Els Papers de Santa Maria de Nassiu

EDUQUEU ELS XIQUETS I NO HAUREU DE CASTIGAR ELS HOMES (PITÀGORES)

24 de maig de 2008
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La ignorancia

Jordi Soler

 

EL PAÍS  –  Opinión – 01-02-2008

 

Los obispos y el voto

La Conferencia Episcopal vuelve a interferir en la política, interviniendo en la precampaña

 

EL PAÍS  –  Opinión – 01-02-2008

 

Negligencia legislativa

El Supremo de EE UU afirma que el Estado está obligado a legislar el derecho a no sufrir dolor

SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ

 

EL PAÍS  –  España – 01-02-2008


Las rosquillas del padre Pagola

HILARI RAGUER

 

EL PAÍS – 25-02-2008

 

Unitat del castellà

Josep Lluís Doménech Levante-EMV, divendres 11 d’abril de 2008

La ignorancia

Jordi Soler

 

EL PAÍS  –  Opinión – 01-02-2008

Hace unos meses, atrapado en la vorágine de un festival literario, visité en cinco días cinco ciudades francesas. En cada una, siguiendo el itinerario del maratón que me habían programado, asistía en la mañana a un lycée, donde daba una charla para un grupo de alumnos que habían leído con anticipación mi libro; y por la tarde me sometía a una presentación formal, en alguna librería de la ciudad. Lo del lycée era una de esas oportunidades que no podemos perder los novelistas, porque conseguir el interés de un muchacho de 13 años significa cultivar un lector que, en el más afortunado de los casos, irá leyendo tus siguientes libros; esto además del privilegio que supone intercambiar puntos de vista con gente tan joven.

El libro que iba presentando de ciudad en ciudad, en aquel maratón francés, es una novela sobre la Guerra Civil y el exilio en México, un tema que yo suponía ajeno para los alumnos franceses, porque cuando he ido con este mismo libro por institutos de España, invariablemente he tenido que comenzar por explicarle a los alumnos, en grandes y desesperados trazos, las generalidades de esa guerra en la que pelearon sus bisabuelos o abuelos, y cuya sombra oscureció la infancia de sus padres y debería, como mínimo, matizar la de ellos. Pero resulta que, para mi sorpresa, los alumnos de los cinco colegios franceses que visité conocían perfectamente la historia de la Guerra Civil porque sus profesores, como es natural, consideran que esta guerra nuestra es un episodio muy importante en la historia del siglo XX y, igual que hacen con la Edad Media o la Revolución rusa, la enseñan a sus alumnos.

¿Cómo es posible que un alumno francés, que estudia en Francia, conozca mejor la Guerra Civil española que un alumno español, que estudia en España? A 32 años de la muerte de Franco y a casi 30 de la Constitución, el vacío que hay en los programas de estudio, sobre este capítulo fundamental en la historia de España, comienza a dar vergüenza. Sin este conocimiento crucial, ¿cómo van a entender los españoles del futuro a este país? Los años pasan y los protagonistas, y los testigos, de la guerra se van muriendo; pronto no habrá nadie que tenga un padre, o un abuelo, o un bisabuelo que haya estado ahí y, sin ese referente familiar, el tema quedará a los cuatro vientos. ¿Que se ha escrito ya demasiado sobre la Guerra Civil?; yo diría que no, a juzgar por la cantidad de jóvenes que ignoran el tema, y en todo caso no basta con que esta historia esté a disposición de los lectores en librerías y bibliotecas; lo deseable sería que un joven llegara a la edad adulta sabiéndose la guerra porque se la han enseñado en la escuela, igual que, por la misma razón,sabe cuál es la capital de Alemania y cuál es el resultado de la operación cinco por cuatro.

