Els Papers de Santa Maria de Nassiu

EDUQUEU ELS XIQUETS I NO HAUREU DE CASTIGAR ELS HOMES (PITÀGORES)

3 d'octubre de 2007
1 comentari

JAVIER MARÍAS A EP (S)

Aquest autor ha escrit un article en dos diumenges seguits a EP (S) que no puc deixar de penjar-los al bloc. El títol del que aparegué el diumenge, 16 de setembre era Cuando la gente no tenemos razón, i el del diumenge següent Y rara vez tenemos razón. Paga la pena de parar-se uns minuts a llegir-los.

Cuando la gente no tenemos razón


JAVIER MARÍAS


EL PAIS SEMANAL – 16-09-2007


El sistema democrático tiene un inconveniente
o peligro en el que en los últimos tiempos se está cayendo sin cesar, a saber:
su intento de traslación a todos los ámbitos, es decir, también a los que
no son estrictamente políticos. Pocas personas refutarían hoy que, aunque
imperfecto, es el sistema más aceptable, razonable y justo de darse una gobernación.
No tanto porque los votantes acierten en sus preferencias (pocas veces lo
hacen, en realidad, y, sin salirnos del presente, no hay más que mirar a
los Estados Unidos, a Venezuela, a Irán o a Italia hasta hace nada, que tuvo
durante años encumbrado a Berlusconi), sino porque el conjunto de los ciudadanos
está dispuesto a aguantarse con los resultados, por disparatados o dañinos
que parezcan, a acatarlos y respetarlos. Es decir, lo importante de la democracia
no son los gobernantes que de ella emanan (recuérdese que Hitler alcanzó
el poder mediante urnas y pactos), sino el acuerdo de la población al respecto:
quienes la mayoría quiera que gobiernen, esos gobernarán sin discusión, y
los que estamos horrorizados por la decisión de esa mayoría no nos sublevaremos
contra ella, sino que nos exiliaremos o tendremos paciencia y trataremos
de convencerla de otra cosa en la próxima ocasión. Lo único que la democracia
garantiza es esto: a) que se renuncia a la fuerza para la obtención del poder;
b) que asimismo se renuncia a la fuerza para echar a un Gobierno, aunque
a muchos les parezca que lo ha hecho mal o que es nocivo para el país. Lo
que jamás garantiza, y eso lo deberíamos tener muy claro, son gobernantes
justos y honrados.


Por eso resulta irrisorio que tantos políticos actuales apelen
al origen democrático de su poder como apelaban antiguamente los reyes al
supuesto origen divino del suyo (bueno, los reyes y algunos dictadores: no
olvidemos que las monedas de Franco lo proclamaban "Caudillo de España por
la Gracia de Dios", sin que un solo jerarca de la Iglesia Católica protestara
por la usurpación blasfema). Subyace a esa actitud la tergiversadora idea
de que "la gente tiene razón", y de que "si la gente me ha elegido, es que
soy justo, bueno, honrado y eficaz". Evidentemente, esto no se puede saber
de ningún gobernante hasta que ya ha ejercido su poder, y ni siquiera el
hecho de verse refrendado por "la gente" en las siguientes votaciones lo
hace un ápice mejor. El embustero y cataclísmico Bush Jr fue refrendado,
como el dictatorial, golpista y manipulador Hugo Chávez; hacia 1960, Franco,
de haber legalizado los partidos y haber convocado elecciones libres, habría
ganado éstas de calle, porque la gran masa social española era decididamente
franquista, aunque eso quiera negarse y olvidarse ahora; y lo mismo habría
sucedido con Castro en Cuba a lo largo de décadas, como ocurrió con Hitler
y Mussolini y Perón en su día. Haber sido elegido democráticamente sólo blinda
?o debe blindar? contra un golpe de Estado, contra el derrocamiento violento
del gobernante. Nada más. Pero en modo alguno hace a éste bueno. Y para ser
?seguir siendo? verdaderamente democrático no basta con haber sido elegido
de ese modo, aunque sea condición necesaria. También hay que gobernar de
ese modo, y por eso no he pestañeado al tildar a Chávez de dictatorial, por
muchos votos que cada vez obtenga ahora en sus untadas urnas (untadas de
petróleo, se entiende).


