Jaume Renyer

per l'esquerra de la llibertat

14 de febrer de 2014
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Claude S. Fischer: “Por qué Israel ?”

En aqueix article, publicat originàriament a la Boston Review el proppassat 4 d’aqueix mateix mes (traduït per Galeuscat Israel), el sociòleg nord-americà Claude S. Fischer es pregunta com és que Israel ha arribat a concentrar l’animadversió de la majoria de l’esquerra occidental:

 

Por qué Israel, es decir, ¿por qué boicotear a Israel y no, digamos, a China?, se ha convertido en una cuestión central en las amargas discusiones sobre el Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS). La última pelea siguió a la decisión de la Asociación de Estudios Americanos (ASA) de apoyar un boicot a las instituciones académicas israelíes, su primer y único logro. La cuestión es por qué Israel ha dado lugar al intento de boicotear a los académicos israelíes, las compañías israelíes, el hummus israelí, las compañías estadounidenses que venden a Israel, la música israelí y así sucesivamente .

 

Que occidentales de origen árabe, musulmán o judío estén involucrados (en ambos lados) puede darse por sentado, y muchos tienen profundos compromisos personales. Pero ¿por qué están tan involucrados gran parte de la izquierda estadounidense y europea, quienes no tienen ningún interés personal en el foco de conflicto entre Palestina e Israell? Para que quede claro, la pregunta no busca una justificación, es decir, si los políticos israelíes o los partidarios del boicot y otros críticos tienen el prestigio moral de las posturas que defienden. Lo que me interesa aquí es la explicación : ¿Por qué ha llegado Israel a ocupar gran parte de la atención negativa de la izquierda?

Los principales activistas anti-israelíes de la izquierda no dan la ingenua respuesta de que singularizan a Israel porque Israel es singularmente merecedor de ello. Si la preocupación fuera la opresión política, las muertes de civiles en las guerras o el desplazamiento de los pueblos originarios, ellos mismos reconocen que hay muchos peores delincuentes.

En noviembre pasado, una intérprete de la ONU, después de olvidar que su micrófono estaba encendido, lo expresó de esta manera : “Cuando usted tiene… un total de diez resoluciones sobre Israel y Palestina… C’est un peu trop, no? [¿Resulta un poco excesivo, no?] … Hay mucha más mierda por ahí… pero nadie quiere decir nada sobre esas otras cosas” .

Una respuesta válida de por qué tanta atención sobre Israel es, simplemente, ¿y por qué no Israel? Esa fue, en efecto, la respuesta que dio Curtis Mares, el presidente de la Asociación de Estudios Americanos: “uno tiene que empezar por alguna parte”. Cualesquiera que sea esa otra mucha más mierda sucediendo por ahí, no borra la muerte de varios cientos de civiles en la última guerra de Gaza, la destrucción de los medios de subsistencia de los agricultores palestinos, o las confiscaciones de tierras. Que muchos otros países podrían representar mucho mejor el prototipo de nación paria es, para muchos en gran parte de la izquierda, una cuestión secundaria. Israel está en su agenda en la actualidad. Eso basta, y es una justificación plausible.

Sin embargo, debemos preguntarnos por qué Israel es la primera y, para muchos de ellos, la única nación en la agenda de su indignación moral. Los críticos ofrecen varias respuestas, pero suenan tensas, como racionalizaciones a posteriori.

A menudo se oye alguna variante de esta explicación: Israel gana esta singular condena a causa de su singular privilegio dentro de la política exterior estadounidense. Una versión, también suministrada por el presidente de la Asociación de Estudios Americanos, argumenta que los críticos ponen a Israel en la parte superior de su lista de indignaciones por ser el mayor beneficiario de la ayuda militar de EEUU (bueno, casi, ahora mismo Afganistán es el mayor receptor).

Esta lógica, sin embargo, no se aplica de una forma coherente.

En primer lugar, en los últimos años, la ayuda estadounidense se ha dirigido hacia muchas naciones corrompidas del este de Asia, América Latina, y más recientemente Egipto, Irak y Pakistán, pero esa misma izquierda no ha solicitado, ni lo piensa, en su boicot.

En segundo lugar, la ayuda más grande que los Estados Unidos ofrece no es el dinero, sino la vida de sus militares, hombres y mujeres. Los soldados estadounidenses no han luchado nunca y muerto por Israel, como lo han hecho, entre otros, por Europa en los 40, por Corea del Sur en la década de 1950, por Vietnam del Sur en la década de 1960, por Kuwait en la década de 1990, y por Irak y Afganistán en la década de 2000. Mientras que la izquierdas se opuso a esas guerras, tampoco han sostenido que esa asistencia estadounidense las ha convertido en objetivos de posibles boicots. (A la inversa, la Sudáfrica del apartheid nunca fue un destino favorito de la ayuda americana).

