Raül Romeva i Rueda

REFLEXIONS PERISCÒPIQUES

Itàlia, premsa, llibertat… i Saviano

Aquest estiu he gaudit i patit a parts iguals amb la lectura de Gomorra, de Roberto Saviano. Fa tres setmanes em va passar el mateix en veure la pel.lícula. Contínuament debatem i estudiem casos al Parlament Europeu de vulneracions gravíssimes a Itàlia vinculades a l’extraordinària distribució (o més ben dit, acumulació) de poders. El meu professor d’italià em confessa que mai voldria tornar a viure a Itàlia, que se n’avergonyeix, com molta d’altra gent, progressista, humanista, d’esquerres, ecologista, feminista,… Em considero un amant d’Itàlia, però em fa patir aquesta Itàlia. Envejo la italianitat mediterrània, però em preocupa els nivells als quals ha arribat la implicació de les diferents màfies en el control de les institucions. Com a diputat responc i dono seguiment a nombroses peticions que venen de gent amiga des d’Itàlia. La darrera ha estat signar el manifest impulsat per Media Freedom in Italy. Avui Saviano, sempre Saviano, en parla a El País: Por la libertad de prensa en Italia. (segueix…)

TRIBUNA: ROBERTO SAVIANO

Por la libertad de prensa
en Italia

Mañana, 3 de octubre, hay
convocada en Roma una manifestación para denunciar el clima de persecución que
sufren los periodistas y los medios de comunicación críticos con el Gobierno de
Berlusconi

ROBERTO SAVIANO, El País, 02/10/2009

Hoy, en Italia, cualquiera
que decida expresar una crítica al Gobierno y al primer ministro, sabe que
deberá esperar no una opinión opuesta, sino una campaña que buscará el
descrédito total del que la exprese. Sabe que el precio para seguir
desempeñando una función que consiste en hacer preguntas y expresar opiniones,
le será exigido en su propia piel. E incluso quienes hayan firmado un
llamamiento a favor de la libertad de información, deberán tener en cuenta que
ese simple gesto podría tener repercusiones que exceden a sus propósitos.
Quienquiera que adopte una posición crítica sabe que tendrá que esperar
represalias. Por eso hoy, en Italia, libertad de prensa significa sobre todo
libertad de que no te destruyan la vida. Libertad de no ser el objeto de
miradas ambiguas, de no ver truncada de un día para otro la propia trayectoria
profesional por un simple acto de palabra.

A los ojos de la prensa
internacional, a los ojos de sus lectores, Italia se muestra cada vez más como
un país en el que la lucha política parece reducirse al conflicto en el ámbito
privado; hasta el punto de que las más altas jerarquías de la Iglesia, incluso
el Papa, se han visto obligadas recientemente a cerrar filas en torno al
director de Avvenire, diario próximo al Vaticano, al ser víctima, por
sus opiniones críticas, de un ataque que implicaba su presunta homosexualidad.
Un país en el que, a pesar de verse profundamente afectado por ella, no se
habla nunca ni de crisis económica ni de las organizaciones criminales que
producen el doble del Producto Interior Bruto del Estado.

Hoy en Italia hay un
diario que se encuentra bajo denuncia por haber formulado preguntas, y mañana,
3 de octubre, tendrá lugar en Roma una gran manifestación promovida por la
Federación Nacional de la Prensa Italiana. Una extraña protesta para un Estado
democrático. En Europa nunca había sucedido que la prensa tuviera que
manifestarse a favor de la propia libertad. Una república anómala en el corazón
de Europa occidental: así es como Italia, cada vez más, se muestra a los ojos
de quienes la miran desde fuera.

Es evidente que la
situación en Italia no puede ser comparada con la de muchos países en los que
no existe una información libre. Entre nosotros, la libertad de prensa no vive
la comprometida situación de China, Cuba, Birmania o Irán. Para nosotros,
manifestarse o alzar la voz en defensa de la libertad de expresión quiere decir
exigir que uno pueda hacer su trabajo sin ser atacado en el plano personal.
Quiere decir denunciar un clima de amenaza que abarca 360 grados.

