El bloc de Pere Macias

Esbossos per a la construcció d’una Catalunya rica i plena

12 de maig de 2011
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?Responsabilidad sin correspondencia?

(‘lainformacion.com’ 120511)

‘Francesc Cambó fue nombrado ministro de Fomento del Gobierno de España a finales de marzo de 1918. Sucedió en el cargo a Niceto Alcalá Zamora. Cuentan las crónicas que, después del acto de elevo en el Ministerio, quien años más tarde sería presidente de la República, tuvo que salir por la puerta de atrás para evitar la abierta hostilidad de los funcionarios, que no le perdonaban “su excesiva afición a favorecer a amigos y allegados”.

Cambó realizó una más que brillante gestión a lo largo de los escasos 8 meses que ocupó la cartera ministerial. Su labor modernizadora alcanzó todas las extensas competencias del departamento y brilló especialmente en el ámbito ferroviario, donde tomó la decisión de electrificar las rampas de Pajares o de promover las reformas que debían resolver el llamado “problema ferroviario”.

A finales de verano, Cambó, tal y como recogen sus memorias, escribe: “Recibo una comisión de viajantes catalanes. Me cuentan que el ambiente ha mejorado mucho para los catalanes y para sus intereses en todas las regiones españolas, ahora somos bien recibidos en todas partes”. Sin embargo, tan positiva percepción desaparece tan sólo dos meses después.

El propio político titula “Una gran decepción” un nuevo capítulo de su autobiografía. Explica que el Consejo de Ministros le bloqueó su Ley de Obras Públicas, en la cual pretendía delegar funciones de gestión en las Obras Públicas a la Mancomunitat de Catalunya. Se pregunta, con indisimulada amargura, si vale la pena continuar implicándose de pleno en la resolución de las cuestiones de Estado, si esta posición tan constructiva del catalanismo político choca con un muro de incomprensión hacia Cataluña.

Casi un siglo después la historia se repite. Cuando el 12 de mayo del 2010 la tormenta financiera se abate sobre Europa tras la crisis de Grecia y la amenaza sobre Irlanda, Portugal y España, el Gobierno español debe tomar, bajo el ineludible mandato de la Comisión Europea, graves decisiones.

El discurso socialista de negación de la crisis ya había derivado hacia la aceptación de la misma, pero con el habitual paternalismo de la izquierda española. Rodríguez Zapatero sostenía que la crisis nos había llegado del exterior, y del exterior vendrían también las soluciones. Mientras, su progresista gabinete debía limitarse a amparar a los más débiles ante los efectos de la recesión.

Contrastaba esta temeraria actitud con la política alemana de implicación de toda la sociedad para luchar con “sangre, sudor y lágrimas” contra una crisis tan grave como persistente. No sorprendió a nadie que, en aquellas circunstancias, la señora Merkel impusiera duras condiciones a los socios del sur para acometer su eventual rescate, o para evitarlo.

El hispano adalid de la retórica social no tuvo otro remedio que aceptar la tutela europea y acometer severas medidas. A los funcionarios les tocó recortarse el sueldo, a los pensionistas congelar las pensiones, a los sindicatos aceptar aires de reforma laboral.

Cuando, aprobadas éstas y otras medidas por Real Decreto, el Presidente del Gobierno se presentó ante el Congreso de Diputados para ratificarlas, se encontró solo ante el peligro. El líder de la oposición aprovechó la ocasión para proseguir su prioritario objetivo de acosar y derribar el Ejecutivo socialista, sin atender a las razones de Estado que le reclamaba Zapatero. La izquierda continuó con sus suicidas propuestas de más y más gasto, de mayores impuestos y de autismo económico; y algunos habituales socios de la periferia se salieron por la tangente.

Como en tantas ocasiones, fuimos los diputados nacionalistas catalanes quienes solucionamos la situación. Gracias a CiU, la economía española superó la más grave situación de crisis de la historia reciente. Puede afirmarse, sin rubor, que gracias al sentido de responsabilidad que impregna el ADN del catalanismo político, España y el euro no cayeron al abismo, aquella semana aciaga de mayo.

Un año después, cuando el President Artur Mas plantea un más que razonable plan de estabilización de las finanzas catalanas y solicita el cumplimiento del nuevo modelo de financiación autonómica, la respuesta de Zapatero y de Salgado es contundente en su negatividad. Su irresponsable actitud conlleva que, una vez más, muchas puertas se estén cerrando en las relaciones entre Cataluña y España’.

 

 

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