JOSÉ
TOMÁS
Des de sempre, els toros i el món de l’art han caminat plegats. Pintors, fotògrafs, escultors, escritors, cineastes… s’han sentit atrets pel fascinant món de la tauromáquia, artistes com Goya, Picasso, Dalí, Miró, Tàpies, Català Roca, Casaus, Cabré, …..han plasmat en les seves obres la intensitat de l’espectacle taurí. A Catalunya, on alguns polítics sense nord ni coherència intenten carregar-se la festa, hi ha hagut, des de sempre, una forta i arrelada tradició taurina. El proper diumenge 17 José Tomas toreja a Barcelona, en la Monumental. Ja fa mesos que s’han esgotat totes les localitats. I aquest fet és, sens cap mena de dubte, la millor resposta dels catalans a aquest politics que decideixen per nosaltres i després mostren estrayesa per l’abstenció a l’hora de votar.
La històrica cursa d’aquest diumenge a Barcelona, amb la Monumental plena a vessar i on , a ben segur, José Tomas desplegarà el seu arístic, poderós i miraculós toreig, farà possible, una altra vegada, el binomi toros/art. L’emoció esta servida i posa en clara evidència a tots aquells que, des d’un catalanisme mal entés, fan dels toros l’únic problema de Catalunya.
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JOSE TOMAS TORERO POR DINERO NO POR ARTE…….
El exigente público taurino comprende que el torero no acuda a
Madrid y que haya escogido Barcelona, que es una plaza que le ha dado
grandes alegrías. Comprenden que vaya con Finito de Córdoba -que en realidad es Finito de Sabadell-. También comprenden que vaya con Núñez del Cuvillo, ganadería que él ya había toreado. Lo que ya no comprenden tanto es que vuelva con Cayetano Rivera,
del que se dice que en su etapa de novillero evitaba sortear los
novillos: los escogía él. “Ese tipo de triquiñuelas no casan bien con
el toreo de la hondura y la verdad a la que José Tomás nos tenía
acostumbrados”, confiesan los aficionados.
Otro de los puntos que genera inquietud a sus incondicionales es el calendario escogido por el torero. La tournée
pasa por Dax (Francia) el 11 de agosto y al día siguiente por el Puerto
de Santamaría (Cádiz). No entienden con qué cuerpo se va a presentar en
Cádiz como no sea que la cuadrilla viaje en avión. Israel Vicente
explica el porqué del calendario: “José Tomás lleva unos años inactivo
y, aunque está muy seguro, ha preferido tantear plazas amables y donde
se siente a gusto antes de llegar a Madrid”. Por cierto, en esta
temporada, no toreará en ninguna plaza de Choperita, el gestor de Las Ventas.
¿Qué tiene José Tomás?
Pero no todo son puyazos. Como señales positivas, en ambientes taurinos se destaca el cambio de apoderado. El anterior, Enrique Martín Arranz,
“le ponía ganaderías fáciles y le hacía torear demasiado. Algo que,
para un torero tan osado, le suponía demasiados riesgos”. El actual, el
periodista Salvador Boix, es acogido positivamente
por la afición. Aunque no es profesional, es amigo suyo y ha escrito
libros especializados muy interesantes, como Por los adentros y Reflexiones sobre José Tomás.
¿Qué tiene este joven torero de 31 años que genera tantas pasiones
entre intelectuales y expertos, que aúna a derecha e izquierda en el
reconocimiento de su savoir faire en un arte de capa caída
entre la juventud? “José Tomás era un torero que daba tal emoción a la
plaza que ponía los pelos de punta. Desde que él no torea, no hemos
vuelto a sentir lo mismo”. ¿Por qué? “Porque se colocaba en unos
terrenos donde otros ni osan: entre los cuernos. Y aguantaba. Miraba a
los ojos al animal y era capaz de dominarlo en cuestión de minutos. Eso
significa que corría más riesgo que los demás: a José Tomás le ha
cogido el toro muchas veces”, explica.
Sobre todo, la duda está en si José Tomás ha vuelto por dinero o
para disfrutar de una independencia y un control sobre su trabajo y su
imagen de los que antes carecía. No son pocos los taurinos que piensan
que Tomás se negó a matar al toro de Adolfo Martín en
Madrid [lo que le valió un expediente por parte de la Comunidad] por
vergüenza torera. Porque si no fue capaz de hacerse con el toro con
cinco descabellos, no merecía matarlo. Por eso, y así lo han confesado
a este diario, no se pueden creer que vuelva por dinero.
Nueva manifestación contra la tortura taurina en Barcelona. Las
asociaciones convocantes: FAADA, Altarriba y Libera hacen un
llamamiento a todas aquellas personas que esten en contra de cualquier
tipo de maltrato y tortura a los animales no-humanos.
Ante la pasividad de las administraciones y los políticos para
acabar con la lacra de las corridas de toros es necesario seguir
luchando sin desistir para que estos rituales aberrantes formen parte
del pasado.
HORA: 16:00
LUGAR: Les Rambles (salida metro Drassanes – L3)
DÍA: Domingo 17 de junio del 2007
RECORRIDO: Desde Las Ramblas hasta la plaza de toros Monumental de BCN
RAZONES PARA VENIR: El sufrimiento de un animal inocente
LAS CORRIDAS DE TOROS
Son el espectáculo público de la
tortura sangrienta, cruel y prolongada de un mamífero superior capaz
(como nosotros) de sentir dolor. La corrida no es más
que una técnica de tortura, comparable a las que se emplean con los
humanos, capaz de transformar a una persona entera en una piltrafa a la
que se puede manejar como se quiera.
Antes de la corrida se encierra al toro en un cajón oscuro
(chiquero), lo que tiene el efecto de aterrorizarlo. Cuando lo sueltan
y antes de que llegue al ruedo le clavan el primer arpón de puntas
aceradas (divisa). Un animal previamente maltratado, manipulado,
encerrado en la oscuridad y con el dolor que le produce la divisa,
recorre al galope el ruedo en una actitud aparentemente furiosa.
Realmente, cuando el toro desemboca en la plaza, ES UN ANIMAL
ATERRORIZADO QUE BUSCA DESESPERADAMENTE LA SALIDA.
