Els Papers de Santa Maria de Nassiu

EDUQUEU ELS XIQUETS I NO HAUREU DE CASTIGAR ELS HOMES (PITÀGORES)

12 de novembre de 2007
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DE BEATS…

Ja sabeu que el fet religiós és una de les meues preocupacions. Dissabte a LEVANTE-EMV Agustí Colomer escrivia un article sobre un beat màrtir de Xàtiva. Us el volia penjar. Però he vist que un blocaire ho ha fet al seu bloc. Us hi remet. Paga la pena perquè fou màrtir i valencianista. Ací el podeu trobar. I també us en vull deixar un altre d’Enrique Cerdán Tato, Un crucifijo del nueve largo. Així voreu la doble realitat del que va ser un aspecte molt trist de la Guerra Civil i al qual no calia haver arribat mai.

Un crucifijo del nueve largo


E. CERDÁN TATO


EL PAÍS – 10-11-2007


Si Franco, en piedra y grabado de exaltaciones, va a salir de la
Universidad de Valencia muy pronto, el padre Vendrell, S.J., salió del
callejero de Alicante mediados los ochenta. Si a Franco lo tiran a la
escombrera los estudiantes de Els Quatre Gats y toda la comunidad
académica, al padre Vendrell, S.J., lo tiró al contenedor de los
residuos presuntamente evangélicos un acuerdo del pleno municipal y la
avenida ya rotulada o en trance de rotular con su nombre se rotuló
afortunadamente con el de Eusebi Sempere. Ya se pueden imaginar cómo
ganó la ciudad, y aquella democracia de dodotis, con el cambio. A la
luz de tantos mártires de la fe beatificados en una espectacular parada
vaticana, chirrían las trazas de uno de esos curas trabucaires
o rebosantes de fanatismo, que no escasean ni en la historia ni en la
memoria de España. El padre Vendrell, S.J., fue un discípulo aventajado
del cardenal Gomá, el confidente oficioso entre la Santa Sede y el
Gobierno golpista de Franco. Si el cardenal Gomá dijo en Budapest,
durante el Congreso Eucarístico celebrado en aquella ciudad en mayo de
1938: "Paz, sí. Pero cuando no quede un adversario vivo", el padre
Vendrell, S.J., diría, no mucho después, a los republicanos prisioneros
que iban a ser fusilados de madrugada: "No tened miedo, porque los
moritos tienen muy buena puntería y no os harán ningún daño", y
agregaba con fervor: "Vosotros sí que sois bienaventurados, puesto que
conocéis el momento exacto en que ha de veniros la muerte, y así podéis
poneros en paz con Dios, que es lo único que debe importaros". Tan
cínico y piadoso consuelo no silenció el comentario que ya era un
estrépito entre los sombríos muros de la cárcel: "El padre Vendrell,
lleva un crucifijo del nueve largo bajo las sotanas". Y aquellos
testimonios y comentarios se publicaron en 1978 y dejaron a cuadros a
quienes sostenían que "el padre Vendrell era un santo". ¿Qué hubiera
hecho Ratzinger con un personaje tan perverso? Si el padre Vendrell,
S.J., llevaba un crucifijo del nueve largo bajo las sotanas, Benedicto
XVI ya tiene una espada de oro y piedras preciosas, regalo de un rey
saudí, como nos recordó Maruja Torres en su columna del jueves, en la
que además sugería que el sumo pontífice debió de pensar: "En otros
tiempos, bien habríamos podido usarla nosotros". Puede que antes, pero
en la Guerra Civil, que se sepa, no usaron espadas de oro y piedras
preciosas, pero sí le echaron bendiciones a los cañones y a las bombas
de la aviación fascista y, que se sepa, la jerarquía eclesiástica no ha
dicho aún ni pío a quienes les negaba la paz, mientras cometieran la
insolencia de seguir vivos. Han beatificado a sus mártires y han
cumplido, pero la soberbia les impide pedir perdón a sus víctimas. ¿Y
para qué, si tuvieron la suerte de conocer el momento exacto de su
muerte y los moritos tenían muy buena puntería? El padre Vendrell,
S.J., tenía las cosas claras: acompañaba a los condenados al paredón y
encima los bendecía. Y se quedó sin avenida. Pero nadie ha podido
certificar, hasta hoy, si el crucifijo que llevaba bajo las sotanas era
del nueve largo, o solo del nueve corto. Se exagera tanto.



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