Els Papers de Santa Maria de Nassiu

EDUQUEU ELS XIQUETS I NO HAUREU DE CASTIGAR ELS HOMES (PITÀGORES)

6 de gener de 2008
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JORNADA ESCOLAR A FINLÀNDIA

Com sabeu, Finlàndia és el país que més ben parat ha eixit de l’informe PISA. De casualitat em caigué a les mans el XLSEMANAL núm. 1.052 i en parla. Així explica (breument ho faig jo) una jornada escolar:

07h45 ESPERANT L’AUTOBÚS
09h15 CLASSES DE 45 MINUTS
12h00 DINAR CALENT
16h05 CARRERS SEGURS
18h30 SOPEN PROMPTE
20h15 ELS DEURES I AL LLIT

Si fem una comparació amb el que és la jornada escolar al nostre país… ja sé que em direu que no és comparable ni el clima, ni el nombre d’habitants, ni el pes de la immigració, etc. Totes aqueixes dades que se solen fer servir per justificar allò que no té cap justificació: el fracàs escolar nostre que és, de veritat, un fracàs social.

PD: A continuació us deixe tot el reportatge sobre Finlàndia.

EL SECRETO DE LOS
FINLANDESES
24 horas con uno de los jóvenes de 15 años que triunfa en Pisa

¿Por qué lo habitual en Finlandia es que un
adolescente normalito termine Secundaria con notas excelentes, hablando un
perfecto inglés y leyendo un libro a la semana, y aquí muy pocos consiguan algo
remotamente parecido? Hemos viajado al país mejor clasificado por el informe
Pisa para averiguarlo.

Les presento a Saili Sipilä. Tiene 15 años. Vive con sus padres y sus
dos hermanos en Espoo, una ciudad de 360.000 habitantes a las afueras de
Helsinki. He volado 4.000
kilómetros para conocerlo. ¿Por qué? Por dos razones:
porque soy periodista y porque tengo un hijo de la misma edad. Como periodista,
quiero saber por qué Saili, un adolescente normalito de Finlandia terminará la Secundaria con
excelentes notas, hablando inglés a la perfección y leyendo un libro por
semana. Lo típico para un finlandés. Como padre, quiero saber si es inevitable
que mi hijo, Manuel, un adolescente normalito, acabe sus estudios obligatorios
aprobando por los pelos, chapurreando cuatro palabras en inglés y sin el menor
interés por la lectura. Lo típico para un español. ¿Hubiera sido diferente si
hubiera nacido en Finlandia? ¿Qué comparaciones entre la educación finlandesa y
la española puedo hacer como periodista? ¿Qué lecciones puedo aprender como
padre?

Repaso en el avión los resultados calentitos del último informe Pisa, un
examen trianual que mide las capacidades de los alumnos de 15 años de 57 países
en ciencias, matemáticas y lectura. Participaron 375.000 estudiantes. En
España, casi 20.000 alumnos de Secundaria de 686 coles e institutos. Veamos las
notas. Ciencias: Finlandia, 1ª, 563 puntos. España, 31ª, 488 puntos. Si el
aprobado lo marca la media de los países de la OCDE (491 puntos), ya tenemos el primer suspenso.
Matemáticas: Finlandia, 2ª, 548 puntos, a sólo uno de China Taipei. España,
31ª, 480, a
cuatro de la media de los países desarrollados. Segundo insuficiente. Lectura:
Finlandia, 2ª (547), por detrás de Corea del Sur. España, 35ª (461),
protagoniza además el peor descenso en comprensión lectora de los países de la OCDE (485) desde el último
informe. Nuestros hijos no entienden lo que leen. A la cuarta línea de
cualquier texto se pierden. Muy deficiente.

Tres cates en las tres asignaturas básicas. ¿Qué hacemos? ¿Castigamos de
cara a la pared a los alumnos, a los padres, a los profesores, a las
autoridades, a todos? Alemania cosechó unas calabazas semejantes hace tres años
y la conmoción fue tan mayúscula que los políticos se pusieron las pilas y este
año sus estudiantes han aprobado con nota. Aquí, el Gobierno culpa a Franco (la
precaria educación de los padres dificulta la de los hijos). Además, la fiesta
va por barrios, léase por comunidades autónomas. Los riojanos pueden sacar
pecho: están en el grupito de cabeza. Los andaluces deberían ir pensando en las
recuperaciones: en mates les gana hasta Azerbaiyán.

