Raül Romeva i Rueda

REFLEXIONS PERISCÒPIQUES

Publicat el 21 de juny de 2011

Para cuando una primavera europea?

Para cuando una primavera europea? (publicat a Euroblog, el blog d’EuroEFE)

por Raül Romeva i Rueda, Eurodiputado por ICV, vicepresidente de Verdes/ALE

Mientras seguimos con atención, y enormes expectativas, la llamada a la democracia de las sociedades del norte de África, la llamada primavera árabe, en Europa, donde a menudo nos consideramos la cuna de la civilización, seguimos sumidos en la incertidumbre.

Comparar las dos realidades puede parecer osado y ciertamente injusto, sobretodo para con los pueblos árabes. Aquí, aparentemente, podemos votar, presentarnos como candidatos/as o incluso crear partidos de la nada. Teóricamente aquí no corremos el riesgo a ser encarcelados, ni menos aún, asesinados, por ello. Sin embargo, si analizamos nuestra realidad, tan occidental, tan moderna, con mayor detalle, nos damos cuenta de que esto no es siempre así. Es cierto que los gobiernos son el resultado de la voluntad de la gente que, libremente, decide ejercer su derecho a voto, o no hacerlo. Pero siguen siendo grandes los déficits democráticos (control instituciones por parte de actores no elegidos, prohibición de participar en el juego democrático/electoral, impunidad de ciertas prácticas y corruptelas, distancia entre instituciones y ciudadanía, y hay incluso dónde, aunque sea de forma excepcional, se puede llegar incluso a pagar con la propia vida el hecho de ejercer un cargo público,…).

Aparentemente, la árabe y la europea son dos realidades bien lejanas la una de la otra. Y sin embargo tienen algo en común: el principio Democracia reclama un reinicio. En los países árabes se manifiestan en favor de la democracia, ¿pero estamos seguros que es nuestra democracia la que piden? A ojos de mucha gente, la nuestra es sin duda mejor que la que tienen allí. Yo también lo veo así, pero claro, yo soy de aquí.

Las revueltas en Grecia en contra de los recortes masivos y de la asfixiante presión de los llamados países amigos europeos, muestran lo absurdo de la situación actual. Son el ejemplo paradigmático de como una crisis que no han provocado las clases medias, y menos aún los más pobres la acaban pagando ellos, mientras los verdaderos culpable se salen de rositas. ¿Dónde están las sanciones a los bancos y a las grandes instituciones financieras? ¿Dónde está la persecución a los especuladores, griegos y de otras nacionalidades, que se han enriquecido a costa de hundir un país? ¿Dónde está la asunción de responsabilidades de quienes exigen recortes sociales en Grecia, pero  no renuncian a que, aunque esté en bancarrota, ésta pague por los aviones militares que le vendieron en su momento Francia o Alemania? Lo mínimo que puede suceder ante un escenario así es que la gente salga a la calle. Indignada, claro.

Posteriormente, fueron las plazas de las principales ciudades españolas las que se llenaron de gente indignada. De qué se quejan, si pueden votar? Se lamentaban algunas voces. Personalmente creo exagerada la comparación con la situación en la plaza Tahrir, y sin embargo sí percibo un denominador común: esto que tenemos aquí, no es lo que debería ser, y tampoco es lo que deberían querer los de allí. Por qué? Pues simplemente porque, como bien clamaban quienes a miles llenaban las plazas, la democracia es mucho más que votar cada cuatro años. Sólo un pero, por mi parte: si para castigar a los partidos en general, premiamos, aunque sea por pasiva, a quienes más culpa tienen de la preocupante deriva institucional actual, cometemos un error. Dicho queda.

Y el hartazgo ha llegado finalmente  incluso a la aparentemente dormida Italia, donde por tres veces (aunque en realidad fueron cuatro) la ciudadanía dijo No a las propuestas de Berlusconi: No al retorno a la nuclear, No al legítimo impedimento, y No a la privatización de la gestión del agua y de la gestión de los acueductos.

Pareciera que, inspiradas en la primavera árabe, las sociedades europeas han decidido decir basta. Y ahora toca a los partidos (y por ende a los gobiernos) poner de manifiesto si han entendido este mensaje.

Mi impresión, muy personal por supuesto, es que a algunos partidos estas muestras de indignación simplemente les han ratificado en sus postulados y les han hecho hacer un paso más hacia la revisión del concepto ‘democracia’, otros han percibido una realidad que creían adormecida y se preguntan ahora qué deben hacer, pero también los hay, no nos engañemos, quienes simplemente seguirán haciendo oídos sordos al clamor ciudadano, especialmente si, a pesar de éste, siguen ganando elecciones y dominando con mayorías absolutas municipios, comunidades, países o gobiernos supranacionales. 

 



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