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LA ENSEÑANZA EN CATALUNYA A DEBATE. LA HORA DE LA LENGUA.

 UN ARTICLE DE TONI MOLLÀ A:
Hemen zaude:   La enseñanza en Catalunya a debate. La hora de la lengua.  
2007-02-16 / 12:47

La enseñanza en Catalunya a debate. La hora de la lengua

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Hay debates muy socorridos que sirven para un roto y para un descosido. Los hay, incluso, que se usan como cortinas de humo sobre otras preocupaciones más profundas pero más impertinentes. El caso de la tercera hora de castellano en el sistema escolar catalán es de estos últimos.

Según algunos, dicha hora garantizará el bilingüismo perfecto de los ciudadanos. Según otros, esta modesta horita de clase desequilibra el potencial «normalizador» de la escuela. Ni unos ni otros se plantean la mayor: si la escuela es todavía la locomotora de la normalización lingüística. Y, finalmente, de qué hablamos cuando hablamos de escuela y de normalización lingüística en pleno siglo XXI. Wallace Lambert investigó hace muchos años «las influencias sociales que afectan el comportamiento de bilingües y las repercusiones sociales que resultan de su comportamiento». De sus estudios, plenamente actuales, se deduce claramente que las motivaciones para el aprendizaje y el uso de los idiomas son extraescolares. Esta obviedad parecen olvidarla nuestros políticos y también nuestros intelectuales. Pero, en efecto, cuando el medio social confirma y refuerza la lengua escolar, su adquisición se percibe de forma positiva y sus efectos pedagógicos se aceleran notablemente. El mismo Lambert lo llamó «medio aditivo». Y al revés. Cuando los usos públicos del idioma contradicen las políticas lingüísticas escolares, éstas sólo sirven para perder el tiempo, las energías de los profesionales y los recursos empleados. Es la «política del matalasser: fer i desfer». El caso de Irlanda es el paradigma de referencia. Euskadi apuesta, en casi todo, por la vía irlandesa: alto valor «simbólico» para la lengua «oprimida» en la enseñanza, pero uso «funcional» de la lengua «opresora» en todos los ámbitos determinantes: en la economía, en la política, en el audiovisual.

Las motivaciones escolares están subordinadas a los individuos. Las extraescolares, al medio social en toda su complejidad: son ambientales. Y dependen de factores con una relación sólo tangencial con la enseñanza. El modelo urbanístico suburbano o la crisis del espacio público son, por ejemplo, elementos de desvertebración de la comunidad lingüística. En este contexto, la enseñanza no puede alterar un proceso multifactorial como la desintegración de una lengua tradicional entre unas redes sociales para las cuales no ha creado los anclajes adecuados. Me refiero, claro está, a sociedades urbanas y postindustriales con sus complejas redes de comunicación entre chips, cables y satélites geoestacionarios. O a ciudades como Barcelona, con dinámicas abiertas y globales donde los factores alóctonos cuentan cada día un poco más. La influencia escolar sobre este modelo social es limitada, poco más que simbólica. El cambio lingüístico se explica por factores de orden socio-económico que difícilmente puede combatir un esforzado enseñante con su puntero como única arma. El proceso de ruralización del idioma, por ejemplo, se explica por cambios de hondo calado que no debemos colgar del deber de un maestro.

La escuela del siglo XXI no es ya aquel «escudo de la República» del que hablaba Manuel Azaña. Ni tiene las capacidades que le atribuía Alexandre Galí. Los cambios estructurales de los últimos años la han dejado en gran medida fuera de juego en cuanto a su potencial socializador. Y no sólo en los aspectos lingüísticos. El saber -lingüístico y no lingüístico- que se exige para manejarse por el mundo complejo que habitamos tiene poco que ver con los currículums oficiales. Ni con la misma institución escolar, una «estación fantasma» por donde ya no pasa el tren, según la metáfora de Ulrick Beck. No nos engañemos con discursos de buena voluntad. La escuela es hoy una institución subsidiaria respecto de otras mucho más determinantes como el mercado y las corporaciones empresariales. Es la «escuela zombie» de la que habla Francesc J. Hernàndez. Las condiciones que posibilitaron la escuela como garante de la cohesión social ya no existen. Dejemos pues de utilizar la vieja institución escolar como antídoto exclusivo de todos los males que aquejan a la sociedad contemporánea. Dejemos también de recargar a sus profesionales con exigencias tan variopintas como el estudio de la Constitución, la historia sagrada o el uso del condón. Las «nuevas materias» refuerzan el error del diagnóstico de la clase política. No se trata solamente de «repensar la escuela», sino de romper la falsa dicotomía entre la escuela y su entorno.

Los muros de la escuela, como las fronteras lingüísticas, han desaparecido. El debate exige una mayor complejidad en el análisis que un quítame allá una hora de más o de menos. La escuela es hoy un simple nudo en una red interdependiente que se teje y reinventa cada día desde todas y cada una de las esferas sociales. La fortaleza de esta red radica en sus relaciones. En las políticas culturales, pero también en las industriales, las urbanísticas o las audiovisuales. Las lenguas, como las demás instituciones e imaginarios sociales, ya no dependen de la escuela, sino del «arrelament al medi» del que nos hablaba hasta hace poco la añorada Marta Mata. Al medio, no a las versiones endulzadas de una cierta concepción nostálgica de nuestra sociedad, de una cierta pedagogía y, finalmente, de un país que ya no existe.

Toni Mollá
Periodista y autor del Manual de sociolingüística

 
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  1. Un escrit molt interessant, convindria difondre’l més.
    Malgrat tot, no oblidem quina és la voluntat de l’hora de més, demostrar qui mana, això sí, enmig un desori increïble que és el món educatiu actual.

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