En tercer lugar, si bien el volumen de la ayuda financiera de EEUU podría racionalizar ese escrutinio de la izquierda estadounidense por Israel, no puede explicar por qué los europeos occidentales hacen lo mismo .

Una variante de ese interés tan especial de la izquierda por el tratamiento especial de los Estados Unidos por Israel, viene derivado de la influencia política de la comunidad judía en los Estados Unidos, lo que otorgaría a Israel una protección única e inmunidad. Si la política normal no puede conseguir que los Estados Unidos logren frenar a Israel, entonces un movimiento de ciudadanos privados deberá apuntar al malhechor .

La lógica de esta explicación también falla. En primer lugar, la premisa de la influencia israelí es exagerada. Si fuera tan grande, los Estados Unidos hace tiempo que hubieran bombardeado Irán, nunca habrían vendido aviones de combate avanzados a Arabia Saudita, no hubieran presionado repetidamente a Israel para que se retirara de los territorio ocupados, y así sucesivamente. En segundo lugar, no es cierto que Israel tenga el aval exclusivo de los Estados Unidos. Varios presidentes estadounidenses han renunciado sistemáticamente a restricciones oficiales por incumplimiento de los derechos humanos cuando se trataba de ayudas al desarrollo y al comercio a países como Egipto, la República Democrática del Congo, Yemen o Colombia por ejemplo. Mientras que la izquierda se ha opuesto a esas políticas y a esos regímenes, sin embargo no ha llamado al boicot de sus instituciones. En tercer lugar, Israel casi no tiene una influencia especial o un grado relevante de inmunidad en Europa (excepto, quizás, en Alemania), y, sin embargo, la izquierda europea lo trata de una forma exclusiva y obsesiva.

Otras explicaciones para singularizar a Israel son igualmente débiles, y también son notables por su deslegitimación del Estado judío. Uno escucha, por ejemplo, las denuncias de que Israel es un estado religiosamente muy definido. Pero no es el único. Sólo es necesario contar las banderas nacionales que llevan cruces, medias lunas, textos coránicos o imágenes similares, hay docenas, aunque es cierto que Israel es el único con una estrella de David. Y si uno oye que Israel es un estado definido étnicamente, sin embargo la mayoría de los estados, incluyendo los europeos, son estados étnicos. ¿Qué ha sido de la ex Yugoslavia, con siete estados para siete pueblos? Y, por supuesto, uno escucha que Israel es xenófobo y anti-árabe (e incluso un estado de apartheid). Una vez más, no sería el único. Aunque los episodios deplorables israelíes no pueden igualar ni mucho menos a los relatos diarios que nos llegan de todo el mundo sobre ataques patrocinados por otros estados étnicos, con expulsiones y masacres mucho más importantes y continuadas (por ejemplo, en Gujarat, 2002) .

Un argumento más adaptado al caso de Israel, es que ese Estado fue una creación bastarda y específica de Occidente, la compensación de Europa a los judíos europeos por el Holocausto. Pero esta historia también es errónea. La lucha árabe-judía en Palestina había comenzado años antes de que Hitler llegara al poder y los británicos pensaran abandonar Palestina, y los analistas con sangre fría hubieran apostado por la victoria de los judíos. Israel hubiera llegado de todos modos. Y aun si Israel fuera el hijo de Occidente, tampoco sería el único en este aspecto. Consideren todas las naciones interétnicas que los poderes coloniales trazaron mientras abandonaban sus colonias y que han sufrido guerras civiles desde entonces.

Los partidarios de Israel tienen sus propias respuestas al por qué de esta obsesión por Israel. Una de ellas es la influencia del dinero del petróleo árabe y de la numerosa presencia de musulmanes en los países occidentales. Esto puede ayudar a explicar la obsesión con Israel en los foros internacionales, pero la indignación de los catedráticos radicales de Cambridge y de Berkeley no se compra con dinero saudí [sin ignorar los enormes donativos de ciertos países árabes para ciertas cátedras y estudios que desde luego los “orientan”, y la dependencia indirecta que se crea en esas universidades ante esas donaciones].