A estas alturas del nuevo milenio, la Guerra Civil no debería ser una materia para investigadores y lectores empecinados en saber de ella, tendría que ser un conocimiento, por decirlo de algún modo, ambiental, y para llegar a este nivel hacen falta muchos más ensayos, novelas y películas y, sobre todo que, en los programas de estudio, la Guerra Civil sea una materia que tenga, como mínimo, la misma relevancia que el reinado de Carlos V; y todo por una razón muy sencilla: quien ignora la Guerra Civil, no entiende del todo las claves de la España contemporánea, le falta instrumental para comprender los debates en el Parlamento, o las arengas de los obispos o, por tocar una preocupación ciudadana rabiosamente actual, fenómenos como el de la inmigración: si un alumno aprende en el colegio que medio millón de compatriotas suyos, al perder la guerra, tuvieron que irse de España, hace apenas 69 años, huyendo de la represión del general Franco, y que estos compatriotas, después de pasar las de Caín en los campos de concentración franceses, se convirtieron en emigrantes españoles en Francia, en México, en Argentina y en muchos otros países; la mirada de este muchacho sobre la inmigración actual, cada vez más palpable en las ciudades españolas, tendría cierto matiz.

Iniciativas como la Ley de la Memoria Histórica deberían tomarse muy en serio y aplicarse con un riguroso seguimiento; es necesario saber todo lo que pasó, es preciso desenterrar todos los huesos para que, en una fase posterior, se pueda enterrar lo que haga falta para hacer de la Guerra Civil un capítulo “normal” de la historia de España. La Ley de la Memoria Histórica puede ser el principio, pero servirá de muy poco si a los españoles del futuro no empieza a enseñárseles la historia que ha dado origen a esta ley, si no se les imparte el conocimiento que les permita, más adelante, decodificar correctamente su país.

Esta idea de desenterrar todos los huesos para saber qué somos y hacia dónde vamos aparece en el libro North, del poeta irlandés Seamus Heaney; por sus páginas camina un hombre que va interpretando la tierra donde vive, su esencia y su sustancia; a lo que mira y conversa, suma los huesos que encuentra y los fragmentos de historia que desentierra. El poema Belderg empieza con el asombro de un pueblo que descubre, a raíz de que un campesino escarba en las orillas de un pantano, que sus casas descansan sobre muelas de molino y otras piezas sólidas del periodo neolítico; al principio la gente mira estas piezas con desconfianza, “pensábamos que no eran de aquí”, pero el hombre que ha dado con ellas, tiene la certeza de que ha descubierto el eslabón que le faltaba para decodificar y comprender el mundo en el que vive. “Cuando retiró el manto vegetal”, escribe Heaney, “los siglos suavemente amontonados se abrieron con elocuencia”. Lo que oculta en España ese manto vegetal, el eslabón que falta, tiene nada más unas cuantas décadas.

Algo no funciona cuando un alumno de lycée en Francia estudia la Guerra Civil, y un alumno español no; tampoco anima la perspectiva de que el tema de la Guerra, a fuerza de no enseñarlo, se vaya diluyendo, porque se trata de un conocimiento imprescindible para la construcción del porvenir de España; no puede proyectarse con tino sin saber con precisión lo que ha pasado y, por otra parte, saber los detalles de este episodio capital puede ayudarnos a evitar caer en viejos, y catastróficos, errores. Al final lo que no podemos permitir es que, más allá de quién ganó y quién ha perdido, nos acabe derrotando a todos la ignorancia.

 

Los obispos y el voto

La Conferencia Episcopal vuelve a interferir en la política, interviniendo en la precampaña

 

EL PAÍS  –  Opinión – 01-02-2008

La Conferencia Episcopal ha emitido una nota sobre las elecciones del 9 de marzo, en lo que ya parece haberse convertido en una rutina. No se trata de negar a los obispos su derecho a introducir sus mensajes pastorales en la vida política, sino de recordarles que, a diferencia del resto de los ciudadanos, ellos disponen de un espacio exclusivo y reservado para hacerlo: los templos. Si se deciden a abandonarlos, como sucede cada vez que emiten una nota semejante a la de ayer, deben atenerse a las reglas pactadas entre ciudadanos y recogidas en la Constitución y las leyes. En el terreno político, ni son pastores de nadie puesto que rige el principio de una persona, un voto, ni pueden reclamar la posesión de la verdad si no es a costa de incurrir en fanatismo.

