Jaume Renyer

per l'esquerra de la llibertat

2 de novembre de 2014
0 comentaris

Els vincles entre Anglaterra i Israel noranta set anys després de la Declaració Balfour

El 2 de novembre del 1917 és la data que figura a la carta que James Balfour, secretari d’afers exteriors del govern britànic, fa a mans de Walter Rotschild per tal que la lliuri als representants de la Federació Sionista de la Gran Bretanya i Irlanda i en la qual fa constar que hom veuria bé l’establiment d’una llar nacional pels jueus al territori denominat Palestina, sota dominació turca des de fa segles.

El retorn dels jueus europeus vers la terra de la qual procedeixen va començar cinquanta anys abans, molt abans del sorgiment del sionisme políticament organitzat, però serà durant el Mandat Britànic sobre Palestina a partir del 1918 que aqueix moviment migratori arribarà a unes proporcions que permetran bastir un estat propi pel poble jueu. La població àrab també s’incrementa notablement atreta per la vitalitat econòmica que la presencia comporta i va forjant una contra-identitat específica per oposar-la al projecte sionista que mai ha arribat a assolir un component constructiu i viable. Gairebé cent anys després el balanç del conflicte és favorable al poble jueu que ha  proclamat Israel estat independent des de l’any 1948, però persisteix el xoc de civilitzacions (que diria Huntington) sense perspectives de solució a mig termini.

La relació d’Anglaterra amb Israel, i amb altres estats de la regió creats i tutelats pels britànics com Jordània, ha estat oscil·lant tal i com exposa l’historiador israelià Benny Morris (Ein HaHoresh, 1948) en aqueix article titulat “¿ Cuando Gran Bretaña perdió la fe en Israel ?”, publicat al diari londinenc The Telegraph el proppassat 11 d’agost d’enguany i que reprodueixo en castellà gràcies a la traducció de Pedro Gómez-Valadés:

“Hace medio siglo, las relaciones entre Israel y Gran Bretaña eran amables. Más que amables. Se caracterizaban por la admiración. Y en ninguna parte de Gran Bretaña esa simpatía y admiración era más fuerte que en la izquierda y entre los jóvenes. La izquierda admiraba la democracia social de Israel, la energía y el espíritu pionero: Israel fue uno de los pocos estados que surgieron después de la Segunda Guerra Mundial, y el único en el Oriente Medio, que se convirtió en una historia de éxito.

También existía una enorme admiración por el movimiento kibbutz, con sus 300 asentamientos colectivos en los que miles de jóvenes británicos pasaron meses, e incluso años, como voluntarios, disfrutando del espíritu igualitario, el trabajo agrícola y el sexo. Los socialistas británicos admiraban a la poderosa asociación sindical de Israel, la Histadrut, que tenía su propia editorial, su banco, su prensa diaria, su servicio de salud y sus instalaciones industriales. Algo avergonzada, existía también una aguda apreciación de los militares de Israel al ser ingeniosos, audaces y exitosos.

En retrospectiva, e irónicamente, en ningún momento esta admiración general fue más aparente que en el momento de la mayor hazaña militar de Israel, en el período inmediatamente posterior a la guerra de 1967, cuando las fuerzas israelíes en seis días derrotaron a los ejércitos de Egipto, Jordania y Siria, y ocuparon Cisjordania, la Franja de Gaza, Jerusalén Este, la península del Sinaí y los Altos del Golán.

Pero medio siglo después, gran parte de esa admiración ha huido y la brillantez militar de Israel se ha convertido en algo que hay que denunciar y deplorar. ¿Qué ha salido mal?

Ya en 1937, una comisión real encabezada por Lord Peel recomendó el fin del mandato británico sobre Palestina y la partición del país en dos estados, uno muy pequeño judío y otro mucho más grande árabe. La comisión también recomendó que la mayoría de los habitantes árabes estacionado en el área del pequeño Estado judío debían ser transferidos a la zona árabe, por la fuerza si fuera necesario, con el fin de asegurar la estabilidad de la solución propuesta. Los árabes rechazaron esta partición exigiendo toda Palestina para ellos. Pero el gobierno británico, bajo la influencia de Neville Chamberlain, aprobó inicialmente las propuestas de la comisión Peel.

