li farà al professor Ángel López. Ací teniu l’article que escrivia Carlos Marzal divendres a POSDATA.
Carlos Marzal
Hace más o menos veinticinco
años —que son muchos más de
los que a uno le gusta comprobar
que han pasado— andaba
yo por las aulas de la Facultad de Filología
de Valencia. Por las aulas, por los pasillos y
por la cafetería, que era una suerte de aula
libertaria, de aula desconcertante y desconcertada,
de aula de acogida para todos
los que no estábamos siempre en las aulas.
Más que vocación de filólogo, lo que yo
tenía era vocación de lector, sobre todo de
literatura, y me pareció que lo más apropiado
para un devoto de los libros (y para un
secreto aspirante a escritor) era estudiar Filología,
que representaba, digamos, una
forma de estar entre libros haciendo como
que se estudiaba una carrera. (Tener vocación
de filólogo —que es un oficio muy serio—
a los dieciocho o diecinueve, cuando
se ingresa en la Universidad, es como querer
ser protésico dental con seis añitos: una
extravagancia que puede conducir a la demencia
precoz, a la rareza permanente o a
la Filología).
El caso es que recuerdo aquella Facultad
y su profesorado como bastante aburridos.
La mayoría de los profesores nos tenían
una hora copiando apuntes de sus publicaciones
más recientes, de ahí que en segundo
curso decidiese comprarme aquellos libros
y leer en diez minutos lo que me dictaban
en sesenta. Sin embargo, hubo excepciones
gloriosas por uno u otro motivo: César
Simón, Pedro de la Peña, Evangelina
Rodríguez, Sonia Mattalía, Joan Oleza. Y
Ángel López.
Desde segundo hasta quinto me convertí
en un alumno que estudiaba a distancia.
Es decir: desde la distancia del sillón, en
casa de mis padres (que no sabían del todo
si tenían un hijo muy estudioso y contemplativo
o un holgazán que nunca iba a la
Universidad). Pero en quinto regresé a las
aulas —y a las ocho de la mañana, ay—,
para asistir a las clases de Ángel López, que
impartía una asignatura de maravilloso
nombre esotérico: «Teoría de la Formalización
Lingüística». (Esotérico, al menos,
hasta después de escuchar sus explicaciones.)
No falté a ninguna de sus clases. En todas
me divertí y me asombré, por su erudición,
por su rigor académico, por su claridad
intelectual, por su facilidad para convertir
aspectos complicados de la lingüística
y la gramática en sencillas evidencias.
Por su sentido del humor, que, tratándose
de lo que se trataba, constituía un alarde de
espíritu. Uno salía de aquellas clases con la
seguridad de haber asistido a una honda
experiencia.
Cuando se tiene la suerte de tropezar
con inteligencias así, se comprende el alto
sentido de una palabra: maestro. Un maestro
que no vive ensimismado en sus investigaciones,
sino que interviene en la realidad,
porque es escritor por encima de todo:
ensayista, filósofo, articulista en la prensa
diaria.
Ahora cumple sesenta años y la Universidad
de Valencia lo homenajea. En definitiva,
se trata del homenaje que la Universidad
se hace a sí misma por el hecho de
contar con Ángel López desde hace mucho
tiempo, uno de nuestros verdaderos lujos intelectuales.
L’article de Marzal està molt bé. Reflexa l’actitud de molts estudiants d’aquella casa de… Però em sembla que ha fet una llista massa llarga de “excepciones gloriosas”. Personalment la reduiria a Angel López i Evangelina Rodríguez… Encara tinc malsons amb la Facultad de Filologia.
PD. Podries haver posat la portada de El rumor de los desarraigados i no la d’un diccionari, home.