FRANCESC ESTEVE, ¡CASTELLANO
Y CIERRA ESPAÑA! (LEVANTE-EMV)
¿Es hora de cambiar para Telefónica?, A. JAVIER SERRANO, EL
PAÍS – Opinión – 29-07-2008
FRANCESC ESTEVE, ¡CASTELLANO
Y CIERRA ESPAÑA! (LEVANTE-EMV)
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EL PAÍS – Opinión –
29-07-2008
He leído que Telefónica duplica
su oferta de velocidad en ADSL para millones de usuarios. Como contraste, quizá
deban saber, y publicar también, que existen numerosas urbanizaciones en Madrid
(por ejemplo ésta de Río Cofio, en Robledo de Chavela) donde instalar ADSL es
tarea imposible porque la compañía dice que la centralita es antigua y está
lejos de las urbanizaciones. Tampoco ofrece ninguna tecnología de sustitución a
un precio razonable por vía satélite o similar. Por tanto, como no es zona
rural, sino urbana, no ofrece cobertura rural y como no tiene centralita
adaptada, no ofrece cobertura urbana. Situación que se repite en otras
localidades de la provincia. ¡Viva Telefónica, su servicio
“universal”!
¿No puede intervenir la Autoridad de
Telecomunicaciones para revisar esta lamentable situación de monopolio
infradesarrollado en el mantenimiento de las líneas telefónicas.
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EL
PAÍS – Opinión – 04-09-2008
Cerca
de 4.300 personas, entre parroquianos y no parroquianos, creyentes y no
creyentes, tras la recogida de las preceptivas firmas, hemos constituido la Plataforma ¡No al
traslado de Juanjo! en señal de protesta por la decisión de la Congregación Claretiana,
a través del padre provincial Manuel Tamargo, de apartar de sus parroquias de
San Vicente de la Barquera,
Pechón, Pesués y Prellezo (Cantabria) al padre Juan José Iruzubieta, Juanjo,
miembro de esa congregación.
Dicha decisión ha provocado un rechazo
generalizado, pues la labor pastoral del párroco padre Juanjo es ejemplar con
cualquier colectivo, hallando en él los más necesitados la ayuda espiritual y
material que precisan, lo que le ha granjeado el respeto y el cariño de todos,
hasta el punto de que muchos han retomado prácticas religiosas de las que se
habían ido alejando. Por medio de una manifestación y tres concentraciones
(días 6, 13, 20 y 27 de septiembre) se reiterará, fracasadas otras vías
utilizadas, ese rechazo.
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EL
PAÍS – 03-09-2008
Echando
chispas. Así dice la presidenta de la Federación Valenciana
de Municipios y Provincias, Elena Bastidas, que están todos los señores y
señoras munícipes tras conocer el anuncio de esa alegría de la huerta que es el
ministro de Economía, Pedro Solbes, de que el grifo de la financiación a los
ayuntamientos también acusará restricciones en el suministro. Y tiempo le ha
faltado a Spectra, digo Rita Barberá, para meter cuchara al tiempo que
cumplía con las obligaciones de su orden, de tener presente en las oraciones e
invectivas diarias a Rodríguez Zapatero. Ahí estaba la Bastidas con el verbo
desatado, reproduciendo algo que habría oído sobre trampas contables. ¿Trampas
contables? ¡Pero si eso se fabrica aquí! Un poco de sosiego. Con todo lo que
afecta al presupuesto público ocurre como con la lotería, que suele estar muy
repartida, aunque de manera desigual. Otra cosa es cómo se cuenta la fábula a
la parroquia. Las leyes de la contabilidad, como los caminos del señor, son
inescrutables, sobre todo desde que la innovación y el diseño se afincaron en
las cuentas públicas en lugar de los procesos industriales. El Gobierno de
Francisco Camps, sin ir más lejos, debe más que divisa con cargo a nuestros
bolsillos y cada dos por tres presenta superávits que ensombrecen la
imaginación de los creativos de Disneyworld. Es cierto que nunca llega la hora
de los Ayuntamientos, como tampoco llegan los cascos azules de la ONU a impedir el bandidaje en
el país de la fantasía. Como reza el feliz eslogan de una fábrica de ataúdes,
sigan fumando: podemos esperar.
