De curas rojos, misas de Estado y de barrio
QUINTÍN GARCÍA GONZÁLEZ
EL PAÍS
–
Opinión – 17-06-2007
¿Son semejantes este grupo humano y el que, presidido por el cardenal
Rouco, celebró la misa de la boda de la hija de Aznar, formado por
muchos de los peces gordos del poder económico, político, la llamada
gente guapa y pija de la sociedad nacional e internacional, a los que
vimos en los periódicos hacer confesión de fe económica y social nada
evangélicas, y en las revistas del corazón hacer exhibición de sus
grandes e injustas fortunas, de sus fiestas, despilfarros y hasta de
sus obras de caridad insultantes? ¿Se parecen en algo el grupo de
Entrevías y el de cardenales, obispos, monaguillos mil, guardias
suizos, banqueros y cuerpo diplomático del Estado vaticano, diseñadores
de magnificentes ceremonias religiosas egipcias, jefes de todos los
Estados del mundo -incluido el Bush de la guerra de Irak condenada por
el difunto-, de los grandes movimientos de espiritualidad
neoconservadora y papista que ponen a disposición de la mayor honra y
gloria del Vaticano sus grandes plataformas y medios para llenar plazas
y magnificar actos con multitudes cautivas?
¿Son los mismos quienes asisten a la eucaristía ilegal
-por creativa, expresiva, provocadora- y los miles y miles de fieles
-tampoco tantos, según las estadísticas- que asistimos a la repetida y
repetida misa de 12 dominical, costumbrista, desgranada en un lenguaje
oficial e impuesto, amordazados sus participantes por leyes y rúbricas
litúrgicas ajenas, inadaptadas y angelicales? ¿Tienen las mismas
preocupaciones vitales, las mismas sensibilidades, parecidas ideas
sociales? ¿Usan los mismos templos; invierten en sus instalaciones y
palacios y catedrales las mismas millonarias cantidades; tienen las
mismas riquezas en vasos sagrados, en arte, los mismos periódicos,
radios, revistas? ¿Tiene el cardenal Rouco -condenador del lenguaje y
las formas celebrativas propias de la comunidad de San Carlos-, miembro
de esas élites que celebran las misas de Estado y similares, ocupado en
altas reuniones y en refundir todos los días el ideario cristiano de la
Cope para adaptarlo a las exigencias mediáticas, políticas y económicas
de sus principales voceros y grupos de presión, tiene, digo, la misma
sensibilidad y lenguaje de los sectores populares y excluidos de
Entrevías? ¿O al menos conocimiento y capacidad para entender esos
lenguajes? ¿La misma experiencia, entrega, disponibilidad a lavar los
pies y a curar que José, Javier y Enrique, sacerdotes de la parroquia?
Es obvio que no son iguales, ni parecidos en sus formas de vida, en sus
sensibilidades, en sus lenguajes en suma, los miembros de San Carlos y
los usuarios de la boda principesca, o los amigos del señor Aznar y su
hija, o el mismo señor cardenal, o los participantes del esplendente y
magnificente entierro de Juan Pablo II y la consiguiente entronización
del actual Papa reinante. Ni de la gran mayoría de los que vamos a las
misas de 12 los domingos y fiestas de guardar. Y si somos tan
distintos, ¿cómo entonces poder recitar, unos y otros, el mismo credo
con sus redacciones alambicadas y sus formulaciones filosóficas y
medievales? ¿Cómo pedir perdón con las mismas palabras y gestos el
fariseo y el publicano, el ladrón de alto standing,
civil o vaticano -asunto Banco Ambrosiano-, participante en una de las
misas antes citadas o el chaval que roba un reloj de mercadillo para
vender y comprar luego mierda con que inyectarse? ¿Cómo hacer
los mismos gestos, decir las mismas expresiones, usar los mismos
símbolos, si queremos que éstos digan algo a personas tan distintas?
