Pere Meroño

Diari d'un eurocomunista del #PSUC

12 de juny de 2009
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Amnistia ’77

Corría el mes de mayo cuando un día inesperadamente me llegó una carta de la Embajada española en Bruselas. La carta venía firmada, ni más ni menos, que por el Rey de España don Juan Carlos I, figura para mi, y hasta entonces, anodina donde las haya, pero a partir de aquella carta o quizá gracias a aquella carta cambié radicalmente de opinión (…)

En cuanto me llegó la carta, cogí el tren, y me presenté en Hendaia, yo no tenía pasaporte, más allá del “laissez passer” de refugiado, sin validez alguna para entrar en España. Cuando llegué a la estación de Hendaia me fui hasta el puente internacional.

Cuando pasé por las garitas de los gendarmes no hubo ningún problema, pero cuando llegué a los guardias civiles, pasó lo que yo esperaba, es más, lo que yo deseaba. Enseñé el “laissez passer” y el guardia, típico jovencito neofranquista con repugnante bigote fascistoide, me impidió el paso. Dijo que “aquello era una “puta mierda” y que yo no podía entrar en la sagrada patria de Dios: ¡ESPAÑA! Que no era digno ni de asomarme a su ventanilla”.

Después de estos bofetones de soberbia, llamó al cabo y los dos, ya pistola en mano, me dijeron, con arrogancia, la arrogancia que da la ignorancia, la arrogancia que da la estupidez, me dijeron que me fuera, que allí no era bienvenido, que los traidores como yo solo podían entrar a escondidas y que si me cogían, me fusilaban, y me olvido de cosas.

Cuando ya estuve cansado de tanta arrogancia, de tanta ignorancia, les saqué la carta del Rey, y dije, con orgullo, “pues esta carta me dice lo contrario”. Se quedaron desarmados. Moralmente abatidos. Y el jovencito, murmulló, “puto rey de los cojones, traidor, este nos llevará otra vez a la República”. Por eso no hay exiliado que no tenga una cierta simpatía al Rey. Enfundaron las pistolas y haciendo un gesto de desagrado no tuvieron más remedio que dejarme pasar.

Aún así, yo, en un gesto que no se si calificar de revancha, les volví a enseñar la carta y les dije: “A esta carta se la saluda, gilipollas”, y, efectivamente, se cuadraron y saludaron, diciéndome “a sus ordenes, señor”.

El crim del caixer automàtic / El crimen del cajero automático

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