Els Papers de Santa Maria de Nassiu

EDUQUEU ELS XIQUETS I NO HAUREU DE CASTIGAR ELS HOMES (PITÀGORES)

28 d'agost de 2007
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Després d’una setmana sense llegir premsa del PV (per dir alguna cosa)

Ahir em vaig trobar amb dos articles al Liante que paga la pena resaltar-los i tenir-los en consideració. Un és d’Alberto Soldado i l’altre de Rafa Esteve.

UNA FÁBULA DE SAMANIEGO

ALBERTO SOLDADO

En aquella tarde parda y fría de invierno, monotonía de lluvia tras los cristales, aquel anciano maestro, mal vestido, enjuto y seco nos leía? la fábula de Samaniego. Era la historia de la cigarra cantadora que pasaba el verano entero sin hacer provisiones para el invierno, por lo que llegado éste, «vióse desproveída de todo sustento». Y por contraste, allí estaba la hormiga trabajadora con las alacenas de su granero repletas de alimentos. Y aquí que llega la cigarra, aterida y hambrienta a suplicar, aunque fuese a préstamo, algo con lo que alimentarse?
Ya saben la respuesta de la hormiga:
-¿Yo prestar lo que gano con un trabajo inmenso? Dime, pues, holgazana, ¿qué has hecho en el buen tiempo?
¿A quién no le gusta cantar? ¿A quién no le gusta el buen pasar? Ocurre ahora que aquellos que dicen defender los valores del trabajo, del sacrificio, de la disciplina en el vivir, hombres como Dios manda, viven poseídos por el amor a los cantares y espectáculos, cuanto más grandiosos y universales, mejor. Y lo hacen, además, en nombre de rentabilidades. Nos argumentan con cifras y resultados, porque aquí, por lo que se ve, todo consiste en mostrar números, y claro, nos dejan sin habla, aturdidos, confusos. ¿Será verdad que estos grandes fastos que se anuncian son el paradigma del trabajo, del ahorro, de la disciplina en el gasto y del progreso? ¿Estará nuestro porvenir en el cante y los restaurantes?
Despertado y recuperado del anestésico efecto estadístico vemos que el ciudadano, la hormiga, ha de trabajar más horas semanales por menos salario y ha de rascarse el bolsillo hasta sangrar para pagar una hipoteca que le ahoga. Y su mujer, la mujer hormiga, ha de trabajar quince horas diarias. Para muchísimas mujeres, su liberación ha consistido en coger el metro a las seis de la mañana, regresar a las ocho de la tarde y preparar la cama para dormir porque no hay tiempo para imaginaciones, ni amores, ni una simple conversación. En eso ha acabado para muchas su larga lucha por la liberación.
Tengo para mí que el progreso de los pueblos no difiere mucho del espíritu de la hormiga, y seguramente difiere todo del espíritu de la cigarra. El progreso de la familias, y consecuentemente del Estado, se basa en el trabajo, en el ahorro, en la priorización de inversiones que sean de verdad rentables y en evitar el despilfarro del gasto público. Esa fórmula siempre funcionó. Las otras, las fórmulas especuladoras, las apuestas, son eso, loterías, azar, y si sale mal, confiar en el depósito de las hormigas, o sea, en que el pueblo pague.
Necesita Valencia de grandes infraestructuras. Las necesita con urgencia: en materia hídrica, en doblar sus carreteras, en transporte público, en triplicar sus hospitales, invertir en investigación, rebajar impuestos a familias y empresas, mejorar sus puertos y aeropuertos? Ni un euro para lo que no sea necesario; para lo que no repercuta, de verdad, en la mejora de todos.
Mientras que algunos consideren de lo más normal que el dinero de la sociedad revierta en algunas sociedades anónimas -¿de verdad creen ustedes que eso es moral?- a aquellos que admiramos el espíritu de la hormiga, tan cristiano, no nos queda más remedio que rebelarnos para que el dinero de todos revierta en el beneficio de todos. Es que nos tememos que un día de estos vendrán a pedirnos limosna las cigarras cantadoras; las mismas que, llegado el caso, se suben los sueldos lo que les da la gana en decisión presuntamente democrática y fehacientemente unánime.

