La trappola

La trappola che non acciuffa niente

10 de setembre de 2008
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11 de setembre

Sí, sí, ja la penjo l’estalada. Però com diu l’amic Borinotus, per l’any que ve, Mata de jonc, si us plau, Mata de jonc.

Us deixo també un petit text de Gregorio Marañón sobre l’època del Conde-Duque de Olivares. Marañón era un metge i historiador espanyol, que tot i que va flirtejar amb l’esquerra durant la república, i mantingué una posició ambigua durant la guerra civil, un cop arribada la dictadura es convertí en un dels pensadors de referència del falangisme. En especial com a inspirador de la “sección femenina”.

És curiós comprovar com Marañón, tot i el seu espanyolisme exagerat, tenia molt clar que el Àustries tingueren un poder molt limitat i havien de respectar les lleis dels diferents regnes hispànics. Contrasta el pensament de Marañón amb les bestieses indocumentades que pregonen els de “Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía”. Aquests, quan parlen d’història, es situen més a la dreta que els propis pensadors falangistes (veure aquí). 

Francia había desarrollado una política de unificación que, como tantas veces se ha dicho, influyó poderosamente en la actitud del Conde-Duque, porque al enemigo que nos preocupa quisiéramos destruirle; pero, a la vez, la preocupación nos impulsa a copiarle. Mas era el problema en uno y otro país muy diferente. En Francia no era ni siquiera problema político, y bastó a Richelieu para resolverlo meter en cintura, con la crueldad necesaria, a unos cuantos nobles con sangre todavía feudal. En España el problema tenía profundidades biológicas que escapaban y han escapado siempre a las concepciones simplistas de la mayoría de los gobernantes. Los majaderos se ríen cuando se dice que el problema de las regiones es de pura biología; pero es tan biológico como la estupidez de los que se ríen. Las razones políticas de que Portugal, por ejemplo, fuera un reino de España eran tan artificiales que sobre ellas sólo hubiera podido fundar una alianza federada y nunca una sumisión, y ello, a fuerza de siglos de una convivencia infinitamente inteligente, incompatible con las realidades artificiosas, rígidas y nacionalmente anfibiológicas de la política de enlaces o de conquistas. Y fuera ya de Portugal, nación genuina, dentro de España misma, la personalidad de las regiones es un hecho tan vivo, que sólo la pasión, la malicia o la necesidad lo puede desconocer. Hasta el patriotismo del español es, ante todo, regional. Cuando los españoles se encuentran en el extranjero, no hacen, así que su número es un algo crecido, un centro español, sino centros regionales; y, en la vida públicase, lo que más une a un español medio con los demás, por encima de las diferencias políticas, religiosas, etc., es la regionalidad.
El Conde-Duque, aunque partiendo del error de querer suprimir las leyes regionales de los pueblos que las tenían, entrevió, en cuanto a la táctica, la verdadera solución del problema, en el sentido de la mezcla paulatina y cordial de las regiones. Pero le hizo olvidar la táctica y todo lo demás su desatinada política exterior, que le obligaba a exhibir a los reinos sacrificios vedados por los fueros, de un modo perentorio, sin tacto ni inteligencia ni cordialidad. Era difícil, en efecto, que ante guerras no defensivas ni inspiradas en un interés nacional, sino de sentido imperialista o religioso, y, por tanto, arbitrario, los portugueses o los habitantes del Reino de Aragón -aragoneses, valencianos, catalanes- se aviniesen a dar los hombres y los dineros que, mientras sus leyes no se modificasen, no tenían obligación de proporcionar.
En el asunto de Cataluña la táctica del Conde-Duque no tiene disculpa. No creo que tuviera, com dice Soldevilla, “una instintiva hostilidad” hacia el Principado, sino, tan sólo, una idea política y equivocada del problema. Olvidó que era imposible hacer, ni por las buenas ni por las malas, una suma uniforme de dos sustancias -los dos pueblos, Cataluña y Castilla- históricamente incapaces de fundirse, aunque sí de mezclarse en un mínimo cordial de afectos y conveniencias comunes.

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