Sin embargo estas ideas sencillas, que a mi juicio deberían estar
claras para todo el mundo, parecen cada vez más difíciles de comprender.
Lo que la gente llama "la gente" no por fuerza tiene razón, o la acaba teniendo
tan sólo al cabo de mucho tiempo, retrospectivamente, lo cual es como decir
que son los nietos de "la gente" los que acaso tendrán razón respecto a la
época de sus abuelos ? y, lamentablemente, podrán no tenerla, en cambio,
respecto a su presente. Dicho de otra forma: los alemanes de hoy ven el nazismo
como un desastre, una equivocación y un horror, pero los alemanes contemporáneos
de ese mismo nazismo lo veían como la mayor bendición de su historia; lo
cual, por desgracia, no hace mucho más sabios a los alemanes de ahora sobre
su momento actual. O, por recurrir a otro ejemplo: casi todos los norteamericanos
condenan hoy los excesos y abusos del McCarthismo de los años cincuenta,
y en cambio no desaprueban algo mucho más grave que aquello y que se da en
nuestros días, el Guantanamismo. Me temo que tendrán que ser sus nietos quienes
se avergüencen y escandalicen de que se mantuviera encerrados en un penal
fantasma, durante años y bajo tortura, a centenares de presos sin juicio
ni acusación, de manera no muy distinta de como el stalinismo tuvo a millares
confinados en sus gulags. Bush Jr, el responsable, fue elegido democráticamente
(bueno, la segunda vez), pero un lugar como Guantánamo lo desdemocratiza
en gran medida. No hasta el punto, desde luego, de que se lo pueda echar
por la fuerza, porque la democracia sobre todo consiste, como dije antes,
en que estemos todos de acuerdo en que eso no se puede hacer nunca con nadie,
mientras el gobernante no se las haya ingeniado para perpetuarse, o para
acabar con las elecciones e impedirnos acudir otra vez a las urnas, las únicas
que lo podrán expulsar.


(Continuará)


Y rara vez tenemos
razón

JAVIER MARÍAS


 

EL PAIS SEMANAL – 23-09-2007

(Continuación del pasado
domingo)

Si, como comentaba aquí
hace una semana, los políticos elegidos en las urnas no son necesariamente
buenos por haber sido así votados, sino sólo aceptados por todos ?en eso
consiste la democracia, en el acatamiento pacífico de lo que la mayoría quiere
para nuestra gobernación?, lo que no tiene ningún sentido es la traslación de
la opinión "popular" a otros ámbitos. Si lo que se llama "la
gente" acierta poco en lo que le es más vital (véanse los ejemplos de
gobernantes nefastos del domingo anterior, y podrían añadirse muchos más), ¿por
qué habría de acertar en ninguna otra cosa? Hoy en día, sin embargo, las
votaciones "populares" se multiplican, en buena medida porque, a
través de Internet y de los SMS, cada día resulta más fácil llevar a cabo
simulacros de ellas. Continuamente leemos u oímos que tal periódico u organismo
o emisora de radio o televisión han propiciado una encuesta para saber, qué sé
yo, quién es el personaje más importante de la historia de España o del Reino
Unido. En nuestro país sale ganador el Rey Juan Carlos (que cuenta con mis
simpatías, pero francamente), seguido acaso por Lola Flores o alguien así; en
el otro, no es raro que la más mencionada sea la dengosa Lady Di, muy por
encima de Shakespeare o Churchill, los cuales, tal vez, disputan reñidamente su
secundario puesto con Elton John. No hablemos ya de las que se organizan para
determinar las mejores canciones, películas o novelas de todos los tiempos:
como gran parte de quienes participan en estas tontadas son jóvenes, como tales
tienden a creer que el mundo empezó con su nacimiento y se ufanan de ignorar lo
que produjeron los siglos, por lo que los resultados dependen mucho de lo
reciente, cuando no de la actualidad. La mejor canción puede ser una de Take
That o Coldplay, la mejor película Pulp Fiction (estupenda, sí, pero, en contra
de lo que muchos jóvenes creen, el cine no se inició con Tarantino), la mejor
novela Cien años de soledad (buena en mi recuerdo, pero antes estuvieron
Cervantes, Sterne, Dickens, Flaubert, Proust, Faulkner, Nabokov y tantos
otros).