Taxi hasta Espoo. Son las siete de la mañana y todavía no ha amanecido.
Ni lo hará. No veré el sol durante mi estancia en Finlandia. Cielos cubiertos y
noche cerrada a las tres de la tarde. En esta época del año es un país en
penumbra y con sus 5,3 millones de habitantes obsesionados en encender cirios,
velas y lamparitas. Limosnas de luz. Llego a casa de los Sipilä a tiempo para
ser invitado al desayuno familiar. No es lo habitual, porque cada uno suele
tomar un bocado por su cuenta, pero ayer (6 de diciembre) fue el Día de la Independencia y la
ocasión lo merece. Me sorprende que Saili no tenga puente, pues el festivo cae
en jueves. Mi hijo enlazó cuatro días de vacaciones gracias al viaducto de la Constitución. En
Finlandia, si una escuela hace puente (los centros tienen autonomía para toman
estas decisiones), antes obliga a sus alumnos a salir algo más tarde cada día
hasta completar las clases que se hubieran perdido.

Me descalzo, dejo los zapatos en el recibidor y converso con los Sipilä en
calcetines mientras damos cuenta del café, los panecillos, el zumo de bayas y
el queso lapón con mermelada. Seppo, el padre, es teólogo y se gana la vida
traduciendo la Biblia.
Domina una docena de idiomas, entre ellos arameo, copto y
árabe clásico. Leena, la madre, es enfermera y trabaja en un hospital. Mikael,
el hermano mayor, tiene 18 años y quiere estudiar Arte Dramático en la
universidad, pero reconoce que las posibilidades de pasar el corte a la primera
son escasas. Joel, el menor, de 12 años, es discapacitado psíquico y acude a un
colegio de educación especial. La vivienda familiar es un dúplex de clase media
en el centro urbano de Espoo. Lo de ‘urbano’ hay que matizarlo. Un bosque de
abetos limita con la casa. «Nos mudamos aquí hace año y medio. El aire es muy
puro». Espoo es la segunda ciudad de Finlandia en habitantes y la de mayor
porcentaje de población universitaria en un país donde el 34 por ciento de los
adultos tiene estudios superiores. «No hay apenas delincuencia. Nuestros hijos
pueden pasear de noche con tranquilidad», explica el padre. Y Saili apostilla
en un inglés prístino: «Finlandia es segura. Ni sunamis, ni terremotos… Me
gusta vivir aquí». Yo les explico que me crié en la calle. Y eso es algo que se
ha perdido en España, por los menos en las grandes ciudades. Que los niños puedan
jugar al aire libre sin vigilancia.

Las ocho menos cuarto. Hora de ponerse los zapatos y salir camino de las
respectivas ocupaciones. Saili coge el bus urbano (no hay autobuses escolares).
El billete lo subvenciona el municipio. Por ley, ningún alumno puede vivir a
más de cinco kilómetros de la escuela. Podría ir caminando, un paseo de veinte
minutos, pero llovizna aguanieve y no le apetece. Saili tiene moto y bicicleta,
como la mayoría de sus compis, pero sólo unos pocos desafían al frío en esta época.
En el exterior, las instalaciones de la escuela Saarnilaakson dan una impresión
espartana, excepto por el césped de los campos de deporte que la circundan. En
la entrada no se ve a decenas de estudiantes apurando el primer pitillo de la
mañana, como en los institutos españoles. Ni una colilla ni una hoja ni una
pintada. «Aquí no se ensucia ni la nieve», me dice el fotógrafo.

