Jaume Renyer

per l'esquerra de la llibertat

31 de juliol de 2016
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Europa va morir a Auschwitz

No he estat mai a Auschwitz, és una de les assignatures pendents de la meva vida, però en el meu imaginari aqueix camp de la mort és un símbol de l’autodestrucció europea.  Ahir va ser-hi de visita el Papa Francisco, com abans Joan Pau II, però aqueix cop sense dir un mot. Només un silenci antic i molt llarg, com diu Raimon. I pitjor encara, s’ha despenjat posteriorment amb unes declaracions banalitzant el gihadisme i desvinculant-lo de l’islam tot afegint que el cristianisme també té els seus assassins.

Sóc dels que penso que Europa com a civilització emergent a escala mundial va finir en aqueix camp de concentració, exterminant jueus i dissidents diversos en un genocidi perpetrat per un totalitarisme foll, autodestructiu, com fou el nazisme i els seus succedanis arreu del continent. Amb el silenci còmplice, precisament, d’un altre Papa, Pius XII.

Gabriel Albiac va escriure fa dos anys un breu però punyent article titulat “No es Gaza, es Europa”, situa l’origen de l’esfondrament europeu en la guerra del 1914-1918 tot afirmant que des d’aleshores l’únic testimoni de la civilització europea pre bèl·lica és Israel. L’Europa d’avui, la que va néixer volent superar el desastre d’Auschwitz, és una estructura política i econòmica sense ànima, que actua a la defensiva front als totalitarismes emergents, autòctons i nouvinguts i que és essencialment anti-israeliana.

Avui és Sant Ignasi, fundador dels jesuïtes reformadors d’Europa, de la corda del Papa argentí, precisament, sense que la convicció ferrenya d’aqueix orde sigui capaç de redreçar una civilització a la deriva. Els jueus fugen definitivament del continent que els va perseguir durant segles i amb ells s’esvaeix la síntesi cultural, que malgrat la dèria del cristianisme contra el judaisme, va fer d’Europa el centre del món.

Un dia com avui del 1492 finia el termini de tres mesos atorgat als jueus pels reis catòlics per tal de convertir-se o fugir, per això, segons Ignasi Carnicer, molts dels conversos adoptaren el seu nom. Aqueixos dies que rellegeixo Karl Popper i la seva defensa de les societats obertes occidentals front als diversos totalitarismes que l’encalcen, amb el gihadisme a l’avantguarda, percebo la buidor intel·lectual que ens envolta i quanta raó tenia l’amic selvatà esmentat quan va escriure fa anys la seva “Carta a un euroidiota” .

La millor Europa va morir a Auschwitz, certament, allò que en queda és una altra entitat encara sense una definició clara i amb un futur incert. Les antigues nacions, com la catalana, que no hem participat de l’època daurada d’Europa i que maldem per sobreviure enmig d’una UE que ens és adversa som una esperança concreta i viable d’una renaixença col·lectiva.

Post Scriptum, 21 de novembre del 2016.

Reprodueixo l’article d’Eli Cohen, “Por qué Israel es parte de Occidente”, publicat al digital El Gran Oriente Medio el proppassat 18 d’aqueix mes ja que contrasta la vitalitat positiva d’Israel amb el pessimisme euro-occidental:

“Parece ser que desde ese famoso libro de Spengler, Occidente está en declive. No es una decadencia ni económica, ni militar ni hegemónica, y quizá tampoco política; sino moral y filosófica. Aunque los demagogos de siempre intenten mostrar lo contrario, los países occidentales son los más libres, los que más producen, los que generan más bienestar y seguridad para sus ciudadanos, y los que lideran la innovación tecnológica y científica en todo el mundo. Estamos en el cénit de la civilización occidental; sin embargo, los occidentales, como Lester Burnham en American Beauty, han perdido algo, concretamente, su narrativa: saber que merece la pena defender su sistema, reclamar que es mejor, ética y funcionalmente, que los demás. En su excepcional The Suicide of the West, Richard Koch y Chris Smith lo delinean claramente: el declive de Occidente está generado desde dentro; los occidentales, por diversas razones, han perdido el optimismo, su visión y su misión, el self-improvement spirit, el espíritu de mejora y superación.

