrucción de los reinos de Israel en el 721 AEC y de Judá en el 586 AEC, es decir hace más de 2.700 años. Luego, durante las épocas del Segundo Templo, mishnaíta y talmúdica, la mayoría del pueblo judío vivió esparcido en la diáspora.

Aún durante los casi noventa años de vida del estado judío independiente de los Hasmoneos (167 a 63 AEC) la mayoría de las diásporas siguieron vigentes. Verdad, una de las causas de ésta transformación es la asimilación de muchos judíos a los pueblos en cuyo seno habitan y por ende su pérdida de identidad judía. Pero ése proceso sucedió continuamente también desde la destrucción de los dos reinos bíblicos ante mencionados, a veces reducidamente y a veces masivamente cómo después de la represión romana de la Revuelta de Bar-Kojba en el 135 EC. En esto no reside el gran cambio.

De todas maneras, éste año nos encontraremos ante un punto de inflexión histórico imponente: de aquí en adelante una mayoría en aumento continuo del pueblo judío vivirá en su tierra histórica, a vez que una minoría en continua disminución vivirá en la diáspora. Si las tendencias demográficas actuales continuarán, sobre todo las de los índices de natalidad de esos dos grupos, muy probablemente dentro de una década vivirán en la tierra de Israel más de siete millones de judíos, a vez de que en la diáspora habrán menos de cuatro millones, y esto sin considerar posibles grandes olas de alyiá (retorno de judíos a la tierra de Israel, literalmente, “ascenso”).

La mayoría del pueblo habla en su idioma: Como consecuencia de lo descripto, en estos mismos días se está gestando un fenómeno más impresionante todavía. El idioma hebreo, conservado ferreamente en la oración, el estudio, y la escritura, pero que no fue usado para hablar por más de 1.800 años, fué revivido como idioma hablado hace sólo unos cien años, y es hoy el idioma indiscutible de los israelíes. En su mayor parte como idioma madre, y en otros como idioma adquirido, a tiempo que los hijos de éstos últimos que nacen en Israel pasan automáticamente a integrar el primer grupo. No sólo esto, sino que el hebreo pasó a ser segundo idioma de más de un millón de israelíes no-judíos árabeparlantes. Logro para nada pequeño: la última vez que la mayoría de los judíos hablaron en su idioma nacional, fué hace unos 2.700 años, antes de la destrucción de los reinos bíblicos de Israel y Judá; ya que en la época del Segundo Templo, la Mishná y el Talmúd, sólo una minoría hablaba cotidianamente en hebreo.

Los judíos de las diásporas no hablaban hebreo, y aún la mayoría de los judíos en la Tierra de Israel no lo hacían, sino que hablaban principalmente en arameo, y minoritariamente en griego y en hebreo. Ésta nueva situación tiene un aspecto histórico y cultural no menos interesante: el idioma hebreo es el único idioma vivo del mundo originario de la Tierra de Israel, a diferencia p.e. del árabe, originario de la península arábiga, o el arameo, originario de la zona de los actuales países de Siria e Irak. El idioma hebreo posee características territoriales de su tierra natal, que lo hacen “sentirse en casa” en Israel, y “sentirse foráneo” en cualquier otro lugar del planeta. Por ejemplo: es el único idioma del mundo en el cual al decir simplemente “la tierra” (ha’aretz) uno se refiere a la Tierra de Israel, sin necesidad de especificar de que tierra se trata, y sin que importe en que lugar del mundo se lo diga; cuando un judío se traslada a Israel, en hebreo “asciende” a “la tierra” también sin necesidad de especificar “de Israel”, y si se muda al extranjero “desciende” de ésta. Así también tiene vocablos únicos a causa de ésta territorialidad, como “nejár”, literalmente “tierra extranjera”, pero que en realidad significa “todo lugar fuera de la Tierra de Israel” sin importar donde y cuando se pronuncie.

Ahora comienza una nueva era en la cual nuevamente, después de 2.700 años, el idioma hablado de la mayoría de los judíos del mundo es el hebreo, a tiempo de que solo una minoría en continua disminución –los habitantes de la diáspora- no lo usarán como idioma coloquial.  Algo para nada insignificante: el retorno del pueblo y su idioma a su tierra ancestral después de un lapso tan prolongado, no solo que no tiene parangón en la historia de la humanidad, sino que también hace trizas leyes y convenciones históricas y antropológicas, y fija nuevos récords: no hay en el mundo otro grupo étnico cuyos integrantes puedan leer en su idioma sin mayores dificultades textos originales escritos hace más de 2.500 o 3.000 años. Aún pueblos cuyos idiomas no dejaron de usarse jamás durante períodos semejantes, como los chinos y los griegos, a causa de los grandes cambios en sus respectivas lenguas, no disfrutan del privilegio de los israelíes modernos, que pueden regocijarse leyendo un capítulo del libro bíblico de Samuel o Reyes en el original sin necesidad de recurrir a diccionario alguno.