En el interior, la limpieza resalta aún más. No hay garabatos en los
pupitres ni en los aseos. Todo parece recién estrenado. Saarnilaakson es una
escuela pública, como el 97 por ciento de los centros finlandeses, a diferencia
de España, donde el 35 por ciento son privados. Por supuesto, es gratuita. Pero
el equipamiento es el de un colegio caro en nuestro país. Las aulas disponen de
un televisor con pantalla gigante de plasma, acuario de 200 litros con pececitos
de colores, cocina con fregadero, medios audiovisuales, aire acondicionado,
muchas plantas. Hay un ordenador por cada dos alumnos. Una docena de máquinas
de coser en la clase de costura, aparatos de soldar, herramientas de
carpintería, esquíes… Un gimnasio cubierto, un auditorio para las clases de
teatro y un comedor con autoservicio. Todo en perfecto estado de revista. Los
libros de texto son gratis (¡cómo duelen los 200 euros que tengo que
desembolsar cada septiembre!), el material escolar es gratis, la comida es
gratis. No parece demasiado apetitosa y los estudiantes reniegan, pero la
comen. Al Ayuntamiento le cuesta 65 céntimos cada menú: un plato caliente,
leche y fruta.
Tanta generosidad me pone los dientes largos. Y cuando Kari Kajalainen,
profesor de matemáticas, me explica que si un niño quiere estudiar, puede
llegar a ser médico o juez o ingeniero, lo que se proponga, si se esfuerza,
aunque su familia sea pobre, pongo cara de incredulidad. «La educación de cada
finlandés le cuesta 200.000 euros al Estado, desde que entra en la guardería
hasta que sale de la universidad con su título. Es el dinero mejor empleado de
nuestros impuestos. La presidenta del país, Tarja Halonen, se licenció en
Derecho y proviene de una humilde familia de clase obrera. «Cuando regaño a mis
alumnos, les digo que están malgastando el dinero de los contribuyentes». Y
otra profesora, Päivi Ketola, me cuenta que los universitarios sólo han de pagar
los libros y la comida (2.50 euros en la cafetería de la facultad). El Estado
los ayuda a emanciparse con subvenciones para alquilar una vivienda y una paga.
Todo el sistema está montado para que los finlandeses se acostumbren a ser
autónomos desde bien pequeñitos y se vayan a vivir por su cuenta a los 18 años.

 

Pero volvamos con Saili, que ha sonado el timbre (las notas de una balada
al piano de Erik Satie) y entra en clase. Cursa 9º grado, el equivalente de 4º
de la ESO en
España. En la escuela de Saarnilaakson hay 400 alumnos y 40 profesores, médico,
asistente social, psicólogo y hasta dentista. Y la ratio es de menos de veinte
estudiantes por aula (en Finlandia, por ley, no puede haber más de 24). En la
clase de mi hijo hay 34. Los compañeros de Saili son formalitos, por lo menos a
primera vista. Y es que en el ideario del colegio, además de en la civilización
europea y el multiculturalismo (hay clases de historia del islam o del
catolicismo, aunque la población es mayoritariamente luterana), se hace un
hincapié obsesivo en los buenos modales. Me asombra el respeto reverencial que
le tienen a los profesores. «Sí, nos sentimos respetados y valorados por la
sociedad. Ser maestro es una profesión de prestigio a la que solo aspiran los
mejores. Y no basta con ser muy bueno en tu materia. Debes destacar también a
la hora de saber transmitir tus conocimientos. Pero el respeto de los alumnos
te lo ganas día a día. En 20 segundos lo puedes perder», explica Mati
Karkkainen, docente de ciencias, en la sala de profesores, muy acogedora: un
piano, una bandeja con bombones, cafeteras humeantes. Los maestros tienen un
buen sueldo en comparación con los españoles, aunque algunos se quejan. Rocío
no, desde luego. Esta madrileña imparte clases de español. «Cobro 1.800 euros
por 15 horas semanales. El sistema no incentiva que trabajes más. Prefieren
repartir el trabajo para que no haya paro. ¿Cómo? Aumentando mucho los
impuestos a los que ganan más. A mí sólo me retienen el 10 por ciento. Pero a
un médico que gane 5.000 euros le retienen la mitad. Además, tienes derecho a
paro toda la vida. Tendría que pensármelo mucho para volver a España».

Ojo, a los niños finlandeses no les gusta el cole. Saili, que saca
sobresalientes sin despeinarse, lo considera «demasiado fácil». Sus compañeros,
menos brillantes, reconocen que hay que trabajar demasiado. Y Päivi Junkkari,
profesora de inglés, recuerda su adolescencia como una etapa ingrata, de mucho
sacrificio. «Los alumnos no vienen al colegio a pasárselo bomba. Es un trabajo.
Pero saben que todos tienen las mismas oportunidades. Da igual a la escuela que
vayan, en el centro de Helsinki o en un pueblo del Ártico. Todas tienen el
mismo nivel». Kari Kajainen asiente. «Nos centramos en que la mayoría de los
alumnos sean muy competentes. Que el nivel medio sea alto. No es una educación
elitista. Preferimos que todos saquen aprobados y notables; que haya alumnos de
matrícula no es una prioridad. Y, sobre todo, cuando vemos que alguno tiene
problemas, le asignamos enseguida un profesor de apoyo. Tiene clases extra.
Estamos muy pendientes y no dejamos que se retrase.»