Este apoyo a la estatalidad judía, al menos en una pequeña parte de Palestina, se ajustaba a la política británica desde 1917, cuando el gabinete de Lloyd George emitió la Declaración Balfour en la que se apoyaba al establecimiento de un “hogar nacional judío“. Pero dado el triple desafío planteado a Gran Bretaña por regímenes depredadores como la Alemania nazi, la Italia fascista y el Japón imperial, Chamberlain optó por apaciguar a los árabes (así como apaciguar a Hitler en Munich a costa de los checos), y en 1938-1939 Gran Bretaña dio marcha atrás y se convirtió en antisionista.

La llegada de la Segunda Guerra Mundial impidió – además de los sionistas – el establecimiento de la dominación árabe en toda Palestina, y tras ella, Gran Bretaña, ante su impotencia y disgusto, trasladó el problema al regazo de las Naciones Unidas. Esto se debió en buena medida a la rebelión terrorista de algunos grupos derechistas judíos, como el Irgun y el grupo Stern (o Lehi) contra la Gran Bretaña durante el período 1944-47, lo que dejó un gran enojo en Gran Bretaña contra “los judíos” para toda una generación o algo más.

En 1947, las Naciones Unidas volvieron a proponer una partición y una solución de dos estados. Una vez más, los árabes rechazaron la propuesta, y fueron a la guerra contra el emergente Estado judío. Pero perdieron,  y una de las consecuencias trágicas de la guerra de 1948 fue la creación de unos 700.000 refugiados palestinos. El mundo árabe se mostró incapaz de superar su humillación a manos de una insignificante comunidad judía de solamente 650.000 almas, y los refugiados, pudriéndose en unos campamentos miserables, se convirtieron en un reto permanente para la virilidad árabe. Los palestinos, incitados por los Estados árabes, nunca consintieron el resultado de 1948.

Moshe Dayan, entonces jefe del Estado Mayor, lo resumió en 1956 en un panegírico ante la tumba de un kibbutznik asesinado por infiltrados árabes de Gaza: “Durante ocho años, se han sentado en los campos de refugiados de Gaza, y han visto cómo hemos convertido sus tierras y pueblos, donde ellos y sus antepasados habitaban anteriormente, en nuestra casa… Más allá del surco de la frontera surgen oleadas de odio y venganza… No tengamos miedo a mirar de frente el odio que consume y llena la vida de cientos de miles de árabes que viven a nuestro alrededor… Esta es nuestra elección, estar preparados y armados, ser duros y rocosos, o bien la espada caerá de nuestras manos y nuestra vida será segada rápidamente“.

Cerca de 200.000 de los refugiados de 1948 terminaron en la Franja de Gaza. Durante las siguientes décadas, los campamentos de refugiados – en realidad barriadas suburbanas – suministraron el combustible y la mano de obra para los ataques de terror contra Israel, además de servir como focos de las dos revueltas palestinas, o intifadas, en 1987-1991 y 2000-2004. Hoy, sus cifras de población alcanzan los 1,8 millones. Estos habitantes de esas barriadas son el principal campo de reclutamiento del ala militar de Hamas, que ha luchado contra el ejército israelí durante las últimas semanas en los callejones y túneles de Shaja’iya, Beit Hanun y Rafah.

Inicialmente, como los EEUU, Gran Bretaña apoyó el regreso de los refugiados a la zona que se convirtió en Israel. Pero como Israel absorbió a millones de empobrecidos inmigrantes judíos y los instaló en las antiguas zonas árabes, Occidente aceptó tácitamente el argumento israelí de que un retorno masivo socavaría el Estado judío y esos repatriados palestinos constituirían una gigante quinta columna. No obstante, el mundo islámico, incluyendo países ahora en paz con Israel como Egipto y Jordania, siguen afirmando el “derecho de retorno” de los refugiados.

