Els Papers de Santa Maria de Nassiu

EDUQUEU ELS XIQUETS I NO HAUREU DE CASTIGAR ELS HOMES (PITÀGORES)

19 de maig de 2007
0 comentaris

Continuant amb articles al voltant de l’educació (i arran del que us deixava ahir d’Ayala-Dip

avui us en penge un d’Adela Cortina, publicat a EL PAÍS d’avui.


La educación cordial


ADELA CORTINA


EL PAÍS
 – 
Opinión – 19-05-2007


Hace unos treinta años este país inició una transición política hacia
la democracia, alentada por una transición ética que ya se había venido
produciendo en el seno de la sociedad civil. Transiciones una y otra
envidiadas por algunos países que hubieran querido tener una
experiencia semejante, admiradas por otros que no necesitaron la
primera.


Una parte de la población estaba preocupada entonces por descubrir un
capital ético conjunto, al que cabría llamar ética cívica, ética de los
ciudadanos de una sociedad pluralista. Porque las sociedades son
pluralistas, no laicas. El que tiene que ser laico -no confesional ni
laicista- para arropar a una sociedad pluralista es el Estado. Las
sociedades son monistas o pluralistas, y la nuestra venía demostrando
que era lo segundo desde tiempo atrás.


Creímos contar con ese capital de valores éticos, o al menos ése fue el
balance hace treinta años, y era el que importaba transmitir en la
educación, pero no sólo eso. Era vital incorporarlo en las
instituciones políticas, plasmarlo en las empresas y en el conjunto de
la vida económica, encarnarlo en la sanidad, las universidades, los
medios de comunicación, la opinión pública, y en todos esos ámbitos que
componen una sociedad moderna.


Distintos proyectos educativos fueron diseñando los trazos de esa
educación ética, que algunos tacharon de excesivamente racionalista, de
excesivamente centrada en el conocimiento; otros, de sobradamente
sentimental, porque tampoco la ética es negocio sólo del sentimiento.
Unir ambas cosas se hacía necesario, pero también sacar a la luz otras
que quedaban en la penumbra y, sin embargo, forman parte de lo más
profundo de las personas. Aquella ética cívica tenía que desvelar su
dimensión cordial. Porque no hay ética pública ni privada sin corazón.
Tal vez porque nos falta estamos tan cansados de discordia en la vida
pública, de inmisericordia en la privada.


En la vida pública, cuando los partidos políticos se descalifican
mutuamente hasta la náusea; cuando se partidizan las opiniones de los
ciudadanos difundiendo argumentarios ya hechos, siendo así que lo
propio de los ciudadanos es pensar por sí mismos; cuando el terrorismo
de Al Qaeda o de ETA quita vidas y libertad; cuando las gentes de a pie
no se atreven a decir lo que piensan por miedo a ser tachadas de una
cosa u otra.


En la vida privada, en esas noticias de violencia doméstica que exigen
a menudo medidas legales, y hay que tomarlas. Pero también en esos
tristes sucesos que las cadenas de televisión explotan hasta el hastío
y que, como bien decía una "carta al director" en este mismo diario,
más son expresión de desamparo social que de violencia doméstica.
"Quien ha cuidado durante décadas a un cónyuge enfermo tan anciano como
él", decía en su carta María Victoria Antón, de Madrid, el 20 de
febrero, "no puede definirse como violento. ¿No deberíamos llamarlo
desamparo social?". Proponía la carta implementar la Ley de
Acompañamiento, y llevaba toda la razón. Sucesos así piden proximidad,
cercanía, nunca expectación morbosa.


Falta corazón, podría ser el diagnóstico. Tendríamos que educar para la concordia.


Pero también es verdad que estas expresiones dan pánico. Por ellas se
entiende inmediatamente toda una sarta de consejos ñoños, sermones
edulcorados, pláticas empalagosas, mojigatería y moralina.


Por si faltara poco, la fama del corazón anda muy deteriorada gracias a
las revistas que informan sobre las vidas de los famosos, a las
tertulias que sacan a la luz los trapos sucios de presentes y ausentes
para diversión del público. Parece que su color es ya el rosa y su
discurso preferido o bien el insulto o bien la ñoñería. Y, sin embargo,
nada más lejos de la realidad: el corazón tiene entresijos que la
prensa rosa desconoce. La buena moral no es moralina, sino "moralita",
como decía Ortega y Gasset.


"Corazón de León", era el nombre de aquel rey Ricardo, cuya vida no
interesa ahora, sino cómo quisieron recordarle las gentes para expresar
coraje, temple, arrojo. Cordelia era la hija del rey Lear, la que
acompañó a su padre en el esplendor y en la desgracia, precisamente
porque tenía la capacidad de compadecer el gozo y también la amargura.


El corazón (cor-cordis)
es el centro, la clave de algo: también de las personas. En ellas, es
el lugar del afecto, pero también de la inteligencia, el espíritu, el
talento, incluso el estómago. Porque hay que tener estómago -y mucho-
para bregar por la justicia y para hacerse el ánimo de aspirar a la
felicidad, que son las dos grandes metas de la ética. Importa educar
ciudadanos en todas estas dimensiones del corazón, sobre todo en la
justicia, porque, en caso contrario, habremos perdido la partida.


Una educación en la ciudadanía cordial atendería a la inteligencia para
descubrir cuál es nuestro interés más fuerte, y sucede que nos interesa
actuar bien si no queremos perder vida y propiedad; al cultivo de los
sentimientos con los que descubrimos mundos inéditos, como el
sufrimiento, el gozo y la indignación ante la injusticia; al reino de
los valores con los que podemos acondicionar el mundo y hacerlo
habitable; a la autonomía por la que somos protagonistas de nuestras
vidas, autores de nuestra propia novela. Pero también a la compasión,
al ser con otros que nos constituye como personas, y es un
descubrimiento de la razón cordial.


"Conocemos la verdad no sólo por la razón, sino también por el corazón"
es el célebre "Pensamiento" de Pascal. Conocemos la verdad, pero sobre
todo la justicia.


Educar para el siglo XXI sería formar ciudadanos con buenos
conocimientos y con prudencia para calibrar qué les interesa. Pero
también con un profundo sentido de la compasión. Por eso la virtud
soberana del siglo XXI será la cordura, que es un injerto de la
prudencia en el corazón de la justicia.

Bon dia.


Us ha agradat aquest article? Compartiu-lo!

Deixa un comentari

L'adreça electrònica no es publicarà. Els camps necessaris estan marcats amb *

Aquest lloc està protegit per reCAPTCHA i s’apliquen la política de privadesa i les condicions del servei de Google.