Quien define el debate sobre el pasado de una sociedad, de una nación, está planteando una perspectiva de futuro de la misma. Hablamos del sujeto, de su identidad y su cohesión social y política. Cuando en una nación sometida estos debates se presentan dentro de las coordenadas señaladas por el poder extranjero que la domina, algo se está haciendo mal.
En una publicación digital sabiniana hemos leído recientemente que “Navarra no fue jamás el reino de los vascos”. Y que “ni sus reyes ni su alta nobleza, tuvieron voluntad de que lo fuera”. ¿Tuvieron los vascos algún reino? Y sus reyes y alta nobleza, ¿qué voluntad tenían de ser? ¿Castellanos?, ¿españoles?, ¿franceses?
Esta lectura viene a decir que el pueblo vasco es un ente de razón, un constructo mental, que nunca ha existido y que comenzó su andadura por el mundo con Sabino Arana, que según ellos no sólo fue el padre de la patria, sino también el creador de su pueblo.
Como se percibe en la interpretación de esa revista, la definición del país de Arana Goiri (y sus seguidores, de derechas como de izquierdas) para afrontar el futuro se basa sobre un relato construido por los estados que nos ocupan. Y lamentablemente muestran una fuerte querencia a banalizar y distorsionar otras perspectivas que defienden una visión más centrada del propio país. Autocentrada, diríamos.
Cuando algunos reclamamos la centralidad navarra dentro de la historia y del futuro del País Vasco, lo hacemos para no caer en la trampa de considerarnos simples apéndices de la historia de España o de Francia. Defender una historia propia del sujeto nacional vasconavarro exige salir de la órbita académica normal.
Los vascones construyeron el reino de Pamplona en el siglo IX (Navarra, a partir del XIII), y eso es precisamente lo que reivindicamos: su conocimiento y la comprensión de las consecuencias a nivel social, lingüístico y político para nuestro pueblo. Este Estado nacionalizó nuestra colectividad. El Derecho Pirenaico, consuetudinario, fue la base del mismo: el Fuero de Navarra, su principal expresión.
Reivindicamos la continuidad histórica de nuestro pueblo, es decir, la existencia en este Estado navarro, y lo reivindicamos como modo de salir de la situación de subordinación y fractura actuales. No se trata de volver a un sistema estamental, propio de aquel pasado, sino de recuperarlo como Estado libre, moderno, en el juego internacional presente.
Arana Goiri tuvo la capacidad y el mérito de transformar la reivindicación foral, característica del carlismo del XIX y de grupos fueristas liberales, en una reivindicación nacional, acorde con las perspectivas de su época. Sin embargo, este líder asumía una visión histórica en la que la partición territorial de nuestro país daba por buena la historia canónica española y francesa.
Lo que Arana consideró territorios vascos originales (Bizkaia, Navarra, Araba…) son consecuencia de los sucesivos ataques, conquistas y violencias sufridas por el reino de Navarra a manos de Castilla –España, a partir del siglo XVI– y de Francia. Nuestros territorios históricos no han sido resultado de la voluntad soberana de sus moradores, sino particiones imperiales.
Basar el futuro de la nación vasca sobre el fraude del relato de dominación es un error que pervierte el conocimiento y favorece, naturaliza, la subordinación. La nación vasca debe reivindicar sin complejos la existencia de un Estado histórico que fue independiente, forjó su cultura y la defendió durante siglos.
La memoria de Navarra como reino durante siglos se ha mantenido en la Alta Navarra hasta hoy. Esta lectura histórica se ve confirmada por la investigación reciente. Sobre ambas se debe construir el relato que nos constituye como nación. El relato que nos aboque a un futuro libre deberemos construirlo nosotros con nuestra voluntad política, pero conscientes de la existencia de un pasado propio, no apéndice de las mentiras imperiales.