La íntima relación de Gran Bretaña con Israel, fundada en la Declaración Balfour, alcanzó un nuevo nivel en 1956, cuando las tropas israelíes lucharon junto a Gran Bretaña y Francia en Suez. Para las potencias europeas, la derrota política con la que se saldó la acción supuso su expulsión de hecho del Oriente Medio. Pronto, Gran Bretaña aceptó a Israel no como una subordinada y reciente colonia, sino como un socio, como parte del mundo libre. Entonces el afecto floreció.

Pero no duró mucho: 1967 marcó su punto culminante. Una desafección gradual creció en Gran Bretaña. La ocupación por Israel de los territorios palestinos prolongó la resistencia palestina y los ataques de terror desencadenaron medidas drásticas y represalias israelíes, y en un mundo como el actual, post-imperial y post-colonial, el comportamiento de Israel preocupa y sobresalta. En ello intervino la difusión por la televisión y luego vía internet, de interminables imágenes de soldados de infantería israelíes castigando a los lanzadores de piedras, y más tarde, de tanques y aviones israelíes contra guerrilleros armados con Kalashnikov. La lucha se veía como una lucha brutal y desigual. Los corazones liberales acogieron a los visualmente más débiles, y los antisemitas y los oportunistas de varias clases se unieron al coro anti-israelí.

Los israelíes podrían argumentar que esos “pobremente armados” (relativamente) Hamasniks de Gaza vuelven a querer echar a los judíos al mar; que la lucha no es en realidad entre Israel y los palestinos, sino entre la pequeña Israel y los vastos mundos árabe y musulmán, que durante mucho tiempo han preconizado la desaparición de Israel. Incluso podrían argumentar que Israel no es el objetivo final, que los islamistas buscan la desaparición del propio Occidente, y que Israel no es más que un puesto avanzado de una civilización más extensa que les resulta aborrecible y tratan de derrocar.

Pero las televisiones no muestran este panorama más amplio y las imágenes no pueden aclarar ideas. Solo muestran al poderoso Israel aplastando a la desaliñada Gaza. Las TV occidentales nunca muestran a los milicianos de Hamas, ni a un hombre armado, ni un cohete lanzado contra Tel Aviv, ni a los que bombardean a los kibutz cercanos. En estas últimas semanas, viendo las televisiones occidentales, me ha parecido como si los F-16, los tanques Merkava y las piezas de artillería israelí de 155 mm estuvieran luchando contra unas madres angustiadas, unos niños mutilados y unas concretas y deterioradas barriadas. Todo ello sin ningún Hamasnik en la batalla. Ni tampoco los más de 3.000 cohetes que alcanzaron el territorio israelí, inclusive Tel Aviv, Jerusalén y Beersheba.

Tampoco las bombas de los morteros se veían impactar en los comedores de los kibutzim. Ni por supuesto, los cohetes disparados contra Israel desde los hospitales y las escuelas de Gaza, diseñados expresamente para provocar la respuesta israelí, que luego sí podría proyectarse como una atrocidad.

Entre las ruinas de la guerra, algunos hechos básicos acerca de los contendientes se han perdido: Israel es una democracia liberal occidental, donde los árabes tienen capacidad de votar a sus propios partidos y que, como a los judíos, no se les detiene en medio de la noche por lo que ellos piensan o dicen. Si bien es cierto que existe un violento sector de derechistas, los israelíes siguen siendo básicamente tolerantes, incluso en tiempos de guerra, incluso ante la provocación terrorista. El país es una potencia científica, tecnológica y artística, en gran medida debido a que es una sociedad abierta.

En la otra parte se encuentran una serie de fanáticas y totalitarias organizaciones musulmanas. Hamas tiene a la población de Gaza como rehén en su puño de hierro y es intolerante con todos los “otros” – judíos, homosexuales, no musulmanes, socialistas -. ¿Cuántos cristianos han permanecido en Gaza desde la violenta toma del poder por parte de Hamas en 2007?

Los palestinos han sido maltratados, no hay duda sobre eso. Gran Bretaña, Estados Unidos, sus hermanos árabes, los sionistas, todos son culpables de ese maltrato. Pero también son culpables ellos mismos, al haber rechazado uno tras otro los compromisos para crear dos estados – y por lo tanto uno propio en Cisjordania, Jerusalén oriental y Gaza -, ofrecidos en 1937, 1947, 2000 y 2008. Ese estado palestino resulta necesario y constituiría un mínimo de justicia.