Va para 30 años de la restauración democrática y,
por así decir, las bombillas del colegio público van a cargo de los gastos
generales de la corporación municipal, en lugar de pagarlas quien posee las
competencias educativas. El Gobierno central racanea a las administraciones
autonómicas, mientras se asienta sobre el expolio disfrazado de solidaridad,
vistas las balanzas fiscales. Los gobiernos autonómicos prometen el oro y el
moro a los ayuntamientos, preferiblemente de su cuerda, pero a la hora de pagar
son más insolventes que Haití con el Fondo Monetario Internacional. En teoría,
el asunto es sencillo: la asignación presupuestaria, para quien presta el
servicio. Pero a la hora de soltar la mosca, la cosa se complica y entonces la
financiación de los servicios públicos, como la existencia del Senado y la vida
en Marte, derivan en grandes misterios de la Humanidad. Y luego
están los alcaldes que confunden su cargo con el de sultán de Brunei. No son
todos, pero abundan. Desde confundir el término municipal con la tierra
prometida (de promotores, no del pueblo elegido), a tirar con pólvora de rey en
cuchipandas, los hay de todos los colores. Antes de echar chispas, unos y
otros, pulsen el estado de ánimo de la generación educada en barracones, de la
atención sanitaria, de las bibliotecas desnutridas, de los damnificados por el
incendio de l’Alcalatén y del largo etcétera que debe incluir a todos los
esquilmados de los eventos. O sea, a todos. Porque aquí hay para lo que hay, y
lo demás es pura cháchara.
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EL
PAÍS – 05-08-2008
La
Comunidad Valenciana y Cataluña juntas son una
realidad a tener en cuenta en España. Con doce millones de habitantes, lo que
representa más de la tercera parte de la población española, somos dos
nacionalidades históricas que recuperamos nuestras instituciones de
autogobierno con la Constitución
de 1978. Ambas comunidades poseen una historia y una cultura propias, y tienen
intereses estratégicos comunes que defender desde nuestra posición compartida
en el Corredor Mediterráneo español. Y, si bien el desencuentro entre catalanes
y valencianos se ha dado en la historia reciente, en la actualidad son muchas
más las cosas que nos unen que las que nos separan.
Catalanes y valencianos nos encontramos entre los
que más contribuimos a las arcas -solidarias- del Estado. La publicación
reciente de las balanzas fiscales por parte del Ministerio de Economía y
Hacienda revela fríamente que ambas comunidades presentan un alarmante saldo
acreedor con el Estado. Es decir, que es mayor el importe de los impuestos
pagados que la financiación de los servicios públicos recibidos. Concretamente,
para la Comunidad
Valenciana, la diferencia es del -6,4% y para Cataluña, del
-8,7%. Un saldo preocupante para la sostenibilidad del sistema de solidaridad
interregional español, si no se alcanza un pacto de reequilibrio para poder
continuar progresando como se ha hecho durante los últimos años. Sin embargo,
el fenómeno de la inmigración y el atractivo de crecimiento económico de la
última década ha dejado a un millón de valencianos sin financiación por parte
del Estado.
Hoy somos cinco millones de valencianos, no cuatro
como contabiliza La
Moncloa. Estas cifras traducidas en términos económicos
suponen alrededor de 1.000 millones de euros más con los que contaría la Comunidad Valenciana
en caso de aplicarse el reconocimiento de la población actual en el sistema de
financiación autonómica; algo semejante a lo que ocurriría en Cataluña. Una
reivindicación común de los gobiernos de Cataluña y de la Comunidad Valenciana,
con independencia del color político, al Gobierno central que, en justicia,
tiene que corregir. Una estrategia común de ambos gobiernos para un interés
común: financiar las autonomías en función de la población, corrigiendo un
déficit que afecta a la financiación de los servicios sociales básicos,
competencias exclusivas nuestras, pero que benefician a toda la población
española.