La responsabilidad
requerida a las instituciones no es la misma que la que debe tener quien
escribe y quien, en función de su oficio, formula preguntas. No se hacen
preguntas en nombre de la propia superioridad moral. Se hacen preguntas en
nombre de la propia profesión y de la posibilidad de interrogar a la
democracia. Un periodista se representa a sí mismo, un ministro representa a la
República. La democracia existe en el momento en el que son respetados los
papeles de ambos. Para un periodista, hacer preguntas o formular opiniones no
es otra cosa que ejercer su función y uno de sus derechos. Debe poder seguir
trabajando serenamente, en el marco de un equilibrio de fuerzas que permita
también a la otra parte reaccionar con medidas no menos lícitas. Pero un
ciudadano que desempeña su trabajo no puede ser expuesto al chantaje de ver
arrastrada por el fango su vida privada. Y una persona que hace preguntas no a
un ciudadano privado, sino al jefe del Gobierno, no puede ser silenciada e
incriminada por haber formulado simples y legítimos interrogantes.

Y lo que hoy hay que
preguntarse es: ¿De verdad los electores de centroderecha pueden querer esto? ¿Pueden
considerar justo no sólo el rechazo a responder a las preguntas, sino la
incriminación de esas mismas preguntas? ¿Pueden sentirse cómodos cuando día
tras día los ataques contra los adversarios políticos siguen el modelo del
fisgoneo en el ámbito privado? ¿Pueden no ver cómo la lucha entre una
información, a menudo sólo blandamente crítica, y quien trata de amordazarla,
es desigual e incorrecta también en el plano de las relaciones del poder
formal? ¿Pueden no sentir espanto ante el escenario en el que, a riesgo de
acabar todos en el fango, todos deslegitimados, un país ya agravado por mil
problemas, encallado en los bajos de la crisis económica, pueda arrastrarse más
y más por la podredumbre, hasta la parálisis o hasta la disgregación? ¿De
verdad quien haya votado por el centroderecha, creyéndolo legítimamente más
próximo a sus intereses o a sus convicciones, puede mirar con indiferencia o
aprobación esta avalancha que se abate sobre los mecanismos mismos que hacen
que una democracia funcione? ¿No siente que algo se está perdiendo? El país se
está volviendo malvado. Conozco una tradición de conservadores que nunca
hubieran aceptado una deriva semejante de las reglas. En estos años difíciles
para mi, muchos electores de centroderecha, muchos electores conservadores, me
han escrito y ofrecido solidaridad. He visto en mi tierra la alianza de
militantes de derecha y de izquierda, unidos por el valor de querer combatir a
cara descubierta el poder de los clanes. Bajo la bandera de la legalidad y del
derecho, sentida profundamente como un valor compartido e inalienable. Es al
tener en mente los rostros de estas personas y de tantas otras que me han
testimoniado reconocerse en un Estado fundado en ciertos principios
fundamentales, cuando de nuevo os pregunto: ¿de verdad vosotros, electores del
centroderecha italiano, queréis todo esto? Se equivoca quien os pida cambiar de
ideas y de orientación política. Se trata, antes bien, de cambiar la actitud
respecto a los modos y los métodos de quien os representa.

No es una cuestión de
moral. No es sobre la elección de su tipo de vida de lo que tenga que responder
un político a su país. Pero cuando se tienen responsabilidades institucionales,
uno se convierte en objeto de chantaje, y es en ese plano, en el plano de las
garantías por las acciones que se cumplan en el único interés del Estado, en el
que quien ostenta un cargo público está llamado a rendir cuentas de su vida
privada.

El chantaje al que un
político está sometido es siempre peligroso, ya que el país tendría necesidad
de algo distinto, de atención sobre otros problemas urgentes, de otras
intervenciones. Además, hay otros aspectos que desde hace tiempo convierten a
Italia en anómala y más frágil que otras naciones democráticas occidentales. En
2003, John Kerry, entonces candidato a la Casa Blanca, presentó en el Congreso
un documento con el título de The New War, donde se indicaba a las tres
mafias italianas como tres de los cinco elementos que condicionan el libre
mercado mundial, cuantificando en 110 millardos de dólares al año la montaña de
dinero que reciclan las mafias en Europa. Italia es el segundo país del mundo
en hombres bajo protección, después de Colombia. Y en Europa ostenta un récord
absoluto: en los últimos tres años ha habido unos 200 periodistas intimidados y
amenazados por sus artículos, muchos de los cuales han acabado bajo protección.
La escolta concedida a quien trabaja en el terreno de la información se da
precisamente en nombre del principio de la libertada de expresión y de la
libertad de prensa. Comparto el destino de estas personas en gran parte
desconocidas o ignoradas por la opinión pública, viviendo la condición de quien
se encuentra físicamente amenazado por aquello que ha escrito. Y comparto con
ellos la experiencia de quien sabe lo peligrosos que son los mecanismos de la
difamación y del chantaje.