Pero esto no es lo que quiere Hamas. Al igual que el ejército islámico (ISIS) en Irak y Siria, al igual que Al Qaeda y al igual que Shabab en Somalia y Boko Haram en Nigeria, ellos buscan destruir a sus vecinos occidentales. Y los Nick Clegg de este mundo (el líder del partido liberal-democrático, con un conocido grupo de diputados con tendencias antisemitas y anti-israelíes) que preconizan que Gran Bretaña  suspenda la venta de armas a Israel, son sus cómplices.

Es como si esta gente realmente no entendiera el mundo en el que vive, como esos otros liberales de Gran Bretaña y Francia que pedían el desarme y la revisión del tratado de Versalles en un sentido pro-alemán en los años treinta. Pero el mensaje es claro. Los bárbaros están realmente a las puertas.”

Post Scriptum, 15 de febrer del 2015.

Aqueix article aparegut ahir a The Times of Israel exposa clarament l’augment de l’antisemitisme al Regne Unit.

Post Scriptum, 22 de febrer del 2015.

Impassibles al creixement de l’antisemitisme al Regne Unit, centenars d’artistes anglesos, entre els quals alguns de jueus, insisteixen a boicotejar Israel tal com explica aqueix article aparegut avui a The Times of israel.

Post Scriptum, 26 de juliol del 2016.

L’ANP es prepara per denunciar el Regne Unit per la declaració Balfour atorgant el dret als jueus de Palestina per bastir-hi el seu estat.

Post Scriptum, 31 d’octubre del 2016.

David Horovitz publicà el proppassat 26 d’aqueix mes un interessant article a  The Times of Israel titulat: “La campagne palestinienne contre la Décalration Balfour prouve que l’hostilité envers l’état juif est encore intacte 100 ans après”.

Post Scriptum, 14 de novembre del 2016.

El coronel britànic -a la reserva- Richard Kemp va publicar el proppassat 6 d’aqueix mes un article al Gatestone Institute titulat ras i curt, “Declaration Balfour, november 2016“, que ha estat traduït al castellà pel digital Gran Oriente Medio:

La Declaración Balfour, firmada el 2 de noviembre de 1917 por el entonces secretario británico de Exteriores, Arthur Balfour, fue el primer reconocimiento por parte de una de las grandes potencias mundiales –de hecho, la mayor potencia del mundo en la época– del derecho del pueblo judío a su hogar nacional en Palestina.

Fue la iniciativa unilateral más importante para el restablecimiento de la autodeterminación de los judíos en sus territorios históricos. Con la Resolución de San Remo, tres años después, la Declaración Balfour fue consagrada en el derecho internacional, dando inexorablemente lugar al plan de partición de la ONU de 1947 y a que David ben Gurión proclamara el Estado de Israel el 14 de mayo de 1948.

Ahora, cuando Gran Bretaña, Israel y el mundo libre empiezan a celebrar este monumental aniversario, el presidente palestino, Mahmud Abás, exige al Reino Unido que se disculpe. El hombre cuyo mandato constitucional como líder palestino expiró hace siete años, pero que sigue en el cargo. El hombre que recaudó fondos para la matanza de once atletas olímpicos israelíes en Múnich (1972). El hombre que malgastó millones de dólares de ayuda internacional destinados al bienestar de su pueblo. El hombre que tachó de “mentira fantasiosa” los seis millones de judíos que perecieron en el Holocausto.

Este hombre exige una disculpa. Por supuesto que sí. Y al exigir que Gran Bretaña se disculpe por una declaración con 99 años de antigüedad en apoyo de un hogar nacional para el pueblo judío está revelando su auténtica posición, y la auténtica posición de todas las facciones palestinas: el pueblo judío no tiene derecho a un hogar nacional; el Estado judío no tiene derecho a existir. Según Abás, Palestina, desde el río Jordán al mar Mediterráneo, pertenece a los árabes, y sólo a los árabes.

