Els Papers de Santa Maria de Nassiu

EDUQUEU ELS XIQUETS I NO HAUREU DE CASTIGAR ELS HOMES (PITÀGORES)

6 de maig de 2012
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Dia de la Mare

     Encara que, per a mi, cada dia és el Dia de la Mare (de la meua), avui, seguint la tradició, en celebren el dia. Us deixe l’article d’Isabel Vicente sobre les mares. I vull recordar especialment avui una mare (no en diré el nom per discreció) que faltà enguany i a qui devem un fill (a qui valore moltíssim). 

Cada vez que salgo de casa en invierno, mi madre me pide que me tape el cuello con la bufanda; cuando dejo medio plato lleno insiste en que me lo acabe, y sigue seleccionando para sus hijas y sus nietos los trozos más apetecibles del pollo de la paella dejando para ella el espinazo por más que le expliquemos que hay muslos y pechuga para todos. 


La veo, ya con ochenta y pico, moviéndose por la casa cada día con más dificultad y me invade la ternura y el miedo a que algún día nos falte, un miedo que, qué cosas, ella asegura no sentir después de una vida larga, en la que ha habido más sombras que luces. 
Ella asegura que no le ha ido mal aunque sea por poder pasar sus últimos años rodeada de su familia y con la cabeza en su sitio. Como a toda su generación, le tocó bailar con la más fea, con una infancia marcada por la guerra, el hambre y la humillación por pertenecer al bando perdedor, trabajando desde los 11 años en una fábrica de juguetes donde se ocupaba de vestir a unas muñecas que nunca eran para ella hasta que se la devolvieron a mi abuela porque pasaba más tiempo jugando con aquellas muñecas de niñas ricas que trabajando. Con mi abuelo en la cárcel y cuatro hermanos, aprendió pronto a valorar lo que da de si medio kilo de patatas o un par de huevos y, será por eso, pero, aún hoy, es incapaz de tirar nada a la basura y tenemos más de una discusión por su insistencia en que rebañemos el plato. 
De las muñecas pasó a los zapatos donde trabajó toda la vida hasta su jubilación con horarios infernales entre los que tenía que sacar tiempo para poner la comida en la mesa, limpiar y llevarnos a mi hermana y a mí como un pincel al cole todos los días.
Viuda temprana, al morir mi padre se le acabaron los mayores placeres que le regaló la vida: los quince días de verano que se permitían en un hotel de Benidorm, o los aperitivos del sábado al mediodía en el bar de la esquina de casa. Poco más. Nunca ha viajado en avión ni ha salido al extranjero; nunca ha ido a un cotillón de nochevieja ni ha pisado un spa; lo más, algún viaje con el Imserso por el norte de España un par de veces o alguna excursión con la UGT de las que volvía cargada de mantas y ollas. Ahora, que ya no está para viajes, disfruta viendo en la tele las novelas de la tarde y haciendo tortitas de huevo y harina para sus nietos. 
Y sigue preocupándose de mi hermana y de mí como cuando éramos unas niñas, y nos riñe y nos achucha, y nos peleamos y nos reconciliamos como entonces. Sus nietos son su mayor orgullo; tan listos, tan guapos; junto con sus hijas… tan ocupadas que a veces nos olvidamos de que está ahí, con sus achaques y sus recuerdos, y de que no cuesta nada hacerla feliz. Le basta con un beso.” (Isabel Vicente, Levante-EMV)


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