Els Papers de Santa Maria de Nassiu

EDUQUEU ELS XIQUETS I NO HAUREU DE CASTIGAR ELS HOMES (PITÀGORES)

6 de setembre de 2015
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LA VOZ DEL CARDENAL ARZOBISPO Jesucristo, nuestra paz (ALELUYA)

Carta de l’arquebisbe i cardenal de València sobre “QUE ESPAÑA SE MANTENGA UNIDA Y NO SE DISUELVA NI SE DESINTEGRE EN SU REALIDAD MÁS PROPIA”. Llegiu, llegiu…

“Cristo no sólo trae la paz. Él es la paz y la reconciliación” “Repartió a los que estaban sentados todo lo que quisieron” Juan 6, 1-15 ¡Qué consoladoras palabras las que escuchamos el domingo pasado en la Palabra de Dios! Una vez más, escuchábamos y veíamos que Dios sale en defensa de los hombres, apostando por ellos, mostrándonos su misericordia y su favor sin límite. La situación a la que de una manera u otra aludía Jeremías es la misma de hoy; seguimos con la misma dispersión y la división de entonces grupos enfrentados, naciones en lucha, intereses contrapuestos, confrontación de religiones, familias divididas, gentes exiliadas; sigue habiendo hambre y mucha pobreza, mucha gente sin un pedazo de tierra o de cultura donde ponerse en pie y ser ellos mismos, mientras otros nadan en la abundancia o pasan de largo de la miseria de sus hermanos, una masa ingente que no cuenta para nadie; siguen existiendo no pocos que deberían ser guías de los pueblos y de las gentes, servirles y unirlos y sin embargo anteponen sus propios intereses, los de su clase o los de su grupo o movimiento, los de su partido o los de su ideología al bien común, al bien que reúne y unifica; en lugar de reunir dispersan, en lugar de servir a la verdad que se realiza en el amor acuden a la mentira como arma para sus propios “intereses”, en lugar de guardar a las gentes las ponen en la intemperie y las dejan abandonados; siguen levantándose muros y barreras, alimentándose el odio y la confrontación; demasiados muros ideológicos, muchas veces de odio, de afán de dominio, de miedo …, demasiada exclusión en nuestro mundo de hoy, a pesar de todas las globalizaciones que se quieran; aun la misma cultura aparece fragmentada y dispersa, es el fragmento no la verdad, y así se dispersa y se disgrega en las opiniones subjetivas, en los pareceres particulares, en la dialéctica del dominio de las mayorías, o de la opinión pública dominante, y de esta manera nos vemos sumidos en la desorientación, en nuestro mismo interior nos vemos divididos. No encontramos la unidad, no hallamos la paz, ni alcanzamos la reconciliación entre nosotros. Pensad en nuestro propio suelo patrio, ¿qué vemos si no comprobación actual de la permanencia de esa misma situación? Pero no temamos, no tengamos miedo, confiemos de verdad: Dios mismo viene en nuestra ayuda ahí; Él sí que nos guía, más aún, es el verdadero guía y pastor de los hombres, que nos cuida y nos lleva a la unidad, reconcilia y restablece la paz. “Yo mismo, dice por boca de Jeremías, reuniré al resto de mis ovejas de todos los países y las volveré a traer a sus dehesas para que crezcan y se multipliquen. Les pondré pastores que las pastoreen: ya no temerán ni se espantarán y ninguna se perderá”. ¿Quién no ve en algunos guías de hoy el cumplimiento de esta promesa de Dios? ¿Quién no ve, por ejemplo, en la persona del Papa Juan Pablo, o Benedicto, o Francisco o en otros que, como ellos, sí que son verdaderos guías, de la humanidad que cumplen esa promesa de Dios? Pero es todavía más. El cumplimiento pleno de esta promesa es Jesucristo. Mirad de nuevo lo que hemos escuchado a San Pablo en la segunda lectura: “Ahora estáis en Cristo Jesús. Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos. El es nuestra paz. El ha hecho de los dos pueblos, judíos y gentiles, una sola cosa, derribando con su cuerpo el muro que los separaba: el odio”. Así, por la fuerza de su Espíritu, ha creado “un solo hombre nuevo”. “Reconcilió con Dios los dos pueblos”, los ha unido “en un solo cuerpo mediando la cruz, dando muerte, en él, alodio. Vino y trajo la noticia de la paz”, “unos y otros podemos acercarnos a Dios con un mismo Espíritu”. Esta es la verdad que nos hace libres. Cristo no sólo trae la paz. El es la paz y la reconciliación; su sangre derramada, su cuerpo entregado, su cruz redentora nos ha liberado del odio, manifestación del pecado, causa de la disgregación y de la dispersión entre los hombres; su sangre y su cuerpo sacrificados violentamente en la Cruz y ofrecidos al Padre para la reconciliación y el perdón, son los que traen la paz y la unidad, la paz interior en los corazones, la reconciliación que borra y arranca el odio y nos introduce en el amor inmenso de Dios que reúne, que unifica que salva, que reconcilia.


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