El picador debe clavar la pica en el cuello del toro delante de
la cruz. Teóricamente debe penetrar sólo la punta de acero de 3
centímetros, pero siempre clavan también los 11 centímetros que siguen
hasta el tope, lo que representa HERIDAS DE 14 CENTÍMETROS DE
PROFUNDIDAD Y HASTA 40 DE EXTENSIÓN, que producen al toro un dolor
intensísimo y que lo destroza por dentro. Algunos picadores retuercen
la pica para aumentar la penetración, se apoyan en la barrera y hieren
detrás del morrillo o en el costado para provocar una hemorragia
abundante o PERFORAR EL PULMÓN. Si el toro le parece al torero
demasiado peligroso el picador lo «castiga» escrupulosamente dejándolo
chorreando sangre, medio muerto y limitado grandemente en su capacidad
de movimiento. Cada toro recibe una media de 3 ó 4 puyazos.
Después de que los picadores dejan al toro hecho una piltrafa,
el torero demuestra su «valor» dándole pases de muleta, agotándolo por
el esfuerzo y la pérdida de sangre. El toro además de mansurrón es un
animal miope, daltónico, torpe e ingenuo que embiste al trapo que
agitan delante de él, creyéndole culpable de sus males. Llaman asesino
al toro que no se deja engañar y embiste al hombre.
Las banderillas terminan en afilados arpones metálicos de 5
centímetros y más largos aún en las banderillas negras. Los
banderilleros clavan 4 ó 6 de estos arpones en las mismas horribles
heridas de los puyazos o cerca de ellas. A cada movimiento del toro,
las banderillas se mueven haciendo que los arpones horaden y desgarren
cada vez más la carne, aumentando la hemorragia y «completando» la
sádica labor del picador. El terrible dolor que le producen todas estas
heridas y el destrozo de los músculos del cuello, es lo que obliga al
toro a agachar la cabeza. Cuando el toro llega al ruedo tiene el «grave
defecto» (debe ser un «error» de la Naturaleza) de llevar la cabeza
alta. En esta postura, para matarlo, el torero se tendría que subir a
una escalera para clavarle la espada y esto no sería práctico ni
conforme a la sublime «dignidad» de estos torturadores.
Se trata de clavar la espada de casi un metro cerca de las
vértebras para lesionar el corazón o algún vaso sanguíneo importante.
Esto es la teoría y no pasa casi nunca. Lo más normal es que la espada
sólo acierte a alcanzar los pulmones y que el animal agonice lentamente
ahogado en su propia sangre, después de varios intentos infructuosos el
toro todavía está vivo, AGONIZANTE, GIMIENDO LASTIMERAMENTE, VOMITANDO
SANGRE Y PERDIENDO LA ORINA.
Finalmente, se le da la puntilla para intentar seccionar la
médula espinal. Si la médula no es seccionada sino sólo dañada, el toro
no está realmente muerto, sino con un cierto grado de parálisis y es
arrastrado vivo y consciente (en Murcia, en septiembre de 1979, el toro
se levantó cuando era arrastrado). Aun en el caso de que la médula
quede seccionada, la cabeza del toro sigue «viva» unos minutos, por lo
que siente perfectamente el dolor al cortarle las orejas. El toro nunca
llega totalmente muerto al segundo acto de la carnicería, en esa
trastienda de la plaza donde ya no hacen falta lentejuelas para
descuartizar. LO MÁS TERRIBLE DE ESTA HISTORIA NO ES TANTO
MORIR COMO SER TORTURADO HASTA LA MUERTE POR DIVERSIÓN. Y TODO ESTO ¡EN
NOMBRE DE LA VIRGEN DE LA MACARENA, DE LA VIRGEN DE LA SOLEDAD Y DEL
JESÚS DEL GRAN PODER!
La ministra de medio Ambiente de España, Cristina Narbona quiere prohibir que el llamado toro de lidia muera en la plaza, como ocurre en Portugal, informa El Mundo.
“Hay que hacerlo gradualmente y quizá ya en la próxima legislatura, pero tenemos que intentar evitar, al menos, ese momento sangriento final del toro“, aseguró Narbona el pasado martes en el Palacio de la Moncloa.
También hizo hincapié en el creciente movimiento internacional en defensa de los derechos de los animales.
“Ya en el Parlamento Europeo hay una oposición cada vez mayor y, además, transversal, con detractores de los espectáculos taurinos en todos los partidos políticos”, aseguró. Un rechazo que también se produce con la caza del zorro.
“Hasta ahora se contemplaba como delito dar una paliza a
un animal, pero algunos consideraban interpretable que también lo fuera
una pelea de gallos o de perros con apuestas, que desgraciadamente se
siguen organizando en España”, dijo la ministra en relación a la reforma del Código Penal, que recoge penas de prisión para aquellos que maltraten “injustificadamente” animales, pero que no hace alusión a las corridas de toros.
Los políticos se oponen, mientras los ecologistas lo celebran.
Las reacciones a la propuesta de la Ministra de Medio Ambiente
han llegado desde los dos extremos del arco parlamentario, mientras el
Ministro Alfredo Pérez Rubalcaba (PSOE) manifestaba que el Gobierno no tiene previsto prohibir la muerte de los toros en los espectáculos taurinos.
Así, el líder de los populares Mariano Rajoy manifestaba expresamente su oposición a la medida y acusaba a la propuesta socialista de “genialidad” y “ocurrencia”, mientras Gaspar Llamazares de Izquierda Unida rechazaba la propuesta por considerar que es algo propio de nuestra cultura.
Por contra, el diputado y Portavoz de Los Verdes, Francisco Garrido, ha valorado positivamente la propuesta de la Ministra Narbona de suprimir la muerte del toro, en los festejos taurinos, ya que “supone un primer paso hacia la supresión del maltrato animal”. Sin embargo, Garrido matiza que “lo deseable es acabar con el maltrato animal y, por tanto, acabar completamente con las corridas de toros”.