Nuevas esencias y contenido: Otro resultado colateral de la nueva situación, es el retorno a la normalidad de la religión judía, por encontrarse la mayoría de los miembros de ésta fé en la Tierra de Israel, teniendo ésta última un lugar central en el culto de ésa religión. La territorialidad de la religión judía sobresalta no sólo en su contenido, sino en sus expresiones externas, por ejempl, la dirección de los orantes hacia la Tierra de Israel, y dentro de ésta hacia Jerusalem, y dentro de ésta hacia el Monte del Templo. No menos impresionante es el hecho de que millones de judíos a lo largo de generaciones en todas las diásporas entierran a sus muertos con los pies dirigidos a la Tierra de Israel.

 

Pero más allá de éstas muy conocidas expresiones externas, existen en la religión contenidos territoriales de esencia misma, que ahora se encontrarán en un nuevo contexto de realidad. Por ejemplo: hay toda un categoría de preceptos religiosos que el observante está obligado a cumplir, y que se pueden cumplir solo en la Tierra de Israel, razón por la cual hasta ahora la mayoría de los creyentes no podía hacerlo; la plegaria pidiendo a Dios que vuelva a reunir al pueblo judío en su tierra, pronunciada tres veces al día de cara a Jerusalem, se convertirá en irrelevante y tal vez habrá quien proponga derogarla; también se acabarán ilogismos como judíos diseminados por todo el mundo rezando por lluvia o rocío según las condiciones climáticas de la Tierra de Israel, etc., etc.

Todas estas transformaciones suceden a una velocidad tal, que la mayoría de nosotros, ocupados en nuestros quehaceres diarios, las desapercivimos. Como las palabras del salmo 126 “estaremos como soñando”. Como nosotros, al parecer, también muchos de los líderes de la presente generación, lamentablemente, no fueron dotados de la visión profunda y la perspectiva histórica multigeneracional necesarios para observar éstos fenómenos. Pero la historia no tiene tiempo para esperarnos, y corre a un ritmo estremecedor. Resumamos:

Cuando David Ben-Gurion declaró la independencia del Estado de Israel hace 65 años, vivían aquí 600.000 judíos, los cuales eran solo el 5% de los doce millones de judíos que sobrevivieron después del holocausto (en el que fueron asesinados un tercio de los 18 millones existentes antes de él). La inmensa mayoría de estos 600.000 eran inmigrantes recién “ascendidos”, cuyo hebreo era en el mejor de los casos, un segundo idioma adquirido. Sobre su situación económica imposible y el peligro de aniquilamiento a manos de sus vecinos, no es necesario entrar en detalles aquí. Sobre las posibilidades de sobrevivencia que la mayoría de las personas cuerdas y lógicas –judíos y no-judíos- (no) les daban a ese estado naciente de aparentes lunáticos, mejor no hablemos en éste día de fiesta.

Ésto no sucedió hace eras, sino hace solo 65 años y parte de los protagonistas todavía están entre nosotros. No os asombréis si los niños de hoy lograrán ver en sus días un escenario reverso, en el cual el 95% de los judíos del mundo vivirán en la tierra de sus ancestros. ¿Os suena alocado? Si contestais que sí, es eso señal de que el realismo soñador de los pioneros del sionismo, ése que hizo trizas leyes básicas del realismo lógico y terrenal, se os ha desgastado un poco. No dejéis que eso os ocurra.

Y por último, en los últimos años la palabra “sionismo” se ha convertido en el mundo en una palabra repulsiva, odiada e impura. Olas empecinadas de calumnias, odio y difamación lo lograron hacer. Es cierto. Pero en la realidad, en “la prueba del resultado” como se dice en estos lares, objetivamente y sin ninguna intención de propaganda o intento de autoconvencimiento, el sionismo ha triunfado un triunfo total e increíble, muchísimo mas aún de lo que esperaban sus fundadores. Muchísimo mas y mas lejos que cualquier movimiento de liberación nacional de la era moderna.

Feliz Yom Ha’atzmaut. Tenemos lo qué festejar.

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