Els Papers de Santa Maria de Nassiu

EDUQUEU ELS XIQUETS I NO HAUREU DE CASTIGAR ELS HOMES (PITÀGORES)

26 de febrer de 2008
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SANT ALEXANDRE, 26 DE FEBRER

Sant Alexandre nasqué cap a l’any 250. Era dolç, afable i de gran caritat amb tot el món, especialment amb els pobres. Coneixia profundament els ensenyaments de Crist i, per això, estava enamorat de la seua Persona, de la seua Església i de sa Mare, la Verge Maria. I quan les veia atacades s’aixecava amb força per defensar-les. En el 313 va ser elegit Patriarca d’Alexandria. Primerant es lliurà a animar i defensar molts fidels que eixint del món es retiraven a la soledat del desert per tal de millor servir el Senyor. Sabia que açò era un gran bé per a l’Església. Sant Alexandre descobrí els valors d’un jove singular a qui orientà i formà segons l’esperit de l’Evangeli. Era Anastasi, el futur Pare de l’Església. Però Sant Alexandre es va destacar per la lluita contra l’heretge Arri, a qui amb exemplar valentia li descobrí els seus molts errors contra la fe cristiana. Hi tingué diverses converses privades; però en veure que en res no progressava, convocà per a l’any 320 un Sínode a Alexandria. Acudiren més de cent bisbes i Arri mateix, qui va exposar la seua doctrina. L’Assemblea de Pares el condemnà. Però ell partí cap a diversos llocs i extengué la seua malèvola doctrina. Intervingueren els bisbes de Cesàrea i Nicomèdia, i també l’Emperador Constantí, qui encomendà al gran bisbe Osi de Còrdova que arribara a una reconciliació. Res es va aconseguir i s’hagué de convocar un Concili Universal per a l’any 325 (el primer) a Nicea. Sant Alexandre, malgrat l’avançada edat, assistí i desenvolupà una important influència. Aquest Concili condemnà l’arrianisme. I Sant Alexandre, per la seua vellesa, morí l’any següent.

PD: He seguit les anotacions de M.G.F. al fullet ALELUYA de l’Arquebisbat de València. I us vull deixar a continuació un text de Carlos García Gual, Alejandros, publicat a EL PAÍS sobre el conqueridor macedoni Alexandre.

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Alejandros


CARLOS GARCÍA
GUAL


BABELIA – 16-02-2008

No es fácil, a tanta distancia y tras tanto mito y rumor legendario, aceptar
una única imagen de Alejandro; múltiples son los retratos y divergentes las
interpretaciones. Lo eran entre los autores antiguos, lo son aún más entre los
modernos. Como destaca Cartledge, late tras los fulgores de su biografía un
persistente enigma: "¿Qué clase de hombre era, en la medida en que era un hombre
(y no un dios o un héroe)? ¿Era el sensato Alejandro de Ulrich Wilcken?, ¿el
caballeresco y visionario Alejandro de William Woodthorpe Tarn?, ¿el titánico y
hitleriano Alejandro de Fritz Schachermeyr?, ¿el homérico héroe de Robin Lane
Fox? ¿o el amoral y pragmático sin escrúpulos Alejandro de Ernst Badian y Brian
Bosworth? ¿O no era ninguno de ellos, o algo de todos, o de algunos de estos?
Faites vos jeux, mesdames et messieurs".

