Cupressus sempervirens

Ricard Garcia

…y oigo tu voz, Mila

Hacía muchos años que habíamos aprendido extrañamente a querernos sin condiciones y a hablar sin temor de nuestra verdad. Por eso no nos hizo falta decir más, lo sabías tú y yo también. Nos estábamos despidiendo y no necesitábamos palabras, pero sí las manos y los abrazos y también la mirada, más cómplice que nunca esa tarde en tu casa, en silencio bajo el abedul de M., cuando te emocionaste en silencio al tocar mi libro y tus ojos me besaron…


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