En una cena organizada por la Federación Sionista en Londres el 12 de abril de 1931, sir Herbert Samuel, alto comisionado británico para Palestina desde 1920 hasta 1925, y también el primer judío que gobernó el territorio histórico de Israel en 2.000 años, dijo: “Con el tiempo, los árabes acabarán valorando y respetando el [punto de vista] judío”.

Por desgracia, como las exigencias de Abás demuestran con demasiada claridad, no podría haberse equivocado más. A veces se dice que la violencia árabe contra los judíos comenzó con la Declaración Balfour, que les generó un sentimiento de traición por parte de los británicos y el temor ser subyugados por un régimen judío.

Esto soslaya los asesinatos y matanzas de judíos a manos árabes en Oriente Medio, incluidas Yafo y Jerusalén, a lo largo del siglo XIX y el XX, en los años previos a 1917, por el mero hecho de ser judíos.

El odio árabe a los judíos no empezó en absoluto con la Balfour. Pero sí se intensificó a raíz de la Balfour. Fue esta intensificación, acompañada de sus matanzas, sus revueltas y disturbios contra los británicos y los judíos, lo que provocó que Gran Bretaña flaqueara y faltara a su declaración de 1917 de apoyo a un hogar nacional judío. Eso causó que el Gobierno británico presentara sendos libros blancos en 1922 y 1939 con la intención de apaciguar la violencia y la resistencia árabes imponiendo restricciones a la inmigración judía a Palestina y al desarrollo de la milenaria presencia judía en su patria histórica.

Eso causó que los británicos impidieran la inmigración judía a Palestina, a pesar de que estaban siendo masacrados por millones en Europa. Eso llevó, incluso, a que Gran Bretaña enviara a supervivientes de Auschwitz de vuelta a la guarida de los asesinos nazis. Y eso causó que Gran Bretaña actuara de un modo que precipitó la desesperante violencia judía contra los británicos en Palestina en los años cuarenta, cuando era lo último que querían hacer los judíos.

Eso causó que Gran Bretaña se abstuviera en la resolución de 1947 de la Asamblea General de la ONU que daba lugar al restablecimiento del Estado judío en 1948. E incluso que designara a un general británico –sir John Glubb– para que liderara la invasión de Israel llevada a cabo por la Legión Árabe inmediatamente después.

Eso ha causado que Gran Bretaña, hasta el día de hoy, no condene a veces las agresiones árabes contra los israelíes, y que encuentre excusas para su violencia. Todo para apaciguar a los árabes y a sus defensores en el mundo musulmán, y también en casa.”

Post Scriptum, 19 de març del 2017.

Alan Baker publica avui al CAPE de Jerusalem un interessant article titulat: “La Déclaration Balfour est valable sur le plan juridique”.

Post Scritum, 2 de juliol del 2017.

L’historiador anglès Ronnie Fraser publica un interessant article al portal Fathom explicant que el suport laborista a la llar nacional jueva a Palestina és anterior a la declaració Balfour, “Before Balfour, The Labour Party’s war aims Memorandum“.

Post Scriptum, 6 de febrer del 2019.

L’historiador jueu Klod Frydman publica avui al seu bloc del The Times of israel aqueix article titulat: “La déclaration Balfour: un cadeau empoisonné”.

Post Scriptum, 2 d’agost del 2019.

Robert Philpot publica avui a The Times of Israel un article titulat: “Un triangle amoureux à l’origen de l’adoption de la déclaration Balfour” on explica l’únic ministre del govern britànic que s’oposava al reconeixement de la llar nacional pels jueus de Palestina era precisament jueu Edwin Montagu.

Post Scriptum, 9 de maig del 2021.

Avui, The Guardian fa un exercici de revisionisme històric: “Soutenir la Déclaration Balfour a été une « erreur de jugement ». Dans la liste de ses pires “erreurs”, le quotidien dit qu’Israël n’est pas devenu le pays qui était “envisagé” ou “désiré”. The Times of Israel explica la indignació dels responsables jueus britànics i dels dirigents israelians.