¿Cómo experimentar la fraternidad unos y otros con intereses tan
contrapuestos y sin que las palabras evangélicas queden domesticadas y
devaluadas, convertidas en pamplina para álbumes de bodas, o de
hieráticas, faraónicas retransmisiones televisivas urbi et orbi,
bien cantadas y perfumadas de incienso? Si somos tan distintos ¿cómo no
entender, y respetar, y hasta aplaudir el derecho personal y grupal al
lenguaje propio, creativo, expresivo en las celebraciones? Por
coherencia sociológica, lingüística e intelectual, pero sobre todo por
fidelidad al Cristo de la Última Cena en un barrio de Jerusalén.
El cardenal ha dado para anular oficialmente las celebraciones de la
parroquia -¡cómo separar actividad misericordiosa y celebración y
compromiso!- razones litúrgicas. Estoy convencido de que la condena no
ha sido por razones litúrgicas, al fin y al cabo cambiantes, adaptables
a culturas y tiempos (Vaticano II), sino de espiritualidad, es decir:
por una forma de vivir, sentir y expresar la herencia del Señor Jesús.
Esa espiritualidad de Entrevías escuece y cuestiona las
espiritualidades de los sanedrines eclesiásticos. Y las de cuantos
estamos instalados en este catolicismo de misa de 12 reglada y
privilegios históricos; en esta religiosidad precristiana del Templo,
de la Ley y del Sábado.
Aún una pregunta final: ¿qué misas actualizan mejor la Cena Última del
Señor Jesús, que sería el primer criterio?: ¿las misas de Estado arriba
señaladas o las de la comunidad de San Carlos? ¿Quién cumple mejor la
herencia del Maestro: "Haced esto en memoria mía", después de lavarles
los pies? San Carlos, sin ninguna duda. Y, encima, ellos -populares y
excluidos, sencillos, bienaventurados- no se atreven a prohibir al
cardenal sus misas de Estado.
Fin de curso
SUSANA FORTES
Hace ahora cien años llegó también a un pequeño instituto de provincias
un profesor de francés de torpe aliño indumentario que escribía versos
luminosos y no suspendía a nadie. Hoy los alumnos del Instituto Antonio
Machado de Soria recitan de corrido sus poemas y conocen palmo a palmo
los pasos del poeta en la ciudad: el camino desde la estación de
ferrocarril hasta la pensión en la que vivía, los sitios por los que le
gustaba pasear en las riberas del Duero y hasta la mesa donde escribió La tierra de Alvargonzález. Claro que no se puede decir lo mismo de todos los estudiantes.
Me contaba un compañero de Castellón que un chaval le contestó en un
examen que Machado había escrito todos sus versos en el metro. Ante su
perplejidad, el alumno se escudó en el libro de texto, y efectivamente
le mostró al profesor muy ufano el párrafo donde se explicaba que el
poeta había escrito toda su obra en metro tradicional. Pero medios de
transporte al margen, Machado es probablemente el poeta más querido por
la tropa escolar. Todos los años cientos de estudiantes acuden en
peregrinación hasta su tumba en el pueblo francés de Colliure. A un
lado de la lápida hay un buzón de cristal repleto de mensajes escritos
con trocitos de papel enrollados como papiros.
En este curso que acaba, me encuentro clavada ante la ventana de un
aula que da a un patio de moreras y jacarandás mientras buscó alguna
forma de despedirme de una turba de chavales con pantalón caído, gorra
de béisbol y piercing en
la ceja que ahora se preparan para un verano ardiente. Se creen unos
tipos duros que no se inmutan ante nada, pero cuando nadie los ve, van
escribiendo poemas por las pizarras. Lo malo de los adultos es que
olvidamos con demasiada frecuencia que un día fuimos también
adolescentes beatniks de ceño fruncido y corazón tierno.
La enseñanza siempre ha sido una profesión de riesgo. A pesar de ello
hay personas que consagran su vida a abrir en la mente de estos
muchachos una brecha de luz para conseguir que hasta lo más enigmático
pueda caber en el ámbito de lo comprensible, ya sea el teorema de
Pitágoras, las leyes de Mendel o el poema Al olmo viejo,
que son la clase de misterios ante los que se arma el espíritu. Quizá a
ustedes les parezca un empeño inútil tal como pintan los telediarios,
pero no todo está perdido mientras la voz de los poetas muertos pueda
salir volando por la ventana como una escuadrilla de mirlos.
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