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EDUQUEU ELS XIQUETS I NO HAUREU DE CASTIGAR ELS HOMES (PITÀGORES)

28 de febrer de 2007
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6 comentaris

AVUI NO TINC TEMPS PER A MOLT…

De les darreres lectures de la premsa destaque un article de divendres passat escrit per n’Ángel López García-Molins, catedràtic de Teoria dels Llenguatges de la Universitat de València i professor meu. Ací el teniu.


‘Ocupas’


El
autor lamenta que la sociedad sólo tema a los ‘okupas’, que llevan
todas las de perder y serán reprimidos sin concesiones por atentar
contra la propiedad privada, y no a los ‘ocupas’ políticos, económicos
y culturales, que también disfrutan del patrimonio ajeno, sin
consecuencias

ÁNGEL LÓPEZ GARCÍA-MOLINS


EL PAÍS – 23-02-2007

Los okupas
han protagonizado últimamente varias algaradas que los han traído a la
primera plana de los periódicos. Antes, el asunto se circunscribía a
Barcelona, una especie de Katmandú del movimiento okupa. Ahora,
ante el estupor de los ciudadanos, se ha extendido a Valencia. Para
quien siga la actualidad desde la barra de los bares y las colas del
supermercado, este ha pasado a ser el verdadero tema de nuestro tiempo,
desde luego bastante más que las trifulcas del Parlamento a propósito
de ETA o los navajazos que se propinan las dos facciones de nuestro PP
valenciano, y casi en el mismo orden de importancia que el tiempo loco
que vivimos. No es de extrañar: las controversias políticas se ven como
un espectáculo previsible, pero lo del clima, como lo de los okupas,
parece una alteración grave del orden de las cosas. ¿Qué cuál es este?
Sería un error pensar que, para la gente, el orden consiste en que cada
joven pueda tener acceso a una vivienda. Hace años que la población se
ha resignado a que no sea así, a que los jóvenes vivan con los padres
hasta más allá de la treintena y a que, cuando por fin se emancipan, lo
hagan con una soga hipotecaria al cuello prácticamente hasta la edad de
jubilación. No, los sentimientos que provocan los okupas son de
otra índole, son de indignación, pero sobre todo de temor: el ciudadano
teme que ese parásito indeseado que entra en las viviendas sin ser
invitado podría elegir un día un piso suyo.


Es una consecuencia del sesgo que tomaron la economía y la sociedad
españolas desde los años sesenta. Cuando el régimen de Franco promovió
la propiedad inmobiliaria horizontal -hasta entonces las casas
pertenecían a un solo dueño, y casi nadie era propietario de su
vivienda-, ahuyentó para siempre la posibilidad de una revolución, pero
también marcó, de paso, la orientación de la inversión privada hasta
hoy. No nos engañemos, en España, que alguien tenga un piso aparte del
que vive no es algo excepcional: hace poco los diputados de un partido
de izquierda hicieron públicas sus propiedades y lo normal era poseer
dos viviendas, la de residencia y la de recreo; si alguna vez hacen
algo parecido los diputados de la derecha, es seguro que saldrán muchas
más. En este país la gente no entiende de inversiones bursátiles -y
cuando cree saber algo, salen fiascos estilo Forum Filatélico, propios
más bien de algún país del Este recién incorporado al capitalismo-,
pero lo que es de cemento…, de eso entiende cantidad. Del franquismo
hasta acá nadie ha sabido (o querido) enmendar este desvío perverso del
sentido común económico, el cual ha modelado horrendamente nuestro
paisaje, ha condenado a nuestros hijos a la eterna adolescencia y ha
acumulado una cantidad de inversiones carentes de rentabilidad -casi
medio millón de pisos vacíos en la Comunidad Valenciana, sin ir más
lejos- absolutamente insostenible.


