Els Papers de Santa Maria de Nassiu

EDUQUEU ELS XIQUETS I NO HAUREU DE CASTIGAR ELS HOMES (PITÀGORES)

4 de març de 2007
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Ahir dissabte llegia aquest article del Julio Llamazares… i us el deixe perquè el gaudiu

No sabeu com m’agradaria que no calguera escriure articles d’aquest tipus, però, mentre hi haja una dreta com la que hi ha, tenim per molta estona… És trist, molt trist… però a poc a poquet van destapant-se l’extrema dreta, la dreta franquista, la dreta de l’esperit nacional, etc.

Ací teniu l’article (destaque els fragments més interessants)

JULIO LLAMAZARES 03/03/2007

Desde hace tiempo, cada vez recuerdo con más frecuencia la famosa frase de Shakespeare en Macbeth:
"La vida es una sombra… Una historia contada por un necio, llena de
ruido y furia, que nada significa". No es que yo, personalmente, esté
atravesando una mala racha. Se trata de que una serie de personas se
han empeñado en ensombrecernos a todos la existencia por la vía de
enturbiar la realidad.

El primer brote de ruido y furia ya lo vivimos los españoles en los
últimos años del felipismo, cuando la corrupción, el GAL y la propia
prepotencia del Gobierno socialista de aquel tiempo dieron alas a sus
opositores para convertir la vida de este país en un guirigay, con el
claro objetivo de recuperar el poder perdido. Pero esta vez ni siquiera
esperaron a que hubiera motivos para ello.












Antes incluso de que
el Gobierno de Rodríguez Zapatero tomara posesión de aquél, ya el ruido
se había apoderado del país, alimentado por los mismos que aquel otro;
prueba evidente de que no se trataba de un malestar popular basado en
los errores del Gobierno y sí en la frustración del partido y los
grupos de poder desplazados de él por las elecciones. El Gobierno de
Rodríguez Zapatero se encargó de darles luego argumentos para la
crítica, ya fueran la gestión de la reforma del Estatuto de Autonomía
de Cataluña, ya las negociaciones con ETA que acabaron saltando por los
aires en la T-4 de Barajas. Pero fue tal su agresividad, tanta la
hostilidad desplegada, que uno no puede menos que sospechar que primero
era la furia y luego las razones para ella.

¿De dónde viene esa
furia? ¿De dónde nace esa agresividad que ha conseguido hacer que los
españoles, incluso los más calmados, se sumen a la gresca general, ya
sea en el seno de sus familias, ya sea en el trabajo o por la calle,
como si en lugar de en un país democrático moderno estuviéramos
viviendo todavía en el pasado? Me gustaría pensar que de la situación
objetiva del país, pero, afortunadamente, ésa no es la razón. Ni en
materia económica ni en otras estamos hoy peor que en otras épocas; al
contrario, y ello gracias a todos los españoles, independientemente de
su color político. Así que, si la agresividad no surge de la realidad,
¿de dónde viene y por qué es tan acusada?

Me gustaría pensar
también que se debe simplemente, como mucha gente sostiene, a la
frustración que el Partido Popular arrastra desde hace tiempo por haber
perdido unas elecciones que consideraba ya ganadas antes de su
celebración. Se trataría, por tanto, del malestar derivado de haber
vendido la piel del oso antes de cazarlo y que perduraría en el tiempo
por la propia resistencia del partido perdedor a aceptar esa
circunstancia. Puede que algo de eso haya, en efecto, pero no lo
explica todo, en mi opinión. Explica algunas conductas, pero no la
dimensión del ruido ni la exagerada furia que se advierte en muchas
personas.

A lo largo de la historia, las posiciones conservadoras
han gobernado siempre en España, excepto en tres momentos puntuales: la
II República, la época de Felipe González y, ahora, la de Zapatero. Las
dos primeras acabaron, como todos ya sabemos, en medio del ruido y de
la furia (más en el primer caso que en el segundo, obviamente) y la
tercera se está desarrollando toda ella sometida a esos dos
condicionantes.

Así que no se trata de una frustración puntual.
Ni siquiera de una estrategia, como también sostienen algunos, dirigida
a erosionar a un Gobierno al que consideran débil, aparte de ilegítimo
e impostor (para ser una frustración duraría ya demasiado tiempo, y
como estrategia sería un grave error, puesto que hasta la derecha sabe
que la moderación política es la que gana las elecciones). Entonces,
¿de qué se trata?

En El ruido y la furia, la célebre
novela que escribió a partir de la frase de Shakespeare, William
Faulkner relata la decadencia de una familia aristocrática rural del
sur de los Estados Unidos, los Compson, que ve cómo su poder, vinculado
a la propiedad de la tierra, se desmorona con la pérdida de ésta a raíz
de las nuevas leyes liberalistas y de la abolición de la esclavitud
tras la Guerra de Secesión. El relato, contado por tres personajes, más
la propia voz del autor, constituye una radiografía de la degradación
moral y humana a que conduce a algunas personas la negativa a aceptar
la realidad, bien sea porque el orgullo les ciega la inteligencia, bien
sea porque la furia que les provoca la pérdida del poder les incapacita
para pensar, convirtiéndoles en unos idiotas que confunden su furia con
la verdad. La rabia anula los pensamientos; las palabras -dice
Faulkner- ya no responden a la conciencia, sino al ruido, al caos que
se establece en el cerebro de unos personajes desbordados por el
descubrimiento de que las viejas estructuras tradicionales que
conocieron y disfrutaron se desmoronan y de que la propiedad de la
tierra, que da el poder, ya no es un derecho exclusivo suyo, sino de
todos, incluidos los criados y los antiguos esclavos negros. La
reacción a ello será distinta, desde la autodestrucción al
enfrentamiento, según cada personaje, pero todas llenarán de ruido y
furia la convivencia de la familia y sus relaciones con los demás, a
quienes ven como los culpables de su desdicha; esto es, como sus
enemigos, usurpadores de una tierra que era suya y de un poder que les
pertenece. Que continúa perteneciéndoles, puesto que el poder está
-piensan- por encima de las leyes de los hombres.

Que me perdone
Faulkner por la comparación, pero, viendo lo que sucede en España ahora
mismo, no puedo menos que recordar a sus personajes y, en concreto, sus
palabras, puestas en boca de uno de ellos, el patriarca de la familia,
cuya lucidez aumenta a medida que todo se desmorona a su alrededor:
"Nunca se gana una batalla… El campo de batalla sólo revela al hombre
su propia estupidez y desesperación".


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