Els Papers de Santa Maria de Nassiu

EDUQUEU ELS XIQUETS I NO HAUREU DE CASTIGAR ELS HOMES (PITÀGORES)

16 d'abril de 2008
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Ahir mentre tornava de rehabilitació

Vaig agafar al vol dos fragments de dues converses (que no em van agradar gens ni miqueta). La primera, una dona des d’una tenda li deia a una altra “i ara esta embarassà s’ha clavat a ministra”. I ho deia una dona… aquesta, tristament, és la societat que tenim? Però ací no va acabar la cosa. Quan ja estava entrant al cotxe hi havia dues dones i un home amb un gosset. L’home deia: “Finalment ens tiraran a tots”. I una de les dues dones li contesta: “I ara amb estes dones de ministres…” No vaig poder escoltar la continuació. No sé què pensar. Però moltes vegades, i n’estic convençut, el que diu la gent és un reflex del que escolten a la ràdio i/o a la televisió. I no cal que us diga de quina emissora han eixit aquestes afirmacions.

I ara us deixe algun article de la premsa escrita:

Democracia para cabreros

FÉLIX DE AZÚA

 

EL
PAÍS  –  Opinión – 14-04-2008

 

Esperanza sin complejos

ANTONIO MAZUECOS  –  Madrid

 

EL
PAÍS  –  Opinión – 14-04-2008

 

Hace cinco años y parece que fue ayer (Levante-EMV)

JOSÉ FCO. CARDONA

Democracia para
cabreros

FÉLIX DE AZÚA

 

EL PAÍS  –  Opinión –
14-04-2008

Casi con toda seguridad mis padres
habrían dicho que éste era un caso de indudable mala educación, pero al
repetirme un par de veces esa frase, “mala educación”, he percibido
hasta qué punto es un juicio rancio, arcaico, desprovisto ya de sentido. A lo
más que puede aspirar es a una sonrisita condescendiente por parte de la gente
de mi generación que la considera un rasgo típico de la vieja burguesía. La
nueva burguesía, los que ahora imponen su modelo de conducta, es muy distinta.
Por ejemplo, la educación, buena o mala, le importa una higa.

Para mis
padres, que un parlamentario llamara “cabestro” a un colega vendría a
ser el regreso de las viejas trifulcas republicanas en las que el insulto y la
sal gorda arrancaban carcajadas y manotazos en la espalda de los conmilitones.
En las memorias de Azaña hay cientos de espectáculos de esta calaña, los cuales
abatían al pobre hombre. Setenta años más tarde ya no es una prueba de mala educación
o de barbarie por parte de un animal serrano ascendido a diputado, sino un
signo de identidad. El que insulta es un vasco en representación de unos miles
de vascos y el insultado es un español que representa a varios millones de
españoles. El insulto es un modo de destacar la independencia del vasco (en
realidad, su impotencia), frente al enemigo español. Porque en la
semidemocracia española no hay adversarios sino enemigos y por lo tanto la
repelente costumbre de insultar no es otra cosa que la consecuencia de la
obligación de odiar. ¡Cómo se odia en los parlamentos! Y no sólo en los
parlamentos.

Hace pocos
días un amigo pasó por Madrid para conocer a la hija de unos colegas, una cría
de tres años. Se citó con ellos en un restaurante de purpurina y aunque él es
fumador pidió una mesa para no fumadores. Cuando se sentaron, todo el mundo
fumaba a su alrededor. La niña tiene problemas de asma de modo que mi amigo
acudió al encargado y le pidió otra mesa sin tanto humo. La respuesta del maître,
un chico arreglado a la usanza chic hortera, le dejó helado: “Pero
¿usted ha venido aquí a comer o a tocar los cojones?”. Paralizado por la
baba de odio que goteaba de aquella boquita, se retiró desolado. Seguramente es
una consigna del gremio, porque no es la primera vez que la oigo.

En
realidad el encargado del local no hacía sino obedecer lo que está mandado. Si
Carod puede decir: “Los de Madrid nos mean encima y dicen que llueve”
y recibir aplausos. Si Rubianes depone: “Ojalá que les exploten los
cojones a los españoles” y le jalea el mundo oficial catalán. Si cualquier
diputado puede dirigirse a sus colegas en el parlamento como si estuvieran en
el patio de una penitenciaría, entonces lo normal es que cunda el ejemplo.

