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30 d'abril de 2007
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Julio Llamazares, La vida de los otros

Ahir a EL PAÍS l’escriptor Julio Llamazares escrivia un article intitulat La vida de los otros. Ací us el deixe perquè el considere d’interés social.

La vida de los otros


JULIO LLAMAZARES


EL PAÍS
 – 
Opinión – 29-04-2007

Además de una gran película, La vida de los otros,
del director alemán Florian Henckel, es una fuente de reflexiones; no
sólo de carácter cinematográfico, sino también social y cultural en
sentido amplio.


La primera reflexión que la película sugiere viene dada por su
contenido. Afecta a lo que en ella se nos cuenta y nos empuja hacia
otras consideraciones. Por ejemplo: ¿por qué en algunos países la
sociedad se interesa por su pasado reciente mientras que en otros, como
en España, éste sigue siendo tabú, cuando no materia de confrontación
directa? O bien: ¿por qué en países como Alemania, con una historia tan
cruel o más que la nuestra, los ciudadanos pueden acceder a los
archivos policiales del Estado mientras que en España siguen siendo
territorio prohibido todavía? ¿Alguien puede imaginarse a cualquiera de
nosotros solicitando en comisaría su expediente policial de la época
anterior, no ahora, que queda lejos, sino en los primeros años de la
democracia?


La segunda reflexión es más extensa y alude a los intereses de la
sociedad española de este momento; intereses que se comprueban en las
conversaciones privadas de las personas, pero también en la literatura
y en el cine que aquí se llevan. Ambas comprobaciones nos llevan a la
conclusión de que vivimos en un país sin pasado, pero también sin
presente y sin futuro. O, mejor, con un pasado borrado por un presente
sanchopancista que sólo espera del futuro que el bienestar conseguido
no se nos vaya de las manos. De ahí las conversaciones que uno escucha
en los establecimientos públicos, la mayoría de las cuales versan sobre
las pequeñas cuitas de una gente acomodada e insolidaria, además del
fútbol, de los programas de televisión de moda y de los regímenes de
adelgazamiento. Cierto que hay gente que habla de otras cuestiones y
que las conversaciones no han de versar necesariamente sobre los
grandes temas que afectan a la humanidad desde que está en el mundo
para indicar que éstos preocupan realmente, pero cualquiera que ponga
la oreja por las calles españolas se sorprenderá del nivel de las
conversaciones habituales de la gente.


Ese nivel se refleja -o al revés: se retroalimenta- en la literatura y
en el cine que se hacen, cuyos temas van a tono con los intereses
mayoritarios de los espectadores. En lugar de ser al contrario: que la
literatura y el cine contradigan éstos, obligando a sus destinatarios a
un ejercicio de reflexión distinto del que hacen habitualmente. Algo
que, por falta de costumbre, cada vez interesa menos, como cualquiera
puede comprobar en las colas de los cines o en las librerías de paso
(las de las estaciones y los aeropuertos, pero también las de las
grandes superficies, que es donde se venden los libros), escuchando los
comentarios de la gente. "Recomiéndeme una novela, pero que no sea de
pensar", o bien: "Yo ya sólo voy al cine a ver películas divertidas",
son las frases más comunes que uno oye en esos sitios.


Lo peor es que los escritores y los directores de cine, salvo
excepciones, piensan igual que ellos. Un vistazo a lo que se publica o
un repaso a nuestra cartelera bastarán para descubrir los temas que
mayoritariamente ocupan a nuestros escritores y directores de cine, con
las excepciones de rigor de siempre. Y no digamos a la televisión, un
medio que parece dedicado a abotargar al espectador en lugar de a
despertarlo de su sueño. En general, los temas de que se ocupan son los
mismos de los que la gente habla, contribuyendo así a la
superficialidad ambiente. Y aún peor: alimentando ésta con sus
aportaciones, pues muchas veces pasan al imaginario público, que se
nutre en gran medida de los temas que la televisión y el cine y, en
menor grado -pues poca gente lee-, la literatura de moda les ofrece.


Seguramente en otros países el nivel no es muy diferente (me refiero a
los de nuestra área geográfica), pero en España llama más la atención
por cuanto hace sólo unos pocos años vivíamos en un mundo que nada
tenía que ver con éste; un mundo más parecido al que La vida de los otros cuenta y del que aquí ya nadie se acuerda. Como en La repentina riqueza de los pobres de Kombach
-otra película espléndida-, la sociedad española ha olvidado sus
orígenes y parece que la abundancia que ahora disfruta le impide
reconocerse en historias y sucesos que existieron realmente. Y que
existen. Porque, mientras la mayoría de los españoles hacen regímenes
de adelgazamiento y comentan el último programa de televisión de moda o
el escándalo más candente de la actualidad social, otros siguen
viviendo ajenos a aquélla, no sólo en otros países, sino en el nuestro,
bien porque todavía no han podido desentrañar su propio pasado, lo que
les hace vivir de una manera extraña el presente, bien porque éste no
ha sido tan generoso con ellos como con la mayoría de sus compatriotas.
Lo cual les convierte en elementos incómodos para éstos, salvo que
callen lo que les pasa y se dediquen a divertirse y a ser felices igual
que ellos.


Para finalizar, una tercera y última reflexión: el desprecio por la
vida de los otros no se corresponde, en cambio, con el interés
creciente que en nuestro país existe por las vidas de los otros,
esto es, por los acontecimientos que afectan a las personas que, por la
razón que sea (su condición de personajes públicos o su omnipresencia
en la televisión, especialmente), son pasto del interés general de la
sociedad, preocupada del más mínimo detalle de cuantos afectan a su
privacidad. Cualquiera entiende que hablo de ese periodismo rosa (marrón
habría que llamarlo) y de esa insana voracidad social que han
convertido las revistas y las televisiones en auténticos estercoleros y
que han hecho de la persecución del otro un ejercicio de impunidad,
cinismo y ensañamiento que ya quisieran para sí los actores, reales o
de ficción, del Estado que dio vida a La vida de los otros. Que
fue Alemania del Este, pero que bien hubiera podido ser éste en el que
vivimos si nuestros directores de cine se interesaran por esas cosas,
aparte de por divertir al público.




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