EN EL CEPILLO, SÓLO BILLETES

RAFA ESTEVE

En un principio, hace ya más de veinte siglos, la Iglesia nació pobre pero luego unos buenos consejos de administración la han llevado a la cima de la riqueza vaticana. Leyendo la Biblia vemos que los signos externos de riqueza no eran bien vistos por los buenos de esta larga historia. En cuanto uno se desviaba del camino que el buen Dios ordenaba, ya podía ir preparándose a recibir, él y todos los suyos, toda clase de desgracias. Pasó con los egipcios a los que castigó con todo un muestrario de plagas, pasó con los libertinos de Sodoma y Gomorra a los que hizo arder o convirtió en estatuas de sal y pasó, también, con los seguidores de Moisés que, en un descuido de éste, se lanzaron a adorar un becerro de oro y que todavía andarían errabundos en busca de su tierra prometida a no ser por las tropas aliadas que, una vez derrotado el nazismo, decidieron lavar sus conciencias entregando a los judíos una parte de los territorios que pertenecían a los árabes, pero esta es otra historia. Lo importante, para mí, es que, durante muchos años, los seguidores de esta Iglesia lo han sido bajo el miedo al castigo divino, al fuego del infierno. Y claro, muchos de ellos han intentado comprar en esta vida su mejoría en la otra.
El sentido común me hace pensar que cuando alguien quiere algo debe pagarlo, el pueblo que es sabio dice que «el que quiera vicios que se los pague», pero eso no pasa con la Iglesia, que no es un vicio, donde todos los españoles nos vemos obligados a pagar los servicios que tan sólo utilizan unos pocos y que encima, y por lo visto, son un poco tacaños a la hora de contribuir a paliar las necesidades económicas de la entidad de la que son socios. En un país como España, donde casi todos estamos bautizados, y con pocas posibilidades de borrarnos de las listas oficiales de la Iglesia, pero donde la inmensa mayoría se considera no practicante, la Iglesia comienza a quejarse de que no puede mantenerse a pesar de todas las prebendas de las que disfruta, y cuando exige a sus afiliados un esfuerzo económico algunos de estos protestan como ha sucedido en Benicàssim.
Hoy en día, los curas también hacen vacaciones, como los trabajadores en cualquier empresa, y para cubrir la plaza vacante se envía a un sustituto. Eso es lo que ha pasado en esa villa castellonense conocida, especialmente, por ser durante años un lugar elitista de veraneo. A la ermita de la Capilla de la Virgen del Carmen ha llegado desde El Pilar de Zaragoza un interino para decir las misas, misas que en invierno sólo se celebran en domingo por falta de asistentes pero que en esta época del año son diarias. Los asistentes, por lo general, suelen ser gentes de buen pasar, la mayoría con una segunda residencia familiar y de siempre en las playas de Benicàssim y durante la celebración de la liturgia es fácil distinguir tapando los cuerpos morenos de sol y sal prendas de las mejores marcas y oler los mejores perfumes y desodorantes.
Y al buen padre interino cada día al hacer caja las cuentas no le salen. Cómo es posible que entre gentes de esta alcurnia los cepillos de los santos no engorden y la bandeja que recoge los óbolos de los feligreses cada día tan sólo ofrezca el vil metal de los céntimos de euro o algún plateado euro suelto. Así no se gana el cielo, el cielo es algo más caro que unos pequeños centimitos, y el buen párroco aprovechó una homilía para decir a sus fieles que «para dejar centimitos, mejor no dejen nada». Así que, ya lo saben, si pasan por Benicàssim y acuden a misa a la Capilla de la Virgen del Carmen cuando el monaguillo pase la bandeja la aportación mínima es de cinco euros, ya que el sacerdote interino quiere ver la bandeja repleta de billetes, más papel y menos metal que ensucia los dedos al contarlo. Al fin y al cabo están haciendo una buena inversión ya que, con un billete cada domingo, se aseguran toda una vida eterna llena de felicidad y no como algunos descreídos que arderemos, también eternamente, entre demonios y otros ángeles caídos.

P.S. Una imatge del recent viatge a terres d’Andalusia.

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