Basta con
encender la televisión en España para ver series que no tienen equivalente en
el mundo. Los comisarios dicen constantemente: “Me cago en la
hostia”; los policías: “Te voy a cortar la polla”; los galanes:
“¿Ya te las has follado? ¡Mira que eres jodido!”, y así
sucesivamente, como si estuvieran en el reformatorio. No es el lenguaje de la
gente común, es el modo de hablar de la nueva burguesía, de los actuales dueños
de la imagen pública. Su estilo se difunde por todos los medios de persuasión,
especialmente los dirigidos a la gente joven. Una nueva burguesía enriquecida
con el odio impone su modo de entender la vida en sociedad así como la antigua
impuso el sombrero.

Insisto en
que el deje burgués de este modo de exigir respeto humillando al prójimo no
tiene nada que ver con aquella “mala educación” antigua, sino con el
odio. Y el odio está provocado por el miedo. Quienes así agreden a sus
semejantes son gente que pasa mucho miedo porque sabe cómo se las gastan los
dueños de la imagen pública. Se percatan de cómo está el patio, cómo los padres
de la patria hacen pedagogía del rencor y lo subvencionan alegremente, cómo los
periodistas, comentaristas, opinadores ligados a algún poder escupen veneno,
constatan el éxito de los héroes de la pornografía sentimental y lo bien
remunerada que está la navaja oxidada metida en la riñonera. ¿Cómo no van a
tener miedo? De manera que simulan ellos también ser psicópatas, sicarios,
navajeros o quinquis. Imitan lo que ven, la indiferencia ante el sufrimiento y
la humillación ajenos. Así nos advierten, al modo del jovencito del restaurante
madrileño, “No me toques los cojones o te hundo una faca en el ojo”.
Ese muchacho estaba espantado, pero había aprendido a defenderse en las cadenas
de la televisión, en el parlamento, en los periódicos, en los suplementos juveniles,
en el bendito cine español. Sabe que en España sólo hay un modo de hacerse
respetar: que te tengan miedo, que les hagas temblar. De modo que se disfraza
de bárbaro y ataca antes de que le ataquen.

Esta
situación de terror reciclado en chulería agresiva (lo que con mucho optimismo
suele denominarse “crispación”) es lo único que puede explicar el
lado complementario, la bondad oficial y angélica (única en Europa) que la
sociedad acomodada muestra hacia los débiles, los vencidos, los perdedores, los
que se extinguen, los desdichados. A nadie le importa la justicia, de ella no
se habla jamás, sólo de la bondad. Un país tan bronco, tan incapacitado para la
justicia, no tiene otro recurso compensatorio que una bondad etílica dirigida a
cualquier excepción étnica, sexual, fisiológica, religiosa, artística,
lingüística, zoológica o económica. Una bondad gratuita que esconde la
dentadura del depredador. Aquella España despiadada, de corazón de piedra y
cerebro de corcho, aquella nación de cabreros como la llamaba Gil de Biedma, la
que mantenía en la miseria a la mayor parte de la población y calmaba su rencor
haciendo obras de caridad, ha mudado de traje, pero no de alma.

A mi modo
de ver, en nuestra semidemocracia el sentido de la justicia y de la responsabilidad
(lo que mis padres y Azaña llamaban “buena educación”) se ha reducido
a una especie de ecologismo vaporoso que dice proteger todo aquello que no dé
miedo y que no amenace el poder sobre personas y cosas.

La bondad
establecida, por tanto, se limita a aquellas personas o cosas que no amenazan
su dominio. Tullidos, niños, enfermos, etnias, minerales, animales, vegetales o
lenguas en trance de extinción, es decir, lo que carece de fuerza
reivindicativa, lo que es tan débil que ni siquiera puede exigir justicia, ése
es el objeto de la bondad oficial.

La
justicia exige trabajo, estudio, disciplina e inteligencia. La bondad sale
gratis y es cosa del sentimiento, el cual, como es bien sabido, no cuesta un
duro. En consecuencia, ya que es imposible ser justos en España, seamos
bondadosos con todo aquello que no nos asuste, que no nos amenace, que esté ya
medio muerto.

Al resto,
en cuanto se descuiden les cortamos los cojones.