A pesar de esta crisis, existe un país que se dice occidental, que quiere formar parte del club y que no ha perdido el optimismo primigenio ni el deseo de mejorar, que históricamente han sacado a relucir lo mejor de las naciones libres. Aplicando el test del pato –“si parece un pato, nada como un pato, y grazna como un pato, entonces probablemente sea un pato”–, Israel es un país occidental de pleno hecho y derecho.

En primer lugar, Israel tiene instituciones occidentales consolidadas y eficientes. Es una democracia representativa y pluralista, y su Corte Suprema es independiente –sólo hay que ver la lista de políticos que ha procesado–; en su territorio rige el imperio de la ley, se protege a las minorías y se atiende a los más vulnerables; la prensa es libre y la sociedad, políticamente activa. Mientras todo Oriente Medio se sumía en el caos tras la Primavera Árabe, la normalidad democrática fue la tónica en Israel –como lo ha sido en estos casi 70 años de aislamiento, guerras y terrorismo indiscriminado–. La Freedom House califica las libertades políticas en Israel con un 1 (siendo 1 la puntuación más alta y 7 la más bajo), y los derechos civiles con un 2; y con un 10 sobre 12 el funcionamiento de su Estado. De una puntuación total posible de 100, Israel obtiene 80. Por su parte, Transparencia Internacional situó a Israel en el puesto 32 de 168 en su Índice de Percepción de la Corrupción.

En segundo lugar, Israel ha desarrollado una economía occidental, basada en el libre mercado y la innovación. Hoy, cuando hablamos de Israel hablamos también de la potencia tecnológica conocida como la Start Up Nation. Además del poderoso hub de innovación en el que se ha convertido, y de los productos punteros que ha generado, como el USB, la PillCam, los procesadores Intel o el riego por goteo, la renta per cápita de Israel es de aproximadamente 37.031 dólares, y la tasa de paro del 4,9%. En el índice de Libertad Económica de la Heritage Foundation, Israel ocupa el puesto 35 (de 185), y en el índice de Competitividad Global está en el puesto 24 (de 138).

En tercer lugar, Israel fomenta y disfruta de una cultura y una educación occidentales. Es el segundo país de la OCDE más educado y el tercero en producción de estudios científicos per cápita; tiene el número más alto de científicos e ingenieros en términos proporcionales y es el país con más museos por habitante. Su gasto en educación es del 8,4% del PIB, y es el primer país del mundo en inversión en I+D (5% del PIB).

En cuarto lugar, tiene objetivos comunes con el resto de Occidente: la lucha contra el yihadismo, la consecución de una paz duradera, la generación de prosperidad y bienestar para la ciudadanía, el desarrollo científico y tecnológico, el fomento del libre comercio entre los países, la lucha contra la pobreza, etc.

Y, por último, como ya dije, tiene algo que Occidente está perdiendo: el optimismo. Al igual que EEUU, Israel nació con objetivos más allá de los estandarizados; nació como refugio de una población apátrida y perseguida, y avanza con la vista puesta en aquello que escribió Herzl 52 años antes del nacimiento de Israel: (…) el mundo será liberado por nuestra libertad, enriquecido por nuestra riqueza, magnificado por nuestra grandeza. Y todo lo que intentemos lograr para nuestro propio bienestar repercutirá con fuerza y de forma beneficiosa en el bien de la Humanidad.

Este sentimiento de trascendencia, tan característico del pueblo judío, ha aportado a Israel una poderosa herramienta para defender, en cada esquina y en cada momento, su precioso sistema de libertades, en medio de un océano de regímenes abyectos.

Este optimismo se constata también en el hecho de que es uno de los países con más nivel de felicidad ciudadana, el número 11 (de 196). Es realmente impresionante, dadas  las circunstancias y el entorno –y el carácter y la idiosincrasia de los propios israelíes–. En Occidente, en cambio, reina el pesimismo sobre el futuro y, debido a ello, los populismos no dejan de crecer.

Hay expertos que opinan que Israel no es plenamente occidental. El famoso sociólogo Samy Smooha ha dicho que Israel es semioccidental debido, sobre todo, al fuerte influjo de la religión en el Estado, y especialmente por leyes nada occidentales como la del matrimonio (no existe aún el matrimonio civil), o por la ocupación militar en los territorios palestinos. No obstante, no son razones que extirpen a Israel su condición de occidental. No es el único ni el primer país democrático y occidental con situaciones complejas, con deficiencias y con carencias. De hecho, que tenga la voluntad de corregir sus defectos es, precisamente, otra de las características que comparte con el resto de Occidente.”

