Pols d'estels

El bloc d'Enric Marco

Publicat el 3 de gener de 2017

Les dones de la Lluna

Cubierta-frontal

La ciència no ha estat tampoc un terreny amigable per a les dones al llarg de la història. Per començar, les dones no anaven a l’escola i les que gosaven instruir-se amb lectures a casa, se’ls podia prohibir per por que afectaren a la feminitat i que l’esforç mental les tornaren boges. Les que passaren aquest dur filtre no podien accedir a la universitat ja que no s’acceptaven dones. A l’estat espanyol no va ser fins el 8 de març de 1910 que es va permetre l’accés sense restriccions als estudis superiors.

Tanmateix si una dona aconseguia llicenciar-se en ciències i feia un doctorat, potser després no trobava lloc on treballar o si era astrònoma no podia accedir als telescopis, per exemple. Les astrònomes Virginia Trimble, doctora Honoris Causa per la Universitat de València, Joselyn Bell Burnell, (en aquest enllaç també) descobridora dels púlsars, o Vera Rubin, que descobrí la matèria fosca i que faltà el dia de Nadal, han explicat els exemples clars de discriminació científica que van patir al llarg de la vida.

Però si hi ha un lloc on es veu clarament la discriminació de les dones en el món de la ciència és en la nomenclatura lunar. Els cràters lunars reben noms de filòsofs i científics, però de les 1586 persones homenatjades amb un nom de cràter, només 28 corresponen a dones. Qui eren aquestes dones que, malgrat tots els entrebancs, estan a la Lluna? El llibre Las mujeres de la Luna ho explica. Us deixe la crònica que vaig fer per al butlletí d’hivern de la Sociedad Española de Astronomia.


Las mujeres de la Luna
Daniel R. Altschuler y Fernando J. Ballesteros
ISBN: 978-84-944435-4-1
Ed: Jot Down – Next Door
Any: 2016

Si hacemos una encuesta a pie de calle preguntando por el nombre de un científico famoso, seguramente Albert Einstein será la persona elegida. El físico alemán, además de proponer una nueva teoría de la gravitación, fue tremendamente popular. Si especificamos que el nombre sea de una científica, Madame Curie será la elegida. Sin embargo el problema viene cuando se pregunta por el nombre de otras mujeres dedicadas a la ciencia. La lista de hombres parece muy larga. La encuesta probablemente nos daría los nombres de Galileo, Newton o incluso Carl Sagan. Sin embargo, la historia de la ciencia parece mostrar que las mujeres dedicadas al estudio de la naturaleza son inexistentes.

¿Estamos en lo cierto o simplemente se encuentran escondidas tras numerosos prejuicios y en la práctica son anónimas?

Sin embargo si escarbamos un poco en el devenir de la ciencia, veremos claramente que la mujer, a pesar de los prejuicios y prohibiciones, ha jugado un papel destacado en muchas ramas del conocimiento. En astronomía, por ejemplo, una mujer, Annie Jump Cannon, fue quien puso orden en el caos estelar. Otra, Henrietta Swan Leavitt, fue quien descubrió las estrellas cefeidas que permiten calcular las distancias a las galaxias y también fue una mujer, Joselyn Bell Burnell, quien observó por primera vez los púlsares, cadáveres estelares superdensos. También es una mujer, Vera Rubin, quien postuló la existencia de la materia oscura, de la que tan poco se sabe.

Con frecuencia, las mujeres se han dedicado a la ciencia teniendo a su lado un hombre, otro científico o su marido. En otras ocasiones han hecho ciencia incluso a pesar de su desaprobación. Y es que, tradicionalmente, el objetivo vital de una mujer era ser buena esposa, buena ama de casa y una buena madre.

Así, por ejemplo, si existe un lugar dónde se refleja esta clara discriminación del rol femenino es en la nomenclatura de los accidentes lunares. Desde el jesuita Giovanni Battista Riccioli en el siglo XVII hasta la selenógrafa Mary Adela Blagg en el XX los cráteres han recibido nombres de filósofos y científicos. Sin embargo, de las 1586 personas homenajeadas con un nombre de cráter, solamente 28 corresponden a mujeres. Esta poco sorprendente desproporción refleja la condición histórica de la mujer ante la ciencia. Pero, habría que hacerse también la pregunta. ¿Quienes son estas mujeres que, pese a tenerlo todo en contra, han merecido un cráter en la Luna?

A esta pregunta trata de responder el libro Mujeres de la Luna, escrito por los astrónomos Daniel Altschuler y Fernando Ballesteros. En él se hace un recorrido exhaustivo por la vida de estas mujeres. Algunas son verdaderas gigantes intelectuales que triunfaron a pesar de tantos obstáculos. Otras son menos destacadas. Pero todas ellas contribuyeron de alguna forma al progreso de la ciencia.

De entre las más destacadas están Marie Sklodowska, conocida como Madame Curie, que fue merecedora de dos premios Nobel, o Lise Meitner, pionera de la física nuclear alemana y pacifista. La importancia de otras, como Caroline Herschel, hermana del descubridor de Urano, empieza a ser valorada. Algunas son menos conocidas, como la divulgadora de la ciencia Mary Fairfax Greig Somerville, o las mecenas Anne Sheepshanks y Catherine Wolfe Bruce. No podía faltar tampoco el grupo de mujeres calculistas del Observatorio de Harvard que con su paciencia y tesón hicieron espectaculares descubrimientos. El libro recuerda las vidas de las valientes astronautas que murieron en el espacio y finaliza con la biografía de Valentina Tereshkova, la primera mujer en salir de la Tierra y situarse en órbita.

Todas estas mujeres demostraron un intenso y fecundo amor a la ciencia, una firme actitud que las enfrentó a los tabús de su época. Por ello, si cabe, son más merecedoras todavía de nuestro reconocimiento. Si los científicos hombres como Tycho Brahe, Johannes Kepler o Edmund Halley hicieron avanzar los conocimientos astronómicos, mujeres como Maria Mitchell, o Henrietta Lewitt, también realizaron grandes aportaciones, llevando además a cuestas la discriminación por razón de su sexo. Ellas, con sueldos más bajos, ocupando plazas de ayudante, o habiendo estudiando en universidades femeninas consiguieron llegar a lo mas alto.

Fueron mujeres fuertes, modernas y concienciadas de su lucha contra la desigualdad. Como escribió Mary Somerville en 1873: La edad no ha mermado mi entusiasmo por la emancipación de mi género del irracional prejuicio en contra de una educación literaria y científica para las mujeres.



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