La nota de la Conferencia Episcopal recomienda a los católicos el voto al Partido Popular por la vía de describir los partidos a los que no deben apoyar, sin nombrar ni a uno ni a otros. Es una opinión política y no doctrinal, que, en todo caso, colocaría a los obispos ante la necesidad de explicar qué tratamiento reservarán a los creyentes que no sigan su consigna o que militen en formaciones que no son la que recomiendan. Pero, sobre todo, coloca al PP ante la obligación de pronunciarse sobre la autonomía de la esfera política en nuestro sistema constitucional: el intento de hacer coincidir el número de los católicos españoles con el número de sus votantes le pone en evidencia, tanto como a la jerarquía eclesiástica.

El retrato en negativo de los partidos a los que, según la Conferencia Episcopal, no deben votar los católicos está trazado con rasgos insidiosos, que no responden a la realidad. No es cierto que existan “dificultades crecientes para incorporar el estudio libre de la religión católica en los currículos de la escuela pública”. Lo que sucede, por el contrario, es que la escuela pública no puede convertirse en agente de catequesis católica, como pretende el sector más integrista de los obispos. La mención a la negociación con los terroristas está redactada con particular malevolencia: ni la sociedad española ni ningún partido democrático ha considerado nunca que una banda de asesinos sea “representante político de ningún sector de población” o “interlocutor político” de nadie.

La búsqueda del consenso en el interior de la Conferencia Episcopal, profundamente dividida ante sus propias elecciones de marzo, ha hecho que la nota recoja algunos principios constitucionales que deberían regir las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Habría que tomarle la palabra a los obispos y animarles a que den pruebas de que, en efecto, respetan “a quienes ven las cosas de otra manera” o de que no confunden la “aconfesionalidad o laicidad del Estado con la desvinculación moral”. Ante la asignatura de Educación para la Ciudadanía tendrían, por ejemplo, una ocasión inmejorable para demostrar que son fieles a sus propias recomendaciones.

 

Negligencia legislativa

El Supremo de EE UU afirma que el Estado está obligado a legislar el derecho a no sufrir dolor

SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ

 

EL PAÍS  –  España – 01-02-2008

La responsabilidad política es la evaluación del uso que un individuo autorizado para ello hace de su poder. El ex consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid Manuel Lamela ejerció el poder que le habían confiado los ciudadanos para hacer una cosa razonable (pedir al fiscal que investigara una denuncia anónima por presuntas sedaciones irregulares en el servicio de urgencias del Hospital de Leganés) y otra, altamente irresponsable: ignoró el informe de ese fiscal y de los expertos de la Clínica Médico Forense de los juzgados de Madrid, según los cuales no existían pruebas que permitieran establecer conexión entre las sedaciones de enfermos terminales y su muerte, y anunció públicamente la presentación de una denuncia por 73 “casos irregulares”. Por si fuera poco, destituyó a los médicos responsables de ese servicio de urgencias, sometidos a la inmediata sospecha, en el mejor de los casos, de mala práctica profesional y, en el peor, de ejercer la eutanasia por su cuenta y riesgo, lo que en España constituye un delito de homicidio.

Pasados dos años, la Audiencia Provincial ha ratificado la decisión del juzgado de instrucción de archivar el caso y ha ordenado, además, que se suprima cualquier mención a una hipotética mala práctica profesional.

El señor Lamela, que actualmente dirige la Consejería de Transportes en la misma Comunidad, pretende que no se le exijan responsabilidades políticas por su actuación. Pero si hay algo absolutamente claro en esta historia es su total responsabilidad, la evidencia de que ejerció el poder que le habíamos confiado de manera insensata e imprudente, con serio perjuicio de los ciudadanos a los que representa y administra.