La explicación principal que ofrecen los defensores de Israel es clara: antisemitismo. Esto también es insatisfactorio. Sin duda, cualquiera que conozca la historia de Occidente, el antisemitismo de las viejas élites europeas y el largo rastro de antisemitismo procedente de la izquierda (incluyendo a Karl Marx en la “cuestión judía”), debe conceder al antisemitismo algún papel relevante. La investigación muestra que la gente que hoy en día mantiene esas clásicas actitudes antisemitas – por ejemplo, acordando a los judíos una especial relevancia en los negocios fraudulentos – son más propensas que otras a condenar a Israel.

Sin embargo, los círculos de activistas de los que hablo no son los clásicos racistas antisemitas. Muchos, quizás la mayoría, de estos boicotadores podrían decir sin ironía que algunos de sus mejores amigos son judíos. Ellos entroncarían culturalmente con los círculos dreyfusard de hace un siglo. Por otra parte, el antisemitismo ha disminuido en las últimas décadas mientras que los puntos de vista anti-Israel han crecido.

Entonces, ¿cómo explicar la singularización de Israel por la izquierda occidental? Estoy más bien convencido de que una parte clave de la explicación radica en el desarrollo de las historias por los medios de comunicación. Ese centro de atención, que una vez fue halagado por ellos, ahora es atacado con dureza. Antes de la década de 1960 y 70, Israel para los medios occidentales era una nación valerosa de agricultores que trabajaban duro y que con ingenio hicieron florecer el desierto, construyendo una sociedad igualitaria con los kibbutz y un estado cuasi socialista, dando abrigo a los sobrevivientes del Holocausto y a los traumatizados refugiados judíos procedentes de los países árabes, además de derrotar a los ejércitos de varios estados reaccionarios vecinos de una manera casi bíblica. Es importante destacar que los judíos eran las víctimas, las últimas víctimas del fascismo y las presentes víctimas del terrorismo. Cualquiera que sea la mezcla de mito y de realidad en ese romance, esa narrativa promocionada por los medios hizo a Israel una nación favorita de la izquierda. El historiador Colin Schindler describe su “simpatía por las aspiraciones sionistas y la construcción del socialismo en Palestina”. Dentro de la izquierda europea, a raíz de la Segunda Guerra Mundial, fue “común que la causa de Israel fuera comparada con la de la guerra civil española”.

A partir de los años 60, y acelerándose después, las imágenes y las historias cambiaron. Israel se volvió más estrechamente alineada con los Estados Unidos en la Guerra Fría, y por tanto se corrompió con los pecados de América. En el bloque soviético el antisionismo creció. Más importante aún, Israel ya no era débil y ya no era más la víctima. Triunfante en las guerras y ahora gobernando sobre muchos árabes, Israel comenzó a ser visto más como un Goliat que como un David. En respuesta, los medios de comunicación de la izquierda, como The Guardian por ejemplo, una vez partidario del sionismo, se convirtieron en feroces críticos. La BBC dio el mismo viraje. Con el nuevo milenio, en Israel se habían terminado los secuestros de aviones y casi se habían extinguido los atentados terroristas. Las imágenes de niños judíos quemados en los autobuses víctimas de atentados terroristas fueron sustituidas por imágenes de niños árabes afectados por el dominio israelí. El largo y ampliamente observado drama de la Tierra Santa continúa, pero la narrativa se ha invertido. Vivir por la cámara, morir por la cámara.

Algunos se preguntarán que provocó ese viraje en los medios de comunicación. Sospecho que en gran parte giraron ellos mismos, ya que está en la naturaleza de los tropos dramáticos simplificar y volver binarios los relatos, con héroes y villanos, y para seguir descansando en certezas morales. Durante las últimas décadas, el creciente poder de Israel, la cada vez mayor permanencia de la ocupación, y mucho más ampliamente la mayor disponibilidad de imágenes de sufrimiento de los palestinos, han dado un giro a la historia y a la narrativa que distribuyen los medios de comunicación.

Los líderes israelíes se quejan de que los medios de comunicación occidentales señalan a Israel injustamente y que muchas de esas imágenes, en efecto, son mentira. Los ciudadanos israelíes se quejan de la poca inteligencia de sus líderes para “explicar la realidad”. Pero como muchos ya han señalado, unas relaciones públicas inteligentes no van a cambiar la presentación de la historia, no en una sociedad abierta. Tampoco los esfuerzos dentro y fuera de Israel por silenciar a los críticos. Los gobernantes de lugares como Irán y China puede anular por decreto las malas noticias, y los gobernantes de muchos otros países pueden asumir que a los occidentales no les importa demasiado lo que hacen, pero Israel está expuesta casi totalmente. La reacción a la fallida incursión de la Flotilla de Gaza, la expansión desafiante de los asentamientos, los abusos en los puestos de control, y las resoluciones xenófobas en la Knesset, no se pueden relativizar detrás de un episodio más de mitos y realidades.