El colmo de esta
papanatería con la opinión de los más se ha dado hace unos meses. Un
multimillonario sin más credenciales que sus millones montó una ridícula
votación "popular" para designar las "nuevas siete maravillas
del mundo" artísticas. Algo en principio inocuo, que no obstante dejó de
serlo cuando hasta los diarios más serios (este incluido: una vergüenza) dedicaron
a la iniciativa páginas enteras, como si semejante elección pudiera tener
autoridad o valor. ¿Cómo sabe "la gente", sin una formación artística
específica, lo que es maravilloso y lo que no? ¿Y acaso todo el mundo ha ido a
todas partes para comparar? La cosa desencadenó a su vez iniciativas que causan
rubor. En España se organizó una campaña ?hasta la televisión pública
participó? para que "la gente" votara por la Alhambra, la conociera o
no, y un día hubo nada menos que ocho mil personas ?ocho mil? que enlazaron sus
manos con el sonrojante propósito de "abrazarla" ?sí, abrazar la
Alhambra, semejante cursilada? como parte de su promoción. Políticos y famosos
de toda índole, incluidos escritores a los que se supondría dedo y medio de
frente, si no dos, se apresuraron a votarla por Internet, no se los fuera a
tildar de antipatriotas o algo así. Confieso que, tras tanta tontuna, me alegró
que la maravilla granadina no saliera entre las siete estupideces del mundo. La
prueba de que todo era una estupidez la dio la inclusión final de la espantosa
estatua del Cristo Redentor, o como se llame, que se yergue ominosa sobre Río
de Janeiro. Por lo visto, gusta.

Lo malo de toda esta
tendencia es que los políticos del mundo se amparan en ella para cometer sus
tropelías. Por poner un ejemplo modestísimo: este verano pasé unas semanas en
Soria, y descubrí que allí acababan de cargarse una de sus mejores vistas, la
de los Cuatro Vientos, colocando un mamotreto que obstaculiza la visión. Al
poeta Machado y a su mujer Leonor les gustaba ir allí y contemplar el Duero
desde lo alto, así que el Ayuntamiento, "en homenaje" al propio
Machado, ha logrado que ya nadie pueda contemplar lo que sus ojos veían. No
pude por menos de escribir un artículo en el Heraldo local condenando el
despropósito, lo cual provocó más reacciones de condena. Pero al cabo de unos
días el Ayuntamiento se reafirmó en la colocación del armatoste con el
argumento ?poco creíble e indemostrable, eso además? de que "a la gente le
gusta y se hace fotos". ¿Y? A la gente le gusta El código Da Vinci, pero
eso no lo convierte en un libro bueno; y Torrente, como le gustaba hace décadas
No desearás al vecino del quinto y otras españoladas que ya nadie recuerda; y
Bisbal o Bebe, pero eso no hace de ellos los equivalentes de Elvis Presley o
Bob Dylan. A "la gente" le gustan con frecuencia adefesios o
disparates de gran brevedad. "Cien mil musulmanes", leo en el diario,
"piden en Indonesia un macroestado panislámico regido por la sharía y que
unifique sus territorios, España incluida". Seguro que son millones, de
hecho, los que exigen eso, luego "la gente" musulmana lo quiere. ¿Y
acaso ser muchos les da la razón? No, lamentablemente, "la gente"
rara vez tenemos razón.




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  1. Entre altres qüestions amb la dictadura tothom sabia on es trobava i on hi era i aleshores hi havia una única televisió espanyola amb un política controlada com a marketing de les polítiques d’Estat.

    Ara en una democràcia la gent és perd i no sap on s’encontra i a diferència d’abans ja no n’hi ha una sola televisió espanyola, ara n’hi ha un munt de televisions espanyoles repetitives en el marketing de les polítiques d’Estat, de tal forma que fan que una mentida repetida per mil vegades per totes esdevinga una veritat absoluta, això abans no passava.

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