Post Scriptum, 8 de novembre del 2021.

Bertrand Ramas-Muhlbach va publicar ahir al bloc Terre des Juifs aqueix clarificador article: En finir avec le mythe de la déclaration de Balfour.

Le 2 novembre 2021 marquait le 104ème anniversaire de la déclaration de Balfour (survenue le 2 novembre 2017). Aussi, le milliardaire palestinien Munib Mari, a-t-il indiqué vouloir poursuivre le gouvernement britannique pour qu’il s’en excuse, puisqu’elle serait à l’origine de la dépossession des palestiniens (sic). Il conviendrait donc d’en finir, une bonne fois pour toutes, avec ce mythe sur lequel les palestiniens fondent leur victimisation mémorielle. En effet, ce n’est pas la déclaration de Balfour qui est à l’origine de la création de l’Etat d’Israël, mais la réunion de 3 paramètres qui lui sont parfaitement étrangers : la vente aux juifs, par les arabes des terres de Palestine, le refus des arabes Palestine de créer un Etat, en 1947, et enfin, l’incapacité arabe de détruire Israël, depuis 1948.

Certes, le 2 novembre 1917, le secrétaire d’État britannique aux Affaires étrangères Arthur Balfour a informé Lord Lionel Walter Rothschild de ce que « Le gouvernement de Sa Majesté envisage favorablement l’établissement en Palestine d’un foyer national pour les Juifs et fera tout ce qui est en son pouvoir pour faciliter la réalisation de cet objectif ». Pour autant, cette déclaration n’a fait que cautioner un procéssus initié de longue date.

En effet, l’acquisition de terres de Palestine a débuté au 19ème siècle, lorsque les mauvais traitements infligés aux juifs (massacres, spoliations, discriminations…) a conduit les sionistes à se poser la question de savoir s’il était vraiment nécessaire d’attendre la venue du Messie pour retourner en terre d’Israël, ou si ce retour pouvait être envisagé plus tôt. Le sionisme s’est alors construit autour du principe : « une terre sans peuple pour un peuple sans terre ». Certes, les juifs ont, rapidement réalisé que leur « terre promise » (en grande partie désertique) était partiellement peuplée. Aussi, et dès le Congrès de Bâle de 1897, Nordau a demandé à Herzl s’il était vraiment judicieux, pour les juifs, de s’y établir. La réponse fut positive et les juifs ont poursuivi leur projet.

Au départ, la population arabe de Palestine n’a pas immédiatement mesuré la menace sioniste, en raison de la petite taille de la population juive et de l’impossibilité, théorique, de créer une entité sioniste au sein de l’Empire ottoman. Néanmoins, dès 1886, la population arabe a réalisé que l’immigration juive pouvait constituer un problème, ce qui a provoqué des frictions avec les populations locales.

En effet, les juifs bénéficiaient de circonstances favorables pour acquérir des terres en Palestine : l’État ottoman, contrôlé par le Parti de l’Union et du Progrès, était favorable à l’installation de juifs en son sein, le sultan Abdulhamid II (qui n’était pas favorable à une autonomie des juifs en Palestine) a été renversé en 1909, et, enfin, la communauté juive, parfaitement structurée, s’est vite montrée influente en Palestine.

Aussi, en mai 1890, l’agent administratif ottoman deJérusalem, Rashad Pacha, a permis aux sionistes d’acheter quantité de terres. Pour contrer le processus, des dignitaires religieux deJérusalem ont, le 24 juin 1891, présenté une pétition au Grand Vizir ottoman demandant l’arrêt de l’immigration des Russes juifs en Palestine et l’interdiction de leur vendre des terres.

En 1897, c’est le Grand Mufti deJérusalem qui a pris en charge le blocage de la vente de terres aux juifs : il a été chargé de diriger un organisme vérifiant les demandes de transfert de propriétés au bureau du Mutasarrifate deJérusalem, ce qui a empêché la transmission de nombreuses terres aux juifs. L’angoisse n’a toutefois pas faibli et, dès 1911, des arabes membres du Parti national ottoman ont, une nouvelle fois, mis en garde contre le danger sioniste. En vain.