"No hay nada tan patético como una multitud de espectadores inmóviles
presenciando con indiferencia o entusiasmo el enfrentamiento desigual
entre un noble toro y una cuadrilla de matones desequilibrados
destrozando a un animal inocente que no entiende la razón de su
dolor…
Un baño de sangre anual de mil millones de euros”
Crueldad y decepción
Las corridas de toros son un espectáculo
bochornoso en tres actos, de unos veinte minutos de duración, que
escenifica la falsa superioridad y la fascinación enfermiza con la
sangre y la carne de la que se alimentan, contra toda lógica ética y
dietética, quienes creen tener un derecho divino a disponer a su antojo
de la vida de otros seres sensibles, llegando incluso a justificar y
trivializar la muerte del toro como arte y diversión; un comportamiento
patológico que nace de una incapacidad para afrontar el dolor de las
víctimas y una morbosidad irrefrenable ante la posibilidad de ser
testigo directo de alguna cornada, o de la muerte del matador; un
riesgo fortuito, infrecuente (un torero por cada 40.000 toros
sacrificados), y sobre todo evitable que, sin embargo, incrementa el
carácter macabro de la corrida.
Una caridad cruel e insolidaria
Igual que los carniceros y las guerras, las
corridas de toros tienen mala imagen, y no es fácil presentar la muerte
como arte, comida o libertad. Pero si el requisito para un festín es la
matanza de un animal, y los tiros son los precursores de la libertad,
quienes se lucran fomentando la diversión a costa de la vida animal
también necesitan justificar y enfocar la atención de los consumidores
y usuarios en la supuesta utilidad de sus productos y servicios
apoyando obras de interés social; por ejemplo, a través de una corrida
de beneficencia, un acto aberrante e insolidario que, sin embargo,
puede servir de reclamo al tranquilizar algunas conciencias, sobre todo
si el baño de sangre beneficia supuestamente a un asilo de ancianos,
las hermanitas de los pobres, una asociación que defiende a los
discapacitados como la Fundación Padre Arrupe, o instituciones como la
Asociación Española Contra el Cáncer o la Cruz Roja, que también entró
a formar parte del negocio taurino con la explotación del servicio de
alquiler de almohadillas en la plaza de Sevilla.
La destrucción de cualquier vida,
supuestamente en beneficio de los demás, es éticamente inaceptable;
pero esto no impidió a las monjas de la Hermandad del Santo Cristo del
Consuelo y Nuestra Señora de los Desamparados celebrar el año pasado en
Ciudad Real una novillada o “festival taurino-religioso”, incumpliendo
el artículo 2.418 del catecismo, donde se dice que hacer sufrir a los
animales va contra la dignidad humana. Otro ejemplo pintoresco,
impropio de una sociedad democrática y civilizada, que no guarda
relación con una actitud solidaria y humanitaria hacia los
discapacitados y los animales, tuvo lugar en Alcuéscar, Cáceres, donde
el alcalde construyó con dinero público una rampa y una zona especial
para que 80 espectadores en sillas de ruedas pudieran ser testigos de
un linchamiento repugnante de animales físicamente sanos. La Diputación
de Málaga también se ha sumado a este inusitado interés taurino por los
discapacitados físicos, aportando dinero público para que la plaza de
La Malagueta sea la primera del país en instalar un ascensor para
minusválidos, que previamente eran trasladados en brazos por los
empleados, habilitando el ruedo para todos los públicos, con la
creación de rampas de acceso a la plaza y una barandilla para sujetar
las sillas de ruedas.
Las administraciones públicas, propietarias
del 65% de las más de trescientas plazas de toros españolas, a pesar de
las quejas de la inmensa mayoría de los contribuyentes que no desean
apoyar con sus impuestos esta barbarie nacional que los intereses
taurinos tratan desesperadamente de mantener e incentivar, siguen
exigiendo un mayor número de corridas en los pliegos de adjudicación de
los concursos taurinos; una carnicería anual, estéticamente
impresentable que, con más de mil representaciones escenificando la
masacre de un pacífico animal herbívoro que acaba en el desolladero,
amenaza con ahogar con sangre, incluso, el interés de sus más fieles e
incondicionales cómplices, ética y físicamente discapacitados, de una
cobardía que a todos envilece.
Una siniestra farsa impuesta como fiesta nacional
Detrás de la barrera que les aisla de la
sangre, los aficionados y curiosos, adictos a la muerte y al dolor
ajeno, se jactan de alimentar un biocidio aberrante y estéril con la
compra de abonos que les permiten ver hasta la saciedad un espectáculo
nauseabundo en el que se torturan, uno tras otro, miles de veces, seis
magníficos animales, condicionados desde el nacimiento para
representar, junto con el caballo, el papel más funesto de un fatídico
guión, dividido en tres “suertes”, en las que unos siniestros
mercenarios muestran su desprecio a la vida, acosando y “castigando” a
un noble toro, manipulado y traicionado, con arpones y picas afiladas,
hasta que muere, asfixiado o ahogado en su propia sangre con los
pulmones destrozados por la espada del matador, o apuntillado con un
puñal con el que intentan seccionarle la médula espinal. Pudiendo haber
sido sometido, según estudios veterinarios, a toda clase de
mortificaciones fraudulentas, incluyendo, además del afeitado (del
cual, según el artículo 47.2 del reglamento de 1996, son supuestamente
responsables los ganaderos), el suministro de fármacos y purgantes, que
actúan como hipnotizantes y tranquilizantes, pudiendo producir falta de
coordinación del aparato locomotor y defectos de la visión antes de
comenzar la farsa taurina y ser descuartizado por los picadores, que le
clavan el hierro de la puya en el morrillo, abriendo, a modo de
palanca, un tremendo agujero con la cruceta, cortando y destrozando los
tendones, ligamentos y músculos de la nuca para obligarle a bajar la
cabeza y poderle matar más fácilmente. Continuando con el suplicio de
las banderillas; tres pares de arpones de acero cortante y punzante
(llamadas también “alegradores”), que le rompen la cerviz, quitándole
fuerza y vitalidad, antes de ser estoqueado por los sicarios de la
espada y el puñal; una labor premiada con las orejas, rabos y patas
arrancadas de sus víctimas, incluso antes de su muerte, como trofeos
que testifican el grado de deshumanización de sus cobardes verdugos y
quienes les alientan con el griterío inconsciente o un silencio
cómplice.