Los deberes son sagrados. Y está muy mal visto que alguien copie,
incluso por los mismos alumnos. Que alguien saque una chuleta es impensable.
«En nuestra cultura son muy importantes dos valores: la honradez y el trabajo»,
comenta Päivi Junkkari. No es casualidad que Finlandia también encabece las
estadísticas de transparencia y menos corrupción pública. Kari Kajainen apunta
otra peculiaridad nórdica. No hay repetidores. Le digo que en España el 43 por
ciento de los alumnos de Secundaria ha repetido curso alguna vez. Y que mi
hijo, que siempre se salva al final, tiene incontables oportunidades para
aprobar cada asignatura y, aun así, suelen quedarle un par para septiembre. Kajainen
pone cara de asombro. «Aquí sólo tienes una oportunidad para aprobar un examen
por la misma razón que la vida sólo se vive una vez. Y hay que aprovecharla. Si
no apruebas, te quedas una hora más en clase hasta que demuestres que te lo
sabes y si no, estudias en verano, pero la promoción es automática».

 

¿Dónde aprietan más las tuercas? «Sin duda, en la enseñanza de la lengua materna.
Somos los primeros del mundo en ciencias y los segundos en matemáticas, pero el
mayor reto de enseñar matemáticas es conseguir que los alumnos comprendan lo
que leen, el enunciado de los problemas. Por eso lo fundamental es que lean. Y
también es muy importante la enseñanza de lenguas extranjeras. El finés es una
lengua minoritaria. Los alumnos también estudian sueco e inglés
obligatoriamente. Y alemán, francés o italiano como optativas. Pero tienen una
gran ventaja. Las películas y series de televisión extranjeras no están
dobladas. Todas se pasan con subtítulos. Los niños se acostumbran desde
pequeños a escuchar otros idiomas y, además, adquieren destreza lectora. Hay
que leer rápido los subtítulos para no perder el hilo del programa», apunta
Tuija Yrjö-Koskinen, profesora de inglés. Envidio la fluidez con la que todos
hablan el idioma de Shakespeare en la clase de Sailu. E incluso chapurrean
algunas palabras de español porque Los Serrano es la serie de moda.

La jornada de Saili es intensiva, de 8 de la mañana a 3 de la tarde.
Pero las clases son muy breves: 45 minutos mal contados. Hay un recreo
obligatorio al aire libre (los adolescentes se apretujan en la entrada porque
en el patio hace frío) y una pausa de media hora para comer. Todo el horario
está salpicado de breves descansos que hacen llevadero el día. Terminan
frescos. No se los abruma con una montaña de materias. Las carteras son
livianas. Se estimula el razonamiento crítico antes que la memorización. Hay
clases distendidas, como baile de salón, teatro, arte digital, peluquería,
artes marciales, hockey sobre hielo, esquí de travesía, ¡cocina! (Saili y su
hermano Mikael aprendieron a cocinar en el colegio y preparan la cena en casa
cuando les toca). También primeros auxilios, carpintería, soldadura o música.
Los alumnos tocan el violín, la guitarra eléctrica u otros instrumentos, según
sus preferencias. Y, sobre todo, se estimula el pensamiento crítico. Se invita
a discutir. El sistema español margina el debate y la expresión oral. El alumno
toma apuntes pasivamente, bosteza.

Saili vuelve a casa, juega un rato al hockey y hace los deberes. «Tardo
de una a dos horas. Luego cuido de mi hermano Joel o cocino si no hay nadie más
en casa. A las siete hemos cenado. Me conecto un rato al Messenger si mi padre
no está trabajando en el ordenador. O juego a videojuegos de rol y de
estrategia. Luego, me acuesto y me quedo leyendo hasta las once. Mis libros
preferidos son las novelas de Julio Verne y todos los de Harry Potter. El
último lo voy a leer en inglés».

