Us deixe el testimoni d’aquesta dona, de 66 anys, que fa de missionera a Mauritània. A l’Església li calen persones com aquesta monja.
Paco Cerdà
Valencia (LEVANTE-EMV)
A Carmen Llorca, de Callosa d’En Sarrià, no se la ve preocupada. A sus 66 años, trabaja de misionera franciscana en la ciudad mauritana de Kaedi, a sólo 400 kilómetros del lugar donde han sido secuestrados los tres cooperantes catalanes. Se habla de la presencia de Al Qaeda en la región. Pero Carmen no tiene miedo. Al menos por ella. Teme por los 63 niños, tan negros como famélicos, que atiende en el centro de nutrición en el que presta ayuda. También sufre por los 45 pequeños que cada mañana van a la guardería en la que echa una mano. Pero por ella no padece. “A los tres secuestrados los tengo todo el día en el pensamiento. Me pongo en su piel y debe ser muy angustioso. Pero yo no tengo ningún miedo. Ésta es mi vida, y éste, aunque me sienta muy valenciana y muy española, es mi pueblo”, cuenta Carmen por teléfono.
Esta religiosa alicantina lleva 11 años en Mauritania, repartidos en dos temporadas. Antes, su pueblo fue Senegal, durante 9 años, y Burkina Faso, a lo largo de otros tres. A pesar de las deformaciones mediáticas, Mauritania es un país seguro, afirma. “Yo he pasado más miedo en las bocas del metro de Madrid por la noche que en todas mis estancias en África”, asegura Carmen Llorca.
Más comprometida es la situación de Carmen Garrigós. Tras pasar por Somalia, Ruanda y Senegal, esta enfermera valenciana de 52 años ejerce ahora como coordinadora de Unicef en Juba, en Sudán del Sur, uno de los tres países más peligrosos para los cooperantes. Pasan días en los que, como ayer, Carmen Garrigós no puede acceder al correo electrónico ni tener a mano un teléfono satélite. Lo que no falla ningún día es su trabajo con la infancia de la región. Ayuda a mejorar el acceso al agua de los niños, su higiene y, especialmente, que accedan a la educación a través del programa Vamos a la Escuela.
Del corazón de África a su rincón más occidental: Namibia. Éste es el país, según el coeficiente de Gini, con mayores desigualdades del planeta. Más del doble que España. De ahí nace la alta tasa de criminalidad que azota algunos puntos de su territorio. En la región namibia de Omaheke reside desde 2003 Silvia Sala, una ingeniera agrónoma de 33 años nacida en Valencia. Trabaja para la Fundación CEAR-Habitáfrica de ayuda al refugiado y, en Namibia, está enseñando labores agrícolas a 2.000 bosquimanos, un grupo étnico que hasta hace tres generaciones practicaba el nomadismo. “Intentamos que sean independientes en el cultivo de alimentos y que tengan capacidad para negociar con los granjeros, que a veces les pagan con comida y alcohol”, cuenta.
Silvia, que se enteró ayer por este periódico del secuestro de los tres cooperantes, asegura que en su zona de trabajo “hay mucha tranquilidad y no se siente ningún peligro”.
Cuartos de baño en Cabo Verde
Lo mismo relata Ana Pons desde el archipiélago africano de Cabo Verde. Nacida en Castelló hace 31 años, Ana es arquitecta y está inculcando a los nativos la importancia de construir un cuarto de baño en sus viviendas. “Después de los progresos que hemos realizado, yo creo que el 50% de casas ya tendrán cuarto de baño”, dice. Aquellos que carecen de lavabo en casa hacen sus necesidades “en la calle o en el monte”, explica Ana. “También trabajamos con el ayuntamiento de la isla en el cuidado de su patrimonio arquitectónico para favorecer el desarrollo turístico”, afirma.