Els Papers de Santa Maria de Nassiu

EDUQUEU ELS XIQUETS I NO HAUREU DE CASTIGAR ELS HOMES (PITÀGORES)

26 de juny de 2010
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“El dios de los ricos no està en crisis”, per José M. Castillo (REDES CRISTIANAS)

El
dios de los ricos no está en crisis    (José
María Castillo, teólogo) Redes cristianas 26/6/2010

Una de las noticias que más se
comentan hoy en los medios de comunicación es el sorprendente aumento del
número de ricos, en todo el mundo, concretamente en España: 16.000 más que en
2008. O sea, los ricos han aumentado, en 2009, un 12, 5 % respecto al año
anterior. El informe del Merril Lynch Global Health Management entiende por
ricos los que tienen, al menos, un millón de euros, sin contar la primera
vivienda y los gastos de consumo.

(segueix més avall i me l’ha passat un amic)

Por tanto, cuando más aprieta
la crisis a los pobres y a los trabajadores, cuando más aumenta el número de parados,
resulta que los ricos tienen más suerte y, por lo que dicen los que saben del
tema, los ricos son cada día más ricos.

Decir esto es lo mismo que
decir que aumenta la violencia, la crueldad, la deshumanización, el sufrimiento
y la desesperanza de millones de criaturas. Esto es lo peor de todo. Pero,
además de esto, el aumento del número de ricos es también un patético indicador
religioso. Los cristianos sabemos que Jesús dijo: “No podéis servir a Dios y al
dinero”. Y la razón es clara: “Nadie puede estar al servicio de dos señores,
porque aborrecerá a uno y querrá al otro, o bien se apegará a uno y despreciará
al otro” (Mt 6, 24). La consecuencia – si es que Jesús llevaba razón – es que
el Dios de los ricos no está en crisis. Está en crisis la economía y las
víctimas de la economía de mercado. Pero lo que más llama la atención es que
precisamente cuando el Dios de los pobres se ve más excluido y desautorizado,
el Dios de los ricos está cada día más robusto y es más generoso con sus
fieles.

Y mientras tanto, la Iglesia
pidiendo dinero. Lo vemos en la tele, lo oímos en los mensajes publicitarios de
las emisoras de radio. Los obispos le piden a la gente que ponga la cruz en la
casilla de la Iglesia. Es verdad que la Iglesia afirma que ese dinero es para
sus 0bras asistenciales y de caridad, que son muchas. Pero no es sólo para eso.
Sabemos de obispos que consiguen generosos préstamos de los bancos, en estos
tiempos de penuria, para construir edificios enormes, para sus obras enormes.

¡Cómo han cambiado los
tiempos! En los siglos III y IV, el obispo era el encargado de administrar los
bienes de la comunidad. Pero el obispo (todo obispo) sabía que el sujeto de
dominio de los bienes de la Iglesia eran los pobres y desamparados: así aparece
en el canon 25 del concilio de Antioquía (año 341). El papa Gelasio repite la
misma legislación, a finales del siglo V, en una carta a los obispos de Sicilia
(PL 59, 57).

Y, sobre todo, la Iglesia era,
en aquellos tiempos, sumamente cuidadosa para algo que ahora nos parece increíble:
cada obispo no podía admitir donaciones de quienes cometían injusticias. San
Basilio no admitió la ofrenda de un prefecto injusto (PG 36, 564). Y san
Epifanio enuncia el principio general: “La Iglesia admite las ofrendas de los
que no han hecho mal a nadie o no han cometido ningún crimen, sino que se
conduce con justicia” (PG 42, 832).

Pero más exigente que todo
esto es lo que ordenaba la Didaskalía, un documento litúrgico y canónico del s.
III, que daba normas para el comportamiento en la liturgia y en la vida de las
comunidades. El principio general era que “el altar de Dios son las viudas y
los huérfanos” (II, 26, 3). Por eso la obligación principal del obispo era
vigilar con sumo cuidado para que quienes cometían atropellos e injusticias no
se acercaran al altar; ni por tanto podían aportar limosnas para los pobres
(II, 17, 1). Ni los que se aprovechaban de los pobres, ni los que pagaban jornales
injustos, ni los que trataban mal a sus trabajadores…, de ninguno de esos
individuos, el obispo podía aceptar ayudas o limosnas.

Porque “de los dineros que
provienen de la injusticia, no puede vivir el altar de Dios (IV, 5, 2). De ahí
que, de los poderosos y de los ricos, que eran los que se ofrecían para dar
limosnas, de tales personas no se aceptaban ayudas para la comunidad (IV, 8,
3). Y esta convicción llegaba hasta el extremo de que, según se decía en la
misma Didaskalía, “es preferible morirse de hambre antes que recibir nada de
los inicuos y de los que cometen injusticias” (IV, 8, 2). Este precepto lo
repiten las Constituciones Apostólicas, en Oriente, y los Statuta Ecclesiae
Antiqua, en el s. V.

Pero han cambiado los tiempos.
Nuestra Iglesia recibe ahora dinero de quien sea. Y cuanto más, mejor. Por supuesto,
el sujeto de propiedad de ese dinero ya no son los pobres. Ahora, los pobres
están en la puerta de la Iglesia pidiendo limosna. El problema está en que cada
día va menos gente a las iglesias de nuestra Iglesia. El Dios de la Iglesia
está tan en crisis como los pobres. La gente ahora va a los nuevos templos del
Dios de los ricos. Esos templos son los bancos, que, según dicen, están bien
protegidos, son seguros y no se tambalean.

La cosa está clara: el Dios de
los ricos está en auge, precisamente cuando el Dios de los pobres se debate
entre las dudas, el descrédio y el resentimiento de muchos ciudadanos. En todo
esto tiene mucho que ver el sistema económico que manda en todos nosotros. Pero
también tenemos nuestra parte de responsabilidad los que vamos con más
preocupación y fervos a los bancos que a las iglesias. Y, de paso, que se
pregunten los obispos si ellos se sienten sucesores de aquellos antiguos obispos
que preferían morirse de hambre, antes que aceptar los dineros de los que
oprimen a los pobres. ¿Seguiremos creyendo en el Dios de Jesús? ¿O es que hemos
cambiado de Dios y hemos encontrado otro más cómodo y menos exigente, por más
que sea un Dios cruel con los más desgraciados?

Acabo ya. A los que dicen de
mí que le tiro a la Iglesia, yo les pregundo (y me pregunto) si es mejor seguir
callando y hacerse cómplice de estas cosas o, por el contrario, decir lo que
hay que decir, aunque eso lo digamos de la que dicen que es “nuestra madre”.
Prefiero que llamen “traidor” a que digan de mí que mi boca está sellada por el
vil dinero. En cualquier caso, mi convicción es que Jesús y su Evangelio están
por encima de todo, también de la Iglesia

 

En campanya electoral (VII)
28.02.2008 | 12.35
L’OLLERIA
28.05.2011 | 1.05

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  1. En relació a a quest tema, li adjunto un artícle (http://www.protestantedigital.com/new/nowleernoticia.php?r=335&n=17127) sobre la financiació, per part de l’Estat, de les diferentes organitzacions religioses.

    Sóc dels que pensa que quan el cristianisme es va oficialitzar, el nou engendre va perdre tota legitimitat per anomenar-se “Església” i, encara més, “cristianisme”. Crec que no és mereix la pena fer cap esforç per voler canviar a aquesta institució tant depravada.

    Atentament 

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