Els Papers de Santa Maria de Nassiu

EDUQUEU ELS XIQUETS I NO HAUREU DE CASTIGAR ELS HOMES (PITÀGORES)

14 d'octubre de 2008
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UN MOMJE LLAMADO ALEIX, Pilar Rahola (La Vanguardia)

Un monje llamado Aleix 

Era sábado, misa de las once, día de Sant Francesc d´Assís, la iglesia, bellísima como una novia, rebosaba vida, y entre los centenares de creyentes, algunos descreídos impenitentes participábamos emocionados de la ceremonia. 




Hace años, en la boda de un amigo, el sacerdote que la celebraba dijo una frase que se quedó grabada en el disco duro de mi memoria. Mirando a los novios, aseguró: “Estamos aquí porque ella cree en Dios, y él la ama a ella”. No se me ocurre una forma más bella de explicar el sentimiento que nos unía en aquella iglesia, donde cabía la fe de muchos, el agnosticismo de otros e incluso el ateísmo de algunos. 

Compartíamos el cariño por una pareja en un día importante, y si esa ceremonia era buena para ellos, era buena para todos. Hace unos días, en la abadía de Montserrat, volví a percibir el mismo sentimiento, intenso, profundo, ligado a eso tan indefinible y extraño que es el amor por los otros. Era sábado, misa de las once, día de Sant Francesc d´Assís, la iglesia, bellísima como una novia, rebosaba vida, y entre los centenares de creyentes, algunos descreídos impenitentes participábamos emocionados de la ceremonia. 

Aleix Puiggalí, un amigo de muchas cuitas, alma máter de la concejalía de Derechos Civiles que creamos cuando llegamos al Ayuntamiento de Barcelona, hacía sus votos temporales para ingresar en la orden de Sant Benet. Se convertía, después de cuatro años de preparación, en monjo de Montserrat. El abad Josep Maria Soler, en su emotiva bienvenida al nuevo hermano, aseguró que no caía ningún telón, sino que asistíamos al segundo acto en la vida de Aleix. Es decir, todas sus vidas anteriores – político, actor, doblador, inquieto luchador por los derechos civiles- convergían en la nueva vida que había escogido. 
Y añadió: “Si en su vida profesional había puesto voz a otros personajes, la amistad con Jesús pide hacerlo al revés: que Jesús ponga la voz, escriba el guión, y el cristiano, el monje, le ponga la vida. No como freno a la libertad personal, sino como medio para encontrar la plenitud del propio ser y su liberación integral”. Ni que decir tiene que fue una de las ceremonias más bellas que he vivido en años. Y que todos, creyentes y no creyentes, nos sentimos muy felices por el hermano Aleix. 
Si explico esta vivencia personal es porque creo que tiene una trascendencia que va más allá del álbum familiar. Ciertamente, resulta insólito, en estos tiempos de feliz inconsciencia consumista, que alguien que goza de una vida plena, sobrecargada de actividades, amigos e inquietudes, rechace todo ese frenesí e inicie el camino de entrega a su fe. Por supuesto, no es casual que un auténtico lletraferit,catalanista convencido y sensible en la lucha contra la intolerancia, escoja precisamente Montserrat. 
La larga biografía del monasterio en defensa de la cultura, de la lengua y del país avala esa elección. Pero más allá del compromiso con Catalunya, Aleix Puiggalí ha optado por un severo compromiso con sus creencias religiosas, y ese compromiso lo mejora como persona. Y es ahí donde la religión deja de ser una pesada carga, para ser un proceso de liberación. Confieso que personalmente me llevo mal con la trascendencia divina, y que se me escapan las emociones que puede sentir mi amigo Aleix. 
Racionalista convencida, prefiero espantar la tentación de los dogmas de fe y vivir en la incertidumbre de las dudas. Pero ello no impide que valore la grandeza de un acto religioso cuando busca la profundidad de sentimientos. Las religiones son armas de doble filo, y tanto pueden servir para convertir a un ser humano en un santo como para transformarlo en un suicida. De Santa Teresa de Calcuta a un asesino de Al Qaeda, Dios ha sido usado históricamente para el bien y para el mal. Me dirán los creyentes que Dios no tiene la culpa de las barbaridades que se cometen en su nombre, y es cierto. 
Pero también es cierto que la historia de la humanidad está plagada de ellas. Y que, en muchos casos, han servido como eficaz martillo de pensamiento único y de represión. Sin embargo, el otro día en Montserrat no percibí fanatismo, ni intransigencia dogmática, ni represión. Percibí una honda espiritualidad, una gran dosis de entrega y un bello acto de amor. Dándose a una vida monacal, el hermano Aleix rindió un gran homenaje a la libertad. Los que no creemos en Dios, pero le amamos a él, nos sentimos muy felices. 


Pilar Rahola

La Vanguardia. Barcelona 

12/10/2008                           


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