El jefe del cártel de
Cali, el narco Rodríguez Orejuela, decía: “Eres aliado de una
persona sólo cuando la chantajeas”. Un poder al tiempo chantajeable y
chantajista, un poder que se sirve de la intimidación no puede representar a
una democracia fundada en el Estado de derecho. De nuevo, no se trata de un
juicio moral o moralista, sino de una valoración funcional. No es posible
someterse a ciertos mecanismos o ejercerlos sin que todo el país se vea dañado
por ello.

Italia ha sabido superar
pruebas enormes. Nápoles, mi ciudad, fue la más bombardeada del Mediterráneo.
De la miseria y de la destrucción, de las laceraciones de una guerra interna,
de la humillación de más de medio millón de soldados deportados como traidores
por los propios ex aliados. De todo esto, Italia fue capaz de alzarse como
nación libre y democrática. La Italia de la posguerra, la República italiana,
fue capaz de ganar batallas civiles, de afrontar unida el surgimiento del terrorismo
político interno, de crecer y convertirse en una potencia económica entre las
primeras del mundo. Y si es cierto que Italia nunca se ha visto privada de
zonas de sombra ni inmune a la corrupción, si es cierto que ello ha contribuido
a hacerla más permeable al crecimiento de las mafias y a la acción de otras
fuerzas subterráneas, también es cierto que en el choque de poderes y facciones
siempre ha conservado ese mínimo respeto a las reglas que hasta ahora ha
salvaguardado a todos sus ciudadanos. Quien, como yo, sabe cómo funciona un
mundo basado en el ejercicio de un poder para el que todo es lícito, se da
cuenta de que, derribados determinados diques, ya no hay garantía alguna de que
la riada del arbitrio lo arrolle todo en poco tiempo. Pero creo, o mejor dicho
deseo, que también esta vez conseguiremos superar nuestras divergencias y
demostrar que somos capaces de dar lo mejor de nosotros cuando están en juego
intereses comunes y principios compartidos.

Y creo, asimismo, que la
manifestación por la libertad de prensa que tendrá lugar en Italia mañana no le
atañe sólo a mi país. Creo que será una ocasión para sensibilizar a la opinión
pública contra el peligro que, por la palabra escrita, también fuera de aquí se
pueda tener que pagar con la reputación y la serenidad indispensables para
hacer información. La manifestación no tendrá solamente un carácter nacional,
ni un preciso color político. Por eso invito a que se adhieran a ella todos los
periodistas que no se consideren de izquierda pero que creen que hoy la
libertad de prensa significa saberse amparados del riesgo de la agresión
personal, una condición que debería estar garantizada para todos.

Quisiera que el 3 de
octubre recordásemos plenamente cuál es el valor de la libertad de prensa.
Quisiera que todos aquellos que acudan a manifestarse lo hicieran también en
nombre de quienes en Italia o en el mundo han pagado con su vida por lo que han
escrito y hecho al servicio de una información libre. En nombre de Christian
Poveda, asesinado recientemente en El Salvador por haber dirigido un reportaje
sobre las maras, las ferocísimas bandas centroamericanas que hacen de bisagra
del gran narcotráfico entre el sur y el norte del continente. En nombre de Anna
Politovskaya y de Natalia Estemirova, asesinadas en Rusia por sus batallas
sobre Chechenia. En nombre de Peppino Impastato, Giuseppe Fava y Giancarlo
Siani, acallados por mafia y camorra, y difamados antes y después de su muerte.

Para que en cualquier país
democrático no vuelva a suceder que expresarse sobre lo que ocurre pueda
significar tener que pagar con el alma, con el cuerpo, con la sangre.

Esa es la libertad de
prensa.

 

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