El problema no se resuelve con que ya no sea consejero de Sanidad. El problema es que una persona con esos antecedentes, no puede, ni debe, ocupar ningún cargo en la Administración pública. Algo pasa en este país, algo hemos perdido de simple sentido común, cuando las cosas más elementales, más evidentes en cualquier otro de los países de nuestro entorno, se convierten en el nuestro en materia de lucha partidista. La dimisión, o cese, del señor Lamela no debería ser una opción para la presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, sino una obligación, una muestra de respeto, precisamente a quienes le dieron su voto y su confianza.

Lo importante ahora en el caso Lamela es saber si detrás de la irresponsable actuación del consejero de Sanidad se esconde, lisa y llanamente, su propia convicción extremista religiosa o las presiones de grupos con una carga ideológica ultraconservadora (quizás los autores de la denuncia anónima), contrarios a la llamada muerte digna y a la aplicación de medidas que garanticen el derecho de los ciudadanos a cuidados que proporcionen el alivio del dolor y de una agonía angustiosa y prolongada.

Porque si es así, si el señor Lamela y los demás responsables de la Comunidad de Madrid están imponiendo, o permitiendo que se imponga en su gestión, esa carga ideológica tan extremada, es urgente que los ciudadanos le hagamos frente y es urgente que otros partidos políticos nos ofrezcan mecanismos para garantizar nuestros derechos.

El derecho al alivio del dolor y a una muerte digna debería estar reconocido como un derecho humano, defendido expresamente por la ley. Quizás sería conveniente recordar que no se está pidiendo nada extraño ni inusual. Dos sentencias del Tribunal Supremo de Estados Unidos (Washington vs. Gluckburg y Vacco vs. Quill) han declarado que los ciudadanos tienen derecho a recibir los cuidados paliativos adecuados y que el Estado debe velar por la protección de ese derecho.

Como explican los doctores Brennan y Cousins en la Revista de la Sociedad Española del Dolor, las sentencias del Supremo norteamericano han tenido tres consecuencias prácticas inmediatas: “Han obligado a las autoridades a modificar sus leyes y las prácticas que restringen la disponibilidad de opiáceos; han dotado a los médicos (partidarios de la muerte digna) de un arma para protegerse contra los consejos médicos reguladores que ignoran o rechazan la evidencia de que la administración de altas dosis de opiáceos para el tratamiento del dolor y de otros síntomas dolorosos es una medida segura, eficaz y adecuada. Y, por último, han obligado a las autoridades competentes a destinar los recursos suficientes para garantizar una buena asistencia a los enfermos terminales”. Si el Estado se niega a abordar estas cuestiones, explicó uno de los jueces firmantes de las sentencias, “podría ser inculpado de negligencia legislativa” e infringiría directamente el derecho a morir con dignidad.

De eso se trata. Estamos a las puertas de unas elecciones. Dígannos los partidos si van a remediar esa “negligencia legislativa” y si van a dar a médicos y a pacientes los instrumentos necesarios para defendernos del dogmatismo extremista. Si vamos a disponer, por fin, de mecanismos para denunciar, no al doctor Montes, sino a quienes, médicos o políticos, obstaculizan el ejercicio de un derecho humano.

solg@elpais.es

Las rosquillas del padre Pagola

HILARI RAGUER

 