Las corridas de toros, además de carecer de
sentido ético y apoyo social, fomentan el desprecio hacia los animales
y la insolidaridad entre los ciudadanos, acostumbrados a permanecer
impasibles ante el linchamiento de un ser vivo. No siendo tampoco un
espectáculo que cuente con el apoyo incondicional de sus más fervientes
aficionados que protestan contra “la invalidez de los pseudotoros” y el
incumplimiento reiterado de las normas que regulan la tortura del
animal, cada vez más debilitado y “falto de casta”, que sufre la
dolorosa indignidad del afeitado, una práctica que implica el corte de
un trozo de pitón, dentro del mueco donde se le inmoviliza, sufriendo
el llamado lumbago traumático, y destrozándose los músculos y tendones
al luchar desesperadamente por librarse del yugo que sujeta su cabeza,
saliendo desvencijado en el cajón hacia los corrales de la plaza, a
donde llega tullido y sin fuerzas para afrontar los desgarradores
puyazos que le inflinge el picador. Un vergonzoso fraude, tolerado y
muy extendido, según los propios taurinos, que debería bastar para
condenar y aislar públicamente a los matones que han impuesto, con el
beneplácito institucional de sus vasallos políticos, este sucio negocio
como emblema de la España negra y “fiesta nacional”.
El “arte de matar”: como modelo educativo, religioso y cultural
Aunque haya disminuido el apoyo popular a las
corridas de toros, el fin de las fiestas crueles dependerá del grado de
respaldo de los medios de comunicación, de los intereses económicos y
de las instituciones públicas y religiosas que tradicionalmente las han
justificado y mantenido, política y materialmente, a cambio de vender
su alma al diablo o al mejor postor, permitiendo la implantación del
“status quo” taurino y la pérdida de valores éticos y religiosos del
modelo egoísta de sociedad actual, intolerante y cruel, que se
manifiesta a través de las retransmisiones taurinas, la violencia
deportiva y doméstica y la telebasura en general, con el silencio
cómplice, egoísta o ignorante de los votantes que legitiman activa o
pasivamente la violencia institucionalizada sin comprender el origen de
los conflictos sociales y las guerras locales y transnacionales que
condicionan e hipotecan el presente y el futuro de la humanidad.
El fomento de la crueldad y el desprecio a la
vida llega incluso a redefinir y condicionar el comportamiento y la
identidad cultural de los aficionados a la sangre, a través de nuevos
videojuegos como “Torero, arte y pasión en la arena”, con una opción,
presentada por un conocido torero, que enseña a dos jugadores las
técnicas más refinadas para torturar y matar a sus víctimas virtuales o
potenciales. Al igual que los esfuerzos, claramente tendenciosos para
presentar una corrida de toros simbólicamente, con descaro o sutileza,
como una expresión artística fascinante y respetable, a través del cine
o del teatro, en obras como “Carmen” y “Don Juan en los ruedos”, de
Salvador Távora, que llenan los escenarios de sangre real, vertida para
satisfacer el morbo de los espectadores, o la película “Hable con
ella”, del director Pedro Almodóvar, quien organizó corridas de muerte
en Madrid y Guadalajara, que costaron la vida a varios toros,
destruyendo la magia incruenta del cine para manchar de sangre a los
espectadores y hacerles cómplices involuntarios de una atrocidad
éticamente incomprensible e injustificable.
Uno de los factores que contribuyen a
mantener y fomentar las corridas de toros es el aporte de dinero
público de las instituciones locales y regionales a las escuelas
taurinas, que surgieron junto a los antiguos mataderos municipales,
donde se entrena a niños de doce y catorce años en “el arte de matar”,
mediante competiciones y prácticas con terneros y vacas, que sufren
atroces heridas e incluso, como en la escuela taurina de Madrid,
mutilaciones de las orejas y el rabo antes de morir. Barbaridades que
forman parte del ritual tauricida de las corridas, apoyadas y
justificadas por representantes taurinos de la cultura, como el
escritor y catedrático de ética de la Universidad Complutense de
Madrid, defensor de las corridas de toros y de las víctimas del
terrorismo, Fernando Savater, quien se jacta de que “las barbaridades a
veces también tienen su mérito, su estética y su ética”, justificando
demagógicamente la crueldad por no ser, según él, “el objetivo de la
diversión”, sino “un ingrediente necesario”.
El gobierno de Andalucía, que también apoya
las corridas de toros, justifica las escuelas taurinas que subvenciona
haciendo una lectura parcial de los artículos 35 y 46 de la
Constitución Española, que tratan del derecho al trabajo y la libre
elección de un empleo o una profesión, así como el fomento y
conservación del patrimonio cultural español, sin tener en cuenta el
artículo 15, que trata del derecho a la vida, sin miedo a la tortura y
a un trato inhumano y degradante, que convenientemente no se aplica a
los toros y caballos víctimas de las corridas.
Otros factores económicos que contribuyen a
mantener las corridas son la asistencia, nada grata, del turista
ocasional que apoya, a menudo involuntariamente, el morboso espectáculo
y la diversificación económica de los ruedos. Asimismo, mientras
algunos ganaderos se benefician de la ayuda económica de la Unión
Europea, destinada a la producción de carne, otras subvenciones
públicas permiten la celebración de corridas de toros en pueblos y
ciudades que carecen de medios económicos para organizarlas por su
cuenta. La venta de carne de los animales sacrificados a los gourmets
taurinos, que ignoran o desean ignorar la importante liberación de
toxinas producida por el estrés de las víctimas y las enfermedades
habituales relacionadas con su consumo, como tuberculosis, nefritis y
parasitosis hepática, también contribuye a hacer más rentable la
masacre taurina.
A pesar de la falta de apoyo público por los
espectáculos crueles de las últimas estadísticas, coincidiendo con el
auge del vegetarianismo/veganismo y la búsqueda de valores espirituales
basados en el respeto a la vida; sin absurdas excepciones
antropocéntricas o religiosas, la mafia taurina, que nunca en su
macabra historia ha querido saber de leyes de protección animal
(incompatibles con su actividad tauricida, destructora de hombres y
caballos), trata desesperadamente de retrasar el inevitable fin de una
sangrienta dictadura que extiende sus tentáculos por los satélites
taurinos de Europa, América y otros feudos potenciales, imponiendo un
espectáculo denigrante y remodelando o proyectando nuevos centros de
tortura multiuso, con cubierta o techo retráctil, para subvencionar y
equiparar el martirio de animales con otros espectáculos musicales y
artísticos más lucrativos, como el centro multimillonario de la ciudad
de Burgos, previsto para el 2004.