Por eso, no me cabe la menor duda de que en España los okupas,
convertidos en los malos de la película, llevan todas las de perder y
es seguro que serán reprimidos sin concesiones: ningún partido político
-y menos en vísperas preelectorales como las que vivimos- podría
permitirse otra posición. Además, aclaremos una cosa: la ocupación de
viviendas conculca la ley, es una agresión contra las normas de
convivencia social, que, en nuestro mundo, se basan en la propiedad
privada, por lo que no puede ser tolerada. Lo que me llama la atención
no es la firmeza policial con los okupas, sino la
condescendencia con otros delitos mucho más graves: por ejemplo, las
campañas contra el tráfico de drogas llevan coleando un cuarto de siglo
por lo menos, precisamente porque ningún gobierno ha sabido erradicar
esa lacra social. Pero, claro, el apoyo de la sociedad no es tan
unánime en este punto: mientras que los ciudadanos suelen tener un
piso, no es tan normal que tengan un hijo drogadicto manifiesto, aunque
sí es frecuente que tengan drogadictos ocultos, esto es,
prealcohólicos, sin saberlo. Así que la idea de una teniente de alcalde
catalana que distingue entre okupas buenos y okupas
malos y tiende a exculpar a los primeros me parece un suicidio político
que conduce directamente al destierro extraparlamentario.


Pero una cosa es que no exista okupa legalmente admisible y otra que no quepa distinguir entre okupas y ocupas. ¿Qué quiénes son los ocupas? Como su nombre indica, los ocupas no realizan okupaciones
de inmuebles ajenos, pues suelen tener ocupación y, con ella, vivienda,
son gente de orden. Pero esta ocupación, al igual que la okupación del okupa, se basa en disfrutar gratis del patrimonio ajeno y esconde siempre una impostura. Hay ocupas políticos, ocupas económicos y ocupas
culturales. Así, una consecuencia indeseada de la democracia es que los
electores tengamos que tragarnos por cuatro años a alguna gente que nos
engañó y que incumple sistemáticamente sus promesas, pero lo que no
está escrito en ningún programa electoral es que las instituciones
deban convertirse en un balneario de cargos inútiles ocupados a dedo
por clientes que no han pasado por las urnas y que no saben nada de la
tarea que se les ha asignado: estos ocupas anidan, como todo el
mundo sabe, en el escalafón de los puestos medios e inferiores de la
administración y son una verdadera lacra. También hay ocupas
económicos: asistimos impotentes a la ocupación mafiosa de nuestro
litoral y a una exacerbación de la cultura del pelotazo urbanístico que
ha hecho intervenir, en el caso de la Comunidad Valenciana, hasta a las
instituciones comunitarias. Y existen los ocupas culturales:
cualquiera que se pase por una librería constatará con asombro que casi
todas las novedades que se exponen son tonterías, bestsellers
que aprovechan descaradamente el trabajo de escritores honrados,
entrando a saco en el mismo y trivializando sus contenidos para
hacerlos asequibles a un público de gustos cada vez más estragados. Son
tres botones de muestra, entre muchos otros casos, de impostura que se
podrían aducir.


Sin embargo, nadie dice ni pío. El okupa
cae mal porque no deja de ser un desgraciado, alguien con ropa
arrugada, largas greñas, lenguaje obsceno y tatuajes excesivos, en
definitiva, con "mala pinta". El ocupa es otra cosa, todo lo
contrario de un perdedor. Y, naturalmente, mientras que todos exigen
que la fuerza de la ley caiga implacablemente sobre los primeros, nadie
se queja de los segundos y aun es posible que los elogie en la
tertulia. Así funciona nuestro mundo.


Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universidad de Valencia.



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  1. Aquest sentit del mot "ocupa" (ironia saludablement fina) espere que faça fortuna. La democràcia en alguns casos desfà les grenyes de molts "ocupes" i lleva les males pintes que fan alguns a l’hora d’accedir als llocs de govern, per exemple. Molt bó l’article. Bona la troballa.

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