Si el Gobierno socialista no reconoce que somos más
de 46 millones de españoles, estará recortando, de golpe, un 10% del gasto de
las políticas sociales en toda España y, en el caso de la Comunitat y de Cataluña
-donde el incremento demográfico es muy superior al de la media nacional- este
recorte supone contar con un 20% menos de financiación para servicios básicos
tales como la sanidad, la educación, la cultura, los servicios sociales o la
acogida e integración de inmigrantes. Gastos que deben ser financiados mediante
endeudamiento público. En definitiva, la realidad es que aportando más, siendo
muchos más y con más necesidades, los valencianos recibimos menos recursos del
Estado para financiar los servicios necesarios para toda la población.
Toda una paradoja que en términos políticos
recibiría el nombre de discriminación o penalización. Aunque por motivos bien
diferentes: en el caso de la Comunidad Valenciana, por tener un gobierno del
Partido Popular, en el caso de Cataluña por razones de orden orgánico interno
del PSOE.
Los datos son concluyentes: en el Corredor
Mediterráneo Español vive el 47% de la población española y se genera el 57%
del PIB estatal. Es decir, en esta fachada marítima peninsular vive una
población con un nivel alto de productividad, que, por ello, necesita de las
mejores prestaciones -alta velocidad ferroviaria, ancho de vía internacional,
capacidad de transporte de mercancías y pasajeros-. Sin ellas, las comunidades
del Corredor Mediterráneo no podrán seguir creciendo al ritmo deseado. No
podrán transportar más de 60 millones de toneladas y 15 millones de turistas al
año, hacia y desde el resto de la Unión Europea. Estas reivindicaciones -peajes,
infraestructuras ferroviarias y otras soluciones- las hicieron suyas conjunta y
recientemente en Valencia las Cámaras de Comercio de la Comunidad Valenciana
y Cataluña. Para evitar que nuestros productos soporten unos pagos añadidos y
nos distancien del resto del país.
Es necesario un Gobierno en España que reconsidere
la realidad española sin complejos. Y el actual Gobierno de Rodríguez Zapatero
tiene demasiados. Los ha tenido al negar una crisis que es más profunda en
España que en el resto de los países y los tiene ahora al negar un modelo de
financiación que nos permita a las regiones del Corredor Mediterráneo continuar
avanzando: no para separarnos económica y socialmente del resto del país, sino
todo lo contrario, para que el equilibrio y la solidaridad de todos los ciudadanos
se alcance en el nivel más alto, no en el más bajo.
Catalanes y valencianos necesitamos una España
mejor gobernada, una España que funcione mejor. Nuestro sistema de solidaridad
interregional descansa sobre la participación de los españoles que más podemos
aportar, para que de cara al futuro podamos continuar aportando. Ahora bien,
para que el sistema pueda seguir siendo sostenible, la redistribución fiscal no
debe impedir el crecimiento económico ni deteriorar los servicios sociales
prestados a los ciudadanos españoles en ambos territorios. Es el momento de
pasar una página de la historia porque bien cierto es que entre catalanes y
valencianos hay muchas más cosas que nos unen que las que nos separan.
Intereses comunes que defender para lograr que España funcione mejor.
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EL
PAÍS – Opinión – 17-08-2008
Imaginemos
un plató de televisión -no hace falta mucha imaginación para ello, lo podemos
ver a diario-, en el que, con el tirón del título ¿Qué piensas de tus
vecinos?, la persona invitada, consciente de su visibilidad mediática,
responde a las preguntas del presentador:
“¿Te llevas bien con ellos?”.
“En general, sí”.
“¡Ah! y ¿sólo en general? ¿Alguno te fastidia
en particular?”.
“Tanto como fastidiar… a veces, sí”.
“Cuenta, cuenta”.
“Bueno, con esa gente ya se sabe”.
“¿Vienen de afuera?”.
“Sí”.
“¿Qué les reprochas? ¿El ruido, la
promiscuidad?”.
“El griterío que arman, no te dejan ni
dormir”.
“Claro, sus fiestas”.
“Se lían a gritos hasta en la escalera”.