EL PAÍS – 25-02-2008

Si los monasterios masculinos se han especializado a lo largo de los siglos en la destilación de maravillosos licores, como la silenciosa Chartreuse, el gregoriano Bénédictine de Solesmes, el hilarante licor ambarino de Valvanera o los inmortales Aromas de Montserrat (y digo inmortales porque según la etiqueta se elaboran con hierbas de la montaña, pero la montaña ardió y no se interrumpió la fabricación), muchos conventos femeninos de clausura se han dado a la confección casera de confituras y deliciosas pastas de té, que expenden por el casto torno, como las tartas de Santiago de las benedictinas de Compostela, o ciertos pastelillos de unas monjas de Medinaceli que, vete a saber por qué, se llaman “paciencias”. Hasta el mismísimo Azaña, a pesar de ser masón, ¡qué horror!, se rindió a la artesanía monástica en su célebre discurso de la madrugada del 14 de octubre de 1931 en defensa de la Constitución laica: “¿Es que para mí son lo mismo las monjas que están en Cebreros [donde un año más tarde nacería Adolfo Suárez], o las bernardas de Talavera, o las clarisas de Sevilla, entretenidas en bordar acericos y hacer dulces para los amigos, y los jesuitas?”. Pero he aquí que a la repostería monástica le ha salido una dura competencia con el libro Jesús. Aproximación histórica, del sacerdote José Antonio Pagola, que, según monseñor Demetrio Fernández, obispo de Tarazona, “se está vendiendo como rosquillas”. Y lo asegura a sabiendas de que al hablar así va a contribuir a que se difunda más aún, pero el prelado no puede dejar de denunciar al herético autor, al que tacha de arriano, porque dice que niega la divinidad de Jesús. ¿Arrianos otra vez? ¿De qué habría servido la conversión de Recaredo, forjador de la unidad católica de España, que según el cardenal Cañizares sustenta la unidad política?

Urge desenmascarar cierto seudoespiritualismo que querría una Iglesia preocupada sólo por la vida eterna y las realidades celestiales, pero que esconde un apego a la situación política, social y económica imperante y una hostilidad a toda interpretación del evangelio que amenazara cambiarla, con lo que justifican la acusación marxiana de ser opio del pueblo. Tienen pánico al Jesús histórico, porque un Jesús plenamente humano entraña una Iglesia comprometida en la historia humana. Cristo resucitado muestra las heridas de manos y pies a los apóstoles, que creían ver un fantasma, y come con ellos. Muchos obispos españoles, ante la consulta de Juan XXIII sobre qué temas debería tratar el concilio, respondieron que lo único que había que hacer era intensificar la devoción a la Santísima Virgen y procurar que los sacerdotes fueran santos y no se metieran donde no les llaman.

Al empezar la histórica asamblea del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) de Medellín de 1968, que se planteaba el papel de la Iglesia en un continente en desarrollo, el periódico católico y conservador local destacaba al principio en primera página extensas crónicas del evento eclesial, pero cuando se vio apuntar lo que poco después se llamaría teología de la liberación, la crónica de la asamblea fue relegada a un breve espacio en páginas interiores y la portada se dedicó a unas supuestas manifestaciones de una imagen de la Virgen que movía la cabeza y lloraba, como si lamentara el nuevo rumbo de la Iglesia latinoamericana. También en Italia había madonas que lloraban si la democracia cristiana bajaba y subían los comunistas. Y en España, durante la Segunda República, unas profecías falsamente atribuidas a la Madre Ráfols anunciaban que en 1931 sobrevendría una gran catástrofe en España. Más recientemente se ha producido alguna seudoaparición, que la jerarquía ha desautorizado, que ponía en boca de la Virgen María duras palabras contra los sacerdotes progresistas o incluso contra la renovación conciliar. Mucho se especuló con el llamado secreto de Fátima. En 1967, en el cincuentenario de las apariciones, se celebró un congreso en Roma en el que el cardenal Cerejeira, primado de Portugal, saliendo al paso del absurdo de que la Santísima Virgen criticara un concilio ecuménico, dijo textualmente: “No es Fátima que juzga a la Iglesia, sino que es la Iglesia la que juzga a Fátima”. En el mismo sentido, el cardenal Ottaviani, secretario del Santo Oficio, a pesar de ser ultraconservador, desautorizó los rumores sobre el secreto de Fátima y dijo que la vidente Lucía lo había puesto por escrito en una carta al Papa que había entregado a su obispo, el cual, por respeto al alto destinatario, la había cerrado sin leerla y la había enviado al Vaticano, y se había archivado en el Santo Oficio. Al ser elegido Juan XXIII -siguió contando Ottaviani-, le pidió el documento. El cardenal se lo entregó y el Papa, a pesar de que en el sobre se decía que no se podía abrir antes de no sé qué año porque no se entendería, lo abrió, lo leyó, dijo al cardenal que lo había entendido perfectamente, se lo devolvió y Ottaviani lo guardó en “uno de estos archivos del Santo Oficio que son como pozos hondos, muy hondos, de los que lo que entra ya no sale nunca más”. Era tanto como decir que no tenía la menor importancia, pero se conservaba por si algún día convenía demostrar la falsedad de ciertas versiones.