Una perspectiva histórica
Aunque las corridas de toros sean un
espectáculo singular y vergonzosamente español, su origen se remonta a
los sangrientos juegos romanos y las crueles venationes en las que se
mataban miles de animales para divertir a un público sediento de sangre
y fuertes emociones. Según cuenta Plinio el Viejo, en su Historia
Natural, Julio César introdujo en los juegos circenses la lucha entre
el toro y el matador armado con espada y escudo, además de la “corrida”
de un toro a quien el caballero desmontando derribaba sujetándolo por
los cuernos. Otra figura de aquella época, según Ovidio, fue el llamado
Karpóforo, que obligaba al toro a embestir utilizando un pañuelo rojo.
El sacrificio de toros también se incluía entre los ritos y costumbres
que los romanos introdujeron en Hispania.
En Creta, además del relato de la mitología
griega que cuenta las aventuras de Ariadna, hija del rey Minos, y
Teseo, que mató al Minotauro, hay constancia de la celebración de
juegos en la plaza de Cnossos, en cuyo palacio, conocido por el
Laberinto, pueden verse frescos que muestran a hombres y mujeres en
escenas de tauromaquia, guiados quizá por los mismos mitos y la
ignorancia insensata que permite caracterizar a un pacífico animal como
un monstruo o enemigo virtual, convirtiéndole en víctima real de
nuestro fracaso evolutivo como seres humanos, para poder traficar con
la vida y el dolor de cuantos carecen arbitriamente de nuestros
inmerecidos privilegios.
El acoso y la matanza de toros en España como ritual de diversión
La primera referencia histórica de una
corrida data de 1080, como parte del programa de festejos de la boda
del infante Sancho de Estrada, en Ávila. Existiendo una conexión
psicológica entre la corrida y estas celebraciones por la simbología
ritual libidinosa imaginaria entre toro y torero, o entre lo masculino
y lo femenino, con ramificaciones en el folklore y las fiestas
populares, así como la relación libidinal entre el público y el torero,
y otros elementos menos visibles que manifiestan todo un espectro de
deseos, traumas y pasiones malsanas y enfermizas.
Aunque varios escritores apuntan que el Cid
Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar, fue el primer caballero español que
alanceó toros, según Plinio, la práctica la introdujo Julio César,
atacando él mismo con una pica a los toros a caballo. Una costumbre que
los moros consideraban menos peligrosa que los torneos entre
cristianos, que les preparaban para las batallas en las que los hombres
se mataban del mismo modo.
Durante la Edad Media la corrida de toros se
desarrolla y es monopolizada gradualmente por la nobleza que,
influenciada por la galantería y el mal ejemplo de los reyes, como
sucede en España en la actualidad, se disputaba la notoriedad pública,
las atenciones de las damas y el respeto de los demás, exhibiendo su
“valor” y gallardía, acosando y alanceando toros, considerados como
enemigos totémicos de gran poder defensivo.
La reina Isabel la Católica rechazó las
corridas de toros, pero no las prohibió, mientras que el emperador
Carlos V se distinguió por su afición y mató un toro de una lanzada en
Valladolid para celebrar el nacimiento de su hijo Felipe II, en cuyo
reinado se promulgaron las primeras condenas eclesiásticas.
La complicidad del poder y la iglesia con las corridas de toros
En 1565 un concilio en Toledo para el remedio
de los abusos del reino, declaró las funciones de toros “muy
desagradables a Dios”, y en 1567 el Papa Pío V promulgó la bula De
Salutis Gregis Dominici, pidiendo la abolición de las corridas en todos
los reinos cristianos, amenazando con la excomunión a quienes las
apoyaban, pero su sucesor Gregorio XIII modera el rigor de la bula de
San Pío V, conforme al deseo de Felipe II de levantar la excomunión. En
1585, Sixto V vuelve a poner en vigor la condenación, que a su vez es
cancelada en 1596 por Clemente VIII. Felipe III renovó y perfeccionó la
plaza mayor de Madrid en 1619, con capacidad para casi sesenta mil
participantes, y Felipe IV, además de alancear toros y matar uno de un
arcabuzazo en la Huerta de la Priora, estoqueó a muerte a más de
cuatrocientos jabalíes.
Durante los siglos XVI y XVII, en España y el
sur de Francia ya se practicaba la suelta de vaquillas y toros por
calles y plazas, y otros festejos como los toros de fuego y los toros
embolados, ensogados o enmaromados, comparables en crueldad con el
espectáculo aristocrático de la corrida en el que el caballero tenía un
papel preponderante en el acoso y muerte del toro, que también sufría
las mil provocaciones que le causaban los peones desde los burladeros o
caponeras, los arpones que la chusma le clavaban y los arañazos de
algunos gatos introducidos en algún tonel que el toro desbarataba. En
Sevilla, se documenta una corrida, a cargo de la cofradía de Santa Ana,
con “seis o doce toros con cinteros y sogas para regocijo del pueblo”,
llegando a generalizarse en las grandes corridas a caballo, con
rejones, la provisión de un primer toro “para que sea burlado,
humillado y muerto por el pueblo de a pie”.
El entusiasmo de la nobleza por las corridas
se mantuvo durante el reinado de Carlos II, pero a partir del siglo
XVIII, cuando la nobleza se desentendió del toreo a caballo, a raíz de
la prohibición de Felipe V de las llamadas “fiestas de los cuernos”
(también rehusó participar en un auto de fe organizado en su nombre al
principio de su reinado), se impuso el protagonismo plebeyo en el toreo
a pie, con la novedad de la muerte del toro a manos de la gente más vil
y poco refinada vinculada con el abasto de carne y los mataderos, donde
desarrollaron su particular modalidad tauricida hasta formar en el
siglo XVII cuadrillas de peones o chulos provistos de capas, que se
unieron a los patéticos y despiadados jinetes (varilargueros), para
correr (provocar el acoso del toro), doblar (hacerle dar vueltas
bruscamente con el engaño), pinchar y rematar (desjarretar) a los toros
agotados que rehuían el doloroso encuentro con sus verdugos a caballo y
los perros de presa. Pasando de ser el enfrentamiento con el toro un
entrenamiento “deportivo” a un negocio lucrativo que siguió contando
con el apoyo real para erigir en la Puerta de Alcalá de Madrid la vieja
plaza de obra de fábrica, donada por Fernando VI a la Real Junta de
Hospitales, que fue inaugurada en 1754.