Post Scriptum, 31 de juliol del 2018.

Recomano la lectura de l’historiador anglès Keith Lowe, “Continente salvaje. Europa después de la Segunda Guerra Mundial”, Galaxia Gutemnberg, Barcelona, 2015, on analitza globalment el desastre multidimensional (demogràfic, moral, econòmic, històric) que va suposar el cicle de violència ètnica (amb cobertura ideològica, nazisme, comunisme) que va acabar amb el multiculturalisme europeu, especialment amb el desarrelament dels jueus autòctons.

Post Scriptum, 15 de novembre del 2021.

Bruno Quélennec va publicar el proppassat 10 d’aqueix mes una reflexió punyent a la revista digital “K., Les Juifs, l’Europe, le XXIe siècle”, apareguda el març d’enguany: L’ antisémitisme « secondaire » ou « à cause d’Auschwitz ».

La pluralité des mises en accusation des juifs impose de retravailler en permanence les concepts qui servent à les caractériser. Depuis quelques années, la notion « d’antisémitisme secondaire » ou « antisémitisme de rejet de culpabilité » s’est ainsi imposée pour caractériser des nouvelles formes d’hostilité anti-juives qui se rapportent à la Shoah pour la nier, la relativiser, en inverser la responsabilité, etc. Le texte du philosophe Bruno Quélennec pour K. vise à clarifier cette notion majeure pour la compréhension de l’antisémitisme contemporain[1].

Inconnu en France, le concept d’ « antisémitisme secondaire » (Sekundärer Antisemitismus) ou d’ « antisémitisme du rejet de la culpabilité » (Schuldabwehr-Antisemitismus) est d’usage courant dans les études germanophones sur la judéophobie contemporaine[2]. Ce type d’hostilité anti-juive est souvent décrit par une formule attribuée au psychanalyste israélien Zvi Rex : « les Allemands ne pardonneront jamais Auschwitz aux Juifs ». La Shoah donnerait paradoxalement aux Allemands une nouvelle raison de haïr les Juifs, l’existence de ces derniers rappelant aux premiers les crimes commis en leur nom sous le IIIe Reich. Cet antisémitisme non pas « malgré, mais à cause d’Auschwitz[3] » se manifesterait de plusieurs manières : par une incapacité à reconnaître toute forme de responsabilité collective pour la Shoah, par la négation ou la relativisation de l’extermination, par un rejet de sa commémoration, et par une tendance à renverser les rôles de bourreaux et de victimes

La « matrice » de l’antisémitisme secondaire (P. Schönbach, T. W. Adorno)

Le concept d’antisémitisme secondaire est utilisé pour la première fois par le sociologue Peter Schönbach en 1961, dans un travail de psychologie sociale où le chercheur soutient que les attitudes anti-juives au sein de la jeune génération allemande reposeraient moins sur une conviction nationale-socialiste « authentique » que sur une « appropriation » des préjugés nazis du « père »[4]. Dans la recherche actuelle, cette idée d’un antisémitisme de « seconde main », transmis dans la sphère familiale, est souvent confondue avec la notion d’« antisémitisme du rejet de la culpabilité ». construite par Theodor W. Adorno. Dans une analyse qualitative d’entretiens de groupe menés à la fin des années 1940 (intitulée Schuld und Abwehr)[5], le philosophe constate que la plupart des enquêtés ne revendiquent aucunement l’idéologie nazie, reconnaissent l’horreur de la politique du régime… mais ne veulent pas pour autant en être tenus coupables. Confrontés en amont de l’entretien de groupe à la critique (fictive) du soldat américain « Colburn », qui déclare dans une lettre (également fictive) que les Allemands restent après-guerre très massivement hostiles aux Juifs et refusent d’assumer une quelconque responsabilité pour les crimes nazis[6], bon nombre d’enquêtés rejettent en bloc cette accusation[7]. Ces réflexes de défense ne sont certes pas antisémites en eux-mêmes, mais Adorno montre qu’ils peuvent servir de base à une reconstitution de l’hostilité anti-juive : si les Allemands ne sont pas responsables ou coupables, l’occupation alliée, les programmes de « rééducation », les réparations à payer, les bombardements subis, perdent leur légitimité. Tous ses phénomènes peuvent dès lors être considérés comme des attaques injustifiées contre le peuple allemand, souvent présenté par les enquêtés comme un collectif composé principalement d’« innocents » et de « victimes » de la terreur nazie (et soviétique). Dans ce cadre interprétatif, les Juifs peuvent faire l’objet d’accusations à caractère antisémite : on dénonce par exemple la « pression » morale, politique et financière illégitime qu’ils exerceraient sur l’Allemagne, par l’intermédiaire des Alliés, mais aussi leur prétendue main-mise sur le marché noir dans l’immédiat après-guerre[8].