 

Esperanza sin complejos

ANTONIO MAZUECOS  –  Madrid

 

EL
PAÍS  –  Opinión – 14-04-2008

Puede que en otro momento o estación del año las ideas de esa
señora me hubieran dado risa; pero, así es la condición humana, en esta tarde
lluviosa de primavera, he tenido que leer cómo alardea de que su partido sea la
única opción que no tiene hipotecas con su pasado, cuando herederos del pasado,
de una u otra forma, querámoslo o no, somos todos; cómo imputa al PSOE de 1936
descreimiento y debelación de la democracia (¿no fue de militares africanistas,
obispos, banqueros, monárquicos y fascistas la conjura contra la República?), para a
renglón seguido protestar de que la izquierda gobierne hasta 2012 -por mandato
de las urnas- durante 22 de los últimos 30 años, y argüir su consanguinidad con
el gran Gil de Biedma y la homofobia de los comunistas catalanes de hace medio
siglo contra aquél, para redimirse ella y redimir a su partido de sus políticas
homofóbicas del presente. Todo ello me asquea como un insulto a la memoria, al
entendimiento y a la voluntad; una afrenta propia de gente sin alma o sin
vergüenza; ya lo dijo su patrón: “sin complejos

HACE CINCO AÑOS Y PARECE QUE FUE AYER (LEVANTE-EMV)

JOSÉ FCO. CARMONA

 

Carta a mi hijo Francisco José Gil Cardona. Querido hijo:
Aún recuerdo hoy hace cinco años, y coincidiendo con un Domingo de Ramos,
nuestro último viaje juntos a Zaragoza. Te marcha­bas por la tarde a una misión
en el extranjero, concretamente a Manas, y nadie podía imaginar que aquélla sería
tu última misión.
Recuerdo que comimos en Zaragoza con una comida constante­mente entrecortada
por las continuas llamadas de tu amigo y com­pañero Calvo, preguntándote por
cosas del viaje. Él tampoco volvería; o mejor dicho, volveríais pero en extrañas
circunstancias. Tan extrañas que aún hoy, aunque parezca mentira, nadie ha si­do
o ha querido ser capaz de desvelar los entresijos de aquel maldito vuelo a
bordo del Yak 42 cuando regresábais de intentar ayudar a los demás.
¿Quién es o son la persona o personas que ocultan tantas cosas? ¿A qué es a lo
que le tienen tanto miedo? ¿Por qué no dicen la verdad, cuando hay tantísimas
pruebas que demuestran los hechos?
Por otra parte, quiero que sepas que, de momento, no tenemos de nuestra parte
esa justicia de la que muchas veces hemos alardeado. ¿Qué pasa con los muertos
del Yak? No te preocupes, hijo. Los miembros del Partido Popular que formaban
el Gobierno de nuestro país cuando ocurrió el accidente tampoco tienen que preo­cuparse,
porque ellos, nuestros seres queridos, no volverán para recriminarles su
comportamiento. Pero tienen que saber que nosotros, tu familia, seguimos vivos
para poder defender tu memoria y la de todos tus compañeros.
No estamos dispuestos a que si­gan burlándose de aquellos que dieron su vida
por la patria; o mejor dicho de aquellos a los que arrebatan su vida sin darles
ningu­na explicación, ni buena ni ma­la, simplemente ninguna. Por eso me
pregunto a qué esperan algunas personas como Federico Trillo, entonces ministro
de Defensa o de indefensos como vosotros, a asumir sus responsabilidades en el
caso.
¿Cómo se atreve a contestar al juez Fernando Grande Marlaska, ante las
preguntas formuladas por nosotros los familiares y a un gran número de ellas,
que sobre lo que se le pregunta no era de su competencia?
¿Cuáles eran, entonces, sus competencias? ¿O serían tal vez incompetencias?
Quizás esto último sería lo más indicado
¿Qué hace un incompetente co­brando del erario público a estas alturas?
¿Hasta cuándo vamos a tener que soportar sus impertinencias?
¿O tal vez será que su conducta moral le impide ver mas allá de sus propias
narices y reconocer su culpabilidad? ¿Por qué descarga su responsabilidad en el
Emacom?
El tiempo dicen que todo lo cu­ra, pero ése no es mi caso, y creo que tampoco
el de los familiares de los sesenta y dos muertos en el Yak.
Así pues, desde estas líneas, quiero decirte que allá donde estés, siempre te
llevaremos en nuestro corazón a pesar de todas las trabas que ponen ante
nosotros. Y ten la seguridad y no te quepa la menor duda de que llegará el
momento en el que cada uno estará en su sitio. Vosotros seguro que estáis en el
vuestro, pe­ro aquellos que aún no lo están que sepan que les llegará su
momento.
Un beso y hasta siempre.



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