Lorsque la Palestine est passée sous contrôle britannique (de 1920 à 1948), les Arabes de Palestine ont encore vendu 260.000 dunams (1%) de la terre de Palestine, mécanisme favorisé par la législation du mandat Britannique sur la Palestine, qui permettait, au Haut commissaire d’exproprier des arabes au profit des juifs.

Par ailleurs, le mandataire n’a pas été en mesure de stopper le projet sioniste : les juifs ont encore acquis 1,2 million de dunams, soit 4,5 % de la Palestine.

Pour ce faire, plusieurs options leur étaient offertes. Les juifs ont tout d’abord eu recours aux concessions du gouvernement britannique sur les terres « miri » de Palestine (terres d’État, ou dépendant du domaine public). Par ce biais, les autorités britanniques ont accordé 300.000 dunams de terres « miri » aux juifs sans frais, et 200.000 dunams pour une somme symbolique. De même, le premier haut-commissaire britannique, Sir Herbert Samuel (1920-1925), juif sioniste, a accordé aux juifs 175.000 dunams des terres les plus fertiles de l’État, sur la côte entre Haïfa et Césarée, outre des concessions massives d’autres terres côtières, ainsi que dans le Néguev et sur la côte de la mer Morte.

Rappelons, également, que les juifs ont acquis des terres aux propriétaires féodaux libanais. En effet, l’État ottoman avait vendu des terres « miri » à de riches familles libanaises en 1869. Or, les propriétaires arabes résidant à l’étranger se sont vus interdits d’entrer dans la région, ce qui les a conduit à céder leurs terres aux immigrants juifs. Résultat, les juifs ont encore acquis 825.000 dunams, conduisant au déplacement de 2.746 familles arabes. Par ailleurs, des familles libanaises ont vendu aux juifs 120.000 dounams autour du lac Hula (dans le nord de la Palestine), outre les terres de Wadi al-Hawarith (32.000 dounams), à l’origine du déplacement de 15.000 personnes arabes. Ainsi, et durant la période 1920-1936, les terres agricoles vendues par des propriétaires absents (libanais et syriens) ont atteint 55,5% des terres agricoles acquises par les Juifs.

Pour stopper ces acquisitions, la première Conférence des Oulémas de Palestine a, le 25 janvier 1935, émis une « fatwa » interdisant la vente de toute terre de Palestine aux juifs, voire, refusant, aux vendeurs et aux courtiers apostats, l’enterrement dans les cimetières musulmans, les boycottant, et les diffamant.

De même, le Conseil Musulman Suprême a acheté des villages entiers et interdit les ventes dans 60 villages autour de Jaffa. Un « Fonds national » a même été créé pour sauver le nord-est de la Palestine, d’une superficie de 300.000 dunams. Il était toutefois trop tard. Les juifs s’étaient créés une légitimité en Palestine.

Lorsque les arabes de Palestine ont refusé le plan de partage de l’Onu, le 29 novembre 1947, les juifs se sont organisés une contiguïté territoriale, permettant la création de leur Etat, le 15 mai 1948. Depuis, les pays arabes n’ont eu de cesse de vouloir détruire Israël mais leurs défaites successives ont permis à Israël d’agrandir l’emprise territoriale notamment en 1967, avec l’occupation de la Cisjordanie (devenu bien sans maître en 1988) et Gaza (autonome depuis 2005).

Si les arabes de Palestine se sont fait appeler « peuple palestinien » lors de l’adoption de la seconde Charte de l’Olp en 1968 (pour des raisons purement opportunes : se constituer en tant que Nation et bénéficier du « droit des peuples à disposer d’eux mêmes »), il était trop tard. Les juifs disposaient déjà de leur Etat, grâce à leur ténacité et leur foi indéfectible, non en raison de la déclaration de Balfour.

Deixa un comentari

L'adreça electrònica no es publicarà. Els camps necessaris estan marcats amb *

Aquest lloc està protegit per reCAPTCHA i s’apliquen la política de privadesa i les condicions del servei de Google.

Us ha agradat aquest article? Compartiu-lo!