Sería fácil, y superfluo,
añadir nombres a la lista. Pero, simplificando mucho la cuestión, se pueden
distinguir dos tendencias: la apologética de quienes magnifican la juvenil
figura del conquistador macedonio como el inspirado y audaz creador de un nuevo
mundo, un imperio universal de amplios horizontes, y otra, más rigurosa y
escéptica, que destaca los terribles costes humanos de la conquista del imperio
y la ambición tiránica y el talante a la postre despótico del monarca macedonio.
En esa línea, estudiosos más críticos (Badian, Bosworth, A. R. Burn, Peter
Green, Roger Caratini, etcétera) reconocen el genio militar de Alejandro, pero
discuten su magnánimo carácter y su perspectiva política. (Y no falta algún
extremista que lo trata de alcohólico belicoso o paranoico con fortuna). La
biografía de Lane Fox, en cambio, se sitúa claramente en la de los admiradores
sin reserva del gran conquistador como héroe romántico, impulsado por su
pothos, su anhelo infinito, línea que viene del prusiano Johann G.
Droysen (1833), y que se continúa con libros espléndidos como los de William
Woodthorpe Tarn (1979) y Nicholas G. Hammond (1989).
El texto de Lane Fox (1973) presenta a Alejandro como el último héroe
clásico, joven y homérico, émulo de Aquiles y de Heracles, un combatiente de
increíble audacia siempre en primera línea y a la par un estratego genial, y un
explorador ansioso por alcanzar los confines del mundo. Con vibrante estilo, la
narración sigue su itinerario y describe sus gestas, comentando los textos con
agudeza y describiendo con gran precisión tanto las grandes batallas como los
paisajes del itinerario alejandrino. Como, por ejemplo, la marcha por el
desierto libio hacia el oasis de Siwa o el paso del escarpado Hindu Kush. Tiene
un cierto aire de Heródoto cuando nos habla de las nuevas plantas y los pueblos
exóticos, o de los usos bélicos de los elefantes, la nueva arma de guerra en el
camino a la India. Examina críticamente todos los testimonios históricos y evoca
muy bien los datos geográficos, y recuerda a otros viajeros por tierras
asiáticas. Por su vivaz narración y su riqueza de detalles esta biografía
conserva aún, treinta años después, todo su juvenil encanto, y sugiere por qué
Oliver Stone tuvo a Lane Fox como asesor en su filme de aire épico. Las precisas
notas finales acreditan su sólida erudición.
Paul Cartledge se distancia del tono novelesco de Lane Fox e
intenta lograr un equilibrio crítico entre las dos líneas mencionadas. Sin un
perfil romántico y sin ningún gran ideal filantrópico, su Alejandro es un fogoso
caudillo macedonio de desenfrenada ambición, atento a su gloria personal, amante
del poder absoluto, desdeñoso de los griegos, arrogante y audaz con exceso,
despiadado o generoso según sus conveniencias, y un genio indiscutible de la
guerra (tanto en las grandes batallas como en los asedios más arduos), invicto
por su buena fortuna. Con el pretexto de vengar a los griegos atacó a los
persas, se libró pronto de quienes se oponían a sus planes y se convirtió en el
heredero del trono persa con toda su pompa asiática, reclamando para sí honores
divinos. Su muerte en Babilonia truncó su meteórica gloria. Luego lo envolvió la
leyenda, que mitificaba su figura en un mundo que él conquistó para el helenismo
a través de nuevas ciudades. Paul Cartledge, catedrático en Cambridge, ha
escrito un texto perspicaz y ameno, y no sólo para lectores académicos, atento a
los recientes datos arqueológicos y a los estudios últimos, con fina crítica y
un estilo brillante. (Esos méritos tiene también su reciente Termópilas,
Ariel, 2007).
Las crónicas cercanas y los relatos de quienes lo conocieron y siguieron
se nos han perdido. Las más antiguas biografías de Alejandro llegan desde tres o
cuatro siglos después de su muerte. Y ya entonces se mezclaba la historia y la
leyenda. De modo que muchos autores actuales prefieren hablar también del mito
de Alejandro cuando enfocan su biografía. Valgan como ejemplos el libro de
Claude Mossé, Alejandro Magno. El destino de un mito (Espasa Calpe,
1994), o el de Antonio Guzmán Guerra y Francisco Javier Gómez Espelosín,
Alejandro Magno, de la historia al mito (Alianza, 1997). No sorprende que
una figura tan extraordinaria, un héroe que a los veinte años era rey de
Macedonia y a los treinta llegó invencible hasta el Indo tras conquistar un
inmenso imperio, y apenas tres años después murió de pronto en Babilonia, y tuvo
tumba y templo como un dios en Alejandría, diera lugar no sólo a diversos
relatos históricos, sino a un montón de fantásticas leyendas. A su ansia de