“Tienen muchos críos, ¿verdad?”.
“Más de la cuenta”.
Etcétera.
Trasladémonos ahora a un centro escolar en el que
los alumnos de secundaria son invitados a marcar una crucecita indicativa de su
apreciación positiva o negativa en una decena de casillas en las que se lee:
Gitanos, Marroquíes, Judíos, Europeos del Este, Africanos, Asiáticos,
Latinoamericanos, Estadounidenses…, y pongámonos en la piel de una muchacha o
de un joven que, en el brete de valorar a una comunidad que tal vez desconocen,
darán una respuesta basada, no ya en la experiencia propia de las aulas, sino
en los prejuicios de la opinión ajena: “Esa gente no es como
nosotros”, “Tiene costumbres extrañas”, “Viene de forma
ilegal”… Cuanto han oído en casa, en la calle o en el metro se concreta
de golpe ante la casilla en blanco.
Escribo esto a propósito del reciente estudio
llevado a cabo, con las mejores intenciones del mundo, por el Observatorio de
Convivencia Escolar, organismo dependiente del Ministerio de Educación, sobre
el racismo y los prejuicios étnicos existentes en las aulas de toda España, y
cuyas conclusiones han sido para muchos, mas no para mí, “un jarro de agua
fría”.
Dejando de lado la conveniencia de tales encuestas
-asunto sobre el que vuelvo luego-, sus resultados no constituyen ninguna
novedad, ya que repiten los que figuraban en la realizada en la pasada década
en el ámbito de la Comunidad
de Madrid.
Muy poco glorioso palmarés de los prejuicios del
estudiantado coincidía casi con el actual. En el primer puesto de la
clasificación discriminatoria se hallaban los gitanos. En el segundo, los
magrebíes; en el cuarto (¡frótense los ojos de asombro!), los judíos. Venían a
continuación los iberoamericanos y africanos… El tercer lugar -cuya casilla
fue borrada en la actual encuesta- correspondía (¡frotémonos de nuevo los
ojos!) a los catalanes: ¡una singular manifestación de convivencia
interpeninsular que nada tenía que ver por aquellas fechas con el Estatut ni
con las competencias económicas reclamadas por la Generalitat!
Entendemos muy bien, por razones de elemental
corrección política, que los encuestadores del Foro de Convivencia Escolar se
abstuvieran de incluir la casilla correspondiente a los catalanes.
Pero entendemos menos bien algunos puntos de la
encuesta y, sobre todo, su divulgación. Pues, ¿es útil escarbar en los
sentimientos y pulsiones más bajos del ser humano respecto a las diferencias
raciales, éticas, religiosas o sociales? La denuncia de los acosadores, tanto
en las aulas como fuera de ellas, y la defensa de los acosados son un deber
primordial: nos concierne a todos.
Pero preguntas de la índole “¿Te gustaría
trabajar o compartir estudios con un gitano, un magrebí o un judío?”
¿ayudan a combatir la discriminación? No estoy convencido de ello. Ya que si la
convivencia en las aulas con algunas de las comunidades gitanas en la encuesta
puede plantear problemas que la política educativa del Estado debe resolver con
la energía y serenidad que se imponen, ¿cuántos alumnos frecuentan a compañeros
judíos y se inquietan ante la idea de trabajar codo a codo con ellos? Su número
es insignificante: se trata de judíos mentales.
Y, sin embargo, el 56,5% del alumnado se muestra
reacio a convivir con quienes sólo conoce de oídas. ¿No será entonces, me
pregunto, la propia encuesta y la casilla vacía, las que activan dicho rechazo?
Las estadísticas pueden ser útiles a condición de que se manejen con prudencia.
Si la bestia del racismo anida potencialmente en el
ser humano, no contribuyamos a despertarla con el noble propósito de combatirla
con los instrumentos que nos procuran las ciencias de la información.
El contenido de muchos espectáculos televisivos
volcados en la exposición nauseabunda de lo privado en la esfera pública es un
elocuente indicativo del peligro que acecha al planteamiento y la difusión de
algunas encuestas que, al interpretar la realidad, consciente o
inconscientemente, la deforman o alteran.
