Seguint amb el costum de penjar-vos articles que han estat publicats a la premsa escrita us deixe avui els que teniu tot seguit:
El insulto también es violencia
La
agresión verbal es tolerada en los estadios – Las ofensas no desahogan, irritan
más
CECILIA FLETA
|
EL
PAÍS – Sociedad – 09-04-2008
Rajoy no tiene legitimidad
FRANCESC DE P. BURGUERA
|
EL
PAÍS – 07-04-2008
RAFAEL RIVERA
El insulto también es violencia
La
agresión verbal es tolerada en los estadios – Las ofensas no desahogan, irritan
más
CECILIA FLETA
|
EL
PAÍS – Sociedad – 09-04-2008
El insulto se siente cómodo en los estadios en España, donde se
vive el ejemplo más notorio de la ligereza y la frecuencia de la agresión
verbal en este país. Un estudio recién publicado en la revista International
Journal of Intercultural Relations, en el que han participado 3.000
estudiantes de 11 países, identifica la virulencia del insulto en España, al
igual que en otros países mediterráneos, con ataques a la familia o el
cuestionamiento de la virilidad del insultado.
Este periódico ha acudido a varios
estadios, desde Primera División a entrenamientos de barrio, y no hay papel
suficiente en un periódico -ni ganas- para recoger todos los insultos
escuchados. En el campo de fútbol se contempla como algo normal chillarle al
árbitro todo tipo de improperios desde la grada. La alarma sólo aparece cuando
el insulto escala un peldaño más y se convierte en agresión física, como
ocurrió hace unas semanas en el estadio Ruiz de Lopera, en Sevilla, cuando un
aficionado del Betis lanzó una botella al campo que causó heridas en un ojo al
portero del Athletic de Bilbao. Sin embargo, el insulto y la agresión física
son formas de violencia que sólo se distinguen por una cuestión de grado y la
línea que las separa es extremadamente fina.
El etólogo británico Desmond Morris
comparó en su libro El deporte rey la competición entre dos
equipos de fútbol con la guerra entre tribus y encontró, uno por uno, todos los
rituales bélicos tradicionales. “El fútbol, en cuanto enfrentamiento,
tiene un componente muy importante de agresión al rival”, explica el
profesor titular de Sociología de la Universidad Complutense
de Madrid Andrés Canteras. Esa agresividad se transmite al público, que con
entusiasmo la traduce a palabras no siempre biensonantes. “¡Vete a tomar
por culo, cabrón!”, se registró en uno de los cuatro partidos de fútbol de
diferentes categorías que fueron tomados para ilustrar este reportaje.
“Vete a la mierda, ¡cabrón!”, “¡Subnormal!”,
“¡Árbitro, gilipollas!” o “¡Cuentista de mierda!” son otros
de los anotados. Muchos de estos insultos están entre los más repetidos, en
general, entre los españoles, que se diferencian del resto de países en su
capacidad única para faltar aludiendo a la virilidad, según el estudio
internacional sobre insultos y diferencias culturales, que en España ha
coordinado Carmen Carmona, de la
Universidad de Valencia.
Y la violencia verbal es cualquier
cosa menos inocente. Según la catedrática de Psicología de la Universidad de Córdoba
y experta en violencia Rosario Ortega, “la diferencia entre la violencia
verbal y la física es una mera cuestión de grado, pero hay formas de violencia
verbal que pueden doler mucho si atacan determinadas partes de la
identidad”. Puede ser el caso, por ejemplo, de insultos como “¡Negro
hijo de puta!” y “¡Corre, puto negro!”, espetados por
aficionados del Real Madrid a un jugador propio (el defensa holandés Drenthe)
en un partido contra el Getafe.
El insulto racista se percibe como el
más grave, pero muchos aficionados que han interiorizado el estigma social del
racismo optan por agresiones igualmente ofensivas pero no tan mal vistas que
atacan a un aspecto de la personalidad del atacado. Siempre hay algún jugador
calvo, feo, bajito o sospechoso de homosexualidad del que poder mofarse.
“¡Pero qué dices, enano!”, le espetaban a un árbitro de baja estatura
en la localidad toledana de Sonseca, en un partido del equipo local contra el
Mora CF. Otros insultos como “¡Calvo de mierda!” o
“Guti-Guti-Guti maricón” fueron escuchados en el estadio Vicente
Calderón de Madrid.