A partir de la segunda mitad del siglo XVIII
se destinan extensas tierras para pastos, mientras el matador de toros
alcanza renombre como espada y se consuma la dictadura taurina, al
margen de la ley, con la proliferación de plazas permanentes, al estilo
de los coliseos romanos, como un cáncer de la razón, con la
consiguiente perversión y vulgarización de las malas costumbres y la
pérdida de valores éticos y sociales que los españoles ilustrados
trataron de corregir, sin éxito, con una legislación más humanitaria y
socialmente acertada.
La conciencia humanitaria ilustrada y el despotismo taurino
A finales del siglo XVIII, una iniciativa
para civilizar las costumbres del país del conde de Aranda, ministro
del gobierno ilustrado de Carlos III y presidente del Consejo de
Castilla, desembocó en la promulgación de la Real Orden de 23 de marzo
de 1778, que prohibía las corridas de toros de muerte en todo el reino,
con excepción de aquéllas destinadas a sufragar, “por vía de arbitrio”,
algún gasto de utilidad pública o fines benéficos, siendo éstas
prohibidas también posteriormente por la “pragmática-sanción en fuerza
de ley” de 9 de noviembre de 1785, que contemplaba su “cesación o
suspensión”. Finalmente, por el decreto de 7 de septiembre de 1786 se
consumó la total prohibición de todos los festejos, sin excepciones,
incluidas las corridas concedidas con carácter temporal o perpetuo a
cualquier organismo como “las Maestranzas u otro cualquiera cuerpo”. En
1790, otra “Real Provisión de los señores del Consejo”, erradicaba, no
sólo la versión espectáculo de la recién inventada “corrida moderna”,
sino cualquier celebración que tuviera al toro como víctima
protagonista, en virtud de la cual se prohibía “por punto general el
abuso de correr por las calles novillos y toros que llaman de cuerda,
así de día como de noche”. En 1805, otro real decreto de Carlos IV
reiteraba la abolición de las corridas de toros en España y sus
territorios de ultramar, aunque se toleraban algunas excepciones con
fines benéficos. Prohibición que dejó de ser efectiva incluso antes de
la llegada de Fernando VII, el rey absolutista que restaura el tribunal
de la inquisición (abolido en 1808) y da su apoyo a las corridas,
mientras suprime las libertades y la constitución de 1812. Cerrando las
aulas de la Universidad en todo el reino, al mismo tiempo que crea, en
1830, la primera escuela de tauromaquia, con sede en el matadero
sevillano, que sería cerrada tras su muerte, en 1834, bajo la regencia
de María Cristina.
El deseo de la mafia taurina de afianzar su
poder e imponer su espectáculo a toda costa a la población española
incrementa el ritmo de construcción de circos de muerte a lo largo del
siglo XIX (en respuesta a la prohibición legal de las corridas), en
cuyo período se erigen y se aumenta la capacidad de la mayoría de los
que hoy están en uso. Provocando el apasionado clamor literario de la
poetisa española Carolina Coronado (1823-1911) contra la profusión de
circos taurinos, en su poesía Sobre la construcción de nuevas plazas de
toros en España. Durante el siglo XIX se regula la matanza de los toros
al margen de la ley, publicándose en 1836 la Tauromaquia completa,
mientras se organizan espectáculos en los que participan perros y otras
especies animales, al más puro estilo del antiguo circo romano, como el
enfrentamiento que tuvo lugar en Madrid entre un toro y un elefante en
1898.
La muerte de miles de caballos, horriblemente
destripados, convierte las corridas de toros en verdaderas carnicerías
que acaban reduciendo la población equina a la mitad en el último
tercio del fin de siglo, lo que motiva la introducción en 1928 del
peto, una colcha protectora de invención francesa, que no elimina el
sufrimiento del caballo, pero evita herir la sensibilidad de los
espectadores que menos toleran la sangre.
Los ganaderos manipulan el comportamiento y
la fuerza del toro reduciendo su tamaño y fabricando un animal
acomodaticio por medio de sucesivos cruzamientos para adaptarles al
ritual taurino “moderno”.
Pablo Iglesias (1850-1925), figura
indiscutida del Partido Socialista (PSOE) desde su legalización en
1881, condena públicamente las corridas de toros; pero es su propio
partido el que las legaliza de nuevo en España mediante el Real Decreto
176/1992, de Juan Carlos I, que, lejos de tipificar la crueldad como
delito como corresponde a un gobierno constitucional democrático,
establece las medidas para fomentar la barbarie taurina “en atención a
la tradición y vigencia cultural de la fiesta de los toros”,
especificando las características y el tamaño de las armas, legalmente
homologadas, que los verdugos deben emplear para torturar a sus
víctimas, como las banderillas; más largas que hace dos siglos, las
banderillas negras (que reemplazaron a las de fuego con cartuchos de
pólvora), para aterrorizar al toro manso que no colabora con sus
verdugos, así como la puya o pica, la espada o estoque y la puntilla
propia del matadero y el arsenal taurino.
El negocio taurino fuera de España: una cuestión de vida y muerte
Las corridas de toros en América, Francia y
Portugal atravesaron las mismas vicisitudes que en España, decretándose
prohibiciones civiles y eclesiásticas que, salvo algunas excepciones,
no se respetaron, aunque contribuyeran al desarrollo de un estilo
diferente de espectáculo, igualmente cruel, basado en el tormento y la
muerte de un animal sensible.
En Francia, la entrada en vigor de la ley
Grammont prohibiendo las corridas de toros el 2 de julio de 1850, no
impidió la introducción de las corridas de muerte al estilo español,
para satisfacer a la emperatriz española, Eugenia de Montijo, que
intervino personalmente para solicitar la suspensión de la prohibición
que afectaba a una serie de corridas en Bayona, programadas para el
verano de 1853, en las que murieron 19 toros y 39 caballos. A pesar de
lo cual, las corridas siguieron estando legalmente prohibidas durante
cien años en todo el territorio nacional, hasta la adopción, por el
Consejo de la República, el 12 de abril de 1951, de una proposición de
ley declarando que la ley anterior “no era aplicable a las corridas de
toros cuando una tradición ininterrumpida podía ser invocada”.