Pour expliquer ce type de réactions, Adorno mobilise les concepts psychanalytiques de « rejet de la culpabilité» et de « projection agressive[9] » : le sentiment de culpabilité, lorsqu’il n’est pas travaillé de manière consciente, serait bloqué et projeté vers l’extérieur (c’est-à-dire vers les Alliés, les Juifs, les Displaced Persons, etc.). Ces « stratégies » plus ou moins inconscientes d’auto-disculpation ne sont pas toujours corrélées à un passé de compromission active avec le régime : c’est plutôt la combinaison d’un sentiment de culpabilité « latent » et d’une identification « aveugle » avec la « nation » qui constitue les conditions nécessaires et suffisantes de ce type de réflexes potentiellement antisémites. Si l’étude de Schönbach insistait sur la question de la transmission intergénérationnelle du préjugé, à travers la figure du père dont les enfants désirent garder une image « pure », Adorno décrit un mécanisme similaire, en se concentrant sur le rapport de l’individu à la patrie. Pour ces deux auteurs, les ingrédients de la matrice de l’antisémitisme secondaire sont donc un « complexe de culpabilité » (niveau individuel et psychologique), un réflexe de défense du groupe (niveau sociologique) et le nationalisme (niveau idéologique et politique). La Shoah constituant un obstacle insurmontable au développement d’une quelconque fierté, la responsabilité pour l’extermination doit être niée, relativisée, contournée, compensée, afin que son poids ne pèse plus sur la conscience individuelle, familiale ou nationale. Or, c’est souvent dans le cadre de ces tentatives d’auto-disculpation que des stéréotypes anti-juifs sont réactivés.

La « sémantique » de l’antisémitisme secondaire (W. Bergmann)

A partir des années 1980, le concept d’antisémitisme secondaire est reformulé et remanié par le sociologue du Centre de recherche sur l’antisémitisme de Berlin Werner Bergmann, dont les travaux s’inspirent moins de Schönbach et Adorno que de la théorie des systèmes luhmannienne. Dans un article de 1986 rédigé avec Rainer Erb[10], W. Bergmann caractérise la RFA de l’après-guerre par une double réalité contradictoire : alors que l’expression de l’antisémitisme est prohibée dans l’espace public, les préjugés anti-juifs circulent encore largement dans la sphère privée et familiale. Selon les deux sociologues, la non-expression de l’antisémitisme constitue à ce moment-là la condition de possibilité de la « communication publique ». Elle permet à la fois la refonte de l’État ouest-allemand, construit sur le mythe d’une rupture nette avec le national-socialisme, et l’intégration de cet État dans la communauté internationale du « monde libre ». Cette double réalité aurait entre autres pour conséquence un remplacement de l’expression publique de l’antisémitisme moderne par d’autres formes de judéophobie, moins soumises à la censure. L’antisémitisme secondaire est donc moins conçu ici comme une « matrice » inédite ancrée dans un « complexe de culpabilité » post-Shoah que comme une nouvelle sémantique permettant l’expression de l’hostilité anti-juive dans le contexte nouveau de sa tabouisation sociale et politique.

Dans un article de 2007, W. Bergmann s’est attaché à en reconstruire les quatre formes d’articulation principales. Prises séparément, ces différentes « stratégies discursives » ne sont pas toujours nécessairement antisémites ; on dira que c’est leur convergence qui fait la sémantique de l’antisémitisme secondaire[11] :

– La négation de la Shoah ou sa relativisation. Il y là tout un spectre d’options allant du négationnisme pur et simple à la mise en balance de la Shoah avec d’autres massacres, pour lui contester son caractère exceptionnel.

– Le « décompte » (Aufrechnung). W. Bergmann distingue deux sous-types : présenter les Juifs comme co-responsables de la Shoah ou comme un collectif de « bourreaux » ; construire le collectif national (allemand) comme un collectif de « victimes » de la Seconde Guerre Mondiale.

