José Ángel Valente ya lo intuyó en 1966 en su libro de poemas «La memoria y los signos», publicado en Madrid en la Revista de Occidente. Los poetas son los filósofos de la dura realidad que suavizan con la palabra sentimientos encontrados y contradictorios.
En el poema «Melancolía del destierro» disecciona el nacionalismo de manera total: «Lo peor es creer/ que se tiene razón por haberla tenido/ o esperar que la historia devane los relojes/, y nos devuelva intactos al tiempo en que quisiéramos/ que todo comenzase». «Pues ni antes ni después existe ese comienzo/ y el presente es su negociación y tú su fruto, / hermano consumido en habitar tu sombra».
Como si los riojanos reclamaran su independencia alegando que durante más de un siglo a lo largo del IX y el X, existió el reino de los Beni Qasi, herederos del ducado de Cantabria y del duque Casio. Con más derecho que los catalanes que jamás fueron reino. Sin embargo, no son los que se equiparan a Kosovo o, más recientemente, a Puerto Rico en un alarde de indigencia intelectual que no puede ocultar el uso de la barretina, modelo de fidelidad histórica y respeto a los orígenes.
Se puede, como los musulmanes más retrógrados, aplicar la sharia, el ojo por ojo, la quema de banderas y símbolos del odiado invasor, insultar el himno, escarnecer al rey o escupir a los españoles. Todo vale contra el opresor. Sin embargo, nada dicen de los oprimidos en un trozo de España más allá del Ebro donde exigir la libertad cada día es más costoso. El nacionalismo de los nacionalistas nazis. De quienes vulneran derechos fundamentales alegando privilegios forales y tribales. La vuelta a la cueva y a la choza. Al hacha de sílex y al fuego purificador. Y todo para encubrir el atropello de los débiles, la nefasta gestión de quienes patrimonializan miseria y corrupción generalizada, nepotismo irredento y persecución implacable.
El nacionalismo catalán es similar (cuestiones de cantidad aparte) a la cruzada sarracena emprendida por el Islam purificador. Mal asunto. Habrá que rescatar a Felipe V, reponerle boca arriba y reconocerle que modernizó España, que eliminó (casi todos) los privilegios y nos condujo por la senda de la modernidad, aunque una amplia banda de señores feudales (hoy en CiU y en el tripartito) no lo hayan asumido.
Y que el PSOE no haya resuelto su contencioso con el PSC agrava aún más la solución del problema catalán. Que el PSOE no sea un partido estatal entorpece aún más si cabe la vía constitucional. Que en el PSOE no haya hombres de Estado dificultará una salida digna.
La solución no es un Estado federal, ni un Estado federal asimétrico. Si queremos un Estado autonómico, la mayoría de los españoles deberemos fortalecer el Estado y devolver y delimitar competencias autonómicas, iguales para todos. Todas las tierras de España tienen sus señas de identidad y hechos diferenciales propios. Felizmente. Todas. Incluso Cataluña.
Secretario general del sindicato independiente
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