PENSAMENTS I CIRCUMSTÀNCIES: JO

IRREFLEXIONS REFLEXIVES

ORÍGENES Y PSICOLOGÍA DEL CORRUPTO DE DERECHAS

corruptos

 

Una Rita Barberá  que muestra un gesto de tensión, resaltado por las facciones del rostro y sus labios, que no pueden abrirse a causa de la rabia y la frustración. Esto no me puede estar pasando. A mí, no.

Un Alfonso Ruz desmejorado, sin su brillo habitual, que se niega a aceptar que los tronos pueden tambalearse y saluda, a la entrada de la Ciudad de la Justicia a un guardia civil como si nada hubiese sucedido. Este es uno de los míos, se van a enterar…

Son dos de las decenas de corruptos pillados, descubiertos a pesar de que con mil triquiñuelas legales y fiscales estén consiguiendo dilatar el proceso que, definitivamente, les lleve a ser señalados fuera de toda duda. Son los que, precisamente por creerse imprescindibles y dioses, han ultrapasado los limites marcados por la propia y aceptada doctrina del corrupto, por el propio clan de la corruptela. Pertenecen ambos a la insoportablemente extensa lista de saqueadores y tiranos, ladrones sociales, dilapidadores de lo ajeno cuando es plural. Gente, gentuza, que tienen el privilegio de poder comprar y vender sin que el dinero cambie de manos.

Ese corrupto fetén, el pata negra del mafioso de las contratas y las prebendas, el que se salta incluso las precauciones cuando habla por teléfono o cuando hace ostentación de un Ferrari o un bolso, o un aeropuerto construido por mis güevos, ese corrupto es una especie que es el resultado de la mutación evolutiva del fascistas contemporáneo.

Sé lo que digo. Les conozco perfectamente, porque conozco y he vivido en una familia donde estaba interiorizada la superioridad de quien es derechas, de los buenos, de los amigos de los dictadores (pequeños dictadores con aspiraciones a tener calles y plazas, clubes de tenis y náuticos o campos de futbol a su nombre)

Esa especie de fascistas es la base sobre la que estos corruptos de derechas, un poco modernizados en las formas en comparación al dictador que les precede, han mutado hasta llegar a ser los espantajos que, collar de perlas o Rolex, niegan la evidencia, sonríen y enseñan dientes, se escudan en un no era conocedor, no lo sabía, no estaba en el ámbito de mis decisiones, no fui informado…

Estos corruptos llevan dentro un fascista cuya psicología conozco. Mi abuelo era uno de ellos, un fascista de pro que recorrió el itinerario de cargos, favores y amigos que le llevó a ese estado en el que uno -un uno que se cree dios porque es el bueno, porque todo el poder, incluso el de la iglesia, está con él- llega a creerse SUPERIOR, el centro de una mentira que aduladores y pelotas interesados nutre.

Mi abuelo nació en 1908. Fue uno de los integrantes del clan de amigos de Blas de Piñar que se frotaron las manos pensando que con el partido que iban a fundar, Fuerza Nueva, lograrían enriquecerse, material y espiritualmente, reencarnar al dictador muerto a quien tanto veneraban. ¿No será que estos fascistas nunca admiraron al dictador, a quien en el fondo envidiaban hasta el odio,  sino al poder que ejercía?

Fue alcalde de Torrevieja (Alicante) durante los años en los que los chaletes y las casas de los ricos que venían de la capital del Reino de España invadían las zonas en las que vivía, hasta su llegada, únicamente un mar Mediterráneo salvaje y libre, SIN DUEÑO. Era el progreso, pero no un progreso para todos sino un progreso para los amigos, los ricos, para los nuestros.

Recuerdo su aspecto de hombre engreído, su bigote apreciablemente franquista, su pañuelo en el bolsillo de la americana, su sombrero, su arrogancia y el desdén hacia cualquier cosa que no fueran los suyos y…el progreso, su concepto de progreso. En mi memoria también están los días de vacaciones, en los que mis padres y mis hermanos acudíamos a Torrevieja, donde teníamos una casa sencilla (porque el fascista de verdad no duda en sacar provecho y privilegios para su persona, pero ante los hijos, por aquello de que un padre como dios manda, no ha de ceder y ha de criarlos en el esfuerzo y el sacrificio…amén) Un verano, una de mis amigas me preguntó porqué mi familia tenia una playa para ella sola, vallada y con un letrero que prohibía el paso a cualquier persona ajena. Hice la pregunta a mi abuelo. Recibí el cuando seas mayor ya lo sabrás que recibía ante cualquier comentario y, en ese caso, mi abuelo añadió un bofetón con el que consiguió hacerme sentir humillación delante de mi amiga.