Temiendo que una mayor preocupación por los
derechos de los animales haga más difícil mantener engañada a la
opinión pública mundial, la mafia taurina trata desesperadamente de
exportar su esperpéntico espectáculo a cualquier país sin ninguna
tradición taurina como Egipto y Rusia, o a otras ciudades de Francia
como París, donde intentaron organizar una corrida, en junio de 2002; o
Carcasona, donde se montó una corrida por primera vez desde 1954,
después de que el alcalde y la corte superior de justicia hicieran
prevalecer la escapatoria legal de que existe “una tradición local
ininterrumpida”, una disposición que excluye a las corridas de toros y
peleas de gallos de las sanciones previstas en la actualidad para el
maltrato de animales en la ley francesa de protección de los animales
del 15 de julio de 1976.
“Según una encuesta francesa de 1993, el 83% de la población está en contra de las corridas de toros, y sólo las apoya un 11%”.
En Portugal, donde la crueldad y el
sufrimiento de los animales es similar al resto de la península, a
pesar de la prohibición de las corridas de muerte al estilo español en
1928, la tradición de matar a los toros en las plazas de las ciudades
fronterizas con España continúa en lugares como Villa de Barrancos,
donde las autoridades las han permitido durante décadas.
Paradójicamente, una nueva ley permitirá nuevamente la matanza del toro
en los ruedos, en las ciudades que puedan demostrar haber mantenido
ininterrumpidamente la costumbre de matar toros y de haber incumplido
sistemáticamente la ley durante al menos cincuenta años.
Los falsos argumentos utilitaristas en
defensa de las tradiciones para justificar la tortura de los toros no
justifican de ninguna manera ningún acto basado en el suplicio gratuito
de nuevas especies animales, pero el abuso sistemático de animales de
cualquier especie acaba insensibilizando a la opinión pública ante el
sufrimiento animal, permitiendo, por ejemplo, incluso encierros de
avestruces en Aragón y en poblaciones como Fuengirola, sin tener en
cuenta las consecuencias físicas, psicológicas, morales o éticas para
las víctimas involuntarias o para quienes participan de buena gana en
cualquier espectáculo cruel y degradante.
Si deseamos atajar la violencia contra los
animales de cualquier especie y empezar a construir una sociedad basada
en el respeto a la vida y a los demás, debemos avanzar en la dirección
más humanitaria de otros países de la Unión Europea como Alemania,
Italia o el Reino Unido, y mejorar el estatuto de los animales en
España y otros países como Portugal, Francia, México, Colombia,
Ecuador, Perú y Venezuela, condenando sin paliativos la tortura de
cualquier ser vivo a nivel europeo e internacional y reformando el
artículo 632 del Código Penal español, que es totalmente ineficaz para
prevenir los casos de crueldad con los animales, ya que sólo se aplica
a los espectáculos no autorizados legalmente, en cuyo caso el maltrato
sólo está castigado como una falta, con una multa.
El despertar de la conciencia pública
Los continuos esfuerzos de las instituciones
en apoyo de las corridas de toros y las fiestas crueles, en las que se
torturan animales de varias especies en la España democrática, se
enfrentan al creciente rechazo de una juventud más crítica que busca
una relación más sincera y armoniosa con los animales y la naturaleza,
y a una opinión pública más escéptica y dispuesta a cuestionar, no sólo
la calidad y el origen de los alimentos, sino también las diversiones
más aberrantes. Lo cual posibilitaría el fin de la permanente sangría
nacional y un mayor progreso económico, social y cultural del país
haciendo realidad el sueño de erradicar las costumbres violentas,
insolidarias y crueles, como las corridas de toros, prohibidas hace más
de dos siglos por nuestros ilustres antepasados como una enfermedad
social que se manifiesta, de múltiples formas, destruyendo nuestra
sensibilidad y el sentido ético y estético de cuantos aceptan como
normal que las partes mutiladas de un animal herbívoro pacífico sirvan
de recompensa a sus verdugos, y fomentando incluso el machismo y la
violencia de genero; ya que si se acepta que un ser vivo pueda ser
torturado por lucro y diversión, también la condición humana puede ser
objeto de la misma consideración.
José Vargas Ponce, capitán de fragata,
miembro y director de la Real Academia de la Historia, y notable
erudito, amigo de los principales ilustrados de la época, como
Jovellanos y Villanueva, resumió en su Disertación sobre las corridas
de toros, escrita en 1807, todos los argumentos antitaurinos del siglo
XVIII, trabajo que, lamentablemente, no trascendió más allá del
limitado círculo académico, quedando inédito en los archivos hasta
1961, cuando Julio Guillén Tato, otro marino académico, editó la
Disertación y alguna documentación complementaria, en la que el autor
condena las diversas perversiones que se resumen en la corrida de
toros: “¿Será posible que espectáculo por tantos títulos bárbaro,
expuesto e indecoroso, haya tolerado siglos y siglos, sin repugnarlo,
la gente española?”. En otro apartado sobre los perniciosos efectos que
este espectáculo produce en el carácter colectivo de los españoles,
dice: “Esto es en el fondo el objeto de cada corrida; esto es lo que
representa y multiplica las escenas: fiereza procurada por el hombre,
daños y carnicerías voluntarias, dechados perennes de crueldad y de
ingratitud, y sangre vertida y mezclas de sangres, y siempre sangre y
más sangre. Pues si estos son los ejemplos de los toros, ¿qué pueden
producir los toros? Dureza de corazón, destierro de la dulce
sensibilidad y formas tan despiadadas y crueles como el espectáculo que
miran”.
Las corridas de toros y los derechos naturales de los seres vivos.
El significado histórico de los derechos
civiles, la libertad de expresión y la extensión de los derechos
naturales a los seres humanos y a los animales, por primera vez con
criterios puramente humanitarios, surgió de una profunda reevaluación
de los valores éticos y las prioridades humanas que permitió cuestionar
cualquier forma de explotación animal como la domesticación de
animales, que es un modelo para el sometimiento social, al igual que la
caza, que históricamente ha representado una afirmación de poder y
virilidad, y la vivisección que, además de una atrocidad científica,
hipoteca nuestra salud, haciéndonos rehenes de los criterios
mercantilistas de la industria farmacéutica, que no concibe la salud
sin el recurso obligado a las medicinas.