Ciertos eventos que pasan ocasionalmente interrumpen esa nueva narrativa anti-Israel – Israel desalojando por completo a sus colonos del Sinaí en 1982 y de Gaza en 2005, por ejemplo -. Los ocasionales atentados suicidas y los periódicos ataques con cohetes reviven brevemente la imagen de Israel como víctima. Pero esa interrupción en la nueva narrativa de los medias dura poco más que un momento. Para que Israel se desaloje a sí mismo de la parte superior de la lista de indignaciones de la aburrida izquierda occidental, y para que ésta busque en otra parte otra causa que adoptar, Israel tendrá que hacer grandes modificaciones en la realidad sobre el terreno. Y no está claro si los políticos del país – es la única democracia en la región, y los votantes israelíes siguen apoyando a partidos que apoyan la ocupación – permitirán que eso suceda.

¿Por qué Israel? Los defensores de Israel alegan ese obvio doble rasero y lo atribuyen al antisemitismo. Sin embargo, el realismo – y los israelíes se enorgullecen de ser unos testarudos realistas – sugiere que tales quejas, válidas o no, no cambiarán la nueva narrativa. Hasta que nuevos hechos sobre el terreno cambien esa narrativa, el enfoque selectivo de gran parte de la izquierda contra Israel probablemente continuará.

Post Scriptum, 14 de febrer del 2024.

Claude S. Fischer és un dels signants d’aqueixa carta oberta publicada immediatament després de la massacre gihadista del 7 d’Octubre: Open Letter on Recent Events in Israel and Gaza to the UC-Berkeley Community.

We are Berkeley faculty who are deeply concerned about recent and ongoing events in the Middle East, and about their direct impact upon the safety of our community of students, staff and faculty on campus.

On the morning of October 7, Hamas terrorists launched a brutal and vicious attack, entering Israel from Gaza. In villages and towns near the Israel/Gaza border, they murdered by gun, knife, and fire more than 1,000 unarmed civilians, including babies, children, women, the elderly, and entire families, in their homes and on the street.

They went door-to-door annihilating whole families. They killed children in front of their parents and siblings. They abused women, and paraded their mistreated naked bodies. They massacred hundreds of young people attending a nature party in the desert. And they took captive over 150 children, infants, elderly in wheelchairs, women and men, to be used as human shields, and worse.

The murdered and kidnapped include citizens of Israel, the United States, Brazil, Argentina, Nepal, Thailand, the Philippines, China and Germany. We hope no more countries will be added as lists of those who died and were kidnapped are continually updated.

We fear for the lives of the hostages, and in particular for the women. We all know sexual assault and violence against women in civil society is out of proportion. We shudder to think of what is happening now to the women hostages. We call for their immediate release.

While we individually have many different views about the Israeli-Palestinian conflict, we emphatically agree with President Biden’s characterization of this murderous attack – the purposeful annihilation, rape, kidnapping, and execution of civilians – as a violation of every code of human morality.

Some in our campus community have described these massacres perpetrated by Hamas as “resistance” to be “celebrated” in a “freedom struggle.” This is repugnant and indefensible. For many of us, as we went on social media on Sunday night and Monday morning, it was shocking to realize that literally while Hamas terrorists were going house-to-house seeking to murder as many Jews as they could, some pro-Palestinian organizations on our own campus were gathering petition signatures for statements that celebrated these Hamas terrorists as freedom fighters and rejected any critique of their actions.

We condemn this violence for what it is, and we extend our deepest sympathies to Israelis and to Jews worldwide in this hour of terror and brutal devastation. It is possible to do this and simultaneously evince deep sympathy and concern for the people of Gaza as they face a major military onslaught whose impact will indeed be brutal. It is possible simultaneously to condemn unequivocally what occurred this weekend for the barbarism it was and to advocate for justice for Palestinians. We mourn all loss of life and security in the Israeli-Palestinian conflict and we pray for a swift resolution to the current violence and the return of the hostages.

We recognize of course that UC-Berkeley has students and community members from all regions, including from the Gaza Strip. We cherish our diversity and respect our Palestinian colleagues, students, and neighbors. We pray for the safety of all our community members and their families

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