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BABELIA
– 12-07-2008
Después
de la lenta ceremonia de liarse el pitillo de picadura selecta, de pegarlo con
la lengua y de darle dos caladas, Josep Pla, entornando el ojo ahumado, le dijo
a un joven anarquista: “Oiga, la naturaleza está llena de terremotos, de
tempestades e inundaciones y encima de tanto cataclismo ¿además quiere usted
hacer la revolución?”.
Josep Pla ha conseguido esa clase de inmortalidad
reservada a los escritores privilegiados: la de convertirse sin ser leído en
una fuente inagotable de anécdotas. Tenía un diseño propio. La boina, la
colilla en los labios, la ceniza en la solapa de la chaqueta oscura de payés
endomingado, una risa sardónica que le dejaba los ojos convertidos en dos rayas
luminosas sobre los anchos pómulos de mongol, la gabardina doblada en el
antebrazo y un número indefinido de chascarrillos. A esta silueta hay que
agregar su leyenda de espía franquista un poco zarrapastroso, ciertas
veleidades de contrabandista, los amores secretos y su fama de buen cliente
prostibulario, aparte del lío mental que se armó en política debido al miedo
irracional de pequeño propietario. Josep Pla temía que los desheredados
entraran un día blandiendo la hoz en sus tierras de Llofriu, en el término de
Palafrugell y se las expropiaran en nombre de la justicia universal. Tenía un
concepto ruinoso de la existencia humana y de la historia, no muy diferente de
la opinión que le merece a un agricultor el granizo o la sequía. Este desastre
moral sólo podía salvarse si ese año había una gran cosecha, ya fuera de
legumbres o de cereal o en su defecto con sucesivas descargas de un humor sarcástico.
Así se limitó a describir la vida que vio pasar ante sus ojos de forma
ondulante.
Josep Pla se creía físicamente fabricado con buena
madera. Presumía de haber nacido de una madre limpia y autoritaria, la señora
María, que guisaba unos pucheros inenarrables y ponía orden en las cosas; en
cambio su padre, el señor Antoni, con la cabeza llena de falsos proyectos
mercantiles estuvo a punto de arruinar la pequeña fortuna que su mujer había
heredado de un hermanastro que se hizo rico en América. Si en lugar de meterse
en negocios se hubiera quedado quieto en la tertulia del café de Palafrugell,
sin duda, la herencia familiar se habría acrecentado. Pese a todo al escritor
le quedó una masía en Llofriu, rodeada de unas hectáreas de trigo, almendros y
algo de ganado. El orden natural consiste en la estabilidad de la moneda y
tener las escrituras de propiedad en el cajón de la cómoda.
Josep Pla estudió la carrera de Derecho en
Barcelona en los alrededores de la gripe de 1918. Quemó infinitas tardes en la
tertulia del Ateneo, famosa por una socarronería intelectual propia de la
época, entre el noucentisme y la escudella i carn d’olla. El
joven ampurdanés apartó a ella las salidas de payés enloquecido después de una
tramontana. Allí reinaban tres vacas sagradas, Eugeni d’Ors, Joan de Sagarra y
Francesc Pujols, un filósofo atrabiliario, lleno de humor ácido, pero fue Quim
Borralleras, el alma influyente de aquel cotarro, quien se percató del talento
de Pla y le animó a que se fuera a París de corresponsal del diario La Publicidad. Pla
se convirtió en periodista. ¡Por qué me metería yo en esta amarga profesión!,
diría después. No podía quejarse. Se paseó por la Europa de entreguerras
hecho a medias un payés golfo y dandi. Se supone que lo supo todo de primera
mano. En París se estaba elaborando aún el Tratado de Versalles. Se paseó por
Rusia cuando la
Revolución. Había presenciado la Marcha de Mussolini sobre
Roma. Vivió la inflación en Alemania. “Yo probablemente tengo una vaga
disposición para escribir las cosas que he visto. Mi vocación más visible es
ésta”. Fue su primer libro, Coses vistes. Su juego literario
consistía, a la manera de Heine, en rebajar las ideas sublimes con palabras
vulgares y en elevar las pequeñas cosas humildes con frases trascendentes. Así lo
hacían Julio Camba y Pío Baroja, que también aborrecían las filigranas.