Lloré y le amenacé, con infantil e ingenua insistencia, diciéndole que cuando se lo contase a mi padre, él me defendería. Mi padre es mi hijo, así que lo que yo haga siempre le parecerá bien. Y fue, y era, así. Mi padre validaba cualquier conducta del abuelo poderoso.Cuando entrabamos a su casa, repleta de fotos de Primo de Rivera, de cruces falangistas, de banderas de esa España que él y los suyos imaginaban y sentían como único dogma de fe, de cartas enmarcadas de los suyos, de fotografías de Franco y un penosos etc. en blanco y negro, mi abuelo nos obligaba a saludarle con un “Ave María Purísima” que era contestada con un “sin pecado concebida”. Se jactaba de que la Pasionaria (un monstruo cruel, según contaba con ira) había tenido que retirar la orden que había dado, en una ocasión, para que la pava bombardeara Torrevieja gracias a su valentía y a no achantarse ante esa roja. Tuvo un campo de futbol a su nombre, dio el capricho a algunos de sus amigos, embelesados por las habaneras, de crear el certamen de Habaneras (él en un palco, sus nietos junto a él, mostrados como pequeños trofeos y la prueba de que los hijos, si reciben la educación que dios manda, crían nietos también como dios manda, que aseguraran la perpetuación de los nuestros), tuvo calles a su nombre, tuvo el PODER hasta que murió, a los 99 años, y dejó de acudir al CASINO, donde le llamaban con un Don Vicente que validaba la mentira de superioridad y arrogancia que él había creado (y creído).

Rita, Camps, Rato, Rus y compañía son corruptos que tienen el genoma de esos fascistas de ayer, como mi abuelo. No vallan playas, las dan a sus amigos a través de negocios en los que participan. Son los buenos. Jamás han actuado mal, jamás han hecho lo incorrecto. Niegan la realidad, en la que han puesto sus manos carroñeras. No llevan sombrero arrogante ni van a la Casino, pero construyen aeropuertos, crean empresas, dilapidan o desvían presupuestos astronómicos, defienden a los suyos y dan por sentado que los otros, nosotros, cacarearemos en algún momento un atisbo de protesta, tomando uno de los cafés que toman los pobres (un café solo de 1,10 euros, más barato que una cerveza, que ha de durarnos cada una de  las mañanas-en-paro) PERO no reaccionaremos. Ellos saben que nos están llevando a estar habituados a TRAGAR EN HORARIO DE OFICINA. Se limitan a negar lo innegable y, de paso, atacar a los peligrosísimos y desestabilizadores rojos –Creo que Rita no debe dimitir. Se ha desatado la fiebre podemita y todo el mundo ha de irse, palabras del ex-presidente de Extremadura)- y se ríen al ver que, como borregos, todavía hay muchos de los que les admiran que van a depositar sus votos en sus urnas.

 

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LA INFANCIA ENVENENADA

 

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(Clic sobre el vídeo para acceder al visionado en VIMEO)

 

El inicio del llanto, un dedo pequeño señalando cajas de plástico de colores, la amenaza de una tarea que intenta ganarle el tiempo a nuestro tiempo, la recompensa automática por la realización de un acto impuesto a un niño…cualquiera de estas razones y todas las demás que podamos pensar son suficientes para que el adulto, con mayor o menos consciencia, compre, el arma más dulce con el que chantajeamos, premiamos o acallamos, al menos por unos minutos, a los niños: las golosinas.

Fresas gigantes junto a nubes que han perdido su azul real y se tiñen de rosa; serpientes que no cambian jamás su piel, hecha con escamas de azúcar verde; calaveras que al ser chupadas liberan una especie de polvillo que excita los paladares de los pequeños y les provoca pun picor travieso; chicles que duran horas en la boca, de sabores estrambóticos; piruletas que tiñen las pequeñas lenguas con el color de la cara de zombies terroríficos…

Estas son algunas de las tentaciones venenosas con las que envenenamos, cada día, a nuestros hijos. No nos importa saber que la base de estos dulces es el azúcar refinado, un ingrediente del que actualmente conocemos muchos efectos secundarios probadamente perniciosos a corto y largo plazo.