Para hacer frente a las corridas de toros
como una costumbre cruel e institucionalizada, antes es necesario
entender la relación existente entre este arcaico espectáculo y la
primitiva escala de valores de la cultura carnívora en la que se
sustenta, que considera a los seres humanos y a otros seres vivos como
enemigos potenciales a quienes es posible dominar o sojuzgar, además de
consumir sus despojos. Dado que una forma de explotación suele
justificar la otra, y ambas pertenecen a una mitología que aparta a los
animales de nuestro ámbito moral.
Joseph Ritson (1752-1803), decía en 1802, en
su Ensayo moral sobre la abstinencia, que la relación entre el consumo
de animales y el comportamiento cruel y despiadado del ser humano, es
un hecho históricamente demostrado. Y que el origen de los mal llamados
deportes bárbaros e insensibles de los ingleses, como las carreras de
caballos, la caza, el tiro con escopeta, el acoso con toros y osos, las
peleas de gallos, los combates profesionales de boxeo, y otros tantos,
está en la adicción a la carne.
El vegetarianismo como base del progreso social y cultural
Las raíces del movimiento vegetariano, que
llegaría a ser la base de las campañas en pro de los animales y sus
derechos, tienen su origen en los ideales de la Ilustración y de
quienes han creído y luchado por un mundo más justo para los seres
humanos y los animales; intelectuales ilustrados como el conde de
Aranda (1719-98), diplomático y primer ministro de Carlos III, y Gaspar
Melchor de Jovellanos (1744-1811), jurisconsulto, estadista y escritor,
se caracterizaron por su rechazo frontal a las corridas de toros,
promoviendo la cultura, el bienestar social y la mejora de las
costumbres. Cuya influencia se dejó sentir en toda la generación de los
literatos del 98 que, con la excepción de Valle-Inclán, se opusieron a
las corridas de toros. Miguel de Unamuno transformó el antiguo lema de
Pan y Juegos en Pan y Toros, criticando a las masas que acudían a las
corridas en busca de una macabra y sangrienta diversión, mientras que
Pío Baroja expresó su preocupación por el sufrimiento de los animales.
Los libros de Tomas Payne (1737-1809),
“Sentido común” y “Los derechos del hombre”, cuya influencia marcó el
curso de la historia de la humanidad, y Joseph Ritson, quien creía que
los sacrificios rituales de animales permitieron que el ser humano
empezara a comer carne, representaron los ideales de la Ilustración
para todos aquellos que creían en un nuevo concepto universal de la
justicia para los seres humanos y los animales, sentando las bases del
movimiento vegetariano internacional del que forman parte
organizaciones como la Unión Vegetariana Internacional (IVU) y diversas
asociaciones veganas internacionales que promueven un estilo de vida
más sano y solidario, basado en una alimentación de origen vegetal, que
rechaza y condena el maltrato de los animales y su explotación para la
producción de alimentos, cuya comercialización y consumo impiden la
adopción de medidas necesarias, justas y responsables a favor del
bienestar de los animales, y el movimiento global para la defensa de
sus derechos, un colectivo al que pertenecen también varias
asociaciones españolas como Amnistía Animal, ADDA, ALA, ANPBA, ASANDA,
ATEA, Derechos para los Animales, OLGA, etc., que defienden los
derechos de los animales y condenan la crueldad institucionalizada de
las corridas, canalizando la indignación pública hacia estos
espectáculos, como en la primera marcha antitaurina de la primavera de
1987 a la plaza de las Ventas de Madrid. Protestas que no siempre
reciben la atención adecuada de los medios de comunicación por temor a
perder los favores políticos y económicos de los intereses taurinos e
institucionales que las apoyan.
Por un futuro sin diversiones sangrientas
El mayor rechazo de la sociedad a las guerras
y los espectáculos crueles en los que se torturan y matan animales por
lucro y diversión, debería generar una actitud menos tolerante con la
violencia que sufren los animales y degrada a toda la sociedad; sin
embargo, aunque algunos festejos crueles, como el lanzamiento de una
cabra del campanario de la iglesia de Manganeses, ya no se permitan;
otros, como el “Toro de la Vega”, que consiste en perseguir a un toro
por el campo hasta matarlo con una lanza para disputarse sus testículos
como trofeo, encuentran su justificación en las corridas de toros y
siguen contando con el suficiente apoyo institucional, representado por
intereses taurinos, que no permiten educar a la sociedad a valorar por
igual a todas las víctimas de la violencia, impidiendo la adopción y
ejecución de una verdadera ley estatal de protección animal, acorde con
una sociedad democrática evolucionada que respeta los intereses de los
más vulnerables.
Si podemos establecer que somos lo que
comemos y rechazamos la violencia relacionada con el consumo de carne,
también debemos dejar vivir a los demás. Si nuestros alimentos son
nuestra medicina, también pueden permitirnos redefinir el significado
de lo que llamamos diversión y lograr alimentar el espíritu, o el alma,
aprendiendo a apreciar los alimentos obtenidos sin violencia ni
crueldad. Si realmente somos seres compasivos, cada uno de nosotros
debemos ser parte de la solución y pedir la abolición de las corridas
de toros y de toda su simbología supremacista que hace una fiesta del
dolor, centrando nuestros esfuerzos en debilitar los cimientos
políticos y económicos que hacen posible que perdure un anacronismo de
nuestro pasado sangriento que no tiene lugar en una sociedad que se
autodefine como moderna, democrática y solidaria.
“Según una encuesta reciente, el 68% de los
españoles no están interesados en las corridas de toros, siendo los
jóvenes y las mujeres quienes menos las apoyan. Los catalanes y los
gallegos, con el 81 y el 79%, respectivamente, son los que están menos
interesados. Otros datos reflejan que el 82% de los españoles no han
asistido nunca a una corrida, mientras que el 87% condenan el
sufrimiento animal en los espectáculos públicos”.
Francisco Martín,
A pesar de ser todas Anonimas, no procedo a borrarlas porque a pesar de todo demuestran claramente la pasión que manifiesto en el Post, a favor o en contra como Uds. ven se levantan pasiones y controversia, y eso es lo que cuenta.
En Català si us plau,
En Català és diu BRAUS i no " TOROS " Inculte……