Me aseguraban aquellos que convierten
en estadísticas la subjetividad de las opiniones en los sondeos preelectorales
que en aquellos lugares en los que se encontraba mayor número de presuntos casos
de corrupción, era también mayor el caudal de votos que favorecían la reelección
de los implicados. Me dieron varios ejemplos a lo largo y ancho del territorio
de la Comunitat Valenciana, que, por obvios, no quiero citar.
Es así, me
decían. Coloca en el campo de visión del ciudadano un yate, un campo de golf, un
coche de carreras y el rostro de un cantante famoso con glamour y el ciudadano
se siente vestido de etiqueta, se siente feliz y ya no le importa que no le
atiendan sus básicas necesidades para mejorar su calidad de vida. Para
convencerme me aseguraban que si a un pobre le vistes con un frac ya no se
siente pobre, olvida los problemas diarios que tiene para acceder a los
servicios sociales, educativos o culturales. No podía ser.
Insistieron y
en su argumentación fueron más allá. No sólo les votan, dijeron, sino que los
ciudadanos a ese tipo de gobernante le regalan -parece que se ha dado el caso-la
propiedad de hasta 350.000 metros cuadrados de tierra. Sostenían sus
afirmaciones recordándome que sólo la acción legal, que no los votos, pudo
parar la sangría de Marbella.
Lo que argumentáis, les indiqué, ataca
gravemente a los cimientos del sistema democrático. Es más, hace de la mentira y
del engaño medios lícitos de la acción política. Parte de una premisa falsa, y
es la de que los ciudadanos somos tontos.
Escucha, amigo Roberto, las
palabras de Rus, ese gran político del PP: «Dije, llevaré la playa a Xàtiva. Y
se lo creyeron. Si yo mando, traigo la playa. Y va y se lo creen todos ¡Serán
burros! Y me votaron», resume Rus, en medio de unas risas de fondo.
El
domingo, a medida que iba conociendo, con la ilusión y la intensidad de
siempre, los resultados electorales, iban desdibujándose, desenfocadas, las
imágenes trágicas del metro y de la estación de Patraix en la misma medida que
lucía la fotografía de la Valencia guapa y glamurosa.
Creía yo, ahora no
lo sé, que sería necesario obligar a que todos los partidos políticos
relacionaran sus presuntos implicados en casos de corrupción, los defendieran
como estimaran conveniente y asumieran la imposibilidad de presentarlos como
candidatos en las listas electorales.
Los ciudadanos ejercieron su
derecho democrático a elegir, y eso es siempre motivo de alegría y de respeto.
Sin embargo, amigos y amigas, no puedo renunciar a trabajar con honradez
por la esperanza de un cambio, esperanza que nadie ni nada tiene el derecho de
defraudar. Oídlo bien, nadie tiene derecho a defraudar.
¡Que nadie se
ría de la esperanza!
La mayoría social que deja el 27M |
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JESÚS CIVERA |
Después de las derrotas electorales
comparecen antiguos hechiceros, dirigentes políticos ilustrados y virtuosos
analistas para colmatar de sabiduría los sedimentos del percance. Como en la
fábula de Samaniego, acuden al panal de rica miel. Y como acontece en la
singular circunstancia, dictan la misma medicina u objetan análoga respuesta,
en una especie de determinismo subyacente que ampara la inercia de los años o la
asimilación reiterada de la experiencia. Ante el aplastante fracaso del PSPV,
han confluido en el dictamen reviviendo anteriores citas electorales y con la
habitual clarividencia: la sociedad ha cambiado profundamente y los
responsables socialistas no han captado o absorbido esas transformaciones. Ya
que la formulación es la única originalidad que excede los términos de ese
examen trillado, se puede decir de mil modos aunque se acabe sujetando la misma
idea: las urnas constatan una división profunda, cuando no una fractura, entre
la sociedad y el PSPV. Elaborada la conclusión, afinado el diagnóstico y
constatada de nuevo la alarma, desaparecido el problema. En este caso, su
problema.
Y, sin embargo, el dilema comienza ahí, en lugar de finalizar
en ese punto. ¿Acaso es posible ocupar el espacio sociológico que sostiene
ampliamente al PP sin lastrar el conjunto de valores que definen al
centro-izquierda? ¿Puede el PSPV permeabilizarse en unos comportamientos
sustentados en un individualismo salvaje, por mayoritarios que sean? Los
electores han aprobado, y en algunos casos premiado, los casos de corrupción.
Los electores han ratificado, y también estimulado, políticas municipales
urbanísticas que transgreden modelos básicos de sostenibilidad. Etcétera. ¿Cómo
es posible sentar las bases para atraer a esas esferas sociales sin violar la
amalgama de principios -pocos: del ámbito liberal y comunitarista- que
personalizan a los partidos del centro-izquierda y que constituyen el eje que
los separa de las formaciones liberal-conservadoras?
Porque ése es su
drama, o uno de los que importan: el PSPV no puede transubstanciarse en el PP,
desplazándose a su territorio, con el objetivo de seducir a esas capas
valencianas desideologizadas y deudoras de un egoísmo social que gana presencia
con el tiempo, herederas del Estado de bienestar -aunque no sepan concretar ni
su titularidad ni sus peligros de vaciado- y cuya perspectiva en el universo
globalizado no es otra que la inmediatez de su renta doméstica.
El
círculo es vicioso, y los dirigentes socialistas críticos, los mandarines
interesados y los observadores llameantes están obligados a preguntarse sobre
esas y otras cuestiones estructurales en lugar de contestarse a sí mismos,
personalizar la crisis en los protagonistas y camuflar las armas entre los
análisis y pronunciamientos a fin de buscarse un lugar al sol, aunque el sol
posea fecha de caducidad. Absténganse indecentes: el temblor colosal que ha
sacudido al socialismo valenciano -no hablemos ya de EU, que merece un relato
aparte- tiene poco que ver con las personas. En espera de que la reflexión no
sucumba ante el resplandor de las espadas, como ya es habitual, habrá que
verificar antes lo obvio: el PP refleja las expectativas mayoritarias de la
sociedad valenciana de principios de siglo. Sus valores, representaciones e
intereses. Lo que no contradice o excusa la voluntad de dilucidar por qué la
sociedad ha varado ahí -ni por qué asume la complicidad con la corrupción y
otros guisos de esa misma especie- y quiénes son los responsables de su deriva.
De su deriva moral.
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Després d’aquestes eleccions sembla que la societat done carta blanca per a fer allò de la dita: a cadascú per a ell i a robar el que es puga.