– Le refus d’aborder le sujet. Le sociologue fait référence ici aux appels à « tirer un trait sur le passé », à en finir avec la « culture de la repentance » afin de renouer un rapport « normalisé » avec le passé national (un discours que l’on entend aujourd’hui régulièrement du côté du parti d’extrême-droite Alternative für Deutschland, mais pas seulement).

– Le discrédit moral. W. Bergmann renvoie à l’idée répandue selon laquelle la mémoire de la Shoah serait systématiquement « instrumentalisée » au service d’intérêts financiers et politiques, ceux d’un prétendu « lobby juif » et/ou de l’État d’Israël.

Transnationalisation de l’antisémitisme secondaire ?

On peut s’interroger sur les limites de la notion d’antisémitisme secondaire d’un point de vue temporel (est-elle pertinente pour appréhender la judéophobie allemande par-delà la génération des « bourreaux » et de leurs enfants ? La reconnaissance officielle des crimes nazis par la RFA et l’intégration d’une mémoire « négative » dans l’identité nationale (ouest-)allemande bouleversent-elles la « matrice » antisémite de l’après-guerre ?) et spatial (la notion d’antisémitisme secondaire est-elle « exportable » dans d’autres contextes nationaux, et notamment en France ?)[12]. Mais on peut aussi se demander si la globalisation de la mémoire de la Shoah à partir des années 2000 (pensons à des organisations comme l’IHRA) n’a pas été accompagnée d’un processus de transnationalisation de ce type d’hostilité anti-juive. L’antisémitisme « à cause d’Auschwitz » ne s’est-il pas désormais largement délié des idéologies nationalistes des anciens pays « bourreaux » ? Ne constitue t-il pas un « code culturel » (Shulamit Volkov) intégré à une vision du monde plus large et elle-même globalisée, construite en opposition à l’« Occident libéral » et à ce qui est vu comme son « impérialisme » culturel (et mémoriel)? Ne peut-on pas dès lors le retrouver aujourd’hui presque autant « à gauche » qu’ « à droite »?

Certes, les éléments de la sémantique de l’antisémitisme secondaire reconstruite par Bergmann circulent à travers le monde et se retrouvent « à droite » comme « à gauche »[13]. Ils constituent maintenant un « répertoire discursif » pour les multiples acteurs qui s’attaquent – pour des raisons diverses – à la mémoire de la Shoah. Mais de la même manière que toutes les critiques des prétendus « abus de mémoire » (Tzvetan Todorov) ne sont pas antisémites, tout antisémitisme « mémoriel » n’est pas nécessairement « secondaire ». Quelques éléments sémantiques dispersés ne « font » pas à eux seuls le syndrome de l’antisémitisme « à cause d’Auschwitz ». Je suggère dès lors de ne pas les délier de la matrice spécifique mise au jour par Schönbach et Adorno. Selon cette hypothèse, pour qu’il y ait antisémitisme secondaire, il faut que les acteurs qui mobilisent cette sémantique s’identifient d’une manière ou d’une autre avec le collectif criminel : c’est pourquoi on trouvera la judéophobie ainsi définie tendanciellement plutôt du côté de l’extrême-droite. Certains de ceux qui pensent, notamment en France, que la mémoire de la Shoah prend « trop de place » par rapport à celle de l’esclavage, de la colonisation ou de la Résistance peuvent être antisémites. Mais ils ne sont pas « secondairement antisémites » dans le sens donné ici à cette notion, dans la mesure où le groupe qu’ils cherchent à défendre ne fut pas « représenté » (mais au contraire, parfois persécuté) par le gouvernement de Vichy ou par l’Allemagne nazie. Si la sémantique est similaire, la matrice reste différente.

Post Scriptum, 21 de maig del 2023.

Haviv Rettig Gur escriu avui a The Times of Israel: “Auschwitz n’a pas été une exception dans l’histoire des Juifs d’Europe, mais sa conclusion logique. Le génocide est plus qu’un événement unique et monstrueux. C’est l’aboutissement de soixante années de politique destinées à débarrasser le continent européen de ses citoyens juifs”.

Post Scriptum, 1 de desembre del 2023.

Hagay Sobol, a Tribune Juive, el proppassat 8 de novembre:  “Le Hamas contre Israël, ou la volonté d’effacer définitivement la mémoire d’Auschwitz”.

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