No nos importa conocer el gravísimo e imparable aumento de la obesidad en los pequeños y pequeñas a quienes saturamos de alimentos para sentirnos parte de un sistema que nos empuja a medir el amor por el número de objetos que compramos a los hijos.

Tampoco nos inquieta sospechar que, al igual que en la mayoría de alimentos procesados que consumimos los adultos, en las chucherías flotan colorantes cancerígenos y extremadamente peligrosos que suponen una amenaza mayor en los niños, ya que éstos consumen los aditivos y colorantes de los alimentos propios de los adultos y los que contienen las golosinas que literalmente devoran, muchos de ellos ni siquiera aparecen en las cajas de golosinas, carente de cualquier tipo de etiquetado: E-102 (que proporciona color amarillo-naranja y  puede producir asmas, alergias y eczemas. No se debe mezclar con analgésicos como la aspirina.), E-110 (colorante naranja, probadamente peligroso, que provoca alergias si se mezcla con analgésicos y causa urticaria y asma), E-120 (rojo carmín, muy peligroso, en especial para los niños si se mezcla con analgésicos. Se han detectado en experimentos hechos en ratas, una disminución del crecimiento y proliferación del tejido del bazo en los conejos. Produce hiperactividad en los niños) y E-129 (rojo oscuro), causante de alergia y procesos asmáticos de origen alergénico. Otros colorantes sintéticos, altamente peligrosos, son el E-133 (azul brillante) que se ha demostrado residual y se acumula en riñones y vasos linfáticos, y el E-131 (azul), que produce urticaria en algunos niños…

De poco sirve conocer el dato alarmante sobre el número de niños menores de 5 años que padecen obesidad, INDUCIDA DE MANERA INCONSCIENTE POR LOS ADULTOS QUE LE RODEAN, más de 41 millones de niños y niñas, contabilizados en enero de este año 2016, o el aumento del número de niños y niñas con problemas de diabetes.

Nos da igual. Al menor contratiempo, al menor logro de los pequeños (y envenenados) de la casa, echamos irresponsablemente mano de una de las más efectivas drogas, que junto con la droga de los dispositivos electrónicos y la anticuada televisión, ayuda a que en el niño (y en su salud) se produzca un paréntesis en el que nos quitamos de encima la responsabilidad de ser padres: las chuches.

Aunque quizás, si conociésemos el proceso de fabricación de las chuches, expuesto en el vídeo, nos guardaríamos mucho de dárselas a nuestros pequeños…

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SOLO ELLA SABE QUIÉN SOY

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Según la leyenda, Cristóbal Colón consiguió ganar la confianza de los indígenas que habitaban las  tierras en las que desembarcó utilizando parte del cargamento de sus navíos: pequeños espejos de colores. Deslumbrándoles con un objeto mágico que les mostraba cómo eran consiguió, además de su asombro, su oro. Tras el oro vinieron los recursos naturales de aquellas tierras, luego su cultura ancestral y más tarde sus vidas y su libertad.

“Los lugareños habían quedado tan deslumbrados con los pequeños espejos, que cuando quisieron darse cuenta les habían arrebatado su vida”. Con la referencia a esta leyenda inicia Sergio Legaz su libro SAL DE LA MÁQUINA, una invitación acertadísima a reflexionar sobre el deslumbramiento con el que los teléfonos inteligentes están logrando atrofiar nuestros sentidos, nuestras vidas, nuestro entorno y nuestra libertad.

Hace tiempo que la tecnología no está al servicio del hombre: somos nosotros los que le reñimos una servidumbre que crece con cada nueva aplicación que damos al smartpone. Las consecuencias de lo que Legaz llama este encerramiento constante en un entorno virtual miniaturizado, se esconden, para pasar desapercibidas ante el filtro de nuestra consciencia, en el medio y largo plazo. La distancia temporal las salvaguarda de ser detectadas ya que cada uno de nosotros vivimos, sobrevivimos, únicamente en un paisaje en que las únicas coordenadas son el ahora, el para mí y el para conseguir algo.