En un simposio, en Würzburg, para la preparación de la monumental historia del Vaticano II dirigida por el profesor Alberigo, el diácono del patriarca de Moscú afirmó que en Rusia algunos promueven la Iglesia ortodoxa como un modo de volver al tiempo de los zares. ¿Piensan sólo en el séptimo cielo los que han exigido el misal preconciliar, tachando de protestante el de Pablo VI? ¿Qué es lo que rechazan, la liturgia posconciliar o más bien la doctrina del Vaticano II sobre el papel de la Iglesia en el mundo de hoy, con la libertad religiosa, la renuncia a los privilegios y el reconocimiento de la autonomía de la política y de la cultura? Quisieran reducir a Jesús y a María a un par de cromos hermosos pero inofensivos. Ya en el Nuevo Testamento se previene contra los falsos profetas, pero el mejor criterio para distinguirlos es el del sermón de la montaña: “Por sus frutos los conoceréis”. El Jesús del padre Pagola es resultado de muchos años de investigación, de enseñanza y de predicación, y en todas partes su magisterio ha dado óptimos frutos, pues ha hecho conocer y amar más a Jesús y ha impulsado a seguirle con entusiasmo. El año pasado predicó ejercicios espirituales a la comunidad de Montserrat, y no recuerdo yo otro predicador que nos haya causado un impacto espiritual tan fuerte como el suyo. Y no era sólo que hablara del “hombre” Jesús (como le acusan ahora), sino que insistía en que en su compasión por los pobres, enfermos, pecadores y niños era Dios quien se manifestaba como padre amoroso.

Coman, coman sin miedo las rosquillas del padre Pagola.

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Unitat del castellà

Josep Lluís Doménech

Només arribar a Argentina veus un cartell que anuncia les arribades dels vols i que dius «arribos». Les portades diaris anuncien que una persona ha estat «baleada» la nit anterior. El taxista et diu que és hora d´eixir els «pibes» de les «boliches», o siga els jóvens de les discoteques, i que s´esperen nous «cacerolazos» com a manifestació contra la presidenta de la república. Només amb això, a més d´un podria fer-li pensar que en el país sud-americà es parla una llengua diferent del castellà, però òbviament no és així. Necessites canviar diners i li dius al taxista que et deixe de moment en un banc i ell et diu que procurarà que siga un banc «gallego». Per als argentins tots els espanyols som «gallegos». Em diu que para davant del «colectivo», això és, un autobús que hi ha en la primera «cuadra», que en castellà estàndard es diu «manzana de casas». Però, és clar, a pesar d´eixes diferències parlen el mateix idioma que a Espanya. És un carrer cèntric, amb moltes botigues i comerços, amb rètols en la façana que indiquen la seua especialitat: «disquería», «revistero», «lonera», «plomería», «restó», «tabaquería», «regalería». Ja veus. I curiosament un grup de gent que se´n va a patinar entra en un local que és un «patinódromo». Lògic. Uns altres cartells anuncien unes altres circumstàncies que resulten lingüísticament originals: «tenedor libre», «farmacia de turno», «libro de quejas», «pescados grillados», «si tomas no manejes», «avistaje de aves». Quan entres a l´hotel, el primer que vols és prendre alguna cosa i t´indiquen on és el «desayunador». Quan pots escapar-te de compres pel centre, les «góndolas» o aparadors et mostren tota mena de productes, com ara «camperas», «sacos», «remeras» i «texanas», o el que és el mateix, jaquetes esportives, jaquetes de vestir, samarretes i botes. Però el castellà de Valladolid i l´espanyol de Buenos Aires són la mateixa llengua. ¿Algú ho dubta?

Levante-EMV, divendres 11 d’abril de 2008


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