La primera novia secreta, Aly Herscovitz, la
encontró en Berlín cuando un dólar costaba trescientos millones de marcos y la
relación no duró más allá de la estabilización de la moneda. Aly era judía.
Fumaba sin parar cigarrillos Muratti, murió gaseada en el Holocausto. Después
llegaría la noruega Adi Enberg, a la que conoció en París, alrededor de 1925, y
convivió con ella hasta el final de la Guerra Civil. Era muy limpia, agradable,
eficiente y poco agitada, se cuidaba de las cosas prácticas y le resolvía todos
los problemas, excepto los deberes domésticos, cosa que exasperaba al escritor.
Esta mujer, secretaria del cónsul de su país, metió a Pla en un asunto de
espionaje franquista en Marsella cuando los dos huyeron de Barcelona al
iniciarse la guerra.
De Marsella a Biarritz, a San Sebastián, a Burgos y
de allí a Barcelona empotrado con las tropas franquistas. Josep Pla seguía
siendo un periodista. Soñaba con sustituir a Manuel Aznar en la dirección del
diario La Vanguardia
pero se cruzaron algunos puñales y Pla resultó ser un vencedor vencido. Dio por
terminada su vida agitada y se retiró a vivir en la Costa Brava, primero
unos años en L’Escala y después en su masía de Llofriu, donde empezó a rumiarse
por dentro hasta convertirse en un escritor que aceptaba vestirse con los
trajes usados de su editor Vergés. Durante estos años compartió su labor de
hormiga literaria con un amor secreto de una mujer misteriosa, Aurora, sacada,
tal vez, de un prostíbulo, que le llenó de erotismo hasta los últimos años de
su vejez. Cuando ella emigró con su marido a Argentina le siguió escribiendo
cartas obsesivas y le hizo innumerables homenajes con el vicio solitario y la
imaginación. Otra mujer, Consuelo, con la que tuvo relaciones intermitentes,
criada o ama de llaves, fue su último remedio de la concupiscencia. Amores
domésticos, algo ratoneros.
De pronto el periodista sumergido en el Ampurdá
renació como escritor con la publicación del Quardern gris, un dietario
de juventud reelaborado ahora a los 63 años, primer tomo de sus obras
completas. Dos hechos contribuyeron a que Josep Pla fuera conocido por el gran
público: un artículo en Destino con la descripción minuciosa del infarto
de miocardio que sufrió en la madrugada del 18 de agosto de 1972 y la
entrevista A fondo que le hizo Soler Serrano en Televisión Española. De
pronto un escritor que en catalán y en castellano había publicado casi treinta
mil páginas emergió a la superficie, los primeros peregrinos comenzaron a
visitarlo en su masía de Llofriu, atrincherado bajo la gran campana de la
chimenea y cada uno volvía rememorando cualquiera de sus salidas socarronas,
irónicas sobre la vida, unas verdaderas, otras imaginarias. Por la tarde estaba
ciego de whisky. “La orina del whisky no tiene rival. Clara, rápida, fácil
y color de paja”, decía.
Este hombre neopositivista, observador, egoísta,
socarrón y degustador de los placeres a mano fue admirado por los que amaban la
lengua catalana escrita de una forma moderna y nunca perdonado por los que no
olvidaban su pasado franquista. Le fueron negados todos los premios. Por su
parte él rechazó todos los homenajes, porque no estaba dispuesto a romper su
diseño exterior, un pequeño propietario rural con boina y colilla en la boca. Y
al final de su vida logró que le asistiera de fámulo un monje del monasterio de
Poblet. Fue el que roció su féretro con agua bendita y despidió al escritor la
tarde del 23 de abril de 1981 con un salmo en catalán del profeta Isaías. En el
cementerio de Llofriu, al fondo según se entra, está su tumba. –
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