En este presente, en el que creamos una realidad que nos permite perder el contacto con ella, y por tanto reflexionar y decidir con cierta libertad, nuestros sentidos involucionan para que la máquina sea la que traduce, expresa, nuestra emoción con un icono, nuestro dolor con un símbolo. La altura de nuestra mirada no se eleva en busca de otra mirada, en busca de un objeto que existe por encima de nosotros.

Al contrario, se enfoca de manera automática y, lo que es aún más grave, con compulsión enfermiza, sobre unos ojos artificiales, de cinco pulgadas: la pantalla de la máquina. Nuestro sueño depende de ella. Hace mucho que no nos despertamos como respuesta a una voz. El zumbido autoritario de la máquina, disfrazado como mucho de murmullo de agua o con sonidos de un bosque completamente irreal, recreado,  es el que nos ordena abrir los ojos, dejar nuestro sueño para iniciar una versión distinta de letargo. Revisamos el correo electrónico, leyendo únicamente la línea del asunto porque nuestra compulsión de barrer la pantalla del móvil con la mirada anestesiada es irrefrenable. Abrimos  whatsapp para devolver, con un icono absurdo, las palabras que otros han escrito, recortando su longitud, y su mensaje. Miramos el calendario, sincronizado desde todos nuestros dispositivos, una especie de red invisible que nos limita y nos hace distintos a los demás con solo introducir en ellos el nombre de usuario. La máquina late en nuestras manos, en nuestros bolsillos y bolsos. Hiberna, solo momentáneamente, sobre el asiento que hay junto al que ocupamos en el coche. Lo buscamos con la mano, en plena curva, al salir de una recta, alargando la mano como el yonki la alarga para obtener lo que calmará su adicción.

Con la máquina, con su estúpida y tramposa magia, nuestro ego se ensancha, haciéndonos creer que somos capaces de alcanzar la verdad, la materialización al instante de nuestros deseos. Pienso. Googleo. Obtengo. Leo. Obtengo. Desecho y olvido, con idéntica rapidez, porque una nueva pestaña se abre para que le dedique el instante suficiente como para creer que lo sé, que lo tengo, que lo he encontrado solo yo, que es mío.

La máquina tiene millones de dedos disfrazados de apps: Relax en 5 minutos; la mejor app para alquilar una casa; una aplicación para recordar dónde aparcó su coche; encuentre el amor de su vida con nuestra app; tablas de multiplicar infantiles con la app Monkey plus; la aplicación para que puedas fingir que te llaman; comparte tus pecados apps; resacas más leves; Dream On, escoje con qué soñarás esta noche…

Amazon se transforma en un psicólogo solicito que nos envía reseñas de libros de autoayuda a partir de cualquier palabra depresiva que haya espiado en nuestro buzón de correo. HP detecta antes incluso que yo misma que necesitaré cartuchos de tóner para mi impresora.

La máquina amiga nos tiende su hombro y su apoyo, cuando advierte, por nuestros correos o el tono nostálgico de las canciones que buscamos en youtube, que estamos atravesando una ruptura afectiva: descarga la app Be2 y encuentra el amor definitivo. La máquina es el espejo de colores con el que se nos compra, se nos despersonaliza. Hemos perdido la posibilidad de  trazar nuestra auto-imagen, definir cómo y quiénes somos cada uno de nosotros. Ella nos perfila, nos describesal de la maquina

, no con adjetivos sino con la Big data que obtiene tramposamente de nosotros. Conoce mi estado de ánimo por las canciones que escucho e incluso por el filtro que utilizo para retocar una foto antes de subirla a la ventana cotilla de Instagram: el filtro Inkwell está demostrado que es el utilizado mayoritariamente por las personas deprimidas.  No hace falta acudir a un terapeuta. Es suficiente realizar, desde el Smartphone, un simple testpara saber quienes y cómo somos a partir de nuestras respuestas sobre el uso que hacemos de la máquina.

Como dice Legaz, (…) Hemos matado el compás de espera y a la menor oportunidad ya siempre echamos la mano al bolsillo para extraer el terminal hipnotizador que nos ayude a cubrir, merced, a sus chispeantes entretenimientos, la desnudez de nuestros vacíos. Sin el auxilio del terminal nos sentimos desprotegidos, nerviosos, inseguros. La inteligencia artificial ha conquistado todos los preciosos momentos de libertad interior que antes solo eran nuestros (…).

Aún así,  a pesar de la supremacía y la dictadura de la máquina, sonrío al pensar que el apocalipsis no será retuiteado…

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