gloria le faltó un Homero, pero chispas de su esplendor prendieron en el mito
popular. De todo ese largo conjunto de relatos en torno a Alejandro y su saga
legendaria se ocupa el reciente libro de Gómez Espelosín, que analiza la imagen
y las gestas del gran macedonio desde los textos antiguos a los ecos modernos en
las novelas y en el cine. Lo hace con su habitual rigor crítico y amena prosa,
en diez sugerentes capítulos, seguidos de notas de bibliografía claras y
actualizadas. Los libros sobre Alejandro suelen concluir con un capítulo sobre
sus leyendas y su legado. Éste es, en mi opinión, el más completo en su
panorámica y el que mejor recoge los últimos estudios.
El libro de Nicholas J. Saunders se titula en inglés Alexander’s
tomb y trata sólo de ese tema: la tumba de Alejandro. Pero lo hace con una
magnífica y completa perspectiva, desde su comienzo, que evoca la muerte del
gran monarca en Babilonia, las disputas por su féretro y el traslado de su
cadáver a Menfis y luego a Alejandría por un audaz golpe de mano de Tolomeo, y
la erección allí de su fastuosa tumba hasta la misteriosa desaparición de cuerpo
y tumba seis siglos después. Nada queda del fastuoso mausoleo (Sema) que
albergaba su cuerpo momificado, envuelto en purpúreo manto y ataúd de oro, que
fue meta de peregrinación para sus admiradores durante siglos -allí lo visitaron
César, Augusto, Adriano y Caracalla-. Muchos lo han buscado en el subsuelo y las
ruinas de la ciudad en vano. Ninguno de los que lo visitaron lo describe, pero
acaso dejó sus reflejos en los redondos mausoleos romanos de Augusto y de
Adriano. Fue emblema de Alejandría y su más oscuro misterio. Desapareció por los
mismos años en que, a sugerencias de Constantino, los cristianos encontraban el
sepulcro de Cristo en Jerusalén. Extraña coincidencia. "Decidme, ¿dónde está la
tumba de Alejandro?", clamaba, con júbilo, el pío Juan Crisóstomo a fines del
siglo IV. ¿Quién se llevó su momia? ¿La albergó algún tiempo el sepulcro de
Nectanebo II? La historia que cuenta Saunders, y cuenta muy bien, es
interesantísima, y se deja leer como un estupendo texto novelesco. Relata con
detalle periodístico los más recientes intentos arqueológicos de hallar el
famoso sepulcro -en el oasis de Siwa o en Macedonia-, todos ellos fracasados. Un
afán quimérico sigue flotando en esa búsqueda peregrina. Aún persiste el empeño,
tal vez porque, escribe Saunders, "tanto muerto como vivo, Alejandro representa
la inquietud del espíritu humano". En su aspecto más heroico, como lo supo el
mito.
Abundan las ficciones novelescas modernas sobre Alejandro. (Las más
notables pueden verse bien comentadas por Gómez Espelosín). Novelas como las de
Klaus Mann, Mary Renault, Valerio Manfredi, Gisbert Haefs han recreado con sus
luces y sombras, y con notable éxito, su fascinante y heroica figura. Ahora
vuelve a novelarla con ágil prosa José Ángel Mañas en El secreto del
oráculo (Destino, 2007).
En fin, las novelas históricas prolongan una tradición de muchos siglos.
Recontar las hazañas y el destino trágico del héroe que quiso ser un último dios
es una tentación de lejanos precursores. Recordemos no sólo al pintoresco Pseudo
Calístenes, que cinco siglos después de su muerte escribió la primera Novela
de Alejandro, de inigualable éxito, sino, como más próximo, al estupendo
poeta castellano de nuestro Libro de Alexandre, redactado a comienzos del
siglo XIII, por las mismas fechas en que en Persia el gran poeta Nizami componía
el más extenso libro de igual título: el Iskandarname. El rastro
histórico y mítico de Alejandro, probado está, aún nos fascina.
Alejandro Magno. Conquistador del mundo. Robin Lane Fox.
Traducción de Maite Solana. Acantilado. Barcelona, 2007. 956 páginas. 29 euros.
Alejandro Magno
Traducción de David León Gómez
La leyenda de Alejandro. Mito, historiografía y propaganda.
Alejandro Magno. El destino final de un héroe.
Traducción de Emma Fontdevila.
Barcelona
Borja Antela Bernárdez.
Santiago de Compostela,
Claude Mossé.
Traducción de Margarita Sáenz
: la búsqueda de un pasado desconocido. Paul Cartledge.
. Ariel. Barcelona, 2008. 397 páginas. 23,90 euros.
Francisco Javier Gómez Espelosín. Universidad de Alcalá de Henares.
Alcalá de Henares, 2007. 424 páginas. 25 euros.
Nicholas J. Saunders.
Zenith/Planeta.
2007. 357 páginas. 19 euros.
Alexandre Magno e Atenas.
Universidad de Santiago.
2005. 349 páginas. 20 euros.
Alejandro Magno. El destino de un mito.
. Espasa Calpe. Madrid, 2004. 284 páginas. 26,25 euros.
El secreto del oráculo. José Ángel Mañas. Destino. Barcelona,
2007. 619 páginas. 22 euros.


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