Finlandia presume del mayor índice de lectura de libros y prensa de
Europa. Tres veces por semana la familia toma la sauna en casa. «Lo hacemos
juntos. Es el lugar donde se comentan las preocupaciones y los proyectos, donde
se planean las vacaciones. Siempre buscando el sol. Hemos ido a Madeira, París
y Túnez», explica Leena, su madre. Saili todavía no tiene claro qué quiere ser
de mayor. «Químico, veterinario o diseñador de videojuegos.» Le pregunto si es
feliz. Y me responde sin pestañear que sí.

Carlos Manuel Sánchez


La cara…


No es casualidad que la educación finlandesa sea la mejor
del mundo.
El país nórdico también es el primero en los
índices de bienestar. Pero no siempre fue así. En los años 90 Finlandia vivió
una durísima recesión económica con un paro muy elevado. El Gobierno decidió
hacer una apuesta trascendental para poner a la nación en órbita. Invertir en
educación, investigación y tecnología. Los mimbres estaban ahí: respeto al
profesor, seriedad, cultura del esfuerzo… Sólo faltaba el dinero. Y el
hundimiento de la
Unión Soviética sirvió para transvasar fondos del
presupuesto de defensa a colegios y universidades, al no sentirse tan
amenazados por el ‘oso’ ruso. Funcionó. Finlandia pasó a ocupar los primeros
puestos del mundo en riqueza y bienestar en menos de diez años. Algo parecido
al resurgimiento de Japón después de la guerra. Y eso que la educación
obligatoria comienza más tarde que en España: a los siete años. Pero
aprovechan el tiempo. La
Administración también ayudó a las empresas a adaptarse a
la era tecnológica. El caso más llamativo es el de Nokia. Sólo era un
pueblecito donde había una fábrica de botas de goma. Pasaron a fabricar
televisores. Hubiera sido más sencillo seguir haciendo botas, pero fueron
audaces. Sindicatos y directivos se aliaron. De los televisores saltaron a la
telefonía móvil, y de ahí a liderar el mercado mundial de las telecomunicaciones,
por delante de japoneses, alemanes y americanos.

 

 

 




…Y
la cruz





A pesar de ser la envidia del planeta, los
finlandeses son escépticos con los resultados del informe Pisa. «¿Somos
realmente los mejores?», se pregunta Kari Kajainen. «Los profesores no tenemos
estrés porque no superamos las 21 horas lectivas semanales. No pierdes la
ilusión de enseñar por convertirte en un policía del aula. No hay apenas
bullying y en los institutos la emigración es anecdótica y no ralentiza el ritmo
de las clases. Pero algo no termina de funcionar.» La matanza del instituto de
Tuusula, hace apenas un mes, donde un estudiante de bachiller acabó con la vida
de ocho compañeros y profesores antes de suicidarse, así lo demuestra. ¿Cómo no
se detectaron a tiempo las intenciones de un alumno marginado, que incluso las
anunció en YouTube? La respuesta la da Ana Rodríguez, arquitecta española en la Universidad de
Helsinki. «No se percataron a tiempo porque el asesino no sacaba malas notas.
Los padres se interesan por los exámenes, vigilan los deberes. Pero es una
sociedad cerrada, donde cuesta mucho que la gente se relacione.» Si añadimos
que existe un problema de consumo de alcohol entre los jóvenes, que no hacen
botellón en la calle por el frío, pero que beben en casa; que el índice de
depresiones es de los más altos de Europa; que 21 de cada 100.000 chavales se
suicidan (6 en España); y que en Finlandia circulan libremente un millón y
medio de armas, es lógico que los finlandeses hagan examen de conciencia.

 


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  1. Cultura de la responsabilitat i de l’autoconfiança. I això comporta consegüentment el poder celebrar el dia de La Independència. El sr. Sánchez pensaria en la del francès. La nostra encara no té data de celebració. I així, els nostres fills i alumnes assolirien els mateixos nivells de preparació que els finesos. Ja no vull ni pensar del que diuen de llengües, que és un tema "TABOO" entre els españols. Al Japó, que passa 3/4 del mateix, també ho he pogut detectar. Cultura de l’esforç i l’autoresponsabilitat, envers d’un mateix i la resta de la comunitat en què vius, per respecte.
    Cordialment.
     
    PS: Malgrat el que digueu els pessimistes anem a millor. A tot allò, caldrà posar-li un rajolí de mediterraneïtat i "aprendre divertint-se". Fent-ho amè. 

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