El bloc d'en Pere

El fil dels dies

12 de juliol de 2013
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El capital simbòlic de Barcelona

El nuevo auge de Barcelona en el seno del sistema de ciudades europeas se ha basado en parte en su continua acumulación de capital simbólico y de marcas de distinción, en la que han desempeñado un gran papel la tenacidad en recalcar la historia y tradiciones propias de Catalunya, la comercialización de sus grandes logros artísticos y su herencia cultural (la arquitectura de Gaudí, por ejemplo), así como los rasgos distintivos de su modo de vida y tradiciones literarias, respaldados por un aluvión de libros, exhibiciones y acontecimientos culturales que celebran esas peculiaridades.

Todo esto ha sido realzado por nuevos ornatos arquitectónicos (como la Torre de Comunicaciones de Collserola diseñada por Norman Foster y el brillante Museo de Arte Contemporáneo en el barrio de El Raval, una zona céntrica muy degradada junto a Ciutat Vella) y grandes inversiones para abrir el puerto y la playa, recuperar zonas muy deterioradas para la Villa Olímpica (con una bonita referencia al utopismo de los icarianos).
A todo esto contribuyeron los Juegos Olímpicos, que abrieron enormes oportunidades para obtener rentas de monopolio (dicho sea de paso, Juan Antonio Samaranch, presidente del COI, poseía grandes intereses inmobiliarios en Barcelona).
A medida que crecen las oportunidades de embolsarse grandes rentas de monopolio sobre la base del capital simbólico colectivo de Barcelona como ciudad, su irresistible fascinación atrae una mercantilización multinacional cada vez más homogeneizante. Las últimas fases del desarrollo urbanístico frente al mar parecen idénticas a las de cualquier otra ciudad del mundo occidental; grandes almacenes multinacionales sustituyen a las tiendas locales, la gentrificación desplaza a los antiguos residentes y destruye el viejo tejido urbano, con lo que Barcelona pierde parte de sus marcas de distinción. Hay incluso muestras groseras de disneyficación.
Esa contradicción da pábulo al cuestionamiento y a la resistencia. ¿Cuál es la memoria colectiva a preservar? (…) Los debates de este tipo no se pueden acallar fácilmente, precisamente porque para todos está muy claro que el capital simbólico colectivo que ha acumulado Barcelona depende de valores de autenticidad, singularidad y cualidades particulares no reproducibles. Tales marcas de distinción local son difíciles de acumular sin plantear la cuestión del empoderamiento local, incluido el de los movimientos populares y de oposición. (…) Lo que está ahí en juego es muy importante, ya que se trata de determinar qué sectores de la población se van a beneficiar ma? del capital simbólico colectivo al que todos han contribuido.

(de David Harvey. Ciudades rebeldes. Ed. Akal, 2013, p. 157 – 158)


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