DESDE EL
BALCÓN
Campaña electoral Néstor Ramírez
El relato
no es mío, corre por Internet. Me he limitado a aderezarlo con algunos
detalles, hilvanar estos párrafos y contarlo a mi modo. Parece que un político
exhaló su último suspiro y, como suele ocurrir en estos casos, fue recibido en
las puertas del más allá por el mismísimo San Pedro. «Está usted de suerte,
amigo -sonrió de oreja a oreja el portero del cielo-. Ha sido agraciado con un
premio por ser el muerto cien mil millones que asoma por acá su almita
pecadora». «¿Un premio ¿Y en qué consiste » se interesó el finado. «Está usted
exento de juicio final -le informó San Pedro- y tiene derecho a darse un garbeo
de veinticuatro horas por los infiernos y otro de idéntica duración por el
paraíso para documentarse y elegir luego el lugar en que desee pasar la
eternidad». «Magnífico -convino nuestro hombre-. ¿Podemos empezar por el
infierno »
Por allí empezó. En un abrir y cerrar de ojos -si es que las almas tienen ojos
y pueden abrirlos y cerrarlos- desapareció San Pedro y el político se encontró
en un verdísimo campo de golf rodeado de tipos simpáticos que jugaron con él
unos hoyos, le permitieron ganar y le invitaron luego a tomar unas copas. No
acabó allí la fiesta. Sus nuevos amigos le presentaron al Diablo, un tipo
marchoso que organizó en su honor una cena a base de langosta servida por
dieciochoañeras en topless. «¿Y esto es así todos los días » se asombró el
político. «¡Por supuesto! -le palmeó la espalda Satanás-. El infierno es una
fiesta continua». Las veinticuatro horas convenidas se le pasaron en un soplo.
Estaba desabrochando el sujetador de una chati, cuando se vio abducido y
trasportado a la presencia de San Pedro. «Le llegó el turno al cielo» le
advirtió el santo portero. Y nuestro hombre se encontró en la Gloria.
El cielo estaba muy bien, eso no puede negarse. Saltar de nube en nube es
ocupación realmente entretenida. Tocar el arpa mientras se alaba al Señor
enriquece el espíritu. No obstante, las veinticuatro horas, que en el infierno
le parecieron ocho o nueve minutos, en los cielos se le antojaron
interminables. «¿Y bien -alzó a su tiempo una ceja San Pedro- ¿Qué eliges ».
Nuestra alma no se lo pensó dos veces. «El cielo ha estado de cine -dijo-, pero
el infierno me va más». «Es tu decisión -convino el santo-. Así sea». Y fue.
Sin embargo el infierno de ahora no se parecía en absoluto al del día anterior.
Ni campo de golf, ni copas, ni langosta, ni dieciochoañeras. Miseria sí.
Tortura también. Llanto y crujir de dientes, por un tubo. Quienes horas antes
sonreían y contaban chistes verdes graciosísimos, se retorcían entre ayes
lastimeros. Satanás iba de un lado a otro azotando a los condenados. «No
entiendo nada -balbuceó el político-. Ayer esto era una maravilla. ¿Cómo puede
haber cambiado tanto en veinticuatro horas ». «La explicación es muy simple
-sonrió el Diablo en tanto le atizaba un tremendo patadón en las criadillas-
Ayer estábamos en campaña. Hoy ya votaste por nosotros». Pues eso.
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