Els Papers de Santa Maria de Nassiu

EDUQUEU ELS XIQUETS I NO HAUREU DE CASTIGAR ELS HOMES (PITÀGORES)

24 de març de 2014
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Días falleros en Toledo, per Antonio Vergara (LEVANTE-EMV)

El tópico más común es considerar que las fallas «son monumentos artísticos», como «La Piedad», de Miguel Ángel o «El entierro del conde de Orgaz», del Greco. Para comprobarlo, fugitivo voluntario de las fallas, me fui al silencio, el arte y las callejuelas (la judería, verbigracia) de Toledo. Y caí en la cuenta de que los monumentos artísticos de verdad no son las fallas, meritorios trabajos de ilusionados artesanos.
El lector inteligente debe imaginar lo que supone ¡vivir! durante cinco días en Toledo y librarse de los petardos, las mascletás, las carpas, el «efecto manada» (término acuñado por el psiquiatra alemán Carl Schwarzschild) y percatarse de que toda la ciudad es arte y monumento artístico, a pesar de que no hay ninots ni puestos de churros.
Además, para los viejos aficionados al ciclismo de los años 60 y 70 „la antítesis del repentino descubrimiento de la bici por la sociedad «modelna» y urbanita de hoy„, en Toledo estaba la tienda de bicicletas de Federico Martín Bahamontes («El Águila de Toledo»), el primer español que ganó el Tour de France (1959). 
Pregunté por su establecimiento, sito en la plaza de la Magdalena, y me informaron que lo vendió a unos chinos, quienes lo han convertido en un supermercado (chino, desde luego). Bahamontes (ahora tiene 86 años, «pero se conserva muy bien», me dice la dependienta de una librería) nació en un pequeño y paupérrimo pueblo llamado Santo Domingo-Caudilla. En 2014 tenía poco más de mil habitantes. Imaginemos en 1928. La familia Bahamontes emigró a la capital: Toledo. «El Águila de Toledo» era un artista (no un ninot) de la escalada, el mejor grimpeur de la historia, junto con el luxemburgués Charly Gaul («Él Ángel de la Montaña»), fallecido en 2005. En Toledo todo es arte, incluido Bahamontes. Uno de los días entré en su impresionante catedral, que evoca muchos nombres gloriosos y conserva tantas maravillas artísticas (ningún ninot: solo obras de Tiziano, Berruguete y cuadros del Greco). Era la hora de la misa, seguida con respeto y convicción por todos los fieles. La voz del sacerdote retumbaba sin necesidad de dictatoriales megavatios. La sabia edificación gótica, construida en el mismo emplazamiento de la iglesia primada de Recadero y de la mezquita mayor, no requiere los bafles de los funestos y bárbaros recitales de rock. Recorrí en Toledo sus calles tortuosas y empinadas (aún conservo, como recuerdo, agujetas en las pantorrillas), me introduje en los viejos santuarios de sabor oriental, y admiré la estatua yacente del cardenal Tavera, obra de Berruguete.
En el antiguo hospital de Tavera, que mantiene la decoración y el mobiliario característicos de la vivienda señorial castellana del siglo XVII, estaban rodando uno de los capítulos de la serie televisiva Master Chef. Estuve charlando con Pepe Rodríguez (El Bohío) y Jordi Cruz (Âbac) en una pausa del rodaje, rodeados de tomates y otros productos para cocinarlos. El marco es magnífico. Un decorado natural en sí mismo. Me extasié (vocablo antiguo pero aún muy expresivo) con un cuadro de Tintoretto, «La Sagrada Familia», y demás obras, de José de Ribera o Zurbarán, que, junto con otras, están a la vista del público en el ala izquierda del edificio, en el Museo de la Fundación Duque de Lerma.
No pude admirar el lienzo de los apóstoles San Pedro y San Pablo porque el mismo día de mi partida, llegaban, desde el Museo del Hermitage (San Petersburgo, Rusia), donde lo donó un militar (de su colección privada) en 1911. Era la última incorporación a la magna exposición El Griego de Toledo.
Indudablemente, también visité la casa-museo del pintor (me llamó la atención un puchero y varias cacerolas de la época) y el Alcázar, ubicado en la colina más alta de la ciudad, y desde siempre un punto fundamental del sistema defensivo de la ciudad. Por ejemplo, durante la Guerra Civil de 1936 a 1939: De un libro de la posguerra, transcribo lo siguiente: «Hoy está convertido en un montón de ruinas gloriosas. La palabra tiembla al recordar el heroísmo fabuloso de que fue escenario en 1936 el Alcázar de Toledo. Durante 68 días, un puñado de españoles superó todos los esfuerzos y sacrificios de que es capaz el hombre. Los mandaba el coronel Moscardó».
Por cierto, hablé con varios valencianos (tres y por separado) que leen este periódico. Me reconocieron por la foto. Y estaban en Toledo por el mismo motivo que el mío.

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