En ocasiones basta el factor
diferencial de la procedencia geográfica para justificar el insulto. Al árbitro
del encuentro entre el Atlético de Madrid y el Athletic de Bilbao el pasado 17
de febrero le gritaban “Sevillano hijo de puta” por favorecer
supuestamente a los jugadores del equipo bilbaíno. A éstos, por su parte, se
les espetaba: “¡Vascos de mierda, joder!”, mientras que del sector
donde ondeaban más banderas españolas llegaba un coro antiterrorista mezclado
con el estremecedor enaltecimiento de un crimen pasado: “Puta ETA, puta
Zabaleta”.
“Para las personas que insultan
en el fútbol, ésta es la posibilidad de exteriorizar muchas inhibiciones y
emociones contenidas”, recuerda Andrés Canteras, y lo compara con el
placer que experimentan muchos usuarios de servicios sexuales al insultar a una
prostituta. La catedrática de Psicología niega, sin embargo, que la violencia
sea una “necesidad ontológica” del ser humano y que tenga una función
de desfogue. “La creencia de que insultando en el fútbol la gente se
descarga es tan falsa como que fumar relaja”, asegura. No sólo no
descarga, sino que es perjudicial para la propia persona, ya que “lesiona
el criterio moral y el balance emocional del agresor”. Cuando un agresor
verbal se va a su casa, “se siente como un energúmeno porque se ha
comportado como un energúmeno”, comenta Ortega.
“Toda violencia es una respuesta
inapropiadamente agresiva ante una situación que se percibe como
frustrante”, define Ortega. En realidad, toda conducta violenta parte de
lo mismo, sólo que la exteriorización o manifestación puede ser más o menos
grave, y en este sentido la agresión verbal sería la forma menos grave, añade
la catedrática.
El de los estadios es un fenómeno
colectivo que ya llamó la atención a principios del siglo XX, en el que las
personas sienten que su identidad está diluida en términos de su control moral.
Para el sociólogo Canteras, en el fútbol se crea una inercia emocional
colectiva: “Se pierden las inhibiciones al ver que todos insultan, como
producto de un gran acuerdo tácito. Encuentran en la colectividad la
legitimación para llevar a cabo comportamientos que no tendrían en
solitario”. Rosario Ortega lo explica como una “disminución del
autocontrol ético-moral de los aficionados al diluirse en la colectividad,
acompañado de un contagio emocional entre los sujetos”. Además, apunta
Ortega, esto se ve agravado porque la relación deja de ser interpersonal para
pasar a ser entre una persona y un ente más o menos lejano, intangible y
difuso, como puede ser el árbitro, que se convierte en el objeto de las iras.
Esta lejanía se rompe cuando un
individuo lanza un objeto al campo con intención de dañar a otro, momento en
que se produce una “relación directa interpersonal” entre agresor y
agredido. Quien pasa del insulto al lanzamiento de una botella, como ocurrió
hace unas semanas en Sevilla, “está liderando el paso a un grado más allá
de la violencia”. “Dar el paso hacia otro nivel, debido al factor del
contagio, es invitar conscientemente a los demás a pasar a la acción”,
señala la catedrática. Ayer mismo, la Audiencia de Barcelona confirmó la pena de tres
años de prisión a tres hinchas del Espanyol por violencia.
En opinión de la psicóloga, las
personas que acostumbran a insultar en los estadios no son necesariamente más
violentas que el resto en su vida normal, pero sí tienden a aumentar el nivel
de agresividad de su conducta en el estadio. “El psiquiatra Luis Rojas
Marcos lo describió de una manera muy interesante cuando dijo que existe una
espiral de la violencia. El que participa en algún tipo de violencia tiene
tendencia a meterse en otra mayor. Se habitúa a la violencia y pierde la
sensibilidad moral”, explica. Pero hay que distinguir, advierte, la
agresión “unidireccional e injustificada” de la pelea, que es
bidireccional.
Para Canteras, “lo más
preocupante es que hay padres que llevan a sus hijos al fútbol, les enseñan el
comportamiento agresivo y los socializan en la cultura del insulto, y no tienen
la sensación de haber hecho nada malo”, añade Andrés Canteras. Canteras
considera la agresividad en el deporte “comparable a la que encontramos en
el tráfico de una gran ciudad”. Para comprobarlo no hay más que subirse a
un taxi madrileño un día